El colonialismo, tal como nos enseñó Hernández Arregui, vuelve ociosa toda división ideológica entre izquierdas y derechas.
Como a Borges, al Comentarista de la Realidad se le
hace cuento que alguna vez tuvo un comienzo la deuda externa argentina, desde
la perspectiva de la duración de una vida humana, parece razonable juzgarla
“tan eterna como el agua y el aire”. Juzgarla, se la ha juzgado muchas veces,
con una idea tan extraña de la Justicia que invariablemente se ha declarado
inocentes a los culpables. Y cuando no era posible la absolución, se dejó a las
causas dormir el sueño de los justos.
Hasta el límite de la prescripción, como en el caso
del blindaje y el megacanje de De la Rúa, Cavallo, Redrado, Prat Gay
-prescripción apelada por un fiscal que los considera “una colosal estafa a las
finanzas públicas”-, festejados en su momento como la vía rápida a una
salvación que derivó en una larga temporada en el infierno. Prescripciones que
nunca terminan de alcanzar para el olvido deseado. Que la memoria no prescribe,
como la traición a la Patria.
La vocación colonial de los endeudadores seriales sigue
manteniéndose intacta aun tras más de una década de desendeudamiento. ¡Una
década de síndrome de abstinencia! Una década de letanías, de lamentos, de
profecías catastróficas, nostalgias coloniales de cuando “estábamos integrados
al mundo”, cuando el endeudamiento que hizo estallar al país no era otra cosa
que una muestra de la confiabilidad del país. Pero no era otra cosa que la
confiabilidad en los artífices de un despojo planificado, que entregaban un
país que entregaban, atado de pies y manos, como una ofrenda al dios Mercado.
Un colonialismo que, como enseñó Hernández Arregui,
vuelve ociosa toda división ideológica entre izquierdas y derechas. Y divide
concretamente las aguas entre los que defienden intereses nacionales y los
representantes de intereses contradictorios con la Nación, con su Historia y su
futuro, porque atentan contra una calidad de vida digna para las mayorías
populares. La banalidad de la división entre izquierdas y derechas entre
nosotros quedó evidenciada hasta el asco en el trosko-ruralismo de triste y corta
memoria.
Durante tanto tiempo la
Deuda fue determinante para la vida de los argentinos, usada para imponer
planes ruinosos, pero posiblemente nunca antes una proporción tan minúscula
amenazó con hacer tanto daño. Cuando pasamos de liberarnos de los buitres del
fondo a sufrir el acoso de los fondos buitre.
Hoy, el depositario de
la razón imperial vociferada por los grandes diarios es un juez en oscuro
maridaje con los Fondos Buitre, devenido incuestionable paladín del capitalismo
extorsivo. ¡Extorsión!, se escandalizaron cuando lo dijo la Presidenta.
¿Extorsión? Ehm, ningunearon cuando editorializó el Financial Times,
ante la duda de tildarlo como kirchnerista: “Las opciones de pagar a los
holdouts, llegar a un acuerdo con ellos, transferir deuda a la ley local y
directamente defaultear parecen costosas, humillantes, difíciles o
perjudiciales. Peores son las implicancias a largo plazo para las
reestructuraciones de deuda”.
Ya Bill Clinton había dicho en 2005 de los fondos
buitre: “Su última apuesta es forzar al gobierno argentino a abonar la deuda en
mora. Una vez más pagó diez centavos de dólar de la deuda y quiere que los
argentinos le paguen el valor nominal”. Qué decir de ahora, que los
cuestionamientos al Juez y los apoyos internacionales a la Argentina se suman
día a día. Un fallo (del sistema) que ha logrado el extraño mérito de ser visto
como abusivo y peligroso por instituciones -que lo que no tienen de piadosas
tampoco lo tienen de progresistas- como el FMI y el Council on Foreign
Relations (Consejo de Relaciones Exteriores). No faltará el cacerolero
espantado que exclame, a la manera de Homero Simpson: “¡El mundo se ha vuelto
K!”
Plagado
de cartografías míticas, fabulosas, donde conviven discursos de lo más
variados. Un territorio que nos contiene a todos, pero sobre el cual sólo están
habilitados a hablar los iniciados. ¿Fetichismo de la mercancía? ¿Fetichismo de
la información? ¿Fetichismo de la economía? Enmascaramiento de las relaciones
sociales de producción, tanto de los objetos como de los discursos. Aunque
sería más preciso hablar de encubrimiento que de enmascaramiento. Que la lógica
del mercado es la del encubrimiento sistemático. Ocultamiento del que derivan
las opacidades en las cadenas de valor, encubriendo las iniquidades en su
interior. Encubrimiento de los abusos de posición dominante y de los plenos
poderes con que las corporaciones reinan los mercados. Particularmente en los
mercados de consumo, donde el encubrimiento alcanza incluso a ocultar la
identidad de los formadores de precios. Naturalizando los aumentos cotidianos
al punto de que sólo falta que los anuncien con el pronóstico del clima.
Enmascaramiento,
encubrimiento, naturalización, en definitiva, del poder económico. Un poder
oculto tras el eufemismo de “la mano invisible del mercado”. Un poder fáctico
y, como tal, siempre en contradicción flagrante con las instituciones de la
democracia. Como escribió el historiador económico R. H. Tawney en 1931: “La
democracia es inestable como sistema político, siempre y cuando se mantenga como
un sistema político y nada más, en vez de ser, como debe ser, no sólo una forma
de gobierno, sino un tipo de sociedad, con un modo de vida congruente. (…) Se
trata, en primer lugar, de eliminar decididamente todas las formas de
privilegio que favorecen a algunos grupos en detrimento de otros, sea por
diferencias de medio ambiente, de educación, o de ingresos pecuniarios. Se
trata, en segundo lugar, de la conversión del poder económico, ahora a menudo
un tirano irresponsable, en un servidor de la sociedad, trabajando dentro de
límites claramente definidos y responsable de sus acciones frente a una
autoridad pública”.
Fragmentos de la editorial Mercados, Pasión y
Deudas de Juan Escobar para Revista Debate
Buena la gráfica: El imperio cocina mientras los cipayos avivan el fuego. Nosotros somos la comida.
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