Perfil y Gestión del gurú de Massa - Historia criminal de Rudy Giuliani... Lo que Massa prefiere ocultar de su Mesías justiciero
por Edgar González Ruiz,
Maestro de Filosofía, investigador y periodista
Mejicano
Perseguir
a los desposeídos, agredir a quienes tienen hambre y carecen de techo es uno de
los peores crímenes que se pueden cometer. Es también la fórmula que resume la
trayectoria del ex-alcalde neoyorkino Rudolph Giuliani, quien por esa labor ha
sabido cobrar millones de dólares a gobiernos latinoamericanos.
Asimismo,
el ex-alcalde, que sin pudor se describe a sí mismo como un gran líder, con
logros «formidables», extrajo enormes recursos de dicha ciudad en beneficio
propio y de otros multimillonarios, en detrimento de los servicios de
asistencia social.
Giuliani
encarna junto con Bush, Cheney y otros políticos estadounidenses, los grandes
antivalores del capitalismo y al igual que ellos se ha dado a conocer también
por su doble moral donde convive un puritanismo ridículo con la abierta
transgresión a esas normas en su vida personal. A Giuliani lo distingue en
especial ser un perseguidor de los marginados, abogado de la intolerancia hacia
los ciudadanos comunes y defensor de la impunidad para sí mismo, al grado de
que ha querido ponerse por encima de las leyes de Estados Unidos y de otros
países a los que ha «asesorado».
El
terrorismo de Giuliani
Político
republicano, Giuliani es uno de los principales propagandistas de la reelección
de Bush, y hace unos meses se le mencionó como posible sustituto de Cheney en la
candidatura republicana a la vicepresidencia dada la mala imagen de éste a raíz
de su intervención en multimillonarios negocios fraudulentos para los que
Giuliani «no aplica su consigna de la «cero tolerancia».
En
la página Internet de propaganda para la reelección de Bush (www.georgewbush.com)
aparece la siguiente declaración de Giuliani: «El 11 de septiembre marca el
hecho clave de nuestro tiempo. Fue una experiencia compartida que ha unido al
pueblo americano. La guerra que los terroristas comenzaron el 11 de septiembre
continúa hoy. El presidente Bush ha proporcionado un liderazgo consistente y
basado en principios frente al peor ataque que hemos sufrido en nuestra
historia. Su liderazgo ese día es central a su trayectoria, y la continuación
del mismo es decisivo para nuestro éxito contra el terrorismo mundial».
Cabe
recordar que un mes después de los atentados contra las Torres Gemelas,
Giuliani se pronunció en la Asamblea General de la ONU a favor de la guerra
contra los países «que respaldan al terrorismo» e insistió en que «no hay más
espacio para la neutralidad» en el mundo. Dijo: «...les pido que observen en
sus corazones y reconozcan que no hay espacio para la neutralidad en asuntos de
terrorismo. O se está con la civilización o con los terroristas».
Paradójicamente,
Giuliani es personaje admirado por grupos terroristas de signo anticastrista
como Alpha 66 (www.alpha66.org),
que se ha referido con júbilo al juicio de Giuliani sobre Fidel Castro como «un
ser humano infame y terrible», palabras que se aplican a la perfección al
propio Giuliani.
Preludio
racista en Haití
Abogado
de profesión, en 1982 Rudolph Giuliani era asistente del procurador general y
como tal decía estar convencido de que en Haití, en la época de Jean Claude
Duvalier, «no había represión política».
Así
lo testificó en abril de ese año en una audiencia judicial donde se buscaba la
liberación de 2100 refugiados de ese país que estaban en campos de detención
del gobierno estadounidense. En esa ocasión Giuliani dijo que la represión en
Haití «simplemente no existe actualmente» y que los refugiados no tenían nada
que temer del gobierno «amistoso» de Duvalier.
Guliani
declaró que él había llegado a esa conclusión luego de que Duvalier
personalmente le aseguró que los haitianos refugiados en Estados Unidos que
volvieran a su país no serían perseguidos.
Este
fue uno de los comentados episodios en la carrera racista de Giuliani que
anticipó la persecución que años después, como alcalde de Nueva York, llevaría
a cabo contra los inmigrantes de raza negra.
A
principios de los 80, Giuliani se destacaba como enemigo de los refugiados
haitianos que al tratar de huir de su país habían sido capturados por la marina
estadounidense y enviados a campos de detención bajo condiciones “horrendas”.
Muchos de ellos habían sido torturados por las fuerzas de Duvalier y estaban
huyendo para salvar sus vidas.
Giuliani
defendió esa política tanto en los recintos judiciales como en los medios de
comunicación y se destacó como defensor de la política de hacer repatriar a los
refugiados, para lo cual fingió desconocer las docenas de relatos periodísticos
que documentaban la represión política en Haití.
Con
verdadero fanatismo, en esa época Giuliani defendió la autoridad de Duvalier y
procuró afanosamente la deportación de los refugiados. (Mitchel Cohen «All the Dictator’s Men: Rudy Giuliani
& Haitian Immigrants» : 17 de agosto de 1999)
La
«cero tolerancia» y sus frutos
Nacido
en Brooklyn, nieto de inmigrantes italianos, Giuliani fue alcalde de Nueva York
durante dos periodos consecutivos, de 1993 a 2001.
Para
justificar su persecución contra los más pobres, Giuliani retomó la llamada
teoría de las «ventanas rotas» propuesta por James Q. Wilson y George Kelling,
quienes proponían que cuando se ha logrado mantener el orden en una comunidad
incluso romper una ventana es algo reprobable.
En
manos de Giuliani, esa idea se convirtió en la «cero tolerancia», estrategia
que según algunos condujo a una drástica reducción del crimen en nueva York,
mientras que para otros esa disminución fue un efecto previsible de las
condiciones económicas. Lo que no puede discutirse es que Giuliani usó la idea
para desencadenar una guerra contra los marginados y a favor de poderosos
intereses financieros.
Noah
Friedsky («El juego de Giuliani en la ciudad de México»:Narco News, 11
de septiembre de 2003) resumió los costos sociales de la llamada «cero
tolerancia»: jóvenes de color rutinariamente buscados y perseguidos por
atreverse a andar en la calle, prisiones sobrepobladas llenas de «drogadictos»
no violentos, familiares de esos presos dejados sin padres, madres abandonadas
por un sistema de seguridad social achicado mientras crecían los presupuestos
de la policía, indigentes acusados y condenados irregularmente, ya que Giuliani
desató una guerra a los defensores de oficio.
Sólo
después de la salida de Giuliani de la alcaldía, prosigue Friedsky, estos
efectos comenzaron a aparecer en los titulares, mientras los presos demostraban
su inocencia mediante pruebas de ADN, luego de pasar una década en prisión y
mientras una cultura de poder policial e inmunidad ya se había revelado a
través de históricas acciones de brutalidad policiaca, como la tortura a Abner
Louima.
Louima,
inmigrante proveniente de Haití, fue arrestado en 1997, golpeado y sodomizado
en una estación de policía en Brooklyn; asimismo, Amadou Diallo, otro
inmigrante, a pesar de estar desarmado fue asesinado a balazos por agentes de
policía en 1999, que equivocadamente creyeron que portaba un arma; Patrick
Dorismond, guardia de seguridad afroamericano fue asesinado también por la
policía en el año 2000 luego de un malentendido acerca de una transacción de
drogas.
En
casos como los mencionados, de Louima y de Diallo, la reacción de Giuliani fue
solapar esos abusos, dando una clara impresión de reticencia a hacer declaraciones
o tomar medidas que pudieran perjudicar al departamento de policía. Cuando la
Comisión de Derechos Civiles de los Estados Unidos realizó una investigación a
raíz de la paliza que recibió Louima, el alcalde testificó que el departamento
de policía era «dedicado, profesional y comedido en el uso de la fuerza», pero
el fiscal General del Estado llegó a la conclusión de que la mayoría de los
registros llevados a cabo por la policía dependían de un criterio personal del
agente y afectaban a un gran número de personas de color e hispanos que no
estaban cometiendo ningún crimen. De hecho, Giuliani se esforzó por ratificar
en los hechos sus tendencias racistas, no sólo en el plano policial sino en
aspectos como la educación y otros servicios públicos.
Según
reportó el New York Post el 23 de septiembre de 1999, Herman Badillo,
presidente del sistema universitario municipal, declaró que los estudiantes de
origen mexicano y dominicano «no tienen una historia de educación en sus
culturas», que sólo toman espacio en las aulas sin aprender nada, y que no
aprenden porque no tienen antecedentes educativos, porque «provienen del campo
y la montaña, y en el caso de los mexicanos, son todos indios».
Haciendo
gala de su propia ignorancia, el colaborador de Giuliani, quien aspiraba a ser
candidato a la alcaldía por el partido republicano, dijo también que los
mexicanos son mayormente de origen maya e «inca» y que ya no reconocía al
Barrio (el este de Harlem) porque en vez de puertorriqueños, muchas partes de
ese vecindario neoyorquino, estaba «repleto de de mexicanos».
En
1998, funcionarios municipales obstaculizaron la colocación de cartelones en
protesta por la muerte de los jóvenes Nicholas Heyward, Jr., Anthony Báez y
Kevin Cedeno, asesinados a sangre fría por la policía de Nueva York. Cuatro
años antes, Anthony Báez, fue estrangulado por el policía Francis Livoti, luego
de que por un descuido, una pelota de fútbol cayó en la patrulla.
De
acuerdo con defensores de los derechos humanos, de 1994 a 1996, la policía de
Nueva York mató a 75 personas (los baleó en la espalda, en la cabeza, boca
abajo en el suelo; los asfixió; los maniató de manos y pies a la espalda y los
pisoteó; los mató a golpes; etc. Por todos esos hechos sólo tres policías
fueron declarados culpables y ninguno de ellos por homicidio. (Obrero
Revolucionario #970, 23 de agosto, 1998).
Uno
de los aspectos más criticados de la gestión de Giuliani fue su lucha contra
las personas que no tienen techo. Repitiendo un patrón de su historia, el
siniestro personaje se dedicó a perseguir encarnizadamente a ese sector de
personas marginadas, incluso enfrentando fallos judiciales adversos.
Giuliani
decidió que los refugios para los «sin techo» no podían seguir ofreciéndose
gratuitamente y exigió que los solicitantes de refugio debieran pasar
evaluaciones obligatorias para buscar empleo. De hecho, en su libro Liderazgo,
Giuliani alardea de que su reforma al sistema de asistencia social implicó una
reducción del presupuesto para ayudas sociales de aproximadamente un 60 por
ciento y que el ayuntamiento se esforzó por «la realización de revisiones y
comprobaciones a fin de evitar el fraude», como si la ayuda brindada a un
mendigo pudiera compararse con el dinero estafado por Giuliani con sus trampas
a lo largo de su vida.
«Los
requisitos propuestos acarreaban sanciones draconianas que provocaron una gran
indignación. Aquéllos que no cumpliesen con estas normativas no obtendrían
refugio y, si eran cabeza de familia (en la mayoría de los casos se trataba de
madres sin pareja), les quitarían a sus hijos y éstos serían acogidos por
familias. Por ejemplo, si un "sin techo" alojado en un refugio de la
ciudad llegaba una hora tarde a su trabajo, éste sería expulsado del refugio
durante 90 días por la primera falta, 150 días por la segunda y 180 por la
tercera». (Charles O’Byrne “Cómo Giuliani limpió Manhattan” : ww.thetablet.co.uk/spanish/article01.shtml).
Con
indignante cinismo, el alcalde y sus asesores argumentaban que la nueva
administración beneficiaría a los «sin techo» como parte de una estrategia más
amplia para “acabar con una cultura de dependencia y para reemplazarla por
motivación, independencia y diligencia” y que se estaba ayudando a los
neoyorkinos sin techo a «encontrar un hogar permanente en el mercado privado».
Por el contrario, los defensores de los «sin techo» señalaban la incapacidad
del alcalde para comprender las necesidades de esas personas, muchas de ellas
con problemas mentales.
Luego
de que un tribunal anuló el proyecto de Giuliani, este buscó otros medios de
reavivar la guerra contra los «sin techo», para lo cual tomó como pretexto, en
conformidad con su forma de ser, la agresión que sufrió una secretaria de 27
años, Nicole Barrett, cuando un hombre se le acercó, la golpeó en la cabeza con
un adoquín y después desapareció. Aunque Barrett se recuperó completamente de
las heridas, consideradas en un principio como muy graves y que dejarían
secuelas irreparables, la naturaleza del ataque, llevado a cabo a plena luz del
día en el mismo centro de Manhattan, infundió temor a muchos.
«A
pesar de no haber ninguna información sobre el agresor, se dio por hecho que se
trataba de un "sin techo"; probablemente con algún trastorno mental
(más tarde se descubrió que era un delincuente con antecedentes, cuyo perfil no
era en absoluto representativo de la población de los "sin techo" de
la ciudad). Apenas tres días después de la agresión, el alcalde declaró que los
"sin techo" no tenían derecho a dormir en las calles. "En
sociedades civilizadas las calles no están para dormir en ellas... las
habitaciones son lugares para dormir." Sin pérdida de tiempo, a la mañana
siguiente su jefe de policía anunció que cualquier persona que se encontrase
durmiendo en la calle sería arrestada si se negaba a acudir a un refugio».
Esa
verdadera cruzada contra la caridad y la solidaridad le ha valido a Giuliani la
oposición de muchas de las iglesias de Nueva York, incluyendo la Presbiteriana
de la Quinta Avenida, que advirtió al alcalde que no aceptaría con agrado que
la policía arrestase a los que dormían en las escaleras de las iglesias.
Aunque
se ha declarado católico, Giuliani es partidario de la despenalización del
aborto, si bien los asuntos doctrinarios parecen ser para él meros instrumentos
en sus estrategias tramposas para ganar dinero o poder. Así, en el año 2000,
durante la contienda con Hillary Clinton por la senaduría federal de Nueva
York, Guliani quiso presentar una faceta fundamentalista, al calumniar a
Hillary acusándola de «hostilidad hacia las tradiciones religiosas del país».
Asimismo, Giuliani criticaba a los «jueces liberales» que habían prohibido
colocar el texto de los Diez Mandamientos en las escuelas.
El
propio Giuliani deja en claro en su libro Liderazgo que su religión no es otra
que la del dinero, pues sobre la identidad de Estados Unidos dice: «...somos
una religión. Una religión secular....Estamos unidos por nuestra fe en la
democracia, en la libertad religiosa, en el capitalismo, una economía libre
donde todo el mundo puede elegir la manera de gastar su dinero...».
Enemigo
práctico de la cultura, como fueron algunos dirigentes nazis, y como son muchos
empresarios, Giuliani entró en conflicto en 1993 con los pintores ambulantes
cuando pretendió cobrarles impuestos alegando que, como los limpiabrisas,
representaban un «peligro» para los neoyorkinos.
En
particular, emprendió una batalla personal contra el pintor Robert Lederman,
«Porque una cosa es que lo llamen a uno cabrón y otra que lo comparen con
Adolfo Hitler», bramó el edil en octubre de 1998 en declaraciones recogidas por
el New York Daily News, motivadas porque Lederman hizo numerosos carteles de
Giuliani caracterizado como el dictador nazi, como Mussolini o como militante
del Ku-Klux- Klan. (La Jornada, 26 de octubre de 2002).
La
«fuerza» de un liderazgo
En
su libro Liderazgo, cuya edición en español publicó Plaza y Janés en 2002,
Giuliani hace una apología de lo que llama «la fuerza de mi liderazgo» a la vez
que describe sus logros y raíces.
Una
madre sabe conducir a sus hijos hacia los valores que para ella resumen el
sentido de la vida. Evidentemente, la de Giuliani le inculcó disciplina,
sentido de la autoridad y del éxito, sin consideraciones sobre la honestidad,
la bondad, la justicia, o el respeto hacia los demás.
Por
eso, señala Giuliani en el libro mencionado que «cada mañana, a las ocho en
punto, hacía muy feliz a mi madre. Durante toda mi infancia me arengaba sobre
las virtudes de terminar mis deberes antes de salir a jugar....Por eso, desde
1981, he empezado todas las mañanas con una reunión de mis colaboradores más
estrechos...Lo considero la piedra angular de un funcionamiento eficaz en
cualquier sistema...».
Dicho
sistema puede ser o no eficaz, pero lamentables son los «éxitos» que con él ha
obtenido Giuliani. En esas juntas, guiadas por los principios de «dar prioridad
a lo prioritario» y de «hacerse pronto con el control», se aceptaban como cosa
normal las “rivalidades y marrullerías destinadas a ascender que son señales de
una sana competitividad”, y con el mismo espíritu luego se cocinaron
colectivamente las triquiñuelas con las que Giuliani imponía a los neoyorkinos
decisiones como la de negar el permiso para abrir un club de strip tease o
mandar a la cárcel a los limpiavidrios, que obligados por la miseria se dedican
a esta poco lucrativa actividad.
Vale
la pena reproducir en extenso el relato del propio Giuliani, no de sus
enemigos, acerca de la forma en que consiguió lo que considera una de sus
primeras «victorias»: «...apareció la idea de abordar en primer lugar el
problema de los limpiacristales. En aquel tiempo, había hombres que se
acercaban a un coche parado ante un semáforo o en el tráfico, rociaban de agua
el parabrisas y lo lavaban con un trapo sucio... Después de la “limpieza” no
solicitada, el hombre se acercaba al conductor y le “pedía” su remuneración con
diversos grados de amenaza. Si los conductores se negaban, los limpiacristales
escupían sobre el parabrisas o daban patadas al coche».
Atacar
esa forma de intimidación en primer lugar resultaba muy tentador porque estos
hombres solían ser muy agresivos cerca de los puentes y los túneles. Era una de
las primeras y últimas impresiones que se llevaban los visitantes de Nueva
York, una imagen que no inspiraba mucha confianza.
«Yo
sospechaba que expulsar a esos individuos era bastante fácil y produciría un
efecto inmediato y cuantificable. Llamé al delegado de policía Bill Bratton y a
Denny Young... Bratton, que compartía mi opinión de abordar delitos menores
como una forma de establecer un comportamiento civilizado y obediente con la
ley, además de una sensación de seguridad, volvió al cabo de un par de días y
me dijo que el Departamento de Policía afirmaba que era imposible deshacerse de
los limpiacristales. El quería hacerlo, pero le habían explicado que mientras
no amenazaran físicamente a los conductores o “exigieran” dinero, carecíamos de
una base legal para expulsarlos o detenerlos si se negaban».
En
los párrafos siguientes, Giuliani evidenciará aún más la falsedad de sus
generalizaciones acerca del supuesto comportamiento violento y hará alarde de
su propia marrullería y falta de ética. Leamos: «Le dije (a Bratton) que
olvidara el hecho de si pedían dinero o no. Cuando bajaban del bordillo y
pisaban la calzada, ya habían violado la ley. Podías multarles a todos de
inmediato. Después de entregarles la multa, podías investigar quiénes eran, si
tenían antecedentes, etcétera».
Con
ese procedimiento tramposo, Giuliani y Bratton persiguieron a los
limpiacristales: «...Empezamos a enviar citaciones a esos tipos y descubrimos
que algunos ya estaban buscados por delitos violentos y contra la propiedad. En
menos de un mes, pudimos reducir el problema de una forma drástica. Las cosas
habían mejorado visiblemente. A los neoyorkinos les encantó y también a los
visitantes, que traían dinero a la ciudad y proporcionaban empleos a sus
habitantes. Ese fue nuestro primer éxito».
Como
se pone de manifiesto en los párrafos arriba citados, el apóstol de la «cero
tolerancia», el perseguidor de mendigos y limpiavidrios es él mismo un
funcionario mentiroso y tramposo, si estas pueden considerarse faltas «menores»
y se puede entender, también, que él gobierna sólo para la gente que tiene
dinero.
De
hecho su segundo «éxito», que relata a continuación en su libro, fue la
reducción de impuestos en beneficio de los hoteleros, para «estimular los
negocios» e ir avanzando en suma por el camino de perseguir a los pobres y
proteger a los ricos.
El
«liderazgo» de Giuliani abunda en ese tipo de episodios, de los que
constantemente hace alarde el ex-alcalde, lo mismo que de su pretendida
capacidad de respuesta ante los atentados del 11 de septiembre, pero la lectura
de su libro sugiere la conclusión de que en realidad, haciendo a un lado los
autoelogios que son un rasgo pronunciado en Giuliani, no hizo más de lo que le
correspondía hacer como autoridad al frente de la ciudad, y de lo máximo que
puede alardear el ex-alcalde, una de cuyas primeras preocupaciones fue llamar a
su amante, según él mismo relata, es de que no perdió del todo el control de
sus emociones, llevando a cabo medidas que dicta el sentido común, como llamar
también a los bomberos y a la guardia nacional.
Incluso
en esos aspectos, el desempeño de Giuliani ha sido polémico, pues familiares de
los bomberos muertos en los ataques a las Torres Gemelas lo han acusado de no
haber atendido las demandas de dotar a esos servidores públicos con nuevos
equipos de radiocomunicación, seguramente porque el entonces alcalde no vio en
ello ningún provecho personal ni beneficio económico.
Pero,
en su propio provecho, el 16 de septiembre de 2001, había pronunciado un
lacrimógeno discurso en la ceremonia de promoción del departamento de bomberos,
donde refiriéndose a los servidores caídos días antes, decía que ellos habían
«sus vidas y su amor a ese departamento», hablaba de “nuestros corazones
destrozados...pero que siguen latiendo con fuerza (sic)”, y de su tío que se
accidentó siendo bombero y según él, le «partía el corazón» pensar en los
bomberos muertos. Son las típicas lágrimas de mercader, el falso
sentimentalismo de un verdadero miserable.
En
México
En
2003, Giuliani Partners LLC (www.giulianipartners.com), fue contratada
por un grupo de empresarios, encabezado por Carlos Slim, el hombre más rico de
México, por la cantidad de 4 millones 300 mil dólares, para combatir la
delincuencia en la ciudad capital.
Meses
antes, el 14 de octubre de 2002, el organismo cúpula de los empresarios
mexicanos, la Coparmex, declaró a través de José Antonio Ortega, presidente de
su Consejo Ciudadano sobre Inseguridad Pública, que la asesoría del ex-alcalde
de Nueva York Rudolph Giuliani «ayudará a restablecer la aplicación de la ley
en la ciudad de México» y señaló que la iniciativa privada veía con «buenos
ojos» el programa Cero Tolerancia, y que incluso podría destinar recursos
extras al gobierno capitalino para el pago de la asesoría.
Ortega
ha sido militante destacado de organismos públicos y secretos de la
ultraderecha mexicana y es uno de los líderes de una campaña que busca promover
en el país la lucha contra la «inseguridad» con criterios empresariales.
Según
el investigador mexicano José Martínez, autor de varios libros sobre personajes
nacionales de la política, la historia comenzó en realidad en 2001, cuando
Carlos Slim donaba grandes sumas para ayudar a Nueva York. Alrededor de un año
más tarde, “considerando la corta lista de futuras esperanzas presidenciales
republicanas, Carlos Slim le ofreció 4,3 millones de dólares por dar una mano a
la ciudad de México”.
Cabe
añadir que Slim mantiene una «cordial relación» con el multimillonario
venezolano Gustavo Cisneros, magnate de los medios electrónicos, y aliado del
alcalde de Caracas, Alfredo Peña, quien en esa capital ha impulsado similares
ideas de combate a la delincuencia con una visión empresarial, y que para ello
ha recurrido a los servicios, mucho más económicos (más de cien mil dólares),
de William Bratton, es ex-jefe de policía de Nueva York bajo el mando de
Giuliani.
Rodeado
por 300 guardaespaldas, Giuliani visitó los barrios más rudos de la ciudad de
la ciudad de México, para finalmente emitir sus consabidas recomendaciones,
verdaderamente criminales, contra los pobres y los marginados.
Finalmente,
el defensor de la «cero tolerancia» contra las faltas menores, tardó siete
meses más de lo estipulado en entregar su informe, de costo millonario, y que
fue básicamente mutatis mutandis la aplicación de la llamada estrategia de la
«tolerancia cero», que paradójicamente el propio Giuliani no ha respetado en su
propia actuación.
Además,
muchas de las recomendaciones de Giuliani, como las que proponen la persecución
de prostitutas y limpiacristales violan las garantías individuales que
establece la Constitución Mexicana, así como otros preceptos legales sobre la
no discriminación por razones socioeconómicas.
La
República Dominicana es otro de los países en que Giuliani ha pretendido llevar
a cabo sus latrocinios y donde en febrero de 2004 el presidente Hipólito Mejía,
luego de reconocer que el aumento del desempleo y de la pobreza han
incrementado la delincuencia, reveló que el gobierno intentaría contratar al
ex-alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, para mejorar, con «mano dura y
prevención», la seguridad ciudadana.
Dijo,
evidenciando la concepción de combatir los problemas atacando no sus causas
sino sus efectos, que la delincuencia está motivada «por el desempleo y aumento
de la pobreza», pero “tenemos una estrategia íntegra, un programa de seguridad
basado en mano dura y la prevención”.
Saldos
y proyectos de Giuliani
Como
ha señalado James Petras en su artículo «El verdadero Giuliani» (La Jornada,17
de diciembre de 2002), el ex-alcalde dejó en la ruina a la ciudad de Nueva
York, al ocultar, al estilo Enron, una deuda de más de 25 mil millones de
dólares, la mayoría de los cuales corresponden a compromisos ’’fuera de
presupuesto’’ pactados por dependencias del gobierno de la ciudad en el periodo
de Giuliani. «En otras palabras, el ex alcalde ocultó deudas por una cantidad
al menos cinco veces mayor que la más importante bancarrota corporativa en la
historia empresarial estadunidense».
Explica
Petras que Giuliani ocultó la quiebra de Nueva York manipulando el presupuesto,
para no incluir la deuda creciente de varias dependencias y reportando sólo las
dependencias que debían menos. Giuliani dejó una deuda oficial de 5 mil
millones de dólares, de la cual culpó al ’’ataque terrorista del 11 de
septiembre’’, pero posteriormente se supo que la ciudad de Nueva York estaba en
una profunda crisis financiera, que hacía necesarios «severos recortes» en el
gasto de salud, educación y servicios sociales, así como incrementos en
impuestos regresivos para evitar el colapso.
El
ex-alcalde incurrió en el enorme déficit al otorgar cientos de millones de
dólares en concesiones de impuestos a todas las grandes empresas inmobiliarias
de la ciudad y gastar miles de millones en incentivos para conservar y promover
a Nueva York como «un centro global de las finanzas, los seguros, los bienes
raíces y el turismo».
Entre
los beneficiarios de estos fraudes en Nueva York se contaron la Hermandad de
Sandy Weil, de Citibank; Zuckerman, el magnate de los bienes raíces; Hank
Greenberg, rey de los seguros, y el propio ex-alcalde Rudolph Giuliani, pero
“para los medios estadunidenses todos ellos son intocables”.
Pero
la voracidad de Giuliani, como la de Cheney y Bush, parece no tener límites, de
tal suerte que se ha beneficiado también del dinero de la fraudulenta empresa
Halliburton, que en 1999 y 2000 hizo donaciones por más de 250 mil dólares a
las campañas de Bush y otros candidatos republicanos, así como a la asociación
de «amigos de Giuliani» que exploraban sus posibilidades como abanderado presidencial.
(www.campaignmoney.com/hallib...).
Otras
operaciones político financieras de Giuliani fueron detenidas por instancias
judiciales, entre ellas un tribunal del estado de Nueva York que paralizó los
planes del alcalde de demoler 120 jardines públicos para poner los terrenos en
manos de promotores inmobiliarios.
La
doble moral de Giuliani
Durante
su gestión como alcalde, Giuliani fue criticado, incluso por instancias
judiciales, por atentar contra la libertad de expresión por motivos moralistas,
de tal suerte que un tribunal de federal anuló la orden del alcalde de
suspender los fondos destinados al Museo de Arte de Brooklyn por su polémica
exposición «Sensación».
Aunque
a pesar de sus años él mismo no da ejemplo de abstinencia sexual, Giuliani
lanzó campañas para vaciar de sex shops la “Gran Manzana” de Nueva York. En
1998, consiguió que se autorizara una ordenanza municipal por la que 138 de los
155 comercios relacionados con el sexo y la pornografía tendrían que cerrar y
salir de las zonas comerciales y residenciales delaciudad.
Perseguidor
de las prostitutas, Giuliani también fue criticado por haber eliminado la
educación sexual de los programas de estudios en la ciudad.
El
19 de octubre de 1998, la policía de Nueva York reprimió una manifestación de
activistas homosexuales, atropellando, golpeando e insultando a una multitud
que incluía a muchos enfermos de sida, otro de los grupos odiados por Giuliani.
Arrestaron a 100 personas, y los tuvieron en la cárcel hasta la tarde siguiente
sin tomar sus medicamentos, con grave perjuicio para su salud. Como de
costumbre, Giuliani mintió para justificar el ataque, diciendo: «Hubiéramos
otorgado permiso si nos hubieran dado un par de días de anticipación».
En
contraste con esa censura moralista, que es expresión de prejuicios y de
autoritarismo, el promotor de la intolerancia ha brindado protección a un
religioso acusado de abusos sexuales, quizás porque para Giuliani el abuso de
autoridad en general no debe considerarse como una falta.
El
3 de febrero de 2003, la prensa neoyorkina dio a conocer que monseñor Alan
Placa, un alto prelado de iglesia católica de Long Island que fue excluido en
abril pasado de su diócesis tras ser acusado de abuso sexual, trabajaba durante
tres días a la semana para Giuliani Partners, la empresa del ex alcalde. Placa,
un viejo amigo de Giuliani, negó en un principio su relación laboral con
Giuliani, pero la vocera de este, Suny Mindel, confirmó a varios diarios que el
prelado, efectivamente, trabajaba para ellos.
Fuente: http://www.voltairenet.org/
Massa es derecho y humano
ResponderEliminarMUY INTERESANTE. DEMASIADAS COSAS QUE UNO NO SABE.
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