EDUARDO JOZAMI – ENTREVISTA - REVISTA DEBATE - Presentación del Libro: 2922. Memorias de un preso de la dictadura



“Sigo siendo muy ansioso, como era antes de estar ocho años en la cárcel. No sé si la cárcel nos quitaba la ansiedad, porque pasaban cosas, podía haber un traslado o necesitar una visita y justo ese fin de semana no las había. Pero es cierto que te da una visión más de mediano y largo plazo. No se piensa en qué se hará mañana, sino en la relación de pareja, en lo que vas a estudiar, en lo que vas a escribir o vas a trabajar”, dice Eduardo Jozami. Escritor, p EDUARDO JOZAMI – ENTREVISTA - REVISTA DEBATE
Periodista y militante, en su nuevo libro, 2922. Memorias de un preso de la dictadura (Sudamericana), relata sus ocho años de prisión, desde su detención en 1975 hasta su liberación en septiembre de 1983.
En la entrevista, Jozami muestra su preocupación por el “corrimiento a la derecha” de la sociedad argentina que observó con el tratamiento de los casos de linchamientos, pero manifiesta que es necesario avanzar con el debate sobre la reforma del Código Penal. También analiza las chances del Frente para la Victoria en las presidenciales de 2015 y se identifica con la figura de Sergio Urribarri, el gobernador de Entre Ríos.
Desde la ficción literaria y cinematográfica se solidificaron ciertos relatos sobre el terrorismo de Estado. Muchos de ellos surgieron inmediatamente después del retorno democrático y aún siguen resonando con fuerza. ¿Qué temas o debates que considera pendientes quiso poner en escena en este libro?

Quise reflejar lo que fue mi experiencia y lo que sigo valorando de esos años. Soy muy crítico de la experiencia de Montoneros, en muchos aspectos, pero creo que el proceso político de los años setenta fue muy importante; y no es casual que el kirchnerismo se reconozca en buena medida en ese antecedente. Fue la primera vez, en la Argentina contemporánea, que hubo posibilidades de transformaciones profundas; y, entonces, ese programa sigue siendo actual. Pero también creo que no hemos avanzado todo lo que sería posible y necesario con respecto a la discusión sobre cómo fue efectivamente aquel período.
¿Por qué?

Como escribo en el libro, a lo largo de esos años tuve diferencias importantes, aunque durante algún momento pensaba que no tenía sentido que trascendieran. Ahora creo que pueden ayudar a que otra gente que no vivió esa experiencia lea las razones por las cuales algunos seguíamos estando ahí, a pesar de nuestras miradas críticas sobre algunas cuestiones. No me pongo como modelo, cada uno hizo lo que pensó que tenía que hacer. Pero la visión de una lucha revolucionaria sin fisuras, que se ha presentado muchas veces como opuesta a la versión que demoniza a “los subversivos”, me parece que a esta altura ya no aporta demasiado, porque la sociedad argentina ya ha hecho una elección. Algunos siguen reivindicando a la figura de (Jorge Rafael) Videla porque piensan que fue necesario dar un golpe para eliminar el peligro que significaban “los subversivos”; y los que miran con simpatía los años setenta entienden que era necesario un cambio profundo en el país, quieren seguir haciéndolo hoy y se reconocen en lo que está pasando. Por eso, creo que para entender más allá de ese dislocamiento básico, hay que contar mejor cómo fue esa experiencia.

En el libro hay un rescate de la política de masas.

En 1966 yo era secretario del Sindicato de Prensa. Me gustaba mucho la tarea sindical y el trabajo de masas y me sentí convocado por la experiencia cubana. Vivía una gran contradicción en aquellos años entre ese estar convencido de que si no se adoptaba una estrategia revolucionaria no era posible avanzar con un proceso de liberación de la Argentina, donde había ocurrido el golpe militar de Juan Carlos Onganía, y la preocupación por que aquello no se comiera a la política. En ese sentido, el año 1973 fue extraordinario no sólo porque marcó un amplio triunfo popular sino porque abrió grandes posibilidades de acción política. Pero empecé a ver con preocupación que no todos lo pensaban así. Más bien lo que planteaban era -y tenía fundamento en la realidad- que se trataba de un interregno político entre dos gobiernos militares. Entonces, cuando Montoneros decidió pasar a la resistencia, no hubo una vocación, un interés por ensanchar los espacios de la política. Tuvo un costo político altísimo, porque en pocos meses se fue debilitando mucho el consenso social que había construido la organización.
EL FUTURO

Muchas de las banderas de los organismos de derechos humanos se convirtieron en políticas de Gobierno a partir de 2003. ¿Hasta qué punto pueden perdurar después de 2015?

Es el gran desafío. Algunas cosas calaron hondo en la sociedad. La condena a la dictadura ha sido muy fuerte, son pocos los que estarían dispuestos a firmar un petitorio para que se entregue a los marinos el predio de la ex ESMA o para que se liberara a los represores presos. Pero tampoco hay políticas -por sólidas que sean y por más consensos que generen- que estén seguras de una vez y para siempre. Son políticas que tenemos que fortalecer, tratando de ampliar el consenso que existe en torno a ellas. La gente que adhiere a los aspectos esenciales de la política de derechos humanos constituye un sector más amplio que el kirchnerismo. Pero estos ejes aparecen muy identificados con los gobiernos de Cristina y de Néstor. Es fácilmente explicable, porque lo que hicieron ellos por estas políticas fue monumental. Pero para que se transformen, efectivamente, en políticas de Estado, hay que observar lo que ocurre, por ejemplo, con el proyecto de despenalización del aborto, en el que aparece un frente con diputados de todos los sectores y diversas organizaciones sociales.


Con la ola de noticias sobre casos de linchamientos, muchos advirtieron un viraje a la derecha de la sociedad argentina.

Sí, no deja de ser muy preocupante. El tema de la seguridad está ligado a valores casi diría fundantes de la democracia, pero tiende a imponerse sobre otros temas, y parecería que es el principal problema de los argentinos. Entonces, es doblemente preocupante que existan estos discursos. También preocupa que no haya por parte de muchos gobiernos provinciales que se dicen kirchneristas políticas claras en esta materia. Las reformas de las policías provinciales siguen pendientes y sería absurdo decir que sólo lo están en las provincias gobernadas por la oposición. Pero creo que se produjo en estos días un corrimiento a la derecha, porque un candidato que surgió con un discurso bastante vacío, que buscaba mostrarse como renovador y parecía correr el peligro de ser excesivamente ecléctico, casi anodino -aunque uno le sentía el olor de que estaba más cerca de los años noventa-, de pronto pasó a asumir una posición muy dura con la reforma del Código Penal y con la política de seguridad. Y hasta ahora no hemos visto que esa postura le haya provocado una disminución en las encuestas. Entonces temo que no nos animemos a dar el debate que tenemos que dar.

¿En qué sentido?

Que no repitamos lo del caso del falso ingeniero Blumberg, que fue uno de los episodios negros en la historia del Parlamento argentino. Jugando como fiscal de la sociedad, decidió qué penas subían y sin ninguna apelación a una racionalidad que tuviera que ver con la estructura del Código Penal. Por eso, creo que no habría que postergar el tratamiento de la reforma del Código Penal. Es muy importante que podamos dar ese debate, porque estamos bien parados, porque es la obra de una comisión multipartidaria. Y nos va a servir puertas adentro del kirchnerismo, porque los que no tienen una posición clara en materia de seguridad tampoco la tienen con respecto a los derechos humanos o la política exterior. Es decir, son los que no comparten el proyecto kirchnerista, por elevado que sea el lugar que ocupan hoy.

Con la mira en 2015,¿considera posible la continuidad del kirchnerismo?

La veo como necesaria. Y si uno la ve como necesaria, tiene que hacer todo lo posible para que ocurra, con independencia de que hoy pueda aparecer como una tarea más difícil que hace dos años atrás. Esto tampoco quiere decir que uno crea que la historia se termina en 2015. Tenemos que aspirar a que en 2015 se imponga alguien que represente la continuidad de este programa. En el camino, está claro que uno puede estar arriesgando perder. Pero lo peor que nos puede pasar no es perder, sino vivir una especie de dilución del proyecto kirchnerista.

¿Le teme a una alianza estratégica que garantice un triunfo electoral pero que, a la vez, implique una dilución de las políticas kirchneristas?

En la Argentina aprendimos, después de Fernando de la Rúa y de Néstor Kirchner, en sentidos opuestos, que la figura presidencial es muy importante. La Alianza terminó muy condicionada, entre otras cosas, por un presidente muy especial. Y Kirchner cambió el curso de un proceso político que parecía que estaba controlado por el duhaldismo. Entonces, ¿hacemos una alianza amplia para garantizar que gane el kirchnerismo? Estoy de acuerdo. Pero si es para poner un candidato que va a iniciar políticas diferentes a las nuestras, es mejor tener a alguien que se identifique claramente con lo que se hizo en estos años y tratar de ampliar el consenso para ganar la elección.

¿Hay alguna figura que pueda garantizar ese camino?

De los candidatos que se lanzaron hasta el momento, Sergio Urribarri es el que más se identifica con el discurso y la gestión de este gobierno. Y, en ese sentido, me siento más cercano.

Academia y política

“Estoy muy decidido a que toda actividad futura sea compatible con una tarea intelectual que impondrá condiciones o modos de hacer política”, le escribía Jozami a su mujer, Lila Pastoriza (periodista y sobreviviente de la ESMA), en abril de 1983. El retorno democrático se acercaba y, desde el penal de Rawson, advertía sobre la necesidad de (re)pensar antes de reintegrarse a la vida política. Treinta y un años después, se revela que aquellas palabras fueron una decisión firme. Exiliado, estudió Economía y Ciencias Sociales. De regreso, escribió varios libros, dirigió revistas y es docente en las universidades de Buenos Aires y de Tres de Febrero. También fue concejal, convencional constituyente y subsecretario de Vivienda porteño. Hoy integra el espacio Carta Abierta y dirige el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. “La conjunción de la actividad política y el trabajo intelectual es apasionante y muy fecunda cuando uno consigue sintonizar bien esas cosas”, señala.
Jozami reconoce que, hasta que cayó preso en 1975, le daba predominio a la política: “Escribía porque era parte del oficio del periodista y porque era una manera de discutir con los compañeros, pero no me planteaba publicar”.
En prisión, sin embargo, la actividad que podía desarrollar era leer y escribir, siempre que aceptara que esos apuntes pudieran perderse en alguna requisa. “Fui enviando en cartas aquello que escribía y de alguna manera las salvé. Este libro representa en cierto modo ese vuelco hacia la escritura que se fue gestando en la cárcel”, explica sobre 2922. Memorias de un preso de la dictadura.


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