SE ACERCA UN NUEVO 24 DE MARZO. Y ante tanto cartel absurdo que anda dando vueltas por allí se impone que nos detengamos en el legado de José Federico "Pipo" Westerkamp
El reciente fallecimiento del Dr. José
Federico Westerkamp (1917-2014) ha puesto, con justicia, en foco a una egregia
personalidad argentina que dedicó prioritariamente su vida y su obra a la lucha
por los derechos humanos, a la promoción del pacifismo (y la consiguiente
condena del armamentismo) y a la defensa de los ideales del ecologismo (en
particular los riesgos implícitos en la acumulación de desechos radiactivos de
las usinas atómicas). Como activista humanitario, en tiempos dictatoriales, fue un
comprometido miembro de la Asamblea Permanente para los Derechos Humanos (APDH)
y del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), dos entidades fundamentales
de la resistencia pacífica a los embates criminales del recurrente sistema
dictatorial que tanto se ha sufrido en nuestro país. No se aisló en el quehacer
académico, sino que asumió un papel protagónico en el vínculo con familiares de
presos políticos y/o desaparecidos y, eventualmente, dando estado público al
maltrato de muchos arrestados “de facto”, en contacto con la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y otras entidades afines como Amnesty
International. Podría considerárselo como un “Padre de Plaza de Mayo”, dado que
durante siete años su hijo Gustavo (entre 1975 y 1983) fue un preso político de
la Junta gubernamental. Lo cual le impuso un peregrinaje incesante entre las
cuatro cárceles donde el joven estuvo recluido sin intervención de la Justicia,
en particular la de Rawson (Chubut). El propio profesor Westerkamp, llamado “Pipo” por sus amigos
íntimos, fue privado dos veces de su libertad. La primera cuando la dictadura
intentó neutralizar al CELS arrestando a sus directivos, lo cual generó una
enérgica protesta de la CIDH. Y la segunda cuando denunció como “inepto e
inoperante” al Juez Federal de Rawson, por los malos tratos que padecían los
alojados en el penal de esa localidad. El miedo nunca fue un copiloto del
profesor Westerkamp, y no escatimó iniciativas para manifestarse por la
detención de su hijo y de otros jóvenes en la misma situación. Tardíamente,
recién en 2012, la Legislatura porteña lo declaró “Personalidad Destacada de
las Ciencias y los Derechos Humanos”. En 1949, Westerkamp se graduó en química y física en la
Universidad de Buenos Aires, y completó sus estudios post-doctorales en la
Universidad de Columbia (Nueva York) durante tres períodos, desde 1947 a 1960.
Como científico y académico reconocido, hizo importantes aportes a la física
experimental –aplicación de las microondas y usos industriales de los rayos
láser– y al desarrollo industrial de sistemas para la extracción de petróleo.
Contribuyó a la consolidación de la Asociación de Física y a la Sociedad
Científica Argentina. Si bien nunca se identificó con corrientes políticas específicas,
el arresto de su hijo en 1975 lo catapultó hacia la militancia humanitaria. Y
poco a poco fue involucrándose en actividades contra la carrera armamentista y
la protección del medio ambiente. Entre sus múltiples interacciones
internacionales se destaca su adhesión a la organización Pugwash, fundada en
1957 en Canadá por Betrand Russell, Alberto Einstein y Fréderic Joliot-Curie,
que convocaron a científicos, filósofos y humanistas de todo el globo. La
finalidad de las Conferencias Pugwash era debatir cuestiones como el desarme
nuclear y la responsabilidad social de los científicos en áreas como el
crecimiento demográfico, el deterioro del ambiente natural y los impactos del
desarrollo económico del planeta. En gran medida, dichos cónclaves desempeñaron
un papel muy importante en la redacción y la firma de los tratados de no
proliferación de armas atómicas. El profesor Westerkamp asumió la
representación de Pugwash en Argentina, ante la indiferencia de las principales
entidades científicas nacionales, salvo el Movimiento de Médicos por la
Prevención de la Guerra Nuclear, que presidió el Dr. Florencio Escardó, ex
decano de la Facultad de Medicina. (En 1995, cincuenta años después del
bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, y cuarenta años después de la firma
del Manifiesto Russell-Einstein, las Conferencias Pugwash y su director, el
físico Joseph Rotblat, recibieron el Premio Nobel de la Paz.) A los 65 años, en
1982, vísperas de la reconstitución democrática argentina, Pipo Westekamp
sintió el anhelo de contribuir al estímulo de una conciencia ecológica
nacional, y convocó a un grupo de jóvenes alumnos y seguidores a la fundación
del Movimiento por la Vida y por la Paz (MOVIP). Sus intuiciones al respecto
fueron acertadas, pues al año siguiente una reunión de organizaciones no
gubernamentales realizada en la ciudad de Santa Fe dio un paso crucial para la
consolidación de una alianza “verde” de alcance social. Fue así que tras dos
reuniones nacionales (en Córdoba y en Misiones), en 1986 se fundó el decolaje
de una Red Nacional de Acción Ecologista. (RENACE). El MOVIP y Westerkamp
pasaron a ser miembros activos de esa Red, que entre sus postulados tenía la
oposición a un basurero atómico en la localidad de Gastre (Chubut), como parte
del Plan Nuclear Argentino de la superada Junta Militar (decreto 302/79).
Westerkamp no reducía sus iniciativas
eco-pacifistas y mantenía estrecho contacto con el Instituto Internacional de
Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), cuyos informes anuales son
inventarios muy estrictos sobre la inversión de miles de millones de dólares en
armamentos, tanto tácticos (nucleares) como convencionales. Asistía a las
asambleas de la RENACE, y en nombre del MOVIP él o sus colaboradores
distribuían fotocopias de los documentos principales del SIPRI. En 1986, las
entidades ecologistas y espirituales del país realizaron una asamblea pública
en la Capital Federal (bosques de Palermo) llamada Paz 86, y a la hora del
cierre, la exposición de Pipo Westekamp atrajo la atención de muchos jóvenes
activistas. Su estilo discursivo era calmo y pausado, pero daba a sus
argumentaciones un énfasis vigoroso y convincente. Era un maestro nato.
Durante años, fue también el organizador de la
Semana de Ciencia y Paz en Argentina, enfocada en la creación de una “cultura
de paz”, a la cual adhirieron varias entidades como la Fundación Síntesis. Y
otro momento culminante de la obra pacifista de Westerkamp se produjo cuando
firmó por Argentina en 1989 el Manifiesto de Sevilla sobre la Violencia, un
compromiso de UNESCO (Organización de Naciones Unidas para la Ciencia, la
Educación y la Cultura) a fin de preparar el terreno para la construcción de la
paz. Pipo Westerkamp costeó la impresión local del folleto que transcribía el
Manifiesto, y lo distribuía sin cargo durante múltiples mesas redondas y
conferencias en las que participaba. Su párrafo preferido era: “Algunos
mantienen que la violencia y la guerra no cesarán nunca, porque estarían
inscritas en nuestra naturaleza biológica. Nosotros decimos que no es verdad.
Asimismo, en otros tiempos se mantenía que la esclavitud y la dominación
basados en la raza o el sexo estaban inscritos en la biología humana. Incluso
unos cuando pretendieron poder probarlo. Actualmente sabemos que se equivocaban. La esclavitud se ha
abolido, y hoy en día se ponen en práctica todos los medios para acabar con la
dominación basada en la raza y el sexo.” La consigna de Sevilla a la cual José Federico Westerkamp adhirió
sin reservas sigue en pie y es su legado: Nuestros antepasados inventaron la
guerra. Nosotros podemos inventar la paz. Todos nosotros, cada uno en su sitio,
tenemos que cumplir con nuestro papel.
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