EL NUEVO ORDEN MUNDIAL SE JUEGA EN ÁFRICA ..“El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros”, Karl Marx... Las exclusiones de la modernidad capitalista resultan indispensables para su funcionamiento interno”.
En el centro del Sur
por Pablo
Stancanelli
África sufre de guerras, miseria y epidemias. Pero
África no se reduce a sus males. Es un continente diverso, dinámico, joven.
Hoy, vive un ciclo de crecimiento inédito, y sus recursos, abundantes, lo
posicionan en el centro de las relaciones de fuerza globales.
En el África subsahariana están los albores y el futuro del capitalismo. Las potencias coloniales forjaron sus
economías con la savia de sus bosques, las entrañas de sus tierras, el dolor y
sudor de sus pueblos. “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por
todos los poros”, señalaba Karl Marx, para quien la trata de esclavos era “el
método de acumulación originaria” que exigía “la esclavitud encubierta de los
obreros asalariados en Europa”.
La barbarie civilizatoria occidental alcanzó en el continente negro su
máxima expresión. Usurpó a los africanos su futuro, diezmando y dispersando a
sus poblaciones, desgarrando civilizaciones, negándoles por siglos todo atisbo
de desarrollo propio. No se trata de un pasado remoto: el Estado Libre del
Congo, ese campo de explotación atroz en el que el chicote era ley, dominio
privado del rey Leopoldo II de Bélgica, recién dejó de existir en 1908, cuando
fue cedido a... Bélgica. Sus fronteras coincidían con la actual República
Democrática del Congo (RDC), hoy el país más rezagado en el Índice de
Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. En Sudáfrica, el régimen racista del
apartheid fue abolido hace apenas dos décadas.
El ejemplo de la RDC es paradigmático del eterno saqueo de los recursos
africanos y de la compleja construcción de entidades nacionales sobre tierra
arrasada que siguió a la Segunda Guerra Mundial. El proceso de descolonización
fue víctima a su vez de injerencias neocoloniales, cuando África, como el resto
del Tercer Mundo, se convertía en tablero de la Guerra Fría. Pero las clases
dirigentes africanas, a menudo formadas en Occidente, no fueron sólo víctimas;
partícipes necesarias, en muchos casos aceptaron el rol periférico del
continente en la división internacional del trabajo destruyendo producción y
trabajo local, engendraron regímenes corruptos y asesinos, y atizaron conflictos
mortíferos por riquezas y poder tras la máscara de luchas interétnicas. Fue
justamente el caso del dictador Joseph-Désiré Mobutu en RDC –denominada Zaire
en su megalomanía–, uno de los países más ricos en recursos minerales del
continente, que redujo a la miseria mientras amasaba multimillonarias cuentas
bancarias en Suiza. Los sueños de emancipación y de unidad panafricana
sufrieron entonces la suerte de sus líderes: asesinato de Patrice Lumumba en
1961, golpe de Estado a Kwame Nkrumah en 1966, asesinato de Thomas Sankara en
1987...
A partir de
la década del 70, la crisis de la deuda, la expansión en el continente de los
planes de ajuste estructural promovidos por los organismos financieros
internacionales y las ayudas que se cobran con creces acabaron con el
entusiasmo de las independencias. Las promesas de desarrollo se desvanecieron,
los índices sociales y económicos empeoraron y las desigualdades crecieron,
deslegitimando a las elites políticas de la región. Pero lo que fracasó en
África no fue la democratización –afirma Mwayila Tshiyembe, director del
Instituto Panafricano de Geopolítica de Nancy– sino “la imposición del modelo
occidental de Estado-Nación, cuyo postulado de unificación étnica, cultural e
identitaria constituye en sí mismo una fuente de conflicto” en un continente donde las fronteras
representan más un lugar de encuentro que de demarcación.
Fuerzas en pugna
“En el fondo
–señala la periodista Anne-Cécile Robert–, África es la entropía de nuestro
mundo, la unidad de medida del caos social y humano que lo caracteriza”. Y en este sentido, el futuro del
capitalismo y del desarrollo global se encuentra en el continente negro. Los
antropólogos sudafricanos Jean y John L. Comaroff sostienen que las
“exclusiones [de la modernidad capitalista] resultan indispensables para su
funcionamiento interno”, y plantean una tesis provocativa: los países centrales
están evolucionando hacia África .
Esto puede
entenderse de distintas maneras. Por una parte, la crisis del Estado de
Bienestar en Occidente, que no por casualidad se produce al tiempo que los
países del Sur generan nuevas formas de resistencia y reafirman su soberanía,
lleva a los países desarrollados al camino inexorable de la marginalidad. De no
mediar cambios, a largo plazo sus sociedades terminarán pareciéndose a las
sociedades africanas empobrecidas. Por otra, el proceso en curso en las
relaciones internacionales está “reubicando en el Sur –y, desde luego, también
en Oriente– algunos de los modos más innovadores y dinámicos de producción de
valor”. Lo que hoy es centro, será algún día
periferia.
Desde comienzos del siglo XXI, el África subsahariana vive un ciclo de
crecimiento inédito, que coincide, a pesar de los múltiples conflictos aún en
curso, con un avance en la pacificación y democratización de la región. El
aumento en los precios de las materias primas, el descubrimiento de enormes
reservas petroleras y la demanda de los países emergentes explican en parte
esta evolución. El continente vive asimismo un crecimiento demográfico
acelerado. En 2009, su población superó los 1.000 millones de habitantes –el
15% del total mundial frente al 7% en 1950– y se estima que alcanzará los 2.000
millones para el año 2050, con un aumento sostenido de la clase media. Al sur
del Sahara, un 60% de la población tiene menos de 20 años.
Sin embargo,
los retos siguen siendo gigantescos. Las mejoras económicas se concentran en
los países “útiles” y aún no se reflejan en las condiciones de vida. Los
jóvenes, precarizados, desesperanzados, viven tentados de volcarse a la
violencia identitaria, confesional o sencillamente criminal. El crecimiento
urbano es desenfrenado y caótico, y la falta de agua, endémica en algunas
zonas, podría agravarse en razón del cambio climático. Pero sobre todo, la
región carece de un modelo de explotación sustentable de sus valiosos recursos.
Las multinacionales cosechan allí ganancias extraordinarias. El informe 2013
del Panel para el Progreso de África que preside el ex secretario general de la
ONU, Kofi Annan, señala que entre 2008 y 2010 la falsificación de declaraciones
de ganancias de empresas con negocios en África le hizo perder al continente
unos 38.000 millones de dólares anuales.
Como en la época de la trata de esclavos, el África subsahariana es hoy
el eje de la globalización. Allí se dirime la pulseada entre las potencias
emergentes y decadentes. Brasil, Corea del Sur, India, Turquía y,
principalmente, China desembarcan con fuerza en el continente, desplazando a
las antiguas metrópolis. Proponen relaciones comerciales y de cooperación
innovadoras, aun cuando buscan asegurarse mercados y recursos. La historia dirá
si se repiten las mismas formas de explotación y dependencia con otros actores,
o si éstos pretenden realmente ayudar al continente negro a encontrar la senda
de un desarrollo autónomo.
El nuevo orden mundial se juega en África.
Fuente: Le monde diplomatique
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