CUANDO LAS REVOLUCIONES SE COMEN A SUS PROPIOS HIJOS (DANTON) basado en algo que leí por la red y me pareció interesante
Réquiem del Poeta
Lyon, Octubre 20 de 1790
Estimado
Christian Trouviller...
No se
trata de un sentimiento vacante. Tampoco se trata de perezas ni de ausencias.
Me he propuesto escribir el último poema. Hay matrimonios que suelen dilatar
sus destinos esperanzados que algún día aquella imagen que descansa en la
memoria recobre su color original. Y uno intenta interpretarla de otro modo, se
esfuerza por disimular sus sepias, se inclina en dirección al contraste
conveniente. La pasión literaria conlleva las mismas reglas de juego, el mismo
desgaste. Un fatigoso derrotero cuyas huellas simbolizan fracasos, tanto no
deseados como irremediables. La idea de trascendencia va decreciendo en
expectativa dando lugar a la finitud como prodigio invulnerable. He decidido
romper el vínculo; divorciarme sin protesto de aquello que amé profundamente.
Noches de graníticos encierros, recuerdos no anhelados y penumbras
persistentes; silencios partícipes, coautores de faenas que nadie tendrá
voluntad de leer. Y temo que no puede ser de otro modo. El responso es una
buena forma de despedida. Momentos en los cuales se suelen evocar las mejores
obras y los mejores rasgos del flamante difunto. Le ruego que el día 27 de
Octubre concurra al penal de forma tal poder confiarle, en mano, mi último
poema...
...Marcel Fernot
El
recado le fue entregado a Christian por el Teniente Diupernau, interino de la
guarnición de Lyon. Hacía dos meses que Marcel estaba detenido en dicha
fortaleza en condición de traidor a los principios revolucionarios. Principios
por los cuales había luchado desde el campo de la intelectualidad durante los
últimos quince años. Fernot era autor de las publicaciones más entusiastas a
favor de las consignas libertarias. Aportaba, no sólo su convencimiento
ideológico, sino también ponía su formidable prosa al servicio de la causa. Al
igual que Aristóteles apreciaba la verdad por encima de sus afectos personales
de modo que las consecuencias no se hicieron esperar. A poco de instalado el
gobierno revolucionario se mostró en desacuerdo con las persecuciones y los
vejámenes que las autoridades constituidas practicaban como sustento político.
Sostenía que habían sido bastardeados aquellos principios que dieron fin al
despotismo monárquico. Alzó su voz contra la política de la guillotina,
manifestando que de ese modo de ejercía una suerte de gatopardismo. Cambiar para que nada cambie,
teorizando que la resultante de tales eventos sólo podía desembocar de manera
siniestra. Su amigo Dantón trató de convencerlo que en breve la racionalidad de
los paradigmas libertarios se instalaría definitivamente en Francia, sin saber
que poco tiempo después él mismo caería bajo la segadora inercia del
cadalso.
Para
Marcel Fernot, libertad, igualdad y fraternidad, eran módulos imprescindibles,
sustancia que corría por sus venas al igual que la misericordia y la
solidaridad ante el dolor ajeno. Pensaba que la revolución se estaba comiendo a
sus propios hijos a través del destierro o el patíbulo y que nada se podía
hacer al respecto.
La
fortaleza estaba custodiada por cientos de pestilentes andrajos hambrientos de
sangre y venganza. Conforme se recorrían sus pasillos la percepción de un
incierto futuro se hacía sentir; masas fanatizadas y permeables a la espera de
un discurso cómodo y malversado. Dentro de las mazmorras decenas de viejos
luchadores por la libertad eran sometidos al insulto y al oprobio. Un tal
Bonaparte era el Comandante de la guarnición. Joven muy alejado de los
principios revolucionarios era fiel amante de sus propias palabras y discursos.
Fernot soñaba con una Galia solidaria y participativa; Bonaparte con una Europa
imperial y determinante que tuviera a Francia como protagonista exclusiva. Odio
y admiración al mismo tiempo. El Comandante del presidio, en sus momentos
libres, solía bajar hasta la celda de Marcel para conversar sobre filosofía y
política, analizaban juntos textos de Rousseau, Montesquieu y Voltaire;
discutían sobre el valor de la opinión pública y cómo ésta debía encauzarse a
favor de objetivos concretos. No obstante la animadversión que sentía por su ocasional
antagonista, Fernot percibía en el pequeño militar un carisma dominante. En
varias oportunidades Bonaparte le insistió que haría todo lo posible para
salvarle la vida debido a que tenía demasiado respeto por su inteligencia,
cualidad que consideraba como un bien escaso. Lo cierto es que a través de
sendas cartas escritas, de propio puño y letra, pedía encarecidamente tanto a
Robespierre como a Marat por la vida del condenado detallando que el poeta
detentaba atributos intelectuales por sobre la media debiendo ser aprovechada
su capacidad para enfrentar la futura reorganización de la República.
En
el crepúsculo del día 26, el Comandante de la guarnición le informó a Marcel
Fernot que su sentencia se llevaría a cabo al amanecer del día siguiente.
Conforme a las normas establecidas para antiguos militantes de la causa
condenados a la pena capital, se les permitía solicitar aquello que
reconfortara sus almas. En la ocasión el poeta fue simple y escueto...
- Por favor. Deseo
tenga a bien le entregue al ciudadano Christian Trouviller el presente
manuscrito. Teníamos pendiente un encuentro, que por desgracia, va a quedar
trunco por razones de fuerza mayor.
- Confíe –
aseguró Bonaparte- en persona me encargaré de la encomienda.
La
pena fue ejecutada ceñida a las normas burocráticas en curso. Luego de llevada
a cabo, el Comandante de la guarnición elevó el informe a sus superiores tal
cual observaban las formas revolucionarias. El encargue nunca llegó a manos de
Trouviller, quien arribó tres horas después de efectivizarse la condena.
Pasados
treinta y cinco años, y en uno de los arcones que el viejo Emperador tenía en
su dormitorio de la fortaleza de Santa Elena, entre las hojas del Cándido de
Voltaire, más precisamente en el capítulo XII “La Separación”, se halló un
poema cuya autoría, en un principio, le fue adjudicada por error. A poco de
comparar la caligrafía los investigadores desestimaron que Bonaparte era el
responsable de tales versos. Quizás, una clandestina admiración; algún camarada
tal vez, no había posibilidad de precisiones... El título del soneto era
ilegible; sus estrofas expresaban las marcadas y encontradas sensaciones que
propone el crepúsculo como estado de espera, angustia y resurrección...
Crepúsculo
de cumbres inasibles
cuéntame
de tu miel y de tu espanto
no
nos hieras con tu hiel y con tu llanto
por
cuenta del amor y lo imposible...
crepúsculo
y tu necia soledad
que
invita a sostener una mirada
aquella
que convierte en estocada
el
celaje que arropa tu verdad.
Crepúsculo
de turbias imprudencias
te
advierto que me duele tu talante
fuiste
juglar de indultos y clemencias
divulgando
tan sólo en un instante
que
el amor también vive de indecencias
y
el dolor se atesora en el Levante.
G.M.S 2006
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