CANJEO POLAROIS, HISTORIA DE TELLER, CORTINAS DE HUMO, MUERTOS DE AMOR, ARGENTINOS I y II de JORGE LANATA por LOCA ALMA MÍA de BELÉN FRANCESE y LAS NUEVE LUNAS de SILVIO SOLDÁN (pago la diferencia)
LA MORAL DEL TIBURón
diciembre del 2012
por Pablo Perantuono y Lucas Rubinich
En el mundo
periodístico, como en cualquier oficio, hay reglas de juego fuertemente
marcadas por las culturas de época. Tras la debacle social y cultural producto
del terrorismo de estado, y con una centroizquierda con débil programa
político, “descubrir lo oculto” resignificó el rol social del periodismo. Lo
volvió esencial, o al menos insoslayable, en el juego democrático. “Yo escribo
porque hay cosas que me conmueven”, dice Lanata, y su monitor le dirá que
por su sensibilidad, ese sentimiento puede ser compartido por miles de
personas. Esa lógica, a su vez, no se pregunta por qué el sentido común
construido pone en una agenda situaciones que el olfato identifica como
conmocionantes. El olfato del tiburón. Se cubre aquello que produce impacto, y
si la agenda internacional erige a Venezuela como espacio de corrupción y lugar
en el que se puede implementar un fraude electoral, entonces se va allí. No se
va a Honduras, donde hubo un golpe de Estado hace tres años, porque Honduras ya
no es noticia y no importa que allí el gobierno ejerza un autoritarismo
flagrante y no sólo no se respeten, sino se avasallen las libertades públicas:
las de grupos organizados y las de todos los ciudadanos. Así es el circuito
informativo, dirá Lanata. La agenda la impone aquello que arde. Y la
definición de “aquello que arde” es una construcción cultural y, si se quiere,
política. En un sentido, es la misma lógica que le permite a Lanata exhibir una
realidad de trazo grueso y, tras dar en su programa un informe sobre el dinero
con que el Estado financia el fútbol argentino, mostrar el déficit de viviendas
que tiene el Gran Buenos Aires como contraste y expresión de la deuda social.
En horario central, a través de un medio que mantiene un combate sin
mediaciones con el gobierno, un informe de ese tipo no hace más que provocar
indignación entre los indignados de ambos lados: los que desaprueban al
gobierno y los que desaprueban a Lanata. En verdad, lo inquietante, en estos
casos, no es la indignación, sino la indiferencia. — Igual, para mí lo más
interesante de todo esto no fue lo que pasó allá en Venezuela, sino lo que pasó
acá… Este país está muy mal… Estamos todos muy mal… En Ezeiza, recién
aterrizado, indignado porque algunos medios lo acusaron de teatralizar su
detención en el aeropuerto venezolano, insultó a medio mundo. Mostró dolor por
lo dicho por quienes compartieron con él, una redacción. Insultó de más. En su
bunker, Lanata usa una metáfora: el muchacho canchero de Sarandí quiere retomar
un sentido políticamente correcto. — Me garcharon y tengo que andar dando
explicaciones porque usaba minifalda. Váyanse a cagar. Me cansé de dar
explicaciones. En marzo de 1992, Jacobo Timerman, fundador de La
Opinión, vinculó a los escritores Tomás Eloy Martínez y Eduardo Galeano con la
guerrilla. Enfurecido, Lanata escribió en Página/12 un alegato en
favor de sus entonces colegas, que además eran columnistas del diario. El
título del artículo era “Papá, no corras”. La respuesta a ese gesto policial de
Timerman, también víctima del Terrorismo de Estado, era la manera inconsciente
de marcar el límite con aquello que se rechazaba y que efectivamente después se
terminaría demonizando, como sucedió con su evaluación de la experiencia del
Ejército Revolucionario del Pueblo, un modelo del delirio que suponía la lucha
armada. Para bien o para mal, el llamado de atención a Timerman suponía
también un reconocimiento. Había sido el último gran editor de diarios del
país, aunque había fracasado con su intento de reflotar en 1987 (el mismo año
que surgió Página/12). La Razón. La mención de Timerman no es
gratuita: no hay duda de que, aún cuando le impuso su impronta a cada uno de
los medios que creó, aún cuando interpretó e interpreta —hoy en la televisión—
la cultura de la época, hay una secuencia que puede emparentar a Lanata no sólo
con Timerman, sino con otro emblemático comunicador de origen europeo, Bernardo
Neustadt. Hoy vilipendiado pero en su momento tremendamente influyente y muy
aceptado por las capas medias, Neustadt fue otro ejemplo de “self made man”: un
hombre cuya peripecia vital está salpicada por el olfato, el oportunismo, una
ética oscilante y una enorme astucia para persuadir, con el don de su carisma,
tanto a los convencidos como a los confundidos de su audiencia. Desde
comienzos de los 90, en simultáneo al lento retiro de Neustadt, Lanata viene
siendo, con vaivenes, una figura omnisciente para la opinión pública vernácula.
Un Lanata que, como Timerman en su momento, atravesaba los días a puro vértigo,
como si la vida no alcanzara para cumplir con todo lo que se proponía. — Pero
yo corrí por una cosa personal. Mi vieja estuvo 40 años con el cuerpo
paralizado. Yo crecí convencido que en algún momento me iba a pasar lo mismo.
Visto desde hoy, creo que me apuré a todo por eso. Es lunes en Buenos
Aires y tanto el diario Clarín como La Nación ofrecen en
sus ediciones digitales, de manera destacada, una cobertura de lo que sucedió
anoche en PPT. El programa no tuvo nada deslumbrante pero parece que,
desde que la oposición no produce oposición, Lanata tose y es noticia. Los
medios digitales se mueven con la lógica del rating: lo que se clickea vale. Es
evidente que él, que ya no es una amenaza para la aristocracia de la prensa,
también tiene una audiencia on line cautiva.
— Estoy viviendo
una situación particular: yo me pasé toda mi carrera con los diarios en contra
y es la primera vez que tengo los diarios a favor. Ahora: ¿cambié yo o
cambiaron los diarios? Cambiaron los diarios. Los diarios se pelearon con el
gobierno. Hay cambios en Lanata, pero también permanencias. Posee
iniciativa individual, asume riesgos y reivindica la audacia como un valor. Tiene
capacidad para moverse y negociar en un mundo sin reglas claras, donde hay
retóricas arcaicas en las que se pueden o se creen encontrar elementos
libertarios y un mundo real en el que esas experiencias han sido derrotadas en
términos políticos, militares y también culturales. A poco de que naciera Página/1,
cayó el Muro de Berlín y, en Argentina, la ilusión de acercarse a una
socialdemocracia nórdica. Lanata no tiene cultura izquierdista aunque como dice
Eduardo Blaustein: es capaz de votar a un partido de izquierda como lo fue el
MAS en los ‘80. Los golpes de efecto, el denuncialismo liberal, que podían
alterar a un viejo socialista o a alguien que participa más de adentro de las
experiencias de radicalización derrotadas, no inhibían a quien no poseía esas
barreras culturales. Las tapas de Página eran parte de un nuevo clima
de época: el efectismo de Crónica con complicidades de códigos hacia
clases medias antiautoritarias que leían esa cercanía con el sensacionalismo
como ironías inteligentes. Ese golpe de efecto, el denuncialismo, es un
rasgo permanente en Lanata.
- Nosotros
somos en parte responsables de que el mal humor social haya crecido,
afirma. Eso es así. Porque mostramos en la televisión cosas que nadie mostraba.
Hubo noticias que dimos que fueron muy fuertes, pero que eran cosas que todo el
mundo sabía aunque nadie había mostrado. Esas noticias al ser emitidas en
horario central adquieren mayor potencia. Las ven todos. Ahora, la
verdad, estamos haciendo un programa de tevé que pasó a tener una dimensión que
no tendría que tener. Tampoco tendríamos que medir lo que estamos midiendo. Un
programa así no puede medir veinte puntos. Veinte puntos mide un orto, no esto. Lanata
siempre se reivindicó como alguien que escribe. — El día que me rompan las
bolas, me voy a mi casa a escribir — suele decir. Antes de alcanzar su
primer cenit en la revista El Porteño, atravesó el resbaladizo terreno de
las colaboraciones y el free lanceo. Incluso, escribió notas para el suplemento
cultural de Clarín, mucho antes de la posterior guerra y de esta contemporánea
paz. Compañero de Lanata a lo largo de casi tres décadas de trayectoria,
Blaustein recuerda que en El Porteño ya “se destacaba por su audacia,
su creatividad, también por su empuje, su seguridad en sí mismo, su capacidad
de trabajo tipo toro”. Blaustein habla de metamorfosis: —Supongo que, a
medida que sumó éxitos, su cosa medio tiránica fue creciendo; y en parte
se entiende, es algo humano. Antes solía ser mucho más respetuoso y pluralista
que ahora. Pluralismo no es algo sólo relacionado a la política. Significaba
también apelar a recursos periodísticos más extensos que su repertorio actual.
En los últimos años, él se fosilizó en un periodismo “denunciero” de alto
impacto y a menudo trucho, muy pendiente de no perder o popularidad personal o
rating. Comercialmente es posible que tenga razón y no la tengamos los que
amamos el rigor, la profundidad, la seriedad, la complejidad, la buena
escritura y todo eso sin aburrir. A Clarín, claro, lo del impacto le
resulta muy eficaz. La mirada de Lanata es, también, la mirada
individualista de la acción social, la que piensa que los hechos sociales se
realizan en función de la simple actuación de los individuos. Las explicaciones
históricas y estructurales sobre los hechos sociales no tienen demasiado peso
en los discursos públicos más extendidos. No es que Lanata no tenga moral
o sea poseedor de una moral republicana. Ni lo uno ni lo otro. Lanata es
portador de una moral de época que se comenzó a construir en su distancia
innovadora con las culturas de izquierdas derrotadas que predominaban en el
viejo Página/12 y la afianzó con el predominio abrumador de los
cambios políticos culturales de las últimas décadas. Es una moral de época,
conformada por elementos que son parte si se quiere de una ideología, pero que
se presenta sin la pomposidad de los discursos ideológicos clásicos. Esta
moral de época de Lanata aparece en el marco de una lógica de lucha por
la obtención y mantenimiento de alto reconocimiento en el campo periodístico.
Quizás haya en los gestos de Lanata, y en muchas de sus afirmaciones, una
asunción de esa mochila moral que no es demasiado distinta a la construida en Página/12,
aunque allí estaba limitada por otro corpus cultural que, aunque debilitado,
generaba tensiones. Esta moral de época está extendida poderosamente por
diversos espacios en toda la sociedad, solo que en muchos casos, si se
observan solo los dichos y no los hechos, puede aparecer recubierta con
retóricas pertenecientes a otras tradiciones. Lanata la asume sin ambigüedades. —
Sé que juego en tiempo de descuento —dice—. ¿Vos te pensás que esto es una
historia de amor? Si pasado mañana Clarín y el gobierno arreglan a mí
me dan una patada en el culo. Lo mismo si mido tres puntos: me rajan. Estamos
hablando de trabajo.
Fuente: www.revistaanfibia.com
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