EL OTRO YO... Breve y hermoso cuento de MARIO BENEDETTI. Ese, el mismo que hace más de cuarenta años nos hablara del SINCERICIDIO.



Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable”.

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
 


Comentarios

  1. De alguna manera lo del entrerríano se puede justificar.
    No tuvo una construcción de popularidad, fue directo a la fama catapultado de un boleo en el toor por Leuco por una supuesta amenaza que al bloguero ni se le pasó por la cabeza, y la situación le pasó por encima, lo mareó su nuevo status de estrella por azar.
    Me hace acordar a los boxeadores que de repente llegan al zénit disfrutando las mieles del éxito y luego terminan casi en la miseria.
    Pero la diferencia es que al fulanito lo hecharon del movimiento por desubicado, quilombero, soberbio e impresentable.Sus críticas son mariconas, cargadas de despecho, y es ahí donde la sigue cagando: ya nadie le cree pero el insiste.
    Por falso, no merece consideración.

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  2. Convengamos Moscón que el hombre no es ni tan lejos el peor de todos. No tiene capacidad de daño. Es un opinante más. Acaso lo puse en la gráfica como un símbolo de lo que entre nosotros también se dá. Los que me preocupan verdaderamente son aquellos que desde la toma de decisiones supieron navegar en estos años por aguas populares y ahora han dejado toda aquella "melancolía" a favor de un deja vu noventista ciertamente regresivo y excluyente.

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  3. Espero que el ex militante rentado popular, devenido en militante altruista revolucionario, no se adjudique ser el autor del cuento. Lo menciono debido a que afirmó haber inventado la palabra sincericidio. En cualquier momento nos dice que Gracias por el Fuego forma parte de su vasta obra. Ya se lo mencioné en su propio patio. No aclare que oscurece

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