... hoy el peronismo exhibe lo
que quiero y lo que detesto al mismo tiempo, tanto mis utopías juveniles como mis
profundos desconsuelos pesimistas le son abarcativos. Sin considerarme
peronista sufro de ambas cuestiones con siniestra encarnadura, el resto no
cuenta. Mi socialismo no encuentra cobijo, tal vez mi socialismo no existe,
acaso nunca existió y sólo se trataba de una construcción propia basada en una
literatura vernácula seudopolítica tan vacía como banal. Desde luego que no
reniego de Marx, ni de Gramsci, ni de Adorno, ni de Benjamin, ni de Sastre, de
Althusser, si protesto contra aquellos
nacionales que sin leerlos “con nuestros ojos” nos quisieron hacer creer que
formaban parte del dicho pensamiento. Pero dejemos de lado la inútil catarsis.
José Claudio Escribano, fuente de
toda inspiración liberal para la oposición política argentina sostenía por
1975, desde el diario La Nación, que “hay que abandonar la democracia en
situaciones excepcionales como la que vive la Argentina, hay mucha gente que se
está yendo a España, es bueno advertirle a España el elemento que está
recibiendo”. ¿Es posible que José Claudio Escribano sea en la actualidad un
acabado y firme sostenedor del republicanismo? Pues la derecha peronista y las
demás fuerzas opositoras lo admiten como tal; abrevan de sus discursos y se
alinean incondicionalmente en pos de la destrucción del kichnerismo. En tal
caso no nos debe sorprender. Un tal Rodolfo Almirón mató a Silvio Frondizi y al
Padre Mugica siendo custodio de Perón. El deseo es que Néstor Kirchner muera de
nuevo, y que los cuadros vuelvan a colgarse, y terminar con el delirio de la
Patria Grande, el desendeudamiento y del Estado como motor de estrategias
inclusivas. Los que más tienen deben pagar lo que ellos deseen pagar y si no
alcanza a privatizar y a tomar deuda. Horacio González lo describe de manera
sangrienta: “Época muy terrible la actual, aunque interesantísima. Desde la
izquierda se dice que estamos ante un gobierno capitalista, neodesarrollista y
burgués, mientras se toman medidas estatistas que exceden un mero programa
capitalista. Por otro lado, las fuerzas opositoras incluyen verdadero
capitalismo con marcadas adhesiones por parte de la izquierda y de los socialdemócratas.
No me refiero a alianzas establecidas sino a atmósferas compartidas. Personas
que se dicen socialistas tienen programas menos avanzados. El nombre del
socialismo queda vaciado por dentro de un gobierno que se dice capitalista pero
que sin embargo toma medidas muy cercanas a una especie de progresismo, a veces
de manera muy contundente, a veces de manera moderada”.
Hace treinta años Raúl Alfonsín
pensó un socialismo bajo la veta liberal con una idea de república demasiado
hacia el centro para mi gusto. No fueron pocos los intelectuales de izquierdas,
muchos de ellos perseguidos y exiliados, incluso ex militantes combatientes que
adhirieron al proyecto del ex presidente. De todas formas bueno sería
refrescarnos un poco con aquel fenomenal discurso de Parque Norte del 1 de
diciembre de 1985, excelente arenga política con la cual me quiero detener puntualmente en este inciso...
Cabe destacar que a partir de esta enorme declaración de principios la figura
del primer mandatario comenzó a soportar ataques mediáticos, sindicales,
castrenses y corporativos de manera creciente hasta lograr su definitiva
remoción con el posterior anclaje del neoliberalismo conservador...
Una ética de la
solidaridad
Cambiar la mentalidad arraigada en nuestra sociedad, eliminar sus componentes de autoritarismo, de intolerancia, de egoísmo, de predisposición a la compartimentación sectorial y de ineptitud para el diálogo y el compromiso, constituye una empresa cuyo punto de llegada no puede ser otro que la construcción de una nueva voluntad colectiva. Desde el momento en que esa empresa se plantea como creación y desarrollo de una sociedad solidaria, contra los factores de disgregación que aun perduran entre nosotros, la tarea adquiere una insoslayable y decidida dimensión ética. Accedemos aquí, entonces, a otro de los pilares del trípode que define los cimientos de nuestra propuesta una ética de la solidaridad. Desde ese ángulo ético - que no es aislable de los otros y que los contiene - se enunciarán algunas de las condiciones y de los objetivos del proyecto de sociedad hacia el cual apuntamos, esto es, el de una sociedad democrática participativa, solidaria y eficiente.
Desnaturalizada por el
utilitarismo clásico, rechazada como mera ideología por los varios mesianismos
decimonónicos, la ética ha corrido el riesgo sea de convertirse en un mero
ejercicio escolástico o antropológico, sea de degradarse en un simple recetario
catequístico de las ''buenas'' y ''malas'' acciones. Pero desde el momento en
que el pensamiento moderno pone al desnudo tanto los caminos sin salida del
egoísmo utilitarista (y de su metafísica del mercado como modelo ejemplar),
como los atolladeros de una aprehensión determinista natural de la Historia, la
sociedad aparece como lo que realmente es el producto abierto de una sucesión
de proyectos, de decisiones, de opciones. Así, pues, abriendo las puertas de la
elección entre alternativas, el pensamiento y las políticas modernas retoman
las preguntas medulares de la filosofía política acerca del orden social y su
legitimidad. ¿Por qué es mejor el orden que la anarquía?, y ¿cuál o cuáles,
entre los órdenes políticos, son preferibles? Estas preguntas comportan una
clara dimensión moral frente a la cual toda concepción mecanicista de lo social
no es más que una coartada. En muchos aspectos, la sociedad argentina ha sido y
hasta cierto punto continúa siendo una sociedad fuertemente influida por el
egoísmo de sus clases dirigentes; incluso un cierto pensamiento individualista
cree aún que la armonía social es posible fomentando ese egoísmo. Ese egoísmo
ha debilitado la solidaridad social, generando situaciones de desamparo y miedo
que nos han hecho particularmente permeables a las pseudosoluciones mesiánicas,
en las que el individuo aislado busca una instancia en la cual reconocerse y bajo
la cual protegerse...
Contra esos callejones sin salida se impone afirmar una ética de la solidaridad, que procure poner de relieve la armonía de la creación desvirtuada tantas veces por el egoísmo. En tal sentido - y esto es fundamental - una ética de la solidaridad implica que la sociedad sea mirada desde el punto de vista de quien está en desventaja en la distribución de talentos y riquezas. Pero si no queremos incurrir en vacuidad, debemos definir los ejes fundamentales de esa ética. Dicho en términos claros en los marcos de un proyecto de modernización, la forma que ha de asumir una ética de la solidaridad consistirá en resolver equitativamente las formas de relación entre los distintos sectores en su interacción social. En una sociedad con creciente complejidad, donde chocan múltiples intereses y en la que han caducado los mecanismos corporativos de relación social, es preciso imaginar y construir un sistema de equidad social en la organización democrática de la sociedad y de igualdad en la búsqueda de la realización personal.
Es aquí donde hay que acudir a la idea del pacto democrático, esto es, de un acuerdo que, al tiempo que salvaguarde la autonomía de los sujetos sociales, defina un marco compartido en el interior del cual los conflictos puedan procesarse y resolverse y las diferencias coexistan en un plano de tolerancia mutua. La concepción del pacto democrático aparece hoy como la mejor alternativa para permitir la coexistencia entre una pluralidad de actores con intereses diferentes y un orden que regule los enfrentamientos y haga posible comportamientos cooperativos. Pero, ¿cómo presentar una versión válida del pacto democrático efectivamente conciliable con una ética de la solidaridad? Para ceñir este problema basta con evocar la persistente tensión planteada, en la tradición del pensamiento y las prácticas políticas, entre libertad e igualdad.
Como se sabe, esta tensión entre libertad e igualdad está en el centro de las discusiones y de las concepciones políticas contemporáneas piénsese en la tradición liberal, en el pensamiento social de la Iglesia, en los movimientos obreros y socialistas.
Al respecto, pensamos que para
comenzar a superar esa tensión es necesario enriquecer y, por lo tanto,
redefinir la noción tradicional de ciudadano -o de ciudadanía-, reconociendo
que ella abarca, además de la igualdad jurídico-política formal, otros muchos
aspectos, conectados con el ser y el tener de los hombres, es decir, con la
repartición natural de las capacidades y con la repartición social de los recursos.
Es claro hay una distribución natural desigual. Hay, asimismo, una distribución
social e histórica desigual de riquezas, status y réditos. Esas desigualdades
acarrean consecuencias que son incoherentes o contradictorias con el hecho de
reconocer a cada ciudadano como miembro con igual dignidad en el seno de la
cooperación social. Este reconocimiento amplía el significado de los derechos
humanos, que no sólo son violados por las interferencias activas contra la
vida, la libertad y los bienes de las personas sino también por la omisión al
no ofrecer las oportunidades y recursos necesarios para alcanzar una vida
digna. Un pacto democrático basado en esa ética de la solidaridad supone la
decidida voluntad de que esté sustentado en condiciones que aseguren la mayor
justicia social posible y, consecuentemente, reconoce la necesidad de apoyo a
los más desfavorecidos.
La modernización que se propugna
ha de estar en concordancia con las premisas y condiciones del proyecto de
sociedad aquí propuesto. No se trata de modernizar con arreglo a un criterio
exclusivo de eficientismo técnico - aun considerando la dimensión tecnológica
de la modernización como fundamental -; se trata de poner en marcha un proceso
modernizador tal que tienda progresivamente a incrementar el bienestar general,
de modo que la sociedad en su conjunto pueda beneficiarse de sus frutos. Una
modernización que se piense y se practique pura y exclusivamente como un modo
de reducir costos, de preservar competitividad y de acrecentar ganancias es una
modernización estrecha en su concepción y, además, socialmente injusta, puesto
que deja por completo de lado las consecuencias que los cambios introducidos
por ella acarrearán respecto del bienestar de quienes trabajan y de la sociedad
en su conjunto. Aquí se propone una concepción más rica, integral y racional de
la modernización que, sin sacrificar los necesarios criterios de la eficiencia,
los inserte en el cuadro más amplio de la realidad social global, de las
necesidades de los trabajadores, de las demandas de los consumidores e incluso
de las exigencias de la actividad económica general del país. Sin duda, esta
concepción integral de la modernización, que sólo es pensable en un marco de
democracia y de equidad social, planteará dificultades y problemas en ocasión
de su implementación efectiva. Se sabe que no siempre es fácil conciliar
armoniosamente eficiencia con justicia. No obstante, desde la óptica de una
ética como la que aquí se promueve, se ha de mantener que tal es la concepción
más válida de la modernización, ya que sólo hay modernización cabal donde hay
verdadera democracia y, por lo tanto, donde hay solidaridad. En rigor, el
razonamiento implica postular la propuesta de un proyecto de democracia -como
tal opuesto a otros proyectos- y de ninguna manera afirma que democracia y
modernización estén por fuerza vinculadas históricamente. El "trípode'' es
un programa, una propuesta para la colectividad, no una ley de la Historia.
Sólo podrá realizarse si se pone a su servicio una poderosa voluntad colectiva.
En política, los términos no son neutrales ni unívocos deben ser definidos. Ya
lo hicimos al precisar nuestra concepción de democracia. También son varios los
significados de modernización. Nosotros la concebimos taxativamente articulada
con la democracia participativa y con la ética de la solidaridad. Toda
modernización es un proceso socialmente orientado, surge de una matriz
cultural, responde a determinados valores - lo cual significa que rechaza a
otros - y se vincula con determinados intereses. En ese sentido, es
históricamente cierto que democracia y modernización no han marchado siempre
juntas y que antes y ahora se han planteado proyectos de modernización
económica que no se compadecen con una sociedad democrática. Bajo el
capitalismo y bajo el socialismo se han dado procesos de modernización
autoritaria; los ejemplos son múltiples y en general se vinculan con ideologías
extremadamente liberales que confían en el egoísmo del mercado o con ideologías
extremadamente estatistas que confían en la planificación centralizada y
compulsiva. Frente a una modernización que se basa en el refuerzo de los
poderes privados, y otra que se basa en el refuerzo de los poderes del Estado,
la modernización en democracia y en solidaridad supone reforzar los poderes de
la sociedad, autónomamente constituidos. ¿Cuál es el marco de referencia en el
que se encuentra colocada de manera predominante en el mundo contemporáneo la
discusión sobre la modernización? Parece evidente que el énfasis está colocado
en los aspectos económicos y tecnológicos. Es natural que así sea, porque tras
un período de crisis de las ideologías, de desideologización de los hábitos
políticos, se acumulan los resultados de una revolución tecnológica de una
magnitud tal-sólo comparable al producido hace dos siglos por la revolución
industrial-que, además de su efectividad real como instrumento de cambio de la
vida cotidiana, ha adquirido el carácter de un mito colectivo potencialmente
peligroso, en tanto se constituya al margen de la democracia y de la ética de
la solidaridad. El pensamiento tradicionalista, presentado como mera inversión
del anterior, ofrece una respuesta simple el rechazo del progreso que la
innovación tecnológica promueve y el refugio en un mundo nostálgico. Pero ni
las afirmaciones simples ni las respuestas simples sirven históricamente; se
hace necesario aceptar el desafío de la modernización y a la vez despojarlo de
sus peligros autoritarios y de su amoralidad tecnocrática. Por razones
particulares, que trataremos de despejar ahora, ese problema es crucial en
nuestro presente.
... continuará...
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