Existe un mito sobradamente justificado
que pone al amante del blues como un ser poco menos que solitario, envuelto en
la bruma provocada por los vapores del alcohol y el semblante de unos ojos
cavernosos en los que aún brilla el fulgor de millones de lágrimas, rostro
cruzado por innumerables arrugas que confieren un mayor grado de dramatismo al
personaje, empuñando una guitarra polvorienta y medio rota, con dedos grandes y
uñas sucias. El bluesman de los años veinte se parece más a un habitante de las
chabolas levantadas en las periferias de las grandes urbes del siglo XX que a
un ilusionado juglar de los campos de Alabama. Este retrato no encaja en
absoluto con Lonnie Johnson. Un exquisito guitarrista de estilo pulido,
refinado y con veleidades jazzísticas, dotado de una voz limpia y clara,
elegante y bien timbrada. En suma un autor e intérprete sofisticado pero
bastante original que fue capaz de dominar más de doce instrumentos. Lonnie es
el peldaño necesario entre el blues y el jazz tradicional. (Carlos Tena)...
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