Teoría del Honor y del Insulto
Rafael Barret
Don Tomás. – Me encuentra usted leyendo un bonito
artículo.
Don Ángel. – ¿Usted, que no toca nunca los diarios?
Don Tomás. – Es que este artículo pertenece a una
categoría especial: es insultante. Los movimientos del odio me interesan. Por
una casualidad dichosa, sé que una de las acusaciones aquí lanzadas no tiene
base física. Se trata de un abogado que retuvo algunos días en su casa las
joyas y efectos de una cliente suya, la cual se había ausentado de pronto,
exponiendo el valioso equipaje al robo irremediable y anónimo. Bajo inventario,
delante de testigos y según acta varias veces publicada, el abogado depósito el
cuerpo del futuro delito en las arcas del juez. ¡Pues nada! A pesar de tan
sencillas pruebas, el pobre hombre, mientras viva, pasará por ladrón de
alhajas. Cuando usted llegó, me hallaba yo reflexionando sobre la bella
fecundidad de la mentira.
Don Ángel. – Lo cierto es que la verdad no tiene valor
social. En cambio los errores comunes son bastante robustos para llevar el peso
de una civilización. Un ataque personal que no inventa y adorna, de acuerdo con
el ambiente, un ataque fundado en hechos verificables no aplasta. Nadie cree la
verdad. Lo que se demuestra se refuta. Lo que se sugiere, vence. La verdad no
afirma: duda. No afrenta: explica. La mentira mata. No es la luz la que mancha,
sino el lodo. ¿Cómo deshonrar al prójimo sin deshonrarnos nosotros mismos?
Somos solidarios. La única acción justa sería comprender, perdonar y curar.
Don Tomás. – Se puede sostener en efecto que la verdad
no es humana. Si nos emancipáramos un poco de Lamarck, nos fijaríamos, no sólo
en la influencia del medio sobre la especie, sino en la de la especie sobre el
medio. No es imposible entender el Universo sin transformarlo de un modo
positivo y durable. Nos es imposible digerir la verdad cruda. Hay que adobarla
y guisarla y ensalzarla en nuestros laboratorios y gabinetes. Por eso el que
insulta debe, para ser escuchado, ejercitar su fantasía, mucho más humana y contagiosa
que la exactitud.
Don Ángel. – Basta enunciar el insulto para darle toda
su fuerza. No importa que el insultado sea inocente; es insultado. A él le
atañe probar su honorabilidad y recobrar lo perdido. Tiene que probar que cada
minuto de su existencia ha sido honorable hasta el momento del insulto. Pero
como semejante empresa es absurda, el efecto del insulto es casi eterno.
Alcanza hasta la cuarta generación. ¡Calumnia, que algo queda!
Don Tomás. – Presenta usted mal la cuestión. Se diría
que para usted el insulto goza de una virtud intrínseca, y es fórmula de
exorcismo al revés, que mete los demonios en el cuerpo en lugar de sacarlos. El
que insulta siempre tiene razón, cierto; en cuanto yo insulte arbitrariamente,
y con energía, pondré a las gentes de mi parte. ¿Por qué? ¿Manía de
aritméticos, que suponen una suma fija de ignominia destinada a la humanidad, y
que se alegran de que les caiga en suerte a los otros el mayor lote? No: es que
los hombres suelen ser viles. Muchas de las enfermedades que frecuento no son
sino la sombra que los vicios del alma proyectan en la carne. Los hombres son
viles. Al declarar vil a un hombre determinado, planteo una proposición
sumamente probable.
Don Ángel. – ¡Bah! Murmure usted al oído del vulgo que
el joven más vigoroso de la capital es involuntariamente casto, y no habrá
quien le contradiga.
Don Tomás. – El insulto pintoresco es irresistible.
Hay una estética del insulto.
Don Ángel. – Ello es que el honor depende del capricho
de cualquiera que no tema una venganza individual.
Don Tomás. – ¡No! El honor se lava.
Don Ángel. – ¡Ah! ¿El duelo? Déjeme reír.
Don Tomás. – No se ría usted. Examine. El honor es tan
delicado que un soplo lo empaña, aunque sea el aliento de una víbora. También
la conciencia católica, el soplo de un breve pensamiento, se ennegrece con el
pecado mortal. No es razonable que seamos todos infames, ni que todos vayamos
al infierno. La conciencia católica se lava, don Ángel; el honor lo mismo. Es
necesario el sacramento. El duelo es un sacramento civil; sirve para
desagraviar al público-Dios; es un sacrificio ritual. La espada es la hostia, y
los padrinos los sacerdotes. Tenemos un clero del honor, representantes
vitalicios de los caballeros miembros de los juris de inapelables sentencias. El insultado vuelve a la gracia
mediante la trascendental ceremonia del terreno. ¡Ay del que falte a la sagrada
regla! ¡Ay del que muerda la hostia! ¡Ay del sacrílego! ¡Atención a las
palmadas! Sí se equivocan, serán malditos y excomulgados. Les echarán del templo,
cosa peor que la muerte. Saqueen, mientan, torturen y escarnezcan, pero no
pinchen a destiempo. En Buenos Aires, por una estocada prematura, ha sido
ejecutado un duelista. Rompió las hostilidades, como el Japón, contra los
cánones diplomáticos. No fue suficientemente culto para asesinar a la voz de
mando. Careció de disciplina. Obedeció a sus instintos primordiales. Profanó el
sacramento.
Don Ángel. – Si nos insultan, don Tomás, ¿qué haremos?
Don Tomás. – Cerraremos las puertas, y seguiremos
conversando.
Hola Gustavo. Hay un problema con el título de tus posts. No salen bien en el "dashboard" de blogger. Salen como "untitled". Saludos.
ResponderEliminarCyborg K
ResponderEliminarNoto que eso me pasa cuando pego. Por eso los títulos los escribo directamente cuando hago una nueva entrada. Discúlpeme, se lo expliqué como pude. En estas cuestiones entiendo menos que el trío Sanz,Carrió y Macri, cuando de política se trata. Gracias por el dato
Pro ¿Que puedo hacer? Esto empezó a funcionar así cuando cambiamos el navegador. Un abrazo