Lo que ocultan las cámaras ocultas


Pactar un libreto determinado con un ex funcionario “herido” o con un ex gestor abandonado, decorando la puesta en escena con una cámara oculta, es una fórmula periodística muy en boga. En dicha muestra el hombre le ofrece detalles sobre una operatoria plagada de corrupción justamente al periodista estrella del oligopolio, empresa que vaya guiño del destino se encuentra en plena contienda política con el Gobierno. Un fiscal toma el caso y duerme la cuestión lo suficiente como para que la duda tenga un impacto político superior al que tiene en lo profundo del evento. Esto se llama operación. Cosa que puede venir de cualquier lado. Inclusive, hasta siendo cierta la historia, no deja de ser una operación debido a que de ningún modo se la presenta con ánimo de llegar a la verdad sino como moneda de negociación. ¿Estamos preparados como ciudadanos para no ser operados? No me parece.

Temo que nuestra natural desconfianza y deshonestidad intelectual son las que más colaboran para ello. No deseamos que la justicia se expida, poniendo como corresponde blanco sobre negro. No deseamos saber si el delito existió o si nuestro devoto luchador anticorrupción es un simple embustero. Queremos que la duda se configure como relato para transformarla en especulación política. Durante años nos informaron que Vico y Hernández fueron los testaferros de Carlos Saúl Menem en sus operaciones de lavado. Pido corrección si existe alguna causa al respecto, que yo sepa nunca se comprobó nada. Todavía estamos esperando que alguien nos exhiba la pista aterrizaje en donde “el cabezón” Duhalde recibía la falopa; la foto de Boudou con Vanderbroele nunca apareció lo mismo que la cuenta en donde Víctor Hugo Morales supuestamente tiene guardados los diez palitos verdes que le dieron para que se corrompa.

La verdad incomoda debido a que descubre a los mentirosos. Es mejor lanzar una nube de humo de manera tal nada quede claro y así poder reflotar el asunto cuando la coyuntura lo amerite. Muchísima gente sostiene aún que Mazzorín fue corrupto, que la Tupac es un ejército, que Duhalde es un traficante, que Yabrán no se suicidó, que La Cámpora porta armas de destrucción masiva, que la denuncia sobre Skanska fue cierta y que Aquiles y Odiseo existieron. Ni siquiera se bancan que Homero haya sido un novelista. El caballo tiene la obligación de ser real porque así lo deseamos. Una sociedad que no aspira a la verdad sobre supuestos eventos desdorosos debido a que es más útil políticamente mantenerlos en la bruma se crea severos problemas de confiabilidad. Tomemos por caso esta última investigación periodística realizada por Jorge Lanata en su programa. El asunto del supuesto lavado del dinero dentro del Gobierno cuyo ariete es Lázaro Báez no es nuevo ya que viene del año 2009 con las denuncias de Carrió y Moran de la Coalición Cívica. Cuestiones que quedaron desestimadas judicialmente por ausencia de pruebas. Esto es nuevamente reflotado con el aderezo de una cámara oculta  - que de oculta no tuvo nada - en un programa con 20 puntos de rating que por entonces no existía. Me quiero referir pura y exclusivamente a la construcción de una noticia que no es novedad, que en su momento no tuvo rebote y que ahora, en un año electoral y en pleno conflicto de intereses resurge como evento escandaloso. En una de las partes del vídeo el hombre dice: Yo con Lázaro Báez no tengo relación. Habla de autos, de relojes, de minas, de que le gusta exhibirse y de que el Jefe tiene seis mil que no puede usar porque si lo hace lo cagan a pedos. Habla de una firma fantasma cuyo gestor local es la pareja de una de las Calabró y un par de direcciones en paraísos fiscales. Me llamaría la atención que un tipo supuestamente pesado como Báez tuviera como nexo a semejantes pelotudos. De todos modos nada es totalmente descabellado. ¿Sabrá este pibe qué sus dichos tendrá que ratificarlos en sede judicial?. ¿Estaremos ante un nuevo Sergio Shocklender acaso?. En este último caso incluir a un par de mediáticos garantiza que los programas de chimentos amplifiquen el asunto con la “seriedad” que la “novedad” necesita.

A todo esto soy ferviente partidario para que la justicia vaya hasta el hueso con la investigación de modo que si hay culpables paguen con sanciones ejemplificadoras pero que si no las hay sean los embusteros quienes paguen por sus malversaciones. Tristemente sabemos que no sucederá ni una ni otra cosa, debido que a ninguno de los actores se interesa por  llegar a la verdad. Unos están muy conformes con haber sembrado una sospecha que logrará sedimentarse con el tiempo y a la cual le sacarán suficiente jugo y los otros estarán satisfechos dejando la sensación de que Lanata es solamente un embustero vende humo al servicio de las corporaciones. Todo muy banal, muy básico, diría que este juego de cara a la ciudadanía resulta siniestramente irrespetuoso.








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