Fines de Abril del 2003
... y una vieja nota de opinión de Nicolás Casullo de Enero del 2008
Posiblemente
contestarse qué es hacer política desde una perspectiva popular en los actuales
marcos de la democracia sea el debate de estos próximos cuatro años en la
Argentina y en Latinoamérica. La pregunta no es retórica, ni postergable en
nuestro caso, en la era de un proceso que hoy preside Cristina Fernández. La
pregunta no ceja de estar a la orden del día todos los días. Y envuelta en esa
pregunta madre, se elucidará “la redistribución de la riqueza”, la “política sobre
los recursos energéticos”, las ampliaciones democráticas. No desde la
abstracción o muletillas.
¿Hasta dónde
alcanza una mecánica normativista republicana que canalice acertadamente el
imprevisto, la dificultad, la terca historia, todo lo que resta? ¿Hasta dónde,
en cambio, pesa la decisión política de gestar política siempre, sin otro
reaseguro que las palancas ejecutivas de poder? Hasta dónde ese difícil arte de
construir el conflicto, de hacerlo lo más inteligible que permitan las
circunstancias, dentro de una normalidad despolitizadora que supura la sociedad
de mercado desde sus mitologías, que van desde “gerenciar el mundo sin
ideologías” hasta los más ínfimos detalles para la construcción de nuevas
subjetividades de época.
En el juego de
nuestra democracia vernácula, básicamente mediática, los únicos interlocutores
válidos -gestores de relatos “reales”- parecen ser, hoy por hoy, un gobierno
actuante y un haz de medios de masas: para un diagrama cotidiano, entre ellos,
de una guerra por imponer agendas-relatos.
Las jornadas
políticas que se viven son esas dos voces: lo son desde un poder de gobernar el
país que se arroga, puede y se permite un itinerario de opciones. Y desde el
calendario que produce periodísticamente cierta prensa gráfica matutina, que
luego usufructúa y repite gran parte de una radio sin mayores “producciones”
propias, y que corona entre crónica roja, melodrama social y movileros a la
intemperie los noticieros nocturnos en pantalla.
Es lo que hay,
diría un escéptico, refiriéndose al pasaje desde el tiempo de las masas siglo
XX al tiempo de los públicos del XXI. Pero lo cierto es que no se puede hacer
politicología hoy sin esta escena completa -neocultural- de las narratividades
actuantes, que supera en mucho la propia especificidad teórica de “la política”
con sus actores y espacios clásicos.
La
Presidenta no se equivoca cuando apunta que se trata de una disputa por los
relatos. Ella lo dice con cierto eco del campo de los estudios
político-culturales, en el intento de darle mayores fronteras comprensivas, de
abarcar un fenómeno social amplio y complejo (que fuga de las lecturas
inmediatistas y abruma a la propia política). Hace referencia a una
narratología que articulan las grandes corporaciones dominantes y sus voceros,
en su tarea de tipologizar gentes, relaciones, negocios, rumbos, recetas y
vaticinios, tarea que intenta hacerse dueña del día, de la semana, de la
encrucijada. Patrimonializar la realidad es situar un relato como centro
radiante. En todo caso el kirchnerismo, a los biandazos y sopapos, fue la
política que trató de diversas formas de no domesticarse a esa “Constitución
Argentina” sin preámbulo ni
artículos editados.
Si tomamos las
últimas secuencias del acontecer nacional volvemos a encontrarnos con esa
escena de los relatos. El gobierno de Cristina Fernández “estaba obligado a
cambiar muchos ministros y secretarios cuestionados”. A la vez por “tales y
cuales lógicas y señales a la vista” no tenía más remedio que aceitar
aceleradamente las relaciones con USA. La deuda con el Club de París “obligaba
a una rápida respuesta” a como diese lugar. La relación con el presidente Hugo
Chávez comenzaría un gradual enfriamiento. La política del nuevo ministro de
Economía reconocería los errores del último tiempo de Kirchner. El modelo de
las relaciones con el sindicalista Hugo Moyano llegaba a su abrupto fin, habría
notables cambios de perspectivas en el Ministerio de Defensa, el presidente
saliente se distanciaría hasta geográficamente de su esposa para simular y
aparentar su condición de “ex”, la relación de Cristina con los medios sin duda
iba a dejar atrás la disputa política sobre los medios que caracterizó la
conciencia de los habitantes de la Casa Rosada.
He aquí una
agenda en oferta. No sólo un derrotero a cumplir, sino una instalación de la
Argentina “conveniente”, un estado de los valores, una bucólica y “neutra”
estampa informativa, una fabricación del país verdadero, un puro presente sin
pasado histórico, la imposición de un léxico, una neutralización de los nudos
que hacen a la política, la instauración de una mirada analítica conservadora,
un curso de tesis políticas sobre la comprensión del mundo. Podría decirse que
en la gestación de un relato, este, lo menos importante es la superficie
escrita, el copete, la frase del tecnócrata autorizado, si no ese inestimable
mundo de sentidos callados que la narración derrama por debajo de sí misma como
el efectivo estado de las cosas. El relato es la disputa por la historia
nacional.
El otro
relato
La renovada
discusión sobre la índole de la política en la Argentina -para una democracia
ceñida por una alta injusticia social y en un capitalismo globalizado- es un campo de actuación y debate
reabierto por el kirchnerismo de manera contradictoria, limitada pero a la vez
lo suficientemente despejada. Un claro en el bosque para repensar las cosas,
diría un discutido filósofo alemán.
Los últimos
cuatro años fueron un desaliñado cortar maleza, lazos, lianas y follajes
carcelarios de por lo menos medio siglo de un paquete o país político-económico-social.
Selva de
símbolos aprisionantes que la dictadura del ’76 radicalizó hasta convertir en
el paisaje hegemónico de una vasta sociedad media nativa. Sobre todo
capitalina. Sociedad que de diversas formas se hace representativa “de todos
los que somos de por aquí”. Y que la crisis del 2001 soliviantó y desperdigó en
muchas direcciones, pero que no cambió lo sustancial de sus valorizaciones,
atavismos y autodefensas.
Por el
contrario, la carga antipolítica en las calles del finales del 2001 no fue sólo
un gesto de ruptura que libera y desfonda un modelo. Sino también, y en gran
medida, un retorno eclosionante de lo siniestro, de la idea de caos y miedo a
la pérdida de un mundo nacional “que siempre se pierde” y precisa un orden
(desde el origen histórico de la barbarie
en Sarmiento, o desde los exilios de inmigrantes con sus historias
desaparecidas atrás).
La temeraria
apuesta kirchnerista desde su 22 por ciento de votos fue una reapertura, desde la política, en discusión crítica
contra todo aquello que aparecía como supuesta presencia dominante “desde la no
política”, y desde la antipolítica. ¿Quiénes? Los poderes institucionalizados
en sectores, espacios, corporaciones, intereses, medios, autoridades y
universos simbólicos con la enorme capacidad de reiterar una y otra vez lo
dado. Y también contra una desagregada sociedad silvestre en descampado
ideológico por la frustración democrática y por el denostado imperio de los
partidos políticos. Un mundo histórico liberal-conservador no nuevo, pero ahora
extremado, que desde 1955 fue siempre pura “restauración de una antigua
historia” (diría Metternich en la Viena del siglo XIX). Restauración
antipolítica. Y donde lo político popular de 1973-75 resultó solo fracaso,
muerte y fin de un determinado peronismo que no hizo mella en aquella
constante.
Solo desde
esta perspectiva mayor de narraciones, de memoria, debe también contabilizarse
el corto tiempo de la presidencia de Cristina Fernández que repone de inmediato
el sello kirchnerista: el poder de la política para fijar un relato de litigio contra la imposición de agendas
desde aquellos bastiones tradicionales nunca votados en comicios. La propia
puesta en escena de ella, en su discurso de asunción, remite al eje del drama:
fue sobre todo un relato, alguien que cuenta. Y así fue tomado en su meditada
improvisación. La pieza de la presidenta fue el relato, en su significado más
prístino. La evidencia de ese día fue esa dimensión literaria, ese fondo
ético-estético con que la política finalmente quiere dirimir un curso
comunitario, o abdica frente al mismo.
Y a partir de
ese día la escena argentina del presente retomó eso que se decía al principio:
la disputa, clave, por la articulación entre voluntad política y fundamentación
argumentativa. Articulación entre decisión de poder y construcción republicana.
Entre la real gobernanza política de las cosas y la edificación de lo
institucional ciudadano bajo una impronta popular. En definitiva: entre política, verdad y proceso
histórico en democracia. Es decir, la cuestión central a encarar en términos de
construcción política diaria, y de construcción de nuevas identidades políticas
semiextraviadas.
Frente a la
citada más arriba imposición de aquella agenda “caída del cielo” desde el sistema de poderes históricos, el nuevo
gobierno de Cristina buscó otra vez exponer su mando político del país:
“continuidad” ministerial, embestida contra Estados Unidos, postergación de
negociaciones con Club de París, ratificación de sus estrechas relaciones con
Chávez, confirmación de los lineamientos económicos, ratificación de la
relación con la actual CGT, la misma línea de acción para recrear la biografía
de las fuerzas armadas, no esconder la figura de Kirchner, y reponer la idea
(ya no como producto de encontronazos sino como lectura de un presente) del
papel “curiosamente coincidente”, dice ella, entre medios de comunicación y
oposición a los gobiernos capitalistas democráticos populares en América
latina.
Los nuevos
escenarios
Se puede
afirmar que la política es esa capacidad decisoria que confronta democráticamente con lo adversario, ni antes ni
después de su justo momento. Que para hacerlo en todo caso no puede perder
-aquí, en Washington o París- lo que hoy es tildado de rasgo “populista”,
píldora sin embargo que la vitaliza cuandohace falta en término de respuesta,
contenido, práctica de una soberanía, simbolización del conflicto, marcado de
cancha, visualización de aliados y contrincantes. Esto es, de la invención
imprescindible de la política como poder, ya no solo como tesis, hipótesis o
bibliografías amedrentadas.
Pero a su vez
el combate de los relatos contrapuestos que signan la actualidad argentina
exige bastante más que esta voluntad política de acción inmediata, coyuntural.
Lo que no logra institucionalizarse, organizar universos delegativos,
desplegarse ciudadanamente de manera visible y audible, crear fundamentación,
texturas y estructuras políticas para un ordenamiento democratizante,
intervenir en un campo político, cultural e intelectual argumentativo para la
batalla de las ideas por una nueva república, el relato que no avanza estas
piezas en el tablero debilita esa propia política que hace las veces de corazón
alerta del cazador solitario, ese arte siempre en tensión de ataque frente a
los infortunios diarios del mundo.
El gobierno de
Cristina Fernández confirmó este litigio de relatos a partir de una nueva escena inaugurada en realidad en el 2003.
Escena donde la política de la política no resigna atributos decisivos, y donde
a la vez el espacio que hace inteligible lo político remite y revela una
ecuación mayor de crisis y metamorfosis nacionales profundas: de corte
histórico-cultural, biográfico-social, mediático-productivas.
Se habita
políticamente una ecuación de globalización y “re” nacionalización de imaginarios,
que obliga a una nueva combinación y a otro tratamiento distinto del tema de la
república, la democracia y la calidad institucional que directa o
disfrazadamente impuso el neoliberalismo de época como único molde. Se vive en
una neoescena donde decisión política y el armado de un sistema democrático se
lastiman todavía mutuamente en esta edad capitalista de tránsito y mutaciones,
como cuestión que no solamente aflige a la Argentina. Se hace política a veces
temeraria creando ciudadanía para otra democracia modificadora de lo que
impera. O se cuida la democracia pero como hueco y vaciado retórico y se
renuncia a lo más genuino de lo político. ¿Cómo superar los límites de ambos
relatos latinoamericanos?
Sociedad,
políticas y representación
Si nos
retrotraemos al principio del gobierno Kirchner, ya se percibe ese choque de
relatos. Uno, aquel famoso decálogo del diario La Nación para ser cumplido por
el nuevo mandatario: límpida pieza, perla sintetizadora de la dominación
histórica de la Argentina siglo XX. Dos, el despliegue desde presidencia de una
batería política reformuladora, que más que
representar “bases” buscó producir nueva ciudadanía y nueva inteligibilidad de
los conflictos. La baja de veintitantos altos mandos de las fuerzas armadas,
la profunda reformulación de la Corte, la política no represiva contra
permanentes protestas en las calles y piquetes, el respaldo al temible e
“inflacionario” poder sindical, Fidel Castro hablando a los estudiantes
argentinos en las explanadas de Derecho, el fuerte rechazo al ALCA, el alto
quite de la deuda, el fin de los disciplinamientos al FMI, un inédito Mercosur
de centroizquierda, la tenaz solicitud del Ejecutivo de juicios al terror
militar del ’76, ¿fue un pedido de las mayorías sociales? ¿Fue un desemboque de
conciencia sufragista colectiva?
Me temo que
no. El triunfo electoral de Menem ese año, y la anecdótica diferencia entre Kirchner y López Murphy no indican
ese derrotero de “las mayorías”. Pero
a la vez señalan, para el período 2003-07, el encuentro de un proyecto
capitalista de reforma y desarrollo productivo socialmente inclusor, con un
teorema peronista distinto de la relación entre política y sociedad. Con la
construcción de un relato de hechos, enunciaciones y memorias que inauguró
otros horizontes sociales. Que habilitó otros cursos representativos, y donde
una ciudadanía potencial es llevada hacia un “sí misma” distinto a aquel donde
supuestamente la historia coyunturalmente la retenía.
En las
antípodas ideológicas de esta experiencia del kirchnerismo (que interpreta en el 2003 una potencialidad social
democratizante sin correlato político todavía que la represente ni que vote tal
cosa, potencialidad a resituar en otro
espacio), hace unos días la revista Pensamiento de los Confines publicó una
larga y puntillosa entrevista hecha en 1980 por la revista Redacción al
almirante Emilio Massera. Diálogo bastante previo a la debacle de las Malvinas,
donde el militar en pleno apogeo de la dictadura se propone como candidato a la
presidencia para una nueva etapa, y busca leer a la sociedad que él mismo gobierna: “Creo que los argentinos aún
sienten miedo de vivir en democracia. Es un modo de explicar la recurrente
crisis institucional en la que estamos envueltos desde hace medio siglo. El
miedo a la democracia se traduce en lo que sienten distintos sectores de
nuestra sociedad unos hacia otros”, miedo a la anterior inseguridad, a “la
política”, él quiere representar ese miedo, inmovilizarlo, plantear la política
como despolitización, como armado policial. Que todos permanezcan en sus
lugares.
La política
es una pragmática que abre cursos históricos, de ser ejercida realmente. Tiene
esencialmente contenidos, exigidos de formas democráticas a respetar. Proyectos
sociales necesitados de la república ordenadora. Lecturas resolutivas que
precisan organizaciones nucleadoras. Pero sobre todo relatos magnos que
proponen qué historia emprender, por qué y hacia dónde. Ahí no hay
equivalencias ni administraciones compartidas. En esta dimensión hay derechas e
izquierdas, proyectos populares y antipopulares. Política o simulacro.
Fuente: www.listao.com.ar
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