Todavía recuerdo con cariño sus artículos periodísticos en Página 12
Después que acepté caminar junto a los
perversos, después que hice una alianza intelectual con quienes fueron
cómplices de los que asesinaron a muchos de mis compañeros, después de suponer
que aquellos sueños de piba habían pasado, cómo hacía para volver, no podía, no
pude... Argentina se especializa en hacernos pelota. Nunca logré sacarme de la
cabeza el monólogo que desarrollaba el personaje de Federico Luppi en la
película Martín Hache, en el restaurante, junto a su hijo. Tiene razón el
personaje, nuestro país te destroza todos los sueños, te das cuenta que siempre
ganan los mismos y terminás transando con los vencedores para poder sobrevivir;
para poder sobrevivir como la mierda, pero sobreviviendo al fin. Y me trataron
bien, y de alguna manera comencé a ver la realidad con sus ojos, la ingratitud
nunca fue mi compañera. Y cuando aparece una puertita no crees, porque no te
conviene creer, no te conviene dudar, creer y dudar es de perdedor. Los
perdedores creen, anhelan utopías, son inocentes. Me pudrí de la desilusión y
si bien no me lo perdono, arrepentirse de vieja no es recomendable. Me fui con
las botas puestas. Los tipos que vienen a mi funeral no me gustan, te diría que
me asquean, pero son los que me cobijaron cuando todo lo que ocurre hoy ni tan
siquiera era sospecha. No se puede volver de las malas decisiones, y una,
mezclando orgullo con testarudez, se mete más en el agujero, radicaliza su
descreimiento y todo se vuelve odio. Odio hacia los jóvenes que sueñan, hacia
los adultos que no se quebraron – por los cuales siento una sana envidia -,
hacia el pobre que tiene ilusiones, hacia los espejos, cristales hijos de puta
que lograron exhibir mi más aterradoras miserias.
Crucé la vereda porque el país cruzó de
vereda. Hoy hablan de la dictadura y del menemismo como si ambas coyunturas no
hubieran sido decisiones colectivas. Por eso cuando hablan del colectivo, del
héroe colectivo, me cago de risa. Fueron muchos años de derrota para tener que
soportar otra más y encima de vieja. Dicen que de viejos nos ponemos malos y
crueles. No lo creo, uno elige cómo carajo irse de este puto mundo. Y yo elegí,
y me la banco. Los periodistas también tenemos debilidades. Elegí terminar mis días escribiendo para los
peores, para los más abyectos y crueles personajes de nuestra contemporaneidad,
para los que siempre percibí como enemigos. Escribí y fumé mucho, fumé mucho y
escribí, acaso el cigarrillo me ayudó para que esta mierda dure poco. Lamento
que aquellos que siempre admiré no vengan a despedirme, y vengan los otros, los
perversos necesarios, lo que me sorprendieron – o me dejé sorprender - con la guardia baja en medio de un país que te
roba la vida, casi disimuladamente, sin que logres darte cuenta que siempre
existe una posibilidad. Miento si les hago creer que de la acción política de
mi juventud pasé a la reacción corporativa sin darme cuenta. Claro que me di
cuenta. Como se dan cuenta tantos otros que decidieron recorrer los mismos
senderos. La diferencia entre un periodista/analista y un operador del
establishment radica en la intencionalidad. Acepto que durante el último tiempo
mis túnicas fueron difusas. Argentina, como regla, se especializa en hacernos
pelota, y como en toda regla, no existen excepciones. Ojalá me sepan entender y
si pueden, perdonar...
Nota del autor: Quiero creer en esto. Más
allá de sus palabras y actitudes, nunca nadie va a poder comprobar que no fue
así, de todos modos mantengo intacta mi desilusión...
Comentarios
Publicar un comentario