Política y Religión,
...a mi gusto en ese orden
La reciente designación de Bergoglio como
Papa ha motivado varias divisorias de aguas dentro del campo popular. Por un
lado están aquellos que observan el evento con suma desconfianza debido al
histórico rol que le cupo a las estructuras eclesiásticas nacionales e
internacionales con relación a las luchas populares de la Patria Grande.
Potencia esta idea el propio comportamiento que ha tenido la Iglesia hacia con
integrantes propios que mostraron su sensibilidad y compromiso en el fango de
la sociedad. Dudas lógicas, documentadas, tristemente irrefutables. Por otro
lado están aquellos que con suma tensión observan el suceso con marcada
precaución política debido al poder que innegablemente tiene el clero, razón
por la cual prefieren morigerar toda crítica particular en función del enorme
colectivo que cobija al catolicismo orgánico. Se añaden a estos dos grupos
aquellos que han celebrado vigorosamente la designación vaticana no sólo
argumentando cuestiones de fe sino además por la supuesta ascendencia peronista
del Papa Francisco. Colocar a la religión y a sus estructuras dentro del debate
político coyuntural me parece extremadamente peligroso en el ámbito de una
sociedad que aún no ha resuelto sus dilemas existenciales. Por eso hay que saber
leer con propiedad el supino intento de las corporaciones para que así sea.
Religión, filosofía y política siempre han caminado de la mano. Junto con la
historia, el campo de la fe, el de las ideas y el de la praxis administrativa
han librado batallas ancestrales forjando, en oportunidades, tanto alianzas
perversas como antagonismo saludables y viceversa. No esperemos que las
estructuras clericales locales salgan al cruce de las recientes declaraciones
de Videla llamando a un nueva cruzada sangrienta. Insistirán que dicha conducta
incluiría recorridos políticos que no guardan relación con los mandatos de la
fe. Si se reservarán para sí otro tipo de llamamientos críticos que tendrán a
la política formal como objeto y sujeto de escarnio so pretexto de ciertas
cuestiones aún pendientes. De todas formas es tiempo de entender a Francisco
como el máximo representante de un sector social que cruza transversalmente a
todo el arco político nacional. La fisura, en todo caso, se manifestará en
todas las fuerzas. Sabemos que sólo serán marcadas, desde los medios
dominantes, aquellos quebrantos que provengan desde el oficialismo. El
Kirchnerismo posee una enorme diversidad, esa multiplicidad será muy bien
aprovechada por los especuladores de turno y más cuando se trata de temas
sensibles. Esperemos contar con la sabiduría de la inteligencia para no mezclar
los tantos de modo evitar la apertura de frentes internos irreconciliables.
A primera instancia observo que el Gobierno
ha logrado desactivar algunas operaciones. Cristina, con su habitual cintura,
ha podido disipar las primeras dudas instaladas desde los medios dominantes
comportándose humildemente con enorme vocación política, no sólo de acuerdo a
la envergadura del personaje, sino también sobre la base de su propia fe
individual. Vale decir, no solamente se sometió buenamente a la indudable
importancia internacional que ostenta el Papa, además sintió el emocional
agrado de verse cara a cara con el mayor representante de su convicción
religiosa.
Si nuestra conductora percibe las cuestiones
del modo observado me parece oportuno que políticamente bajemos el tenor de
ciertos dilemas, disyuntivas que de cara a la política concreta poco favorecen
al colectivo. Si existe una porción de la sociedad que percibe esperanzas en el
nuevo Papa no me parece inteligente ofrecerle al poder corporativo un nuevo surco
de disputa. Acaso debemos comprender que
Bergoglio ya no es el polémico ciudadano argentino, es el Papa y como tal debemos
asumirlo políticamente al igual que hacemos con todos los jefes de estado
elegidos por sus pares.
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