Grandes Mujeres de la Historia
Leonor de Aquitania




Muchos asocian el nombre de Leonor, duquesa de Aquitania con las famosas cortes de amor que organizó en Poitiers; otros la recuerdan como la espectadora impotente de la lucha entre su esposo, Enrique II de Inglaterra, y el arzobispo Thomas Becket.
Lo cierto es que fue una de las mujeres más hermosas, decididas y apasionadas de la Edad Media, capaz de pasarse horas discurriendo sobre cuestiones amorosas, pero también conspirando contra sus sucesivos maridos o intrigando con sus hijos para acrecentar su poder.

A los trece años, en 1135, la casaron con Luis VII de Francia, poco mayor que ella. Pero la ardorosa Leonor no encontró en el joven Luis una pasión equivalente a la suya. Habituada a los cielos purísimos y cálidos del mediodía francés, la corte gris de los Capetos en París le parecía tan monótona como su rey. A poco de casada, declaraba a quien quisiera oírla: "Me casé con un monje, no con un rey. Es una manzana marchita". Luis trataba de contentarla con una magra pasión, pero no lo podía conseguir.
Acaso para sacudirse la modorra de los palacios góticos, Leonor resolvió acompañar a su marido a las Cruzadas. Fueron los dos a Tierra Santa. Primero tocaron Antioquía, y allí Leonor tuvo un tierno encuentro con su tío Raimundo de Tolosa, cincuentón  apuesto y diestro en las lides galantes.
La bella reina hizo caso omiso de la presencia de su real esposo y se entregó a los recuerdos familiares y a los fuertes brazos de su tío. Luis VII, escandalizado, quiso divorciarse y confió su intención al sabio abate Suger -su consejero-, que había permanecido en París como regente. Suger lo llamó a la serenidad y observó sagazmente que si Luis se divorciaba, perdería las importantes posesiones de Áquitania.
El rey contuvo su indignación y optó por regresar a París, pues la conducta de su mujer, quizá por influjo del clima y del exotismo, distaba de ser ejemplar. Pero Leonor no era mujer de llorar por un amor perdido: en París se prendó de Godofredo Plantagenet, duque de Normandía, pasión truncada dos años después por la muerte del duque. Leonor, afligida, procuró consolarse de la súbita pérdida con el propio hijo de Godofredo, Enrique, nuevo señor de Normandía.
Aunque era siete años mayor que él, seguía siendo hermosísima. El idilio cobró ribetes escandalosos cuando Leonor quedó encinta. Luis VII, enfurecido con razón, pidió la anulación de su matrimonio aduciendo una supuesta consanguinidad. Ello permitió a la duquesa de Áquitania recuperar su antiguo título, sus posesiones y su libertad; pero por breve lapso: en 1152 se casaba con Enrique Plantagenet, que dos años más tarde había de convertirse en rey de Inglaterra y pasar a la historia como Enrique II.

REINA DEL AMOR Y DEL ODIO

Paradójicamente, Enrique era al mismo tiempo monarca inglés y subdito francés, ya que en Francia le pertenecían la Normandía y Anjou por derecho propio, y formaban parte de la dote de su esposa: Áquitania, Limousin, Gascuña y Périgord. De la unión de Leonor y Enrique nacieron ocho hijos, entre ellos Enrique, apodado "el rey joven", Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra.
Enrique II empezó pronto a tener gentilezas y ojos para otras damas. Leonor, dedicada a la crianza de sus hijos, no estaba dispuesta a aceptar un segundo puesto y atormentaba al rey con sus reproches. Además, sentía nostalgia de los suaves y coloridos paisajes de Áquitania y el Périgord.
Su marido, por su parte, afrontaba graves problemas políticos: entre otros, debía vencer la resistencia que le oponía Thomas Becket, arzobispo de Canterbury y ex amigo suyo. La contraposición del poder temporal de los monarcas y el de la Iglesia de Roma era motivo de continuos roces en toda Europa y especialmente en Inglaterra.

Leonor, que había pasado de la pasión a la indiferencia y de esta a la enemistad, intrigaba incesantemente contra su esposo.
Como consideraba que sus hijos estaban ya suficientemente crecidos como para desentenderse de ellos o como para instigarlos a conspirar, partió para Poitiers y dio realce a las cortes de amor, que alcanzaron en sus dominios un esplendor jamás conocido. En ellas se honraba, ensalzaba y servía a todas las damas, y las reuniones se dedicaban a tratar argumentos amorosos: se asignaban temas que eran desarrollados en prosa o en verso, y a veces se llevaban a cabo competencias literarias y trovadorescas en que las damas discernían premios a los contendientes.
También el real esposo de Leonor tenía preocupaciones galantes. Después de haber instigado o permitido el asesinato de Becket, huía de los remordimientos frecuentando a la hermosa y romántica Rosamunda Clifford. Había hecho construir en un bosque un laberinto en cuyo centro se alzaba la espléndida morada de la tierna Rosamunda.
Cuenta la leyenda que la irascible Leonor, enterada de la existencia de la favorita, se decidió a enfrentarla. Provista de un ovillo de lana se internó en el laberinto y, gracias a la hebra con que iba jalonando su paso, encontró a Rosamunda.
La escena debe haber sido terrible porque de ella han llegado tres versiones casi igualmente truculentas: según la primera, Leonor, presa de ira, habría hecho matar a su rival por dos brujas que había llevado consigo; de acuerdo con otra tradición, habría hecho optar a Rosamunda entre suicidarse con un puñal o con una copa de veneno; según la tercera versión, la joven habría muerto a consecuencia de la humillación padecida y de las terribles injurias y amenazas de la reina.

UNA MADRE QUE IMPONE ORDEN

Aun antes del episodio de Rosamunda, Leonor, resentida, quería herir a su esposo con lo que este más apreciaba: su poder. Así fue como acicateó a sus hijos y los convenció de que debían destituir al padre. En 1173 Luis VII organizó una confederación integrada por el conde de Flandes, el rey de Escocia y los hijos de Enrique. Su objetivo era colocar en el trono de Inglaterra a Enrique el Joven, pero se advertía claramente la mano de Leonor, moviendo los hilos de la confederación, aliada para el caso con su primer marido.

Se llegó a una guerra, pero en ella Enrique II venció a sus enemigos. Como consecuencia de la derrota de su conspiración, Leonor debió pasar dieciséis años confinada, primero en Salisbury y después en Winchester. Para una mujer como ella, era solo una espera. Sabía que sus hijos, con la excepción de Juan Sin Tierra apegado a su padre, la apoyarían.
En 1183 Enrique el Joven, Godofredo y Ricardo se aliaron con Felipe Augusto de Francia para derrocar a Enrique II; por supuesto, también esta vez Leonor estaba de por medio. Su marido derrotó nuevamente a sus enemigos y Enrique el Joven cayó en el campo de batalla. Se firmó la paz, pero las hostilidades no tardaron en estallar otra vez debido a que Enrique II no se decidía a nombrar heredero del trono a su hijo Ricardo. Esta vez: el monarca fue vencido y murió poco después.

Leonor dejó entonces^ su .confinamiento y volvió a brillar como en su ya lejana juventud. Su hijo preferido, Ricardo, era el «nuevo rey, y ella, la mujer más poderosa de Europa. Él partió para las Cruzadas y Leonor asumió la regencia.
Pero Ricardo cayó prisionero del emperador alemán, que exigía enorme rescate: aumentó los impuestos, endeudó el Tesoro, vendió propiedades. Finalmente, consiguió mediante el pago la liberación de Ricardo. La dicha de la madre duró poco, sin embargo: en 1199 cesaba de latir el "Corazón de León" a causa de una herida en combate.

Aunque Leonor se retiró entonces a un segundo plano, resurgió una vez más para concertar, ya al borde de la muerte, una boda de gran resonancia política entre Blanca de Castilla y el futuro Luis VIII de Francia.
Después de la boda se retiró a la abadía de Pontevrault, donde murió muy cerca de los paisajes que la vieran discernir los premios del amor y la poesía.
 
Fuente Consultada: Hombres y Mujeres Que Cambiaron al Mundo Cuadernillo Nro. 12 - Biografías Imprescindibles


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