Los arcanos del trabajo
Mis padres eran gente realista, enemiga
de las fantasías.
Todo lo juzgaban por el trabajo,su patrón universal
para medir al
prójimo. Todo lo demás se inclinaba
hacia ese criterio. En
las conversaciones familiares,
en mi casa, era habitual pasar revista a los
méritos de vecinos y conocidos utilizando ese excluyente parámetro.
El misterio
era parte del juicio, porque mis padres, por realistas,
no podían ignorar que
las recompensas del trabajo eran caprichosas, con demasiada frecuencia
inmerecidas. - César Aira –
¿Será cierto, tal como se afirma a boca de jarro, qué
el trabajo per-se es una variable que le otorga dignidad a las personas? Sin
dudas se constituye como el elemento más importante y crucial para poder
realizarse tanto humana como económicamente dentro de un contexto social
determinado. ¿Pero acaso ese elemento siempre se halla ligado a la dignidad?.
¿Todas las actividades laborales, y en consecuencia sus actores, se encuentran
dentro de parámetros dignos? ¿Dignidad y trabajo son términos complementarios?.
¿Puede escindirse lo que hago, del porqué lo hago y para quién lo hago? Apuntar
sobre la cantidad de miserables y abyectos que militan y ejercen fervorosamente
a favor del trabajo suena a Perogrullo. ¿En la actualidad el trabajo es un
derecho universal o simplemente una variable de mercado? En el marco de la
contemporaneidad la respuesta cae de maduro. ¿Y si esto es así, en cuánto queda
acotado, desde el concepto, la tan mencionada dignidad?.
Sólo la actividad laboral digna dignifica, y esa
dignidad está ligada a los efectos que ese trabajo conlleva. Un médico que
desarrolla tareas en un hospital, público o privado, y que ejerce su profesión
con tesón y responsabilidad sin dudas se encuentra dentro del concepto. Ahora bien,
sí ese mismo médico, como segunda actividad, práctica su profesión en el marco
de la clandestinidad, desarrollando prácticas alejadas de la legalidad se
comporta indignamente muy a pesar de mantener ese mismo tesón y esa misma
responsabilidad. En todas las actividades, sean profesionales o no, podemos hacer los mismos recorridos. De modo
que aquello dignificante es el carácter honesto del acto y no nuestra simple
disposición efectiva. No cuesta demasiado, en oportunidades, hacerme hincha de
determinados haraganes que nada de malo le hacen al mundo, acaso solamente el
daño se lo hacen a sí mismos.
Varias veces, en este mismo foro, hemos resaltado a
Bertrand Russell y su descripción con relación a esa suerte de sumisión que
impone el sistema, cuestión que por goteo ha perforado no sólo la sana rebeldía
que el ser humano debe portar como elemento fundacional a favor de su libertad
sino además ha eliminado de raíz la propia percepción conceptual de éstos sobre
de qué se tratan las relaciones sociales dentro del marco de una comunidad,
incluyendo dentro de dicho paradigma la estigmatización del ocio: “Los poderosos y el sistema han instalado ignominiosamente el
concepto de la responsabilidad laboral (con la amplitud que dicha definición
encierra) con el objeto de explotar a los pueblos, y de ese modo, obtener las
mayores rentas posibles con la conciencia tranquila”.
En mis tiempos de bancario he visto centenares de
atorrantes que ingresaban a las siete de la mañana y se retiraban a las nueve
de la noche, haciendo caso omiso a cuestiones solidarias, al tan declamado
compañerismo, a la construcción de senderos altruistas. La extensión horaria
era síntoma de predisposición y esmero. No interesaba demasiado los escasos
favores que le hacían a la sociedad con sus labores: Imputaciones contables
fraudulentas, armado de bosquejos con altos incisos de corruptela, blanqueo de
operaciones nunca realizadas, donaciones a entidades inexistentes de modo
desgravar obligaciones impositivas. Lo mismo me ocurrió cuando tuve la oportunidad
de desarrollar tareas dentro del ámbito educativo privado. Ejércitos de
recursos extremadamente laboriosos que colocaban sus talentos a favor de la
trampa y el embuste: No decentes aceptando ser incluidos en las plantas
funcionales de modo el Estado se encargue de sus salarios, cosa que debía ser
de pura competencia de la empresa, decenas de administrativos fraguando cargos
jerárquicos en esas misma planillas – hasta la inclusión de exdocentes
fallecidos - de modo a la entidad le ingresen subsidios que de lo contrario se
discontinuarían, sindicalistas, que sabiendo del asunto, tomaban la cuestión
como prenda de negociación, sin contar el escandaloso nivel de ausentismo y
especulación docente producto de una llamativa laxitud piramidal (Ergo: a todos
nos conviene limarle al 100% del sueldo un 20% de trabajo). Desde que estoy
dedicado al cuentapropismo – asuntos de principios, vio - he podido observar los mismos comportamientos
desdorosos. Colegas que a fuerza de comprar en negro y elucidar se permiten
obtener pingues ganancias, estructuras con las cuales es imposible competir –
por obvias razones de costos - para
aquellos que cumplimos con la legalidad. El cliente, muy en sintonía con su
individualidad, comprará en aquellos lugares que ofertan el mejor precio
desconociendo que es lo que se encierra detrás de cada oferta. Todos ellos muy
laboriosos, muy trabajadores.
El Estado no le va en saga. En él encontramos cientos
de miles de fecundos trabajadores, capas enquistadas, la mayoría de ellos ingresados
por puertas traseras o a costa de favores políticos. ¿Cuándo los Estados, en
sus distintos estratos, invitaron a concursar sus cargos operativos
democráticamente? Y dentro de esa maraña hallamos gentes que se califican como
dignas expresiones de un deber ser social honesto y sacrificado.
El trabajo no dignifica per-se. Lo saben muy bien los
esclavos. El tipo de trabajo que realizamos es lo que nos coloca dentro del
campo de la dignidad. El Contador de Capone trabajaba duro para cumplir con las
exigencias de su empleador, y eso no lo colocaba dentro del ámbito del
pundonor. Aquel esmerado transportista que le quita horas a su familia para
trasladar insumos de contrabando muy lejos se encuentra de ese supuesto deber
ser.
En tanto y en cuanto más desarrollamos esta idea del
trabajo como taxativo sinónimo de dignificación humana – sentido común - más nos alejamos de lo trascendental. ¿Qué es
el trabajo, qué no es trabajo? ¿Qué es digno, qué no es digno? ¿Todas las
actividades dignas son remuneradas? ¿La remuneración tiene relación con la
dignidad de la actividad?. ¿Cuánto de digno encierra una directiva que
consideramos desdorosa o ilegal, pero que en definitiva aceptamos realizarla
por cuestiones de obediencia debida (o de vida)?.
De todas formas nos falta analizar un inciso más para
que destruir definitivamente la especie.
-
Hombre
muy trabajador, buen hombre, nunca le hizo faltar nada a su familia
¿Cuántas veces escuchamos este tipo de comentarios?
No es necesario hacer notar que millones de abyectos,
a lo largo de la historia de la humanidad, se comportaron del mismo modo con
sus clanes. Dicho comportamiento no califica en tanto y en cuanto las
actividades no incluyan rotundos incisos de dignidad.
En nuestro mundo globalizado el trabajo es una mercancía
más como lamentablemente lo son la salud y la educación. A nadie se le
ocurriría afirmar que tener salud o tener educación se configuran como indicios
de dignidad.
La dignidad circula por carriles muy superiores,
extremadamente inalcanzables, acaso indetectables en la coyuntura. Como
escribió César Aira: El misterio era parte del juicio,
porque mis padres, por realistas, no podían ignorar que las recompensas del
trabajo eran caprichosas, con demasiada frecuencia inmerecidas...
Cada día de mis días, “más observo con marcada
simpatía” a aquellos que prefieren circular por los atajos de la bohemia. Y no
hablo de la marginalidad social, me refiero a aquellos que no aceptan el
sentido común, aquellos que prefieren pagar las costas y ser tomados como vagos
en lugar de hallarse visualizados como hombres de provecho en una sociedad que
prefiere erutar personas honestas antes que incluirlas buenamente dentro de un
ético circuito de digestión.
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