Historia Política
Una ausencia explicable


Alguna buena vez, en el campo del debate político, se deberían incluir con suma seriedad y conocimiento, con fundamento argumentativo, las causas que motivan los eventos del presente. Me parece intelectualmente escuálido que desestimemos o banalicemos nuestra historia política reciente - no con fines de reproche o de chicana, sino a  efectos analíticos - para entender las razones concretas que provocan determinados fenómenos. 

Por ejemplo, los embargos que nuestra Patria viene sufriendo desde hace una década tienen su historia política. Otra historia política la tiene el inciso “inseguridad”, otra muy distinta los transportes, otra la salud, otra la educación, y así en cada ítem. Me parece ciertamente pobre contemplar los eventos del presente simplemente porque el Miguelito explotó en un momento determinado. Si bien cuando un colectivo partidario arriba a la gestión político/administrativa conoce perfectamente el estado de situación, no es menos cierto que determinadas cuestiones van apareciendo en las misma medida que la cosa se va desarrollando. Esto no le quita responsabilidad alguna al presente, pero dicho diagnóstico debe contribuir para contextualizar las decisiones que se toman en la coyuntura. Me parece muy ruin, desde lo analítico, tomar al presente como cuestión y respuesta de todos los dilemas. Y allí entra nuestra responsabilidad como ciudadanos cuando se nos llama a opinar políticamente.

Parece que de cara al futuro existen diversos estímulos para poner a media sociedad tras las rejas, sea por error, omisión o por las dudas; ninguna buena acción queda sin castigo y eso de discutirle ciertas prerrogativas a los poderes fácticos ostenta un gravamen oneroso.

Curiosamente, en nuestra contemporaneidad, aquellos colectivos políticos que históricamente han provocado los más fabulosos desfasajes sociales, los crímenes más aberrantes en contra de la libertad y la democracia, son los que pretenden enjuiciar a una administración que bueno es reconocer ha resuelto tantos inconvenientes como los que adeuda. Acaso el capital político más valorado del actual Gobierno no sea sus aciertos, por cierto destacables, sino la ausencia de un proyecto alternativo que no guarde relación con nuestro nefasto pasado.

Pregunta a lugar: ¿Cuántos años se demora para reconstruir una Nación? Sospecho que depende de su grado de descomposición. ¿Somos honestamente concientes de aquel punto de degradación al cual arribamos en el 2001/2002?

Tristemente la oposición, de cara al futuro, se debate en medio de un discurso indefinido ideológicamente, sumamente contradictorio y confuso con relación al presente y, como plataforma de ambos, nulo en cuanto a la revisión de las causas, de manera que su sola opción es esgrimir al honestismo y al denuncismo como argumentación política. Cuestión ciertamente discutible para todos aquellos que ostentan responsabilidades ejecutivas en todos sus niveles.

Tomemos el caso de los Ferrocarriles. Sistema de transporte que ha tocado definitivamente fondo hace casi un año con la muerte de medio centenar de compatriotas. Muy fácil le ha resultado a la oposición determinar las responsabilidades del actual ejecutivo, cuestiones difícilmente defendibles desde la dialéctica oficial más allá de que los funcionarios tanto públicos como privados, a cargo del servicio, se encuentren procesados. Pero han quedado en el medio preguntas olvidadas que es necesario revisar. ¿Cuántos de los actuales opositores tuvieron responsabilidades ejecutivas propiciando recortes en la materia? ¿Cuántos de esos funcionarios accedieron a dichas responsabilidades democráticamente? Entonces ¿Será cierto qué como colectivo social la competencia política nos excede? El desguace del sistema ferroviario tuvo el beneplácito ciudadano, fue popular su desarticulación, dichas políticas fueron ratificadas por el voto, incluso los mismos usuarios metropolitanos no tuvieron reparos en sacrificar al resto del país en función del servicio urbano. Hoy varias cuestiones se están haciendo: las obras del soterramiento del Sarmiento y la renovación de vías y coches de las líneas que estaban en manos de los Cirigliano son ejemplos del caso. Cuando en política la deshonestidad intelectual tiene protagonismo nada alcanza y menos aún la observación de erratas.

Para la oposición la historia política no existe, no interesan las causas, la agenda sólo está marcada por los efectos. Con quiebres caprichosos nos quieren convencer que es posible pagar el 82% móvil por ejemplo, luego de haberse opuesto a la estatización de los fondos de pensión. Para ellos y para los medios la historia, la revisión política, no debe existir debido a que el impacto sería fortísimo: Corporaciones con las manos ensangrentadas, políticos dispuestos a los recortes y los ajustes, sujetos que han sido beneficiados con licuaciones de pasivos que instalaron la pobreza social como sustento de sus riquezas.

Este año explotarán decenas de Miguelitos. Todos, absolutamente todos, alrededor de Cristina. Algunos estallarán por nuestras propias falencias estructurales, otros serán encendidos de exprofeso, ambos serán utilizados del modo más abyecto. Eso sí, de política, de causas y efectos, se hablará poco y nada. La derecha nunca expondrá su verdadero modelo de país, ya que es excluyente, en tanto que la izquierda no podrá admitir que lo suyo es meramente testimonial a sabiendas de la moderada experiencia kirchnerista y la deuda que de modo voluntario asumirán con las corporaciones mediáticas dominantes.

Para aquellos que abrigamos la continuidad del modelo nacional y popular, no sólo para  afianzar este horizonte de inclusión, sino además para afrontar las dificultades por venir, no tenemos demasiadas alternativas. Las protestas caceroleras y los medios corporativos han provocado una derechización del discurso. Incluso muchos adherentes kirchneristas, potenciales candidatos, han bajado notablemente sus defensas dialécticas a favor de un deber ser que preste conformidad a las apetencias de los sectores medios, acaso dejando de lado, por obra y gracia de esa ausencia de historicidad política, que aún una buena cantidad de nuestros compatriotas no tienen la posibilidad de acceder a los servicios esenciales.

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