El
Sentimiento Trágico
de Patricio López
de Patricio López
Cuento
El Sentimiento Trágico de Patricio López
El olvido es una gran alquimia sin secretos, transforma todo el
presente...
César Aira
Dejó que el teléfono sonara intentado
que muriera en su capricho. Era otoño, cerca de las ocho de la noche, hacía
frío. El aparato insistía dando a entender que del otro lado de la línea
alguien estaba dispuesto a sostener la pulseada de manera inexorable. Patricio
comenzó a comprender que la urgencia lo demandaba; hastiado, abandonó sobre la
mesa de luz su copa de escocés, bajó el volumen del equipo musical –el violín
de Paganini podía esperar-, depositó en el cenicero de bronce - regalo de su
padre - el Montecristo número tres, y marcó con su histórico señalador de cuero
la página que proponía la continuidad de El Sentimiento Trágico de la Vida de
Miguel de Unamuno. Se levantó del sillón, mueble que se alineaba en dirección a los ventanales que
daban al balcón. El departamento se hallaba ubicado al frente, en un panorámico
octavo piso, sobre la Avenida del Libertador, orientado visualmente en línea
perpendicular a la Embajada de Chile. Caminó los pasos necesarios hasta el
teléfono fijo, detestaba los celulares, los entendía como una intromisión
innecesaria. Al levantar el tubo del aparato la tediosa monotonía del tono
constante daba muestras de lo inútil que había sido modificar su momento de
lectura, distrito diario que preservaba como norma de placer desde que lograra
independizarse apenas cumplidos sus veinticuatro años. Por entonces y luego de
haberse recibido de ingeniero en sistemas fue becado, en condiciones muy
ventajosas, por una de las empresas canadienses más importantes en el rubro.
Sus calificaciones en la universidad fueron determinantes para el logro. No
sólo el salario era tentador, además estaba anexado al sistema de relación de
dependencia formal un departamento cuyo comodato se actualizaba automáticamente
cada doce meses, más un automóvil cero kilómetro que sería renovado cada dos
años en función de no entorpecer sus tareas representativas. Poco después de un
lustro pudo adquirir su actual inmueble palermitano devolviéndole a la empresa
aquel departamento cedido. La nobleza de la actitud, ausente de toda especulación
y plena de confianza, fue bien reconocida por el holding multinacional
diseñando una compensación generosa que le permitió saldar la hipoteca mucho
antes de lo planificado. Con cuarenta y seis años de edad, Patricio exhibía un
presente sólido, era muy respetado, no sólo por su probada capacidad
profesional además exponía una belleza personal por fuera de la media urbana.
Independientemente de su excelencia en la materia informática le agregaba a su
currículum una envidiable formación cultural producto de la afición a las
lecturas universales. Apocado y modesto en sus aseveraciones siempre dejaba a
la duda como amable vaso comunicante para nuevas conversaciones, para nuevos
encuentros.
Romina, el amor desde sus tiempos de
estudiante, había fallecido de un cáncer pancreático fulminante tres años después que decidieran
comenzar a convivir, acuerdo consensuado una vez que Patricio había logrado
cierto equilibrio económico. No se habían casado, no lo consideraban necesario,
la tragedia apareció cuando también bajo mutuo acuerdo habían determinado
agrandar la familia. Cuando Romina falleció estaba embarazada de diez semanas.
Desde los treinta y dos años Patricio compartía con su burguesa soledad
aquellas íntimas ausencias.
-
¿Vos llamaste viejo? – Patricio se comunicó de inmediato con
el Padre de modo liberarse de su única preocupación existencial -
-
Si, Patricio. Necesito... disculpá, me corrijo. Me gustaría
invitarte a cenar. - Esa corrección de su padre le provocó a Patricio una
sensación intimidatoria, acaso de mal augurio -
-
¿Sucede algo?
-
¿Te parece qué no nos sucede nada? – replicó don Arturo -
-
Si vas a volver sobre lo mismo me abstengo. Perdieron, Papá,
perdieron. No hay vuelta atrás, el mundo ha decidido recorrer otros caminos.
-
¿Aceptas la invitación entonces?
-
Acepto, pero de vos depende que no sea nuestro último
encuentro.
-
Tan comprensivo con el afuera, tan taxativo con tu padre.
-
Gracias a ese afuera que tanto asco te causa, soy lo que
soy, si por vos fuera todavía nadaría entre utopías, fantasmas, derrotas y
Homero Manzi.
-
Te espero en casa a las nueve. Digo, si no te molesta volver
al barrio.
-
No me dejás alternativas, sos mi padre, no te quiero
incomodar.
-
Nos vemos...
Don Arturo López,
padre de Patricio, era técnico en electrónica, desde pibe había estado
familiarizado con el oficio por mandato genealógico. Por los años setenta había
desarrollado actividades gremiales en una de las empresas que luego fue
absorbida por el holding canadiense que tenía contratado a Patricio. De hecho,
varios ejecutivos del presente, jefes directos de su hijo, fueron durante
aquella época los delatores que propiciaron su secuestro y la desaparición de
varios de sus compañeros militantes. Un apellido tan corriente permite que
determinadas historias se disipen. En Julio de 1978 don Arturo fue liberado,
blanqueado y puesto a disposición del poder ejecutivo nacional pudiendo armar,
en su modesta casa de Pompeya, un pequeño taller de armado y reparación de
equipamiento electrónico: Radios, televisores, tocadiscos, combinados, magazines,
pasacassetes, eran su corriente compañía. El tiempo y la tecnología lo
obligaron a modernizarse, cosa que por capacidad deductiva no le trajo
demasiadas complejidades. Sus conocimientos prácticos y su pensamiento lógico
lo introdujeron en tema muy rápidamente.
Doña Beatriz, su esposa y madre de Patricio, había fallecido el mismo
día que su hijo menor cumplía los cuarenta años. El mayor de los hermanos se
llamaba Juan Manuel, bautizado de ese modo en honor al Restaurador. Juan Manuel
estaba desaparecido desde mediados de 1977 cuando varias decenas de servicios
sin identificación ni uniformes irrumpieron en el Centro de Estudiantes de la
Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, casa de estudios en la
cual estaba cursando su segundo año. Si bien Juan Manuel nunca había
participado en células armadas se lo tenía apuntado como un ferviente adherente
del ala izquierda peronista. Diez años se llevaban los hermanos entre sí. Dos
generaciones distintas, acaso dos modos diferentes de percibir y entender el
mundo. Sólo tenían en común haberse salvado del servicio militar por excedente,
vulgarmente definido como número bajo. Patricio contaba con once años cuando
Juan Manuel desapareció. Fue testigo privilegiado de la búsqueda desesperada de
sus padres y luego la de su madre en soledad dentro de las “Locas de la Plaza”.
Vivió como nadie la caída de Beatriz cuando don Arturo fue literalmente chupado
de la fábrica, y cómo revivió cuando cierta noche mundialista, a eso de las
diez, sonó el timbre de la casa de Pompeya. Patricio aborrecía toda aquella
historia, no la sentía propia. Si bien la sufría, por aquello del dolor ajeno,
irremediablemente, y eso era lo traumático, se sentía ajeno de esas cuestiones.
Le afectaban los sucesos puntuales, los efectos, para nada se interesaba por
las causas de esos sucesos. Patricio había diseñado su proyecto de vida por
fuera del imperio familiar, se escindió de todo elemento lacerante, acompañaba
buenamente, no más. Incluso sus pérdidas más recientes las asumió del mismo modo.
No necesitaba llevar flores a la tumba de su esposa, entendía que su amor no
podía tener como relato una rápida putrefacción de vegetales multicolores. El
breve y maravilloso tiempo compartido no merecía ser minimizado con
vulgaridades y vacías formalidades.
Nadie, dentro de la
empresa, conocía la genealogía de Patricio. Fue becado a principios de los
noventa y por ese entonces las viejas indagatorias totalitarias en las que
solían incurrir los empresarios se hallaban perimidas, no tanto por falta de
deseos, sino por temor a ser denunciados y que una posible publicidad de dichas
políticas conspire en los negocios. De modo que Patricio nunca tuvo que
completar formas burocráticas por fuera de las eminentemente personales. El
hombre era muy respetado por el consejo de accionistas, su palabra tenía peso,
sobre todo en el campo de las inversiones hacia las nuevas tecnologías. Su
supervisor en jefe era un tal Marcos Taquini, ingeniero en electrónica, persona
con la cual mantenía una excelente relación laboral. Su antigüedad en el grupo
empresarial y su edad eran factores determinantes para ni siquiera intentar
luchar en pos de mejorar su posicionamiento en el escalafón institucional. Si
bien nunca personalizaron su relación a niveles íntimos, Marcos Taquini lo
sentía como el hijo que nunca tuvo, de modo que Patricio sabía perfectamente
que le debía al supervisor gran parte de su crecimiento profesional.
-
Cómo estás hijo, me alegra tu visita.
-
¿Hiciste reformas? Veo cambios.
-
Alguna cosa menor. Modifiqué el taller, tiré la pared del
fondo y agrandé el patio. Como verás quedó armada una linda galería. Me quedé
con dos ambientes. ¿Para qué más?
-
Se ve mucho mejor aunque el barrio sigue siendo una cagada.
-
Obvio, no es Palermo. Las inversiones no vienen al sur de la
ciudad.
-
Eso cierto. Encima, desde lo impositivo, no hay mayores
diferencias.
-
Preparé un pastel de papas. Recuerdo que de chico te gustaba
mucho.
-
Aún me gusta, sobre todo con aceitunas y morrón.
-
Tiene de todo.
-
Vale. Este par de vinos patagónicos que traje sabrán
acompañar tu pastel.
-
Merlot, y de Bodegas Fin del Mundo – exclamó don Arturo -
-
Dale viejo, vamos a la mesa, viene un aroma bárbaro desde la
cocina. Después la seguimos – sentenció Patricio –
La cena transcurrió
dentro de un clima distendido ocupando el fútbol buena parte del debate. Quizás
ambos intentaron ubicarse en la Miravé, buscando de ex profeso un nicho común
que los arropara. Huracán los unía en la desgracia, acaso con la sana
interrupción de algún grito esporádico a modo de rebeldía. El Metro del 73 era
un recuerdo recurrente, firme para don Arturo, borroneado para Patricio. Aquel
fenomenal equipo del 76 del Gitano Juárez los encontraba mucho más lúcidos,
nunca dejarán de lamentar el formato de aquel torneo y ese gol de otro partido
del Chino Benítez. El soberbio Negro Baley “en babia” y todo se fue a la mierda
por un zapatazo desesperado tirado al azar. Preferían omitir del futbolero
debate este último torneo perdido contra Vélez. Sabían que Cappa era tema de
conflicto. Para don Arturo el motivo de la derrota fue el bochornoso arbitraje
de Gabriel Brazenas; para Patricio, el técnico era el responsable, encerrado en
una falsa lógica principista: “Cappa
no supo cerrar un simple partido de fútbol creyendo que con eso estaba haciendo
la revolución” – sostenía con vehemencia. Para luego fundamentar - Nadie se hubiera atrevido reprocharle al
Globo, luego de la tremenda exhibición futbolera demostrada durante dieciocho
fechas, un poco de especulación en función de compensar tanta alegría dispersa
-. Varias veces, en medio de la charla, don Arturo lamentó la actitud de
Patricio por no haberlo acompañado a la cancha durante ese torneo.
-
¿Cuántas décadas pasarán hasta que volvamos a disfrutar de
un tipo como el Flaco Pastore pisando el Ducó? Esta enorme casualidad no se la
puede soslayar. Fui feliz como de pibe Patricio – afirmó con melancolía don
Arturo -
-
Todo lo que quieras, pero el mazazo llega de modo
inexorable; el tango, la nostalgia y el tiro del final, que en el caso de
Huracán, siempre acierta en la sien.
-
¿Por eso nunca viniste a la cancha? ¿Por recelo a la
desilusión?
-
Son muchas derrotas, muchos descensos, muchos abandonos –
sentenció Patricio –
-
¿Entonces?
-
¿Entonces qué, Papá?
-
No vayamos a la cancha, no nos enamoremos, no leamos un
libro, no vayamos al cine, no tomemos un vino, no tengamos hijos, no nos
metamos al mar, no caminemos bajo la lluvia, no hagamos nada, esquivemos la
posibilidad del placer porque todo puede llegar a desilusionarnos. Hay algo que
me gustaría decirte Patricio. Temo que todavía no has comprendido que la
desilusión, lo nefasto, la muerte, es lo que le da sentido y sustento a la
ilusión, a lo bello, en definitiva a la vida.
-
Estaba leyendo algo de eso cuando me llamaste la otra noche.
-
Lamento haberte interrumpido entonces.
-
Del Sentimiento Trágico de la Vida de Unamuno.
-
Lo lamento doblemente.
-
¿Lo leíste?
-
De manera íntegra tres veces: Luego que desapareció tu
hermano, más tarde cuando falleció Romina llevando en su cuerpo el nieto por
venir y luego de la muerte de tu madre. Además, en distintos momentos tuve que
acudir a él bajo el formato de lecturas salpicadas, acaso a modo de repaso.
-
Por ejemplo.
-
Cuando me comentaste que Taquini era tu jefe y protector.
-
¿Lo conocés? Nunca me dijiste nada – cuestionó Patricio –
-
Es el turro que nos buchoneó. Luego supe que con esa actitud
había logrado posicionarse políticamente dentro de la vieja empresa.
-
¿Estás seguro? Me cuesta creerte.
-
Probalo vos mismo si no das crédito a lo que te digo.
¿Espero que no le temas a la desilusión?
-
Si lo encaro de modo directo pongo en riesgo mi futuro –
argumentó Patricio –
-
Fácil. No fuerces la situación, paciencia. Cuando en un
almuerzo, de modo casual, surja el tema político deslizá al pasar que tuviste
un tío lejano, ya fallecido, llamado Arturo López, laburante del rubro, que
estuvo casi un año secuestrado durante la dictadura. A partir de ese momento él
hará el resto.
-
Te adelanto que cuando surge el tema siempre se mostró
crítico con aquel período. Cuestionó sus métodos aberrantes e incluso se
exhibió muy indignado con el robo de bebes.
-
No te olvides que sus nuevos jefes son canadienses. Por
aquellas épocas la mayoría de las sociedades del mundo reprobaban a la
dictadura. Canadá, Francia, Alemania, Suecia, Italia, incluso el mismo Jimmy
Carter solicitaba recurrentemente explicaciones internacionales y atendía con
sumo respeto las quejas de los exilados. La violación sistemática de los
derechos humanos que desarrolló aquel proyecto cívico militar no puede
encontrar en el presente adherente alguno – finalizó don Arturo –
-
Según tu razonamiento Taquini porta un disfraz. Es decir,
necesita de él para poder conservar su trabajo y al mismo tiempo su estatus
social.
-
Te pregunto Patricio. ¿Cómo crees que resolvería la empresa
saber que uno de sus más altos ejecutivos fue el responsable de la desaparición
de veinte trabajadores de los cuales quince permanecen en esa condición?
Sacátelo de la cabeza, la cosa no llegaría nunca a juicio, evitar a la prensa
sería el objetivo, no pensés en cuestiones humanísticas; estoy convencido que
el tipo sería eyectado sin miramientos, muy bien indemnizado por cierto, pero
la decisión sería irrevocable.
-
¿Estás seguro? ¿Lo tuyo no será una simple expresión
individual de deseos? Me parece que tenés la debilidad de considerar que al presente
le sigue interesando lo que ocurrió en el pasado.
-
No le tengo miedo a la desilusión. Es más, la temática de
esta charla, de algún modo, me ha rediseñado como viejo luchador. Una torpeza
más de la que me declaro autor quizás, descubrir que la ignominia y la
impunidad me siguen perturbando.
-
Taquini hizo mucho por mí, siento el asunto como una
traición, como una persecución aviesa, acaso siniestra.
-
¿No te jactes de ser pragmático Patricio? – inquirió don
Arturo –
-
Pero qué relación tiene con el dilema mi pragmatismo.
-
Sin saberlo quizás, Marcos respondió por lo que te había
quitado de pibe. ¿Resulta tan descabellado considerar qué están a mano, qué no
existen deudas ni pendientes?
-
Pero vos...
-
Para mí es tarde, yo no cuento, sólo presto testimonio. El
sentimiento trágico es tuyo, vos sabrás cómo resolverlo. Convivir con ello o
rebelarte. Recuperar a Juan Manuel como símbolo de tu historia.
-
¿Por eso nunca aceptaste mi ayuda económica?
-
Cuidado, sé separar. Quién intentaba ayudarme era tu
trabajo, tu esfuerzo, tu conocimiento, no Taquini. Vos estás al margen de la
cuestión. Saber que buena parte de esas rentas están manchadas con sangre no es
de tu competencia. De todas formas preferí no ser yo quién complejice tu
proyecto de vida y menos cuando decidiste formar familia.
-
Ya se hizo muy tarde viejo. A pesar de que mañana es domingo
tengo que hacerle una visita a la planta que tenemos en Zárate, justamente a
las ocho tengo que pasar por Taquini. Parece que desean invertir en
equipamiento y necesitan mi opinión.
-
Espero que te vayas pipón. El vino fue un placer inesperado.
¿Con qué auto te estás manejando?
-
Hace un mes nos renovaron el modelo a todos los jerárquicos.
Esta vuelta optaron por la línea de los Focus. El más sencillito te aclaro. La
idea es no hacer ostentación ante tanta paranoia.
-
Nos vemos hijo, teneme un poco más al tanto de tu vida, te
acompaño hasta la puerta.
-
Chau Papá, nos hablamos...
El lunes por la
mañana, como todos los días desde hacía cinco años, don Arturo López fue a
buscar, al kiosco de diarios del “Curcu” Sosa, su reservado ejemplar de Página
12 para leerlo en el boliche de Ferretti, bar ubicado en la esquina de
Centenera y Esquiú. Mientras degustaba su cotidiano Cinzano, una noticia en
policiales detuvo su habitual y veterana parsimonia.
“TELAM. Pasada la
tarde-noche del domingo, miembros de la Policía Federal seccional 50 con
jurisdicción en el barrio porteño de Flores allanó la finca ubicada en la calle
Membrillar 583 propiedad del Ingeniero Marcos Taquini, importante ejecutivo de
una empresa multinacional. En su interior se halló el cuerpo sin vida del
mencionado. Según las primeras pericias y ante la presencia de peritos,
forenses y fiscales se determinó que el occiso falleció de modo traumático no
descartándose, por el momento, ninguna hipótesis. La causa, en manos del Fiscal
Carlos Esteche, se encuentra caratulada como muerte dudosa. Según datos
fehacientes, emanados desde la propia fiscalía, el alerta fue dado al 911 cerca
de las 20.30 horas por su vecino de medianera a poco de escuchar un
ensordecedor estruendo. Aparentemente éste decidió convocar a las fuerzas
policiales motivado por la ausencia de respuestas concretas cuando intentó
algún tipo de auxilio”.
Al viejo, por fuera de la sorpresa
inicial no le cerraba lo leído, no le daban los tiempos. Inmediatamente
relacionó la noticia con Patricio. Sabía lo del viaje a Zárate de su hijo en
compañía del muerto, debido a eso lo primero que se le cruzó por la cabeza fue
tratar de comunicarse con él para saber cómo estaba su situación de cara al
suceso. Suponía que no debía llamarlo a la empresa por obvias razones de privacidad
de modo que no tenía más opción que esperar hasta la noche. No quiso
conjeturar, sospechaba que el día sería más extenso por causa de la
incertidumbre, ansiedad tallada anárquicamente por la ignorancia. Esperanzado
por virtuales llamados de su hijo decidió volver rápidamente a casa
interrumpiendo su rutina cotidiana. Pensó que lo mejor para su salud mental era
abrir el taller bastante más temprano que de costumbre y ponerse a trabajar;
tener el teléfono a mano sería condición indispensable para soportar el paso de
las horas.
Pasado el mediodía suena el teléfono.
Don Arturo atendió luego del primer aviso.
-
Viejo no me interrumpas. Si todavía no te enteraste prendé la
tele y poné en este mismo momento C5N. Te la hago corta, estoy bien, quedate
tranquilo. A eso de las nueve de la noche estoy por allí. ¿Me escuchaste?
-
Vale. Un beso hijo...
Los años no vienen solos pensó,
cayendo en la vulgaridad del sentido común. Esperar a estas alturas de la vida
es más complejo debido a que no queda demasiado tiempo. Prometió hacer una
siestita decretándose una licencia merecida, intuía que la noche sería
extremadamente extensa e intensa.
Se despertó promediando la tarde, de
inmediato decidió aprovechar el momento para comenzar a diseñar la cena.
Milanesas con fritas fue el menú escogido.
Patricio llegó puntualmente a las
nueve de la noche, esta vez sin vino. El abrazo que le dio a su padre resultó
mucho más apretado que de costumbre y más teniendo en cuenta que sólo cuarenta
y ocho horas antes habían vivido una situación similar. Don Arturo lo notó
extrañamente excitado, acaso perturbado. Prefirió no presionar ni prejuzgar.
-
Aquí estamos viejo – rompió las formas Patricio -. Taquini se
suicidó luego que lo dejé en su casa. De hecho todos los concurrentes lo
notamos sumamente extraño durante el transcurso de la visita a la planta de
Zárate. Menos mal que Marcos no era el único jerárquico que viajó en mi auto,
lo cierto es que por recorrido fue el primero que llevé, de lo contrario
todavía estaría dando explicaciones. Me tuve que morfar cientos de preguntas e
indagatorias, el pasado cayó como cascada. Vos, la vieja, Juan Manuel, Romina,
mi relación con el muerto, sus antecedentes como servicio durante la
dictadura...
-
¿Servicio? No sabía, disculpá que te interrumpí Patricio,
seguí por favor.
-
Tal como lo oís. El tipo como profesional técnico era una
fachada, por entonces era un cuadro paraoficial dentro de varias terminales que
lo tenían contratado.
-
No entiendo.
-
Taquini era una suerte de cuadro itinerante, inserto dentro
de aquel formato sindical. La justicia lo estaba investigando. Como
representante del gremio iba a varias fabricas so pretexto de su función. En
realidad buchoneaba a los delegados. Así caíste Papá. Estoy seguro de que el
tipo ni siquiera se acordaba de vos. Más de un centenar de trabajadores y
delegados cayeron en operativos simulados gracias a sus informes.
-
¿Y el suicidio?
-
Si bien no encontraron notas ni cartas de Marcos presumen que
al encontrarse cercado por la investigación judicial tomó la trágica
determinación. Su ex esposa, en sede fiscal, dio fe que Taquini se hallaba
inserto en un cuadro depresivo por el asunto; parece que dicho cuadro se
profundizó cuando la propia empresa le solicitó explicaciones sobre su pasado
producto de que la justicia, a través de la secretaria de Derechos Humanos,
interpeló a las más altas autoridades nacionales del holding sobre su persona.
Según los gerentes y accionistas era un secreto guardado bajo siete llaves que
Taquini dejaría la empresa a fin de año. De algún modo tenías razón Papá, la
empresa no quiere saber nada con esta clase de historias – aseguró Patricio -
-
¿Y tu situación? – preguntó don Arturo, mientras ponía la
mesa para cenar -
-
Tengo pensado renunciar, acaso “recetearme”, me propongo
abrazar todo aquello que intenté borrar negando caprichosamente una historia de
la cual no tenía razones de ocultar. Ese mundo no es el mío. Debo reconocer que
me acogió amablemente durante más de veinte años, demoró todo ese tiempo para
exhibir sus colmillos. Veo con suma urgencia la íntima necesidad de volver a la
lectura de Unamuno. En esos más de veinte años le di la espalda a mi propia
tragedia y a todos los sentimientos que esa tragedia portaba. Vender el
departamento de Palermo quizás, y que con esa guita hacer algo juntos, vivir
juntos, laburar juntos, viajar juntos, invertir en el taller... cruzar ese
puente que torpemente observaba como límite y no como vaso comunicante. Además
me he dado cuenta que la empresa vería con buen gusto mi partida, sin descartar
la posibilidad de consensuar un retiro y hacer un buen acuerdo económico. De
algún modo soy la contracara de una historia que no les interesa. Deshacerse de
la guillotina, del verdugo, de las cabezas y limpiar el predio es su exclusiva
preocupación. ¿Cómo hago para simular que soy un “No Ser”? Si puedo escoger un
NO SER elijo el de Macedonio: “Trabajar en silencio, honesta y solidariamente,
lograr verdades y decirlas, sin aspirar a ser recordado”. Viejo, deseo regresar
a mis humanas vulgaridades, acaso me cueste y te pido ayuda: llevarle flores a
Mamá, a Romina y tener una foto de Juan Manuel sobre la cómoda, sobre todo
aquella que nos sacaste en Villa Gessell, estando sobre sus hombros a punto de
arrojarme a la rompiente. Palermo y Pompeya, la crueldad del ostento versus la
dignidad de la pobreza, y Manzi, y uno tirado en medio del dilema, de elegir se
trata entonces.
-
¿Comemos?
-
Esperá Papá, todavía no saqués del horno. Las milanesas con
fritas se merecen algo más que agua mineral. Vamos al mercado, directo a la
góndola de vinos, todavía no son las diez...
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