El Sentimiento Trágico 
de Patricio López
Cuento





El Sentimiento Trágico de Patricio López

El olvido es una gran alquimia sin secretos, transforma todo el presente...
                                                                                                César Aira

Dejó que el teléfono sonara intentado que muriera en su capricho. Era otoño, cerca de las ocho de la noche, hacía frío. El aparato insistía dando a entender que del otro lado de la línea alguien estaba dispuesto a sostener la pulseada de manera inexorable. Patricio comenzó a comprender que la urgencia lo demandaba; hastiado, abandonó sobre la mesa de luz su copa de escocés, bajó el volumen del equipo musical –el violín de Paganini podía esperar-, depositó en el cenicero de bronce - regalo de su padre - el Montecristo número tres, y marcó con su histórico señalador de cuero la página que proponía la continuidad de El Sentimiento Trágico de la Vida de Miguel de Unamuno. Se levantó del sillón, mueble que se  alineaba en dirección a los ventanales que daban al balcón. El departamento se hallaba ubicado al frente, en un panorámico octavo piso, sobre la Avenida del Libertador, orientado visualmente en línea perpendicular a la Embajada de Chile. Caminó los pasos necesarios hasta el teléfono fijo, detestaba los celulares, los entendía como una intromisión innecesaria. Al levantar el tubo del aparato la tediosa monotonía del tono constante daba muestras de lo inútil que había sido modificar su momento de lectura, distrito diario que preservaba como norma de placer desde que lograra independizarse apenas cumplidos sus veinticuatro años. Por entonces y luego de haberse recibido de ingeniero en sistemas fue becado, en condiciones muy ventajosas, por una de las empresas canadienses más importantes en el rubro. Sus calificaciones en la universidad fueron determinantes para el logro. No sólo el salario era tentador, además estaba anexado al sistema de relación de dependencia formal un departamento cuyo comodato se actualizaba automáticamente cada doce meses, más un automóvil cero kilómetro que sería renovado cada dos años en función de no entorpecer sus tareas representativas. Poco después de un lustro pudo adquirir su actual inmueble palermitano devolviéndole a la empresa aquel departamento cedido. La nobleza de la actitud, ausente de toda especulación y plena de confianza, fue bien reconocida por el holding multinacional diseñando una compensación generosa que le permitió saldar la hipoteca mucho antes de lo planificado. Con cuarenta y seis años de edad, Patricio exhibía un presente sólido, era muy respetado, no sólo por su probada capacidad profesional además exponía una belleza personal por fuera de la media urbana. Independientemente de su excelencia en la materia informática le agregaba a su currículum una envidiable formación cultural producto de la afición a las lecturas universales. Apocado y modesto en sus aseveraciones siempre dejaba a la duda como amable vaso comunicante para nuevas conversaciones, para nuevos encuentros.
Romina, el amor desde sus tiempos de estudiante, había fallecido de un cáncer pancreático  fulminante tres años después que decidieran comenzar a convivir, acuerdo consensuado una vez que Patricio había logrado cierto equilibrio económico. No se habían casado, no lo consideraban necesario, la tragedia apareció cuando también bajo mutuo acuerdo habían determinado agrandar la familia. Cuando Romina falleció estaba embarazada de diez semanas. Desde los treinta y dos años Patricio compartía con su burguesa soledad aquellas íntimas ausencias.

-         ¿Vos llamaste viejo? – Patricio se comunicó de inmediato con el Padre de modo liberarse de su única preocupación existencial -
-         Si, Patricio. Necesito... disculpá, me corrijo. Me gustaría invitarte a cenar. - Esa corrección de su padre le provocó a Patricio una sensación intimidatoria, acaso de mal augurio -
-         ¿Sucede algo?
-         ¿Te parece qué no nos sucede nada? – replicó don Arturo -
-         Si vas a volver sobre lo mismo me abstengo. Perdieron, Papá, perdieron. No hay vuelta atrás, el mundo ha decidido recorrer otros caminos.
-         ¿Aceptas la invitación entonces?
-         Acepto, pero de vos depende que no sea nuestro último encuentro.
-         Tan comprensivo con el afuera, tan taxativo con tu padre.
-         Gracias a ese afuera que tanto asco te causa, soy lo que soy, si por vos fuera todavía nadaría entre utopías, fantasmas, derrotas y Homero Manzi.
-         Te espero en casa a las nueve. Digo, si no te molesta volver al barrio.
-         No me dejás alternativas, sos mi padre, no te quiero incomodar.
-         Nos vemos...

Don Arturo López, padre de Patricio, era técnico en electrónica, desde pibe había estado familiarizado con el oficio por mandato genealógico. Por los años setenta había desarrollado actividades gremiales en una de las empresas que luego fue absorbida por el holding canadiense que tenía contratado a Patricio. De hecho, varios ejecutivos del presente, jefes directos de su hijo, fueron durante aquella época los delatores que propiciaron su secuestro y la desaparición de varios de sus compañeros militantes. Un apellido tan corriente permite que determinadas historias se disipen. En Julio de 1978 don Arturo fue liberado, blanqueado y puesto a disposición del poder ejecutivo nacional pudiendo armar, en su modesta casa de Pompeya, un pequeño taller de armado y reparación de equipamiento electrónico: Radios, televisores, tocadiscos, combinados, magazines, pasacassetes, eran su corriente compañía. El tiempo y la tecnología lo obligaron a modernizarse, cosa que por capacidad deductiva no le trajo demasiadas complejidades. Sus conocimientos prácticos y su pensamiento lógico lo introdujeron en tema muy rápidamente.  Doña Beatriz, su esposa y madre de Patricio, había fallecido el mismo día que su hijo menor cumplía los cuarenta años. El mayor de los hermanos se llamaba Juan Manuel, bautizado de ese modo en honor al Restaurador. Juan Manuel estaba desaparecido desde mediados de 1977 cuando varias decenas de servicios sin identificación ni uniformes irrumpieron en el Centro de Estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, casa de estudios en la cual estaba cursando su segundo año. Si bien Juan Manuel nunca había participado en células armadas se lo tenía apuntado como un ferviente adherente del ala izquierda peronista. Diez años se llevaban los hermanos entre sí. Dos generaciones distintas, acaso dos modos diferentes de percibir y entender el mundo. Sólo tenían en común haberse salvado del servicio militar por excedente, vulgarmente definido como número bajo. Patricio contaba con once años cuando Juan Manuel desapareció. Fue testigo privilegiado de la búsqueda desesperada de sus padres y luego la de su madre en soledad dentro de las “Locas de la Plaza”. Vivió como nadie la caída de Beatriz cuando don Arturo fue literalmente chupado de la fábrica, y cómo revivió cuando cierta noche mundialista, a eso de las diez, sonó el timbre de la casa de Pompeya. Patricio aborrecía toda aquella historia, no la sentía propia. Si bien la sufría, por aquello del dolor ajeno, irremediablemente, y eso era lo traumático, se sentía ajeno de esas cuestiones. Le afectaban los sucesos puntuales, los efectos, para nada se interesaba por las causas de esos sucesos. Patricio había diseñado su proyecto de vida por fuera del imperio familiar, se escindió de todo elemento lacerante, acompañaba buenamente, no más. Incluso sus pérdidas más recientes las asumió del mismo modo. No necesitaba llevar flores a la tumba de su esposa, entendía que su amor no podía tener como relato una rápida putrefacción de vegetales multicolores. El breve y maravilloso tiempo compartido no merecía ser minimizado con vulgaridades y vacías formalidades.
Nadie, dentro de la empresa, conocía la genealogía de Patricio. Fue becado a principios de los noventa y por ese entonces las viejas indagatorias totalitarias en las que solían incurrir los empresarios se hallaban perimidas, no tanto por falta de deseos, sino por temor a ser denunciados y que una posible publicidad de dichas políticas conspire en los negocios. De modo que Patricio nunca tuvo que completar formas burocráticas por fuera de las eminentemente personales. El hombre era muy respetado por el consejo de accionistas, su palabra tenía peso, sobre todo en el campo de las inversiones hacia las nuevas tecnologías. Su supervisor en jefe era un tal Marcos Taquini, ingeniero en electrónica, persona con la cual mantenía una excelente relación laboral. Su antigüedad en el grupo empresarial y su edad eran factores determinantes para ni siquiera intentar luchar en pos de mejorar su posicionamiento en el escalafón institucional. Si bien nunca personalizaron su relación a niveles íntimos, Marcos Taquini lo sentía como el hijo que nunca tuvo, de modo que Patricio sabía perfectamente que le debía al supervisor gran parte de su crecimiento profesional.

-         Cómo estás hijo, me alegra tu visita.
-         ¿Hiciste reformas? Veo cambios.
-         Alguna cosa menor. Modifiqué el taller, tiré la pared del fondo y agrandé el patio. Como verás quedó armada una linda galería. Me quedé con dos ambientes. ¿Para qué más?
-         Se ve mucho mejor aunque el barrio sigue siendo una cagada.
-         Obvio, no es Palermo. Las inversiones no vienen al sur de la ciudad.
-         Eso cierto. Encima, desde lo impositivo, no hay mayores diferencias.
-         Preparé un pastel de papas. Recuerdo que de chico te gustaba mucho.
-         Aún me gusta, sobre todo con aceitunas y morrón.
-         Tiene de todo.
-         Vale. Este par de vinos patagónicos que traje sabrán acompañar tu pastel.
-         Merlot, y de Bodegas Fin del Mundo – exclamó don Arturo -
-         Dale viejo, vamos a la mesa, viene un aroma bárbaro desde la cocina. Después la seguimos – sentenció Patricio –

La cena transcurrió dentro de un clima distendido ocupando el fútbol buena parte del debate. Quizás ambos intentaron ubicarse en la Miravé, buscando de ex profeso un nicho común que los arropara. Huracán los unía en la desgracia, acaso con la sana interrupción de algún grito esporádico a modo de rebeldía. El Metro del 73 era un recuerdo recurrente, firme para don Arturo, borroneado para Patricio. Aquel fenomenal equipo del 76 del Gitano Juárez los encontraba mucho más lúcidos, nunca dejarán de lamentar el formato de aquel torneo y ese gol de otro partido del Chino Benítez. El soberbio Negro Baley “en babia” y todo se fue a la mierda por un zapatazo desesperado tirado al azar. Preferían omitir del futbolero debate este último torneo perdido contra Vélez. Sabían que Cappa era tema de conflicto. Para don Arturo el motivo de la derrota fue el bochornoso arbitraje de Gabriel Brazenas; para Patricio, el técnico era el responsable, encerrado en una falsa lógica principista: “Cappa no supo cerrar un simple partido de fútbol creyendo que con eso estaba haciendo la revolución” – sostenía con vehemencia. Para luego fundamentar - Nadie se hubiera atrevido reprocharle al Globo, luego de la tremenda exhibición futbolera demostrada durante dieciocho fechas, un poco de especulación en función de compensar tanta alegría dispersa -. Varias veces, en medio de la charla, don Arturo lamentó la actitud de Patricio por no haberlo acompañado a la cancha durante ese torneo.

-         ¿Cuántas décadas pasarán hasta que volvamos a disfrutar de un tipo como el Flaco Pastore pisando el Ducó? Esta enorme casualidad no se la puede soslayar. Fui feliz como de pibe Patricio – afirmó con melancolía don Arturo -
-         Todo lo que quieras, pero el mazazo llega de modo inexorable; el tango, la nostalgia y el tiro del final, que en el caso de Huracán, siempre acierta en la sien.
-         ¿Por eso nunca viniste a la cancha? ¿Por recelo a la desilusión?
-         Son muchas derrotas, muchos descensos, muchos abandonos – sentenció Patricio –
-         ¿Entonces?
-         ¿Entonces qué, Papá?
-         No vayamos a la cancha, no nos enamoremos, no leamos un libro, no vayamos al cine, no tomemos un vino, no tengamos hijos, no nos metamos al mar, no caminemos bajo la lluvia, no hagamos nada, esquivemos la posibilidad del placer porque todo puede llegar a desilusionarnos. Hay algo que me gustaría decirte Patricio. Temo que todavía no has comprendido que la desilusión, lo nefasto, la muerte, es lo que le da sentido y sustento a la ilusión, a lo bello, en definitiva a la vida.
-         Estaba leyendo algo de eso cuando me llamaste la otra noche.
-         Lamento haberte interrumpido entonces.
-         Del Sentimiento Trágico de la Vida de Unamuno.
-         Lo lamento doblemente.
-         ¿Lo leíste?
-         De manera íntegra tres veces: Luego que desapareció tu hermano, más tarde cuando falleció Romina llevando en su cuerpo el nieto por venir y luego de la muerte de tu madre. Además, en distintos momentos tuve que acudir a él bajo el formato de lecturas salpicadas, acaso a modo de repaso.
-         Por ejemplo.
-         Cuando me comentaste que Taquini era tu jefe y protector.
-         ¿Lo conocés? Nunca me dijiste nada – cuestionó Patricio –
-         Es el turro que nos buchoneó. Luego supe que con esa actitud había logrado posicionarse políticamente dentro de la vieja empresa.
-         ¿Estás seguro? Me cuesta creerte.
-         Probalo vos mismo si no das crédito a lo que te digo. ¿Espero que no le temas a la desilusión?
-         Si lo encaro de modo directo pongo en riesgo mi futuro – argumentó Patricio –
-         Fácil. No fuerces la situación, paciencia. Cuando en un almuerzo, de modo casual, surja el tema político deslizá al pasar que tuviste un tío lejano, ya fallecido, llamado Arturo López, laburante del rubro, que estuvo casi un año secuestrado durante la dictadura. A partir de ese momento él hará el resto.
-         Te adelanto que cuando surge el tema siempre se mostró crítico con aquel período. Cuestionó sus métodos aberrantes e incluso se exhibió muy indignado con el robo de bebes.
-         No te olvides que sus nuevos jefes son canadienses. Por aquellas épocas la mayoría de las sociedades del mundo reprobaban a la dictadura. Canadá, Francia, Alemania, Suecia, Italia, incluso el mismo Jimmy Carter solicitaba recurrentemente explicaciones internacionales y atendía con sumo respeto las quejas de los exilados. La violación sistemática de los derechos humanos que desarrolló aquel proyecto cívico militar no puede encontrar en el presente adherente alguno – finalizó don Arturo –
-         Según tu razonamiento Taquini porta un disfraz. Es decir, necesita de él para poder conservar su trabajo y al mismo tiempo su estatus social.
-         Te pregunto Patricio. ¿Cómo crees que resolvería la empresa saber que uno de sus más altos ejecutivos fue el responsable de la desaparición de veinte trabajadores de los cuales quince permanecen en esa condición? Sacátelo de la cabeza, la cosa no llegaría nunca a juicio, evitar a la prensa sería el objetivo, no pensés en cuestiones humanísticas; estoy convencido que el tipo sería eyectado sin miramientos, muy bien indemnizado por cierto, pero la decisión sería irrevocable.
-         ¿Estás seguro? ¿Lo tuyo no será una simple expresión individual de deseos? Me parece que tenés la debilidad de considerar que al presente le sigue interesando lo que ocurrió en el pasado.
-         No le tengo miedo a la desilusión. Es más, la temática de esta charla, de algún modo, me ha rediseñado como viejo luchador. Una torpeza más de la que me declaro autor quizás, descubrir que la ignominia y la impunidad me siguen perturbando.
-         Taquini hizo mucho por mí, siento el asunto como una traición, como una persecución aviesa, acaso siniestra.
-         ¿No te jactes de ser pragmático Patricio? – inquirió don Arturo –
-         Pero qué relación tiene con el dilema mi pragmatismo.
-         Sin saberlo quizás, Marcos respondió por lo que te había quitado de pibe. ¿Resulta tan descabellado considerar qué están a mano, qué no existen deudas ni pendientes?
-         Pero vos...
-         Para mí es tarde, yo no cuento, sólo presto testimonio. El sentimiento trágico es tuyo, vos sabrás cómo resolverlo. Convivir con ello o rebelarte. Recuperar a Juan Manuel como símbolo de tu historia.
-         ¿Por eso nunca aceptaste mi ayuda económica?
-         Cuidado, sé separar. Quién intentaba ayudarme era tu trabajo, tu esfuerzo, tu conocimiento, no Taquini. Vos estás al margen de la cuestión. Saber que buena parte de esas rentas están manchadas con sangre no es de tu competencia. De todas formas preferí no ser yo quién complejice tu proyecto de vida y menos cuando decidiste formar familia.
-         Ya se hizo muy tarde viejo. A pesar de que mañana es domingo tengo que hacerle una visita a la planta que tenemos en Zárate, justamente a las ocho tengo que pasar por Taquini. Parece que desean invertir en equipamiento y necesitan mi opinión.
-         Espero que te vayas pipón. El vino fue un placer inesperado. ¿Con qué auto te estás manejando?
-         Hace un mes nos renovaron el modelo a todos los jerárquicos. Esta vuelta optaron por la línea de los Focus. El más sencillito te aclaro. La idea es no hacer ostentación ante tanta paranoia.
-         Nos vemos hijo, teneme un poco más al tanto de tu vida, te acompaño hasta la puerta.
-         Chau Papá, nos hablamos...

El lunes por la mañana, como todos los días desde hacía cinco años, don Arturo López fue a buscar, al kiosco de diarios del “Curcu” Sosa, su reservado ejemplar de Página 12 para leerlo en el boliche de Ferretti, bar ubicado en la esquina de Centenera y Esquiú. Mientras degustaba su cotidiano Cinzano, una noticia en policiales detuvo su habitual y veterana parsimonia.

“TELAM. Pasada la tarde-noche del domingo, miembros de la Policía Federal seccional 50 con jurisdicción en el barrio porteño de Flores allanó la finca ubicada en la calle Membrillar 583 propiedad del Ingeniero Marcos Taquini, importante ejecutivo de una empresa multinacional. En su interior se halló el cuerpo sin vida del mencionado. Según las primeras pericias y ante la presencia de peritos, forenses y fiscales se determinó que el occiso falleció de modo traumático no descartándose, por el momento, ninguna hipótesis. La causa, en manos del Fiscal Carlos Esteche, se encuentra caratulada como muerte dudosa. Según datos fehacientes, emanados desde la propia fiscalía, el alerta fue dado al 911 cerca de las 20.30 horas por su vecino de medianera a poco de escuchar un ensordecedor estruendo. Aparentemente éste decidió convocar a las fuerzas policiales motivado por la ausencia de respuestas concretas cuando intentó algún tipo de auxilio”.

Al viejo, por fuera de la sorpresa inicial no le cerraba lo leído, no le daban los tiempos. Inmediatamente relacionó la noticia con Patricio. Sabía lo del viaje a Zárate de su hijo en compañía del muerto, debido a eso lo primero que se le cruzó por la cabeza fue tratar de comunicarse con él para saber cómo estaba su situación de cara al suceso. Suponía que no debía llamarlo a la empresa por obvias razones de privacidad de modo que no tenía más opción que esperar hasta la noche. No quiso conjeturar, sospechaba que el día sería más extenso por causa de la incertidumbre, ansiedad tallada anárquicamente por la ignorancia. Esperanzado por virtuales llamados de su hijo decidió volver rápidamente a casa interrumpiendo su rutina cotidiana. Pensó que lo mejor para su salud mental era abrir el taller bastante más temprano que de costumbre y ponerse a trabajar; tener el teléfono a mano sería condición indispensable para soportar el paso de las horas.
Pasado el mediodía suena el teléfono. Don Arturo atendió luego del primer aviso.

-         Viejo no me interrumpas. Si todavía no te enteraste prendé la tele y poné en este mismo momento C5N. Te la hago corta, estoy bien, quedate tranquilo. A eso de las nueve de la noche estoy por allí. ¿Me escuchaste?
-         Vale. Un beso hijo...

Los años no vienen solos pensó, cayendo en la vulgaridad del sentido común. Esperar a estas alturas de la vida es más complejo debido a que no queda demasiado tiempo. Prometió hacer una siestita decretándose una licencia merecida, intuía que la noche sería extremadamente extensa e intensa.
Se despertó promediando la tarde, de inmediato decidió aprovechar el momento para comenzar a diseñar la cena. Milanesas con fritas fue el menú escogido.

Patricio llegó puntualmente a las nueve de la noche, esta vez sin vino. El abrazo que le dio a su padre resultó mucho más apretado que de costumbre y más teniendo en cuenta que sólo cuarenta y ocho horas antes habían vivido una situación similar. Don Arturo lo notó extrañamente excitado, acaso perturbado. Prefirió no presionar ni prejuzgar.

-         Aquí estamos viejo – rompió las formas Patricio -. Taquini se suicidó luego que lo dejé en su casa. De hecho todos los concurrentes lo notamos sumamente extraño durante el transcurso de la visita a la planta de Zárate. Menos mal que Marcos no era el único jerárquico que viajó en mi auto, lo cierto es que por recorrido fue el primero que llevé, de lo contrario todavía estaría dando explicaciones. Me tuve que morfar cientos de preguntas e indagatorias, el pasado cayó como cascada. Vos, la vieja, Juan Manuel, Romina, mi relación con el muerto, sus antecedentes como servicio durante la dictadura...
-         ¿Servicio? No sabía, disculpá que te interrumpí Patricio, seguí por favor.
-         Tal como lo oís. El tipo como profesional técnico era una fachada, por entonces era un cuadro paraoficial dentro de varias terminales que lo tenían contratado.
-         No entiendo.
-         Taquini era una suerte de cuadro itinerante, inserto dentro de aquel formato sindical. La justicia lo estaba investigando. Como representante del gremio iba a varias fabricas so pretexto de su función. En realidad buchoneaba a los delegados. Así caíste Papá. Estoy seguro de que el tipo ni siquiera se acordaba de vos. Más de un centenar de trabajadores y delegados cayeron en operativos simulados gracias a sus informes.
-         ¿Y el suicidio?
-         Si bien no encontraron notas ni cartas de Marcos presumen que al encontrarse cercado por la investigación judicial tomó la trágica determinación. Su ex esposa, en sede fiscal, dio fe que Taquini se hallaba inserto en un cuadro depresivo por el asunto; parece que dicho cuadro se profundizó cuando la propia empresa le solicitó explicaciones sobre su pasado producto de que la justicia, a través de la secretaria de Derechos Humanos, interpeló a las más altas autoridades nacionales del holding sobre su persona. Según los gerentes y accionistas era un secreto guardado bajo siete llaves que Taquini dejaría la empresa a fin de año. De algún modo tenías razón Papá, la empresa no quiere saber nada con esta clase de historias – aseguró Patricio -
-         ¿Y tu situación? – preguntó don Arturo, mientras ponía la mesa para cenar -
-         Tengo pensado renunciar, acaso “recetearme”, me propongo abrazar todo aquello que intenté borrar negando caprichosamente una historia de la cual no tenía razones de ocultar. Ese mundo no es el mío. Debo reconocer que me acogió amablemente durante más de veinte años, demoró todo ese tiempo para exhibir sus colmillos. Veo con suma urgencia la íntima necesidad de volver a la lectura de Unamuno. En esos más de veinte años le di la espalda a mi propia tragedia y a todos los sentimientos que esa tragedia portaba. Vender el departamento de Palermo quizás, y que con esa guita hacer algo juntos, vivir juntos, laburar juntos, viajar juntos, invertir en el taller... cruzar ese puente que torpemente observaba como límite y no como vaso comunicante. Además me he dado cuenta que la empresa vería con buen gusto mi partida, sin descartar la posibilidad de consensuar un retiro y hacer un buen acuerdo económico. De algún modo soy la contracara de una historia que no les interesa. Deshacerse de la guillotina, del verdugo, de las cabezas y limpiar el predio es su exclusiva preocupación. ¿Cómo hago para simular que soy un “No Ser”? Si puedo escoger un NO SER elijo el de Macedonio: “Trabajar en silencio, honesta y solidariamente, lograr verdades y decirlas, sin aspirar a ser recordado”. Viejo, deseo regresar a mis humanas vulgaridades, acaso me cueste y te pido ayuda: llevarle flores a Mamá, a Romina y tener una foto de Juan Manuel sobre la cómoda, sobre todo aquella que nos sacaste en Villa Gessell, estando sobre sus hombros a punto de arrojarme a la rompiente. Palermo y Pompeya, la crueldad del ostento versus la dignidad de la pobreza, y Manzi, y uno tirado en medio del dilema, de elegir se trata entonces.
-         ¿Comemos?

-         Esperá Papá, todavía no saqués del horno. Las milanesas con fritas se merecen algo más que agua mineral. Vamos al mercado, directo a la góndola de vinos, todavía no son las diez...


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