La pluralidad y su perversa banalización


No hay que asustarse, nadie cargará en contra del concepto. Lo que nos proponemos es colocarlo en el sitio que sospechamos debería estar y que por cuestiones semánticas o interesadas interpretaciones se lo suele ubicar indebidamente sobre todo en el campo de los medios de comunicación.
Desde esta humilde tribuna consideramos que la pluralidad no constituye en sí propio ni un mérito ni un demérito ético y menos aún discutir su definición atenta contra las libertades individuales. La entendemos como una característica que no debe ni puede generalizarse debido a que existen incisos en donde la multiplicidad en las definiciones resulta tan ineficaz como contraproducente. Hay cuestiones que no son discutibles, hay situaciones, sobre todo en el campo de las ciencias, que no están sujetas a comicios ni a comentarios banales. ¿Debemos entonces, producto de un deber ser plural, forzar debates fraudulentos? No nos parece. Trazo un paralelo con la sinceridad o con la traición. El delincuente que dice serlo no redime su pecado sólo por confesarlo, al igual que el traidor no saldará su vileza avisando de antemano. Quién avisa no traiciona es una de las tantas falacias a las que nos tiene acostumbrado el sentido común.
Volvamos al tema de la pluralidad. ¿Resulta democráticamente aceptable, desde el punto de vista conceptual, reportear a un individuo que manifiesta sus argumentos mediante insultos e improperios? ¿Tiene algún significado redentor para la sociedad ponerle un micrófono delante a un tipo que expresa posiciones racistas y discriminatorias o que directamente adultera conceptualmente a la institucionalidad? Entonces ¿Será cierto que la pluralidad siempre constituye una ecuación saludable? La pluralidad es un concepto individual que uno maneja de acuerdo a sus propios recortes y percepciones, y es allí donde radica su primera disyuntiva, de modo que esa sospechosa legislación de hecho, generalmente acusatoria, que se pretende imponer la siento como una excusa conveniente para acusar a otros por los mismos pecados que uno comete.
-          Soy plural, en mi programa desfila gente del oficialismo y de la oposición – afirma el comunicador – en consecuencia por aquí pasan todas la voces.
Pues la verdadera pluralidad no radica en tan simplista definición. Cómo manejamos el diálogo, de qué manera y con qué grado de agudeza cuestionamos, es en donde descansa el secreto del dilema. Yo puedo hablar con X siendo duro y crítico, acaso limitando su tiempos de respuesta, repreguntando, bajando el nivel de su retorno, y diez minutos más tarde puedo estarlo con Y exponiendo llamativa tibieza, dejándole tiempo para explayarse sobre el sexo de los ángeles. Es allí, en el modo y la profundidad de tratar los asuntos en donde expongo la pluralidad como concepto y para eso es necesario deslindarse del prejuicio. Convengamos que es fácil advertir que muy pocos comunicadores pueden sostener éticamente algo de hidalguía en la materia ya que la mayoría desarrolla sus labores y emite sus definiciones desde sitios solapados. ¿Cómo podemos apreciar la pluralidad si no sabemos desde qué lugar del pensamiento se habla?




Considero falaz el pluralismo con el que se pretenden disfrazar los individuos, sí me parece que dicha característica la podemos hallar en una emisora, aunque cada vez es más complejo. Y esto no se da por cívico altruismo. En el marco de una programación podemos observar que distintos actores manifiestan distintos puntos de vista. Tal cosa puede formar parte de una sana intención plural o simplemente de una estrategia empresarial que apunta a ese forzado “deber ser”. ¿Es plural un medio que jamás emite compromisos editoriales? Plural es el sistema señores, es quién cobija libremente tanto al que quiere opinar como aquel que no y eso está inserto sin disonancias dentro del sistema democrático. Calificar a cada actor de cómo utiliza la herramienta es justamente la antítesis de lo que se pretende imponer. Obligar a un Gobierno, a un comunicador, a ser plural de acuerdo a cánones tan subjetivos como taxativos me parece autoritario.

Se suele afirmar por ejemplo que el Gobierno Nacional no es pluralista, que no escucha a la oposición. Pues notoria es la antinomia si observamos con la frialdad de los números que más del 43% de los proyectos de ley aprobados en el Congreso Nacional corresponden a iniciativas de la oposición y buena parte de ellas tienen relación con la ampliación de derechos (fuente: chequeado.com)
En la actualidad la pluralidad aflora sin proponérselo a la par que miles de voces, públicamente, afirman que tal cosa no existe. Logrado oximiron por parte de los censores que justamente acotan notablemente las voces que expresan a las mayorías. ¿Cuántos comunicadores hay que simpatizan con el oficialismo dentro de los medios dominantes? Pues la enorme pluralidad existente permite que dicha cuestión sea invisibilizada bajo la falacia de la independencia. Sin embargo este último dilema es permanentemente advertido, inversamente, con relación a los medios públicos. Todavía me pregunto, dentro del marco de la tan mentada pluralidad, por qué razón se cuestiona tanto que el Estado posea una línea directa pública para difundir y exponer sus políticas. Bajo pretextos inconfensables la mass media plural detesta esa porción de pluralidad que legítimamente deben tener los ejecutivos democráticamente elegidos. El argumento que sostiene al erario público como excusa es absolutamente infantil teniendo en cuenta que todos los medios de comunicación reciben directa o indirectamente los beneficios de las políticas estatales ya sean por publicidad oficial o mediante el diagrama de subsidios.

Hay términos de uso cotidiano que aparentan corresponderse a un deber ser social que a poco de desandarlos nos damos cuenta que incluyen notables malversaciones, malos entendidos con los cuales nos acostumbramos a cohabitar. Ya dijimos algo con respecto al término sinceridad, podríamos agregar términos como lealtad, y hasta la misma verdad guarda ciertos aspectos observables. Godwin afirmaba “si mi país comete un acto injusto serle fiel es un delito”,  traigo esto para ejemplificar eso de la lealtad. La lealtad será virtuosa siempre y cuando el objeto de dicha lealtad no contenga elementos punibles desde la ética y la ilegalidad. Serle leal a un asesino, a un violador, no me parece una acción afortunada. Con la propia verdad ocurre algo particular. Cuántas veces nos hemos planteado si decirla o no ante la posibilidad de ocasionar un dolor. Y allí, su antagonista, la mentira, en oportunidades juega con linajes muy superiores por fuera de su mala prensa.

El perverso juego que propone la pluralidad es justamente el carácter taxativo que se le quiere dar. Carácter que conspira en contra de su propia definición.

Supongamos que políticamente, desde la responsabilidad ejecutiva, determino, por cuestiones estratégicas, no informar sobre dilemas puntuales. Digamos que oculto o trastoco información a favor de un bien general. Por ejemplo un índice que impacte directamente con los intereses de la deuda colectiva; una deuda especulativa, abusiva y de la cual debo hacerme responsable a pesar de no haber participado políticamente en su desarrollo. ¿A quién beneficiaría la verdad en este caso? Pues a los especuladores, a los irresponsables, a los representantes de los fondos buitres. ¿Qué haría cada uno de nosotros si domésticamente pudiese manejar las variables indexatorias que impactan en un crédito solicitado de modo tal no perjudicar las finanzas familiares? Reformulo. Saco un crédito en un Banco X y pacto abonar con el 30% de mis ingresos familiares. En ese momento presentó sólo mi recibo de sueldo debido a que soy el único que trabaja en el clan. Meses después mi señora consigue empleo y automáticamente los ingresos familiares aumentan, pero tengo otras prioridades debido a que como colectivo aparecen nuevos compromisos. Tengo a la vista dos opciones:

1-     Dejar las cosas como están, ocultando” mi actualidad financiera, pagando las cuotas de acuerdo a los cánones pactados
2-     Informarle al Banco mis cambios financieros de modo tal respetar aquélla cláusula cancelatoria que hablaba del 30% de los ingresos familiares y limitar la calidad de vida de mi conjunto

Pensemos y respondamos lo más sinceramente posible. Una vez realizado el ejercicio tratemos de analizar en donde descansa la verdad, en donde la lealtad, en donde la sinceridad, en donde la pluralidad informativa, en definitiva en donde descansa la ética.

Ser taxativos nos puede provocar males con los cuales podemos afectar a terceros inocentes. De modo que sería interesante repensar que determinas cuestiones no pasan por banales adjetivaciones o por verbalizaciones rimbombantes. ¿Quién desea fervientemente que los índices de inflación sean más elevados entonces? ¿Aspiran solamente a la verdad? Y esa verdad ¿cómo impactaría en la vida de los que se suponen engañados? ¿Con qué intencionalidad no se informa qué sucedería con relación a los compromisos adeudados de tener índices supuestamente “reales”?



Individualmente es imposible ser plural, ni falta que hace me atrevo a decir, resultaría falso. Uno guarda subjetividades indelebles, saludables, enriquecedoras, hay ideas y gentes por las cuales simpatizamos a la par que existen ideas y gentes que aborrecemos, de modo que proponer falsariamente algo inexistente como cualidad a favor de un deber ser democrático resulta una trampa que conspira contra la máxima característica que tiene el sistema: la diversidad y el conflicto que deriva de la misma. Quién debe garantizar la pluralidad es el sistema, no los individuos y me atrevo aseverar que tampoco los medios. Me parece muy bien que cada quién levante sus propias banderas e intereses y que cada uno elija qué lado de la vida aprecia. Lo esencial es que se exprese honestamente desde dónde se habla de forma tal podamos corregir cualquier tipo de hegemonía. Una partición equilibrada del espectro, por fuera de las leyes que impone el mercado, como ocurre en la sociedades más avanzadas del planeta, no hace otra cosa que apuntar hacia ello aún sabiendo que indefectiblemente se producirán en el camino ciertos desajustes que siempre será necesario corregir, sean ellos privados o estatales.

Dentro de un medio tener un programa de derechas y otro de izquierdas no es ser pluralista es simplemente responder a un interés empresarial que labora a favor de concretas cuestiones económicas. Ambos rincones existirán en tanto y en cuanto puedan autofinanciarse a la par de otorgarle a la emisora marcados prestigios y buena cantidad de oyentes: Víctor Hugo Morales en Continental y Eduardo Aliverti en La Red son ejemplos del caso. Nadie puede pensar que de no contar con respaldos en ambos sentidos dichos espacios estarían en el aire dónde están.


Un elemento curioso lo proponen aquellos críticos de un sistema controlado sopretexto que dicho modelo atenta contra la pluralidad. Según ellos son las leyes del mercado, el libre albedrío y los derechos adquiridos los que determinan el grado de pluralidad (libertad de prensa le llaman). Como si tal cosa dependiera de las “equilibradas” manos del les affaire en donde nunca intervienen intenciones hegemónicas. Vaya embuste intelectual proponer al capitalismo como el agente regulador natural más eficiente para los enormes desequilibrios existentes.



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