El Periodismo y la Honestidad Intelectual



Las rústicas operaciones diarias con las cuales nos despertamos todas las mañanas no hacen otra cosa que minar la concreta posibilidad de construir un debate serio sobre cuestiones trascendentales para la vida de nuestros compatriotas. Embarrar la cancha dentro del campo de la dialéctica, instalar algún concepto superfluo por sobre lo importante, tomar como argumento taxativo la parte por el todo, rotar o correr el eje de la discusión resultan puntuales condimentos para desordenar y malversar cualquier tipo de cambio de opinión que intente darle claridad y cierto sustento inteligente a una conversación. No me caben dudas que tales estrategias son desarrolladas adrede y a sabiendas del daño que causan, de modo que aspirar a racionalizar la cuestión a favor de un cambio substancial de postura constituye caer en un elemental pecado de ingenuidad.

¿Puede un intelectual darse el magro lujo de ser deshonesto? A mi modo de entender la disyuntiva, NO. Si un individuo expone como elementos de batalla dialéctica lo antedicho no es un pensador crítico de su mundo, no es un analista crudo de la contemporaneidad, es otra cosa muy distinta. Un intelectual no opera sobre la engañosa noticia, no funda sus preceptos sobre la falsa premisa, menos aún recrea supuestos bajo el paraguas de una falacia, su honestidad radica en continuar buscando caminos analíticos reales aún cuando las conclusiones alcanzadas no guarden amistad con su propia estructura ideológica. El mundo de las ideas es dinámico, contradictorio, en ocasiones engañoso, en otras fraudulento ya que se piensa sobre lo pensado de modo permanentemente, como rutina existencial. El error es una herramienta que nunca se debe menospreciar. La única forma de llegar a conclusiones válidas es a través de la honestidad, pudiendo sortear con cierta eficacia científica los quebrantos que proponen los dilemas, tribulaciones que conviven tanto en propios como en extraños.

En el mundo de la política se reitera con marcado énfasis la necesidad de que sus actores sean honestos intelectualmente. A priori parecería muy ventajoso, idílico me atrevo a afirmar, que todos aportemos a dicho campo sin estar ligados a nuestros propios intereses, a nuestras íntimas simpatías, acaso a nuestras experiencias de vida. ¿Es eso posible?. De ningún modo, ya que resulta deshonesto por parte de cualquier actor político exponer que habla desde un no lugar. Justamente la enorme diferencia radica en que el no lugar simbólico del intelectual es real mientras que el no lugar del actor político (ciudadano común) es irreal, roles totalmente disímiles, en donde unos y otros presentan sus argumentos desde puntos de vistas distintos de cara a la sociedad.

¿De qué se habla entonces cuando nos referimos a la honestidad intelectual? Popper afirmaba que saberse ignorante es un buen comienzo; es comprender que uno puede estar equivocado, asumir que el otro puede estar equivocado, pero mejor aún dimensionar que ambos pueden estar equivocados sin dejar de lado sus propios territorios de pertenencia. Admitiendo y dando a conocer sus lugares ideológicos uno tiene la sana posibilidad de inflacionar su capacidad de análisis. El resto es simple propaganda, aún con argumentos válidos los seguirá siendo.

La única honestidad posible y concreta a la cual podemos aspirar es que el ciudadano común exponga desde qué lugar del campo de las ideas emite su discurso, cuáles son sus intereses y a qué líneas filosóficas, éticas y estéticas adhiere.

Sobre la base de lo mencionado qué cuestiones podemos mencionar sobre el periodismo. Tal como está planteado en nuestra coyuntura el periodismo actual es sólo una magra mueca de una profesión que necesariamente debe refundarse desde la ética y también desde la estética ya que dicho sea de paso la originalidad y la creatividad en el rubro no abunda. Por fuera de esta apreciación personal considero que no se le puede ni se le debe exigir al periodismo que posea honestidad intelectual. Su rol no es el mismo que el del intelectual por más que algunos se consideren como tal. Acaso el periodismo debe chequear y exponer correctamente la información tratando de exhibir y opinar sobre la realidad sin recortes no develados.  Eso no implica dejar de lado la subjetividad, todo lo contrario, justamente develar desde dónde el periodista efectúa sus recortes es el segmento ético necesario que me permito exigirle al periodista. Vale decir exponer con claridad conceptual su lugar en el mundo y en consecuencia por qué dice lo que dice y desde qué lugar lo dice.

No se trata de un simple juego semántico. La honestidad intelectual es un exigencia que está muy por encima de la profesión periodística y seríamos injustos imponerles categorías que no puede afrontar. Un pensador, un intelectual que simbólicamente adhiere al liberalismo o al socialismo deben ser profundamente crítico y analítico con relación a su mundo de pertenencia ideológica. Por el contrario, no se le puede exigir al periodista que sea profundamente crítico con el medio para el cual trabaja debido a que su estatus social depende de su empleador. Un pensador no es un trabajador bajo relación de dependencia  como el periodista. Un pensador es un trabajador que responde a su libre espíritu crítico.

El periodismo, en la actualidad, no es una profesión liberal tal cual se la desea exhibir. Esa supuesta libertad de informar y de decir tiene la enorme limitación que imponen los dueños de los medios, los patrocinantes y los propios compromisos contractuales asumidos (autocensura). Cuanto mayor es la concentración de medios, privada o pública, menor es la posibilidad de ejercer esa liberalidad tan deseada y declamada. Los medios no son solamente medios, son esquemas insertos bajo corporaciones que tiene sus intereses multiplicados en un cúmulo de actividades globales. De modo que un pensador honesto intelectualmente cuya primera obligación es criticar su mundo de pertenencia no tendrá cabida en un círculo que no se puede dar el lujo de quebrantos. Quizás el sistema pueda reservarle alguna entrevista por cable y de madrugada, jamás propiciará pensamiento crítico como vademécum empresarial.

Quien se queda mucho consigo mismo se envilece afirmaba Porchia. El reto del intelectual es sobrepasar su propia subjetividad a favor del análisis conceptual procurando que sus deseos nunca prevalezcan por sobre la realidad, y si así sucede que no resulte debido a una expresa intención de búsqueda.
Últimamente se puede observar dentro de periodismo como el análisis de la realidad se halla íntimamente ligado a los deseos. Notamos como se pretende fervientemente que sucedan determinados fenómenos; vemos que existe un llamativo esfuerzo adicional y fraudulento para exhibir que esa situación es tangible más allá de su propia existencia, cuestión menor dentro del relato interesado. Nada más lejos de la honestidad intelectual el intentar proponer interpretaciones advenedizas sobre eventos no probados. Subjetivizar una falacia no resiste el menor análisis, sin embargo dicha práctica ha logrado enorme predicamento dentro de la actividad periodística, cuestión que pone a la actividad en las antípodas del pensamiento racional.

Según Macedonio Fernández lo primero por hacer para un ejercicio completo del NO SER está en trabajar en silencio en cosas útiles para la humanidad: Lograr verdades y decirlas. Quién observe esto durante muchos años aún no tendrá otra fatiga para conseguir que nadie crea que haya existido. Acaso sea ésta la definición más acertada sobre de qué se trata la honestidad intelectual. Intentar trascender, ser famoso y conocido, más allá de la verdad, requiere de la enorme fatiga que significa envilecerse.

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