Ausencias
consensuadas
La derecha ama las ideas generales,
al
generalizar absuelve
(Eduardo Galeano)
La
indudable ausencia de debate político en la que estamos inmersos no sólo es
responsabilidad de los partidos y agrupaciones orgánicas, también lo es de la
ciudadanía en su conjunto. Me quita el sueño la llamativa conformidad por la
cual, como conjunto, solemos rendirnos ante los titulares, los slogans y los
clichés. Y cuando digo ciudadanía hablo de la totalidad del colectivo, sin
distinción de sospechosas y falsarias jerarquías. Me llama mucho la atención
que en el marco de una coyuntura políticamente compleja continuemos
simplificando nuestro pensamiento y nuestra verba a favor de un supuesto deber
ser social que no siempre se encuentra aliado a los dilemas esenciales. Alguna
vez mencionamos sobre lo poco edificante que significa para una sociedad no
tolerar como posibilidad tangible al error. La cruel necesidad de colocarnos
permanentemente como censores o inquisidores de sucesos, eventos de los cuales
en la mayoría de los casos, desconocemos su letra, tanto la chica como la
gruesa.
A mi
entender existe una marcada banalidad conceptual, cuestión que cruza
horizontalmente a todas las temáticas. Esta adhesión a la banalidad exonera al
pensamiento crítico dándole sustancia a aquella simplificación antes
mencionada. El sujeto crítico, el verbo preciso y el predicado analítico han
sido licenciados a favor del sujeto atractivo, el verbo impactante y el
predicado conveniente. De modo que todo lo que se percibe como debate
supuestamente fundacional resulta un simple conglomerado de operaciones
extremadamente rudimentarias, combates literarios que finalizan su derrotero
espirando de muerte natural.
Los
medios de comunicación colaboran de modo determinante para dicha lógica. Noam
Chomsky afirmaba que un exceso de información desinforma; a lo cual me atrevo a
considerar que un exceso de información banalizada no sólo desinforma también
disminuye las defensas conceptuales “erratizando” el pensamiento. Por caso instalar
la idea que una democracia con intención de incluir al Estado (ergo a todos)
como protagonista de la economía se constituye per-se como una dictadura debido
a que dicho sistema está en condiciones de atentar contra la propiedad privada.
Cosa curiosa de aceptar como mal endémico y exclusivo si tenemos en cuenta que
el propio capitalismo se reserva para sí exactamente lo mismo. Las
concentraciones corporativas, los holdings multiempresariales, los oligopolios,
los monopolios, no hacen otra cosa que limitar la posibilidad para que el resto
de los actores sociales participen activamente de sistema. Nunca se suele poner
sobre la mesa de debate que el principal factor antidemocrático y limitante del
sistema capitalista es el propio capital. No existe mayor dictador y mejor
inquisidor social que el dinero. Quién lo tiene será propietario, quién no, que
haga lo que pueda para sobrevivir. Si una política cambiara y financiera
activada por el Estado beneficia la vida de 5 millones de personas y a la vez
le limita ciertos beneficios a 500 mil, estos hablaran de dictadura, aquellos
no. Si fuera a la inversa ocurriría lo mismo. La cuestión pasa por el grado de
visibilidad mediática que tengan unos y otros. Nuestra historia está plagada de
ejemplos convenientes y no es necesario ir a los textos tradicionales, con un
poco de memoria alcanza. Cuando se habla de incluidos y excluidos nos
deberíamos preguntar cuántos excluidos serían autorizados solidariamente por
los incluidos, mediante un contrato democrático de convivencia, para gozar de
sus mismas libertades individuales. Las cotas sociales son los reservorios
naturales dentro del capitalismo. En definitiva y por formación uno elige
libremente por cual sendero de la vida circular. Pero dejemos esto de lado y
sigamos con el asunto.
Noto
que milita un llamativo consenso, sobre todo dentro del campo de la
comunicación política, para suprimirle relieve a los dilemas. Deberíamos
permitirnos sospechar de la llanura en la cual están embutidas las temáticas.
Las disyuntivas pueden ser blancas, negras o grises, y estas últimas en
distintas tonalidades, pero lo que no podemos a mi entender, es aceptar
livianamente los colores a simple vista, cosa que se pretende instalar de
manera taxativa. Se me ocurre que por lo menos nos debemos la obligación de
esmerarnos por rasgar las superficies para saber cómo llegamos a esas
coloraciones; es decir qué preexiste bajo lo que existe y a su vez intentar
relacionar los fenómenos entendiendo que nada es totalmente autárquico dentro
de una sociedad. La catarata de conflictos y eventos llamativos que se
dispararon recientemente eran previsibles si tenemos en cuenta lo determinante
del corto plazo. Estábamos todos avisados, vale. Ahora bien y pasados los
primeros acomodamientos, ¿nos podemos conformar y a la vez justificar porque
sabíamos qué “algo raro” iba a suceder?
Esto es más o menos lo mismo que sabiendo sobre la llegada de un próximo
cataclismo nada hacemos al respecto a modo de prevención.
La
ausencia de debate político y si se me permite de una mínima instrucción
política, falta de ejercicio diría, ha nivelado la categoría de los
antagonistas y no precisamente porque la oposición haya elevado sus talentos.
Surge como inmediata metáfora la pelea de Maravilla y su torpeza del final,
acto de soberbia que él mismo calificó como de supina estupidez. El mismo
Martínez fue el que colocó en ese último round las calidades de Chávez en el
marco de las equivalencias, paridades y destrezas técnicas que hasta ese
momento eran inexistentes. Nadie está exento de un golpe tan fortuito como
certero. Lo que no nos podemos permitir en política es exponer infantilmente la
mejilla.
El
Gobierno Nacional luego del 55% obtenido en Octubre del 2011 ha dejado de
entrenar políticamente, cosa en la cual la oposición se maneja como pez en el
agua, casi naturalmente me atrevo a decir. Bajar a sus infiernos no es otra
cosa que incluirse dentro de uno de los círculos del Dante, es decir dentro de
su propia y caracterizada vacuidad, llanura que sólo logra magra distinción cuando
acompaña alguna operación mediática que las corporaciones laboran a favor de
sus intereses puntuales.
Lo
dicho anteriormente para nada significa que el Gobierno no haya tomado
decisiones importantes o no haya profundizado el proyecto. No es el sentido del
presente relato. Me refiero exclusivamente al desarrollo de una política de
inteligencia y de una política comunicacional en consonancia a las actuales
tensiones existentes. Al Gobierno lo están operando coordinadamente en varios
flancos por ausencia de política propia (achanchamiento). Y lo están operando
dentro de algunas fuerzas de seguridad (leer atentamente el artículo 6 del
decreto 1307), dentro de los medios, dentro de la justicia, dentro del
sindicalismo, dentro de su propia estructura partidaria; en este último caso a
veces por ausencia de reflejos, en otros por manifiesta impericia y en otros
casos por simple ambición personal.
Queda
claro entonces que dentro de la pobreza política triunfarán aquellos que son
probos nadadores en dichas aguas, de modo que mal hace el Gobierno en vaciar
sus contenidos militantes esenciales. Como bien mencionó Eduardo Aliverti en su
editorial del día de hoy: nunca antes un oligopolio comunicacional puso todas
sus fichas en manos de un solo vocero. Esto incluye producción y capital de
toda clase y tenor. Todavía me cuesta entender cómo, desde la política
comunicacional, no se pudo contrarrestarse tamaña operación propagandística
sabiendo las debilidades intelectuales del protagonista y lo inconsistente de
sus temáticas.
Es
probable que bajo encuestas y estudios propios el Gobierno Nacional se halla
convencido que la virulencia opositora,
ciertamente desmadrada, insultante e inquisidora, tanto mediática como
orgánica, le sigue dando enormes resultados a los ojos de su base militante. De
no mediar un opositor con valía es probable que esto continúe por los carriles
deseados. Pero bueno es destacar que un proceso de amesetamiento del debate
político acelerará que figuras del arco antipolítico (empresarios o mediáticos
al servicio del poder real) se instalen como posibilidad concreta de recambio
institucional. Esta sería, tal como aseveró el conductor de Marca de Radio, la
peor de la derrotas luego de tan fatigoso y honroso cambio de paradigmas.
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