1983
– 30 de Octubre – 2012
Un
día en la vida
Acto de Ferro
Hace 29 años y por primera vez apreciaba
esa enorme sensación que significa intimarse y hacerse responsable por un
modelo de país, por un proyecto colectivo. Por entonces, con poco más de 20
años, sólo poseía una marginal y acotada experiencia militante cuando las
elecciones universitarias de Filosofía y Letras, incluyendo alguna
participación en las listas de una agrupación estudiantil perdida de la izquierda dogmática. Recuerdo que
aquella mañana de fiesta cívica y emotiva fui bien temprano, preparado desde el
día anterior, con mi boleta pronta para que se deslice dentro de la urna y ser
uno más, un par entre pares, un voto entre millones. Sospecho que el sobre,
pletórico de fe, quedó mimetizado entre cientos que albergaban mis mismas esperanzas.
Alende-Viale fue mi firme decisión. Desde hacía un par de años consideraba al
Partido Intransigente como la opción popular y democrática que con mayor
claridad presentaba un modelo inclusivo de neto corte social. Esta
característica, más su postura inflexible con relación a los crímenes de la
dictadura cívico militar (única agrupación que por ese entonces hablaba en esos
términos), conformaron un paquete que me ilusionó a favor de aquella incipiente
militancia universitaria mencionada. Antes de esto, por el 81, a instancias de
un amigo, había asistido a un par de reuniones de la Junta Coordinadora,
agrupación Radical de jóvenes adultos que por aquellas épocas ya trabajaba
decididamente dentro de Renovación y Cambio bajo el paraguas de la enorme figura
de Raúl Alfonsín como líder indiscutible e indiscutido. Me consideraba un
Radical populista, no gorila, de modo que observaba con marcado disgusto esa
demonización que en dichos cónclaves se hacía del peronismo. Un peronismo
impresentable desde luego y muy ligado a la derecha dura lopezrreguista, pero no era menos cierto que
dentro del Radicalismo también moraban cientos de colaboracionistas del
“proceso” que obtuvieron buenos réditos políticos por el simple hecho de
haberse desligado de la dictadura en el momento oportuno. Me daba mucha pena
que un tipo como Alfonsín estuviera rodeado de sujetos tan siniestros,
personeros que guardaban mucha similitud con aquellos antagonistas criticados
en esos foros.
Semanas antes de los comicios la mayoría
de las encuestas daban ganador a la fórmula encabezada por Luder, por aquello
del carácter invencible del peronismo, aunque en la calle, en la universidad,
en el trabajo uno percibía otra sensación. Una llamativa horizontalidad en
donde las clases medias, los sectores estudiantiles y una buena base de los
trabajadores consideraban al líder Radical como el hombre indicado para el
momento. A pesar de mis prevenciones fui a escucharlo a Ferro y puedo asegurar
que su discurso me conmovió, aún cuando estaba en desacuerdo en varios de sus
tópicos políticos. Ya me había ocurrido algo similar con Oscar Alende, con
Conte Mac Donnell, con Carlos Auyero y con Alicia Moreu de Justo, pocos días
antes en el auditorio de Derecho, jornadas de debate organizadas por el Centro
de Estudiantes de esa Facultad pública. Porque a contrapelo de la actualidad
del centenario partido, el Doctor Raúl Alfonsín hablaba de política, y de
política concreta. Su personalidad en el estrado y su retórica superaban
largamente la imagen del resto de los competidores, oponentes muy preocupados
por direccionar sus discursos en las glorias y luchas pasadas en lugar de
proponerle esperanzas a los más de tres millones de tipos que nunca habíamos
participado de las decisiones colectivas. Ese fue su tremendo acierto, destreza
no casual, ya que la táctica no era tal, no era necesario especular ni
impostar, Alfonsín encarnizaba internamente ese modo de observar el futuro. Y
una buena mayoría de los tres millones de noveles ciudadanos que por primera
vez sufragaban le confiaron su porvenir.
A pesar de la sorpresa nocturna, no por
el triunfo Radical, sino por la escasa adhesión que logró el PI (apenas
trescientas mil almas), salí a festejar, embanderado con mis símbolos de
pertenencia; celebraba que un civil, que un demócrata, al cual respetaba ética
y políticamente, sería el encargado de representarnos colectivamente en el
marco de un segmento histórico altamente complejo, y estaba contento que fuera
él quién sostuviera la misión.
Recuerdo que esa noche, a poco de andar
las calles de Flores, observé que cientos de adherentes de todos los partidos
estaban tan contentos como yo, agitaban sus banderas celestes y blancas, y
vivaban por la llegada de un nuevo tiempo, entendiendo que dentro de la
democracia lo que no se da en la coyuntura encierra múltiples factores que es
preciso analizar, mensajes que es necesario saber leer para mejorar y tratar de
persuadir al pueblo que, en un futuro no muy lejano, podemos constituirnos
también como una buena opción de
gobierno.
Y así comenzó este nuevo tiempo. Es
probable que como sociedad muchas de aquellas cuestiones pendientes no las
hayamos podido resolver, sobre todo los límites que debemos ponderar con
relación a nuestros egoísmos ilegítimos. Si bien la noche de la dictadura cívico
militar fue oscura y dramática, no es menos ciertos que nuestros vicios
sociales han colaborado por sobremanera para que determinados valores
democráticos aún permanezcan difusos. Vicios e irrespetos institucionales que
inclusive se llevaron puesto, pocos años después, a ese enorme estandarte de la
democracia que fue el Doctor Raúl Alfonsín. Figura olvidada por propios y
extraños durante la fiesta liberal, emblema político colocado en su justo
término, sin tardíos epitafios, como debía ser, como él quería: por un Gobierno Nacional y Popular.
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