Protesta Clasista
La ausencia de sectores populares en las
manifestaciones del día jueves no pareció ser tema de interés para los
analistas de los medios dominantes. Las enormes similitudes con respecto a las
expresiones callejeras del 2008 tuvieron como eje en esta oportunidad
cuestiones tan diversas como inconsistentes. Por aquellos días la 125 era
cuestión de unión y coincidencia, en esta ocasión el menú abordaba desde la
oposición a la reforma constitucional, pasando por la inseguridad, la cadena
nacional y el cepo al dólar, constituyendo los vértices elementales del
jolgorio cacerolero. Curiosamente las manifestaciones más enfervorizadas se
dieron en aquellos distritos y ciudades en donde los ingresos per capita son
los más elevados de la Patria y de los más altos en Latinoamérica. Y tienen
razón, nada de esto es útil para el desarrollo de la idea, son simples excusas
retóricas debido a que no interesan en lo absoluto las causas, los modos y
menos aún ese supuesto pretexto republicano tan declamado; este segmento de la
población persigue como única aspiración la dimisión del Gobierno Nacional
porque en esencia no le tolera ni le perdonará jamás sus políticas en función
de tratar de equilibrar las enormes diferencias sociales existentes. Lo de ayer
fue una muestra de poder mediático y clasista de indudable impacto conceptual,
muy a pesar de la ignorancia conveniente y funcional de sus actores. Hasta aquí
el odio en su más delicada esencia.
Vayamos a la política. ¿Qué debe hacer el
Gobierno? ¿Aceptar que cien mil personas le tuerzan el brazo y de ese modo
terminar traicionando a sus doce millones de votantes? Primero temo que se hace
necesario una contundente demostración de movilización colectiva y apoyo al
modelo de modo desalentar cualquier tipo de generalización dogmática sobre el
concepto pueblo o sociedad. Evidenciar con señales indelebles la existencia de
los dos países, de forma que a nadie le queden dudas que las cuestiones y el
ordenamiento, en el marco de la democracia, se dirimen con votos y no con desenfrenadas
cadenas de Twits. El kirchnerismo no tiene esa trabajosa necesidad de
capitalizar apoyos o disconformidades, cuestión que le cabe a la oposición. En
esta ocasión no estoy de acuerdo con Horacio González. Este horizonte de la
sociedad es antipopulista por antonomasia, de modo que la única manera de ser
aceptado democráticamente por ese colectivo es dejar de serlo, ecuación que muy
buen resultado le dio a Menem en sus años dorados. ¿Qué implicaría dejar de
serlo? Abandonar lo mejor que ha tenido el Kirchnerismo: Su capacidad para
desarrollar políticas inclusivas en el marco de una sociedad históricamente
desquiciada por egoísmos ilegítimos.
A este colectivo no le interesa en
absoluto ni la AUH, ni los juicios a los genocidas, ni el sistema de subsidios,
ni el plan conectar igualdad, ni que el presupuesto educativo haya sido elevado
exponencialmente, ni las paritarias, ni los planes habitacionales, ni que el
Estado tenga incidencia y protagonismo dentro de la economía, ni que se cobren
impuestos, ni la ley de medios, ni los derechos civiles, ni promover el
desarrollo de la industria nacional, ni que el sistema previsional haya
regresado a las esferas públicas, ni las cooperativas de trabajo, ni nada que
tenga relación con la ampliación de derechos. De modo que consensuar
políticamente con este sector es como tratar de exigirle a un tipo que no le
gusta la sopa que tome sopa. Un absurdo, una inconducente pérdida de tiempo.
Que coma lo que tenga ganas de comer. Pues que armen una propuesta, problema no
menor de acuerdo a sus actores políticos, y que luego el pueblo decida. El de
ayer fue un acto opositor, pues hay que tomarlo como tal. Hubo decenas de estos
eventos durante los diez años de gestión. Si luego de todo lo realizado y
teniendo en cuenta la herencia recibida, ese 46% sigue enfrentado de modo
visceral al modelo nacional y popular, sin reconocerle dato positivo alguno, no
existe lugar para otra cosa que no sea el conflicto. Pues aprendamos a convivir
sana y democráticamente con él. Quizás logremos enriquecer algo el debate
ideológico.
No nos hagamos los rulos y a seguir
laburando en función de lo que pensamos y por lo cual la mayoría nos escogió.
Lo que este proyecto necesita son conductas anticíclicas colectivas
certificando mediante la movilización popular que nada ha cambiado. El
individualismo, como concepto de vida, sigue estando en el mismo lugar de
siempre, enfrentado encarnizadamente a los deseos de una mayoría, por ahora
silenciosa, que aspira seguir edificando un país más justo y solidario.
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