EL PROGRESISMO Y LA LEY DE MEDIOS







Cuando hace poco más de tres años se afirmaba que la Ley de Medios Audiovisuales constituía la madre de todas las batallas me parecía una sentencia exagerada. Admito mi candidez. Una ley que en apariencia debía navegar por senderos lógicos en función del innegable grado de concentración existente y en consonancia con las leyes antimonopólicas vigentes se transformó con el tiempo en un dilema plagado de intereses corporativos insondables.

El reciente lineamiento de la oposición progresista (políticos, analistas y periodistas) a favor de las corporaciones no deja de sorprenderme teniendo en cuenta que esas mismas voces en más de una ocasión presentaron proyectos al respecto. ¿Qué sucedió en el medio? Simplemente la histórica antipatía y repulsión que inspira en las minorías electorales un gobierno de carácter popular.

La demonización que los medios dominantes corporativos hacen del Proyecto Nacional y Popular resulta cuando menos razonable en función de puntuales políticas de Estado que afectan sus intereses, pero vomitar esos intereses mediante falaces insultos a la inteligencia me parece que es una estrategia que tiende a subestimar al colectivo. Me extraña que la Izquierda dogmática, el Socialismo liberal y el Radicalismo abreven de tan básicas canteras. Quién habla en la actualidad de ausencias de libertades individuales es un perverso por donde se lo mire y dicha conducta no tiene otro objetivo que lacerar el incipiente tejido social que se está desarrollando no sin pocas dificultades.

La pelea política se da en varios flancos. La más importante a mi entender radica en la enorme posibilidad que presenta la coyuntura para que los sectores dominantes reinstalen sus políticas neoliberales a costa del equilibrio social. Cientos de miles de corderos para ser devorados sin ningún tipo de regulación. Si al notable desendeudamiento le sumamos el nivel de reservas existentes Argentina presenta en la actualidad un banquete tentador para aquellos que promueven volver al mercado de capitales y de ese modo recomponer el ciclo dependiente abortado en el año 2003. Nuestro país exhibe en la coyuntura garantías inusitadas dentro de un mundo que se cae a pedazos. La idea de tomar deuda, para luego de un tiempo licuarlas socializando los compromisos constituye el vademécum de los sectores corporativos. De modo que la verdadera confrontación política está dada entre aquellos que desean usufructuar los beneficios del presente modelo de manera exclusiva en antagonismo con aquellos que deseamos que dichos beneficios sean socializados priorizando los sectores aún no incluidos dentro del sistema.

Los medios afectados por la ley antimonópolica han mostrado sus peores cartas y no ahorrarán esfuerzos para destruir el incipiente proceso industrializador utilizando las herramientas más contundentes. De modo que no esperemos, a esta altura del partido, sustanciales cambios de opinión. A ninguno de los operadores de los medios dominantes les interesa la libertad de expresión, eso es claro y contundente si tenemos en cuenta la historia reciente, sólo los cautiva tener plena libertad para dominar el espectro comunicacional y de ese modo arribar a aquellos objetivos económicos antes detallados. Al respecto y a modo de ayuda memoria podemos mencionar las operaciones periodísticas y económicas efectuadas con las acciones de las AFJP, el dominio monopólico de la televisación del fútbol para devorarse a todos los cables del interior, el asunto de papel prensa y la licuación de pasivos por medio de la ley de bienes culturales promovida durante la presidencia de Duhalde. De modo que añoran a aquellos políticos domesticados. Odian a todo aquel que les ponga coto a sus ambiciones abusivas.

La lucha es ideológica, es ancestral, nadie es neutral aunque simule serlo, no es un dilema para tibios. Mientras Jorge Lanata, principal ariete de la tribuna oligopólica, se victimiza por lo que pueda suceder el día 8 de diciembre exponiendo como real una situación inexistente, exige junto a su tribuna la desaparición de 678. Nada más claro para resignificar eso de la libertad de expresión. Algo hay que hacer dijo. Y ese algo no es otra cosa que movilizar a los más encarnizados opositores en función de propios objetivos, y de ese modo incumplir con la ley que votó mayoritariamente el propio Congreso Nacional y que avaló con sus fallos la misma Corte Suprema de Justicia.

No busquemos razones, pensamientos lumínicos ni argumentos inteligentes por parte de los sectores dominantes. Serán tan brutales como siempre lo fueron, jamás escucharán, no querrán hacerlo, por eso no debaten, solamente conjuran con la solapada anuencia del progresismo vernáculo.


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