La ética pública y esas extrañas cuestiones
Darle a una bacteria estatura de león
Ciertamente
enfadada debido a la malversación informativa recurrente en la que caen los
medios dominantes nuestra Presidenta Cristina Fernández soslayó la idea de
proponer una ley de ética pública que permita blanquear desde qué lugar y desde
qué interés económico habla cada medio y cada periodista.
Antes de
continuar me permito estimar que la ética nada tiene que ver con la sinceridad.
En realidad lo que quedó flotando luego del discurso es la necesidad de
sincerar posiciones cosa que para nada implica una correlato moral de la
actividad. Un chorro que dice serlo para nada recorre senderos éticos por la
sola mención de informar que lo es. ¿Cambia en algo nuestra percepción ética
sobre Lanata conocer los intereses que representa?
“El fin de
la ética es, por sí mismo, descubrir proposiciones verdaderas acerca de la
conducta virtuosa o viciosa; y que precisamente tales proposiciones formen
parte de la verdad. En consecuencia el estudio de lo bueno y lo malo debe formar parte de ella. De modo que la noción de bien es mucho más amplia y más
fundamental que cualquier otra noción relacionada con la conducta; empleamos la
noción de bien para explicar qué es la conducta justa, pero
no podemos emplear la noción de conducta justa para explicar lo que es el bien”
(Bertrand Russell –
Los Elementos de la Ética - )
En la
actualidad se conocen perfectamente los intereses e intenciones que representa
cada medio y sus periodistas; sus escuchas, lectores y televidentes guardan
sintonía con dicha idea, de modo que ninguna ley puede ser capaz de acotar
malversaciones en tanto y en cuanto los expositores como los receptores están
de acuerdo con el discurso. Para estos segmentos no son malversaciones, por el
contrario, es la simple interpretación de una realidad que les disgusta y
combaten con todas sus armas y energías.
El asunto de
“Periodismo Independiente” no deja de ser un slogan publicitario al igual que
lo es “Argentina, un país con buena gente”. No son independientes (a mi
criterio nadie lo es) al defender intereses puntuales, ni nuestro país rebosa
de gente intachable, de lo contrario aquellas malversaciones y operaciones
desestabilizadoras tan poderosas de las que estamos hablando no existirían.
Nadie ignora en la actualidad que una porción de la población detesta este
modelo político, tienen su derecho a destetarlo como nosotros apoyarlo,
cuestiones que en su esencia se dirimen electoralmente y más allá de todo
voluntarismo intelectual (deseos).
No estoy tan
de acuerdo en formalizar una ley de ética pública. La historia de la humanidad
nos demuestra cómo ha variado dicho concepto con el correr de los años. ¿Quién
determinaría sus incisos? ¿Los dueños de los medios, los editores, los periodistas,
los patrocinadores, el Estado, todos juntos? ¿Bajo qué parámetros profesionales
y conceptuales? ¿Cuál sería la batería de penalizaciones? ¿Cómo hacemos para
deslindar a la subjetividad del asunto? Aceptaría, pero con reparos, que el
propio periodismo establezca una suerte de ética profesional en el marco de su
actividad aunque la realidad marca que en la coyuntura sería imposible
constituir un cuerpo colegiado de carácter democrático para debatir
abiertamente la cuestión. ¿Se puede calificar desde lo ético una determinada
interpretación de la realidad? No me parece.
Debido a esto
considero que el dilema debe continuar circulando por carriles políticos y no
éticos (Determinar sobre el bien y el mal, lo bueno y lo malo, lo justo y lo
injusto es algo que hace no menos de 2500 años que se viene considerando con
llamativos fracasos). Hablo de continuar dando la batalla cultural en el campo
de la dialéctica, aceptando la existencia de las zancadillas, las agachadas,
las operaciones y la mentira, entendiendo que hay una buena porción de la
población que necesita y abreva de dichas canteras. En oportunidades esas
mismas estrategias finalizan jugando en contra de sus entusiastas seguidores.
Los 20 puntos de rating que ostenta el fuck you televisivo lanatesco es una
muestra tangible de que existen segmentos que les seduce conducirse por caminos
menesterosos sopretexto de conductas éticas ciertamente dudosas. Si deseamos
discutir corrupción me parece estupendo el debate, pero vamos colocar todo
sobre la mesa y no la porción que sólo me interesa exhibir; si hago esto es que
no me interesa discutir corrupción, sólo me importa recortar la fracción que me
beneficia y enlodar a aquella persona o entidad con la cual me estoy enfrentado
protegiendo al mismo tiempo a aquel corrupto que me cobija. El presente
razonamiento puede trasladarse taxativamente a los medios oficialistas.
Hay
comunicadores y editorialistas que sólo ven corrupción, conductas reñidas
contra la ética pública, dentro del ámbito Estatal, como si el ámbito privado
por el hecho de serlo no tiene la obligación también de rendir públicamente
cuentas por sus actos. Parece aceptado el concepto de que lo privado tiene un
estatus social y ético disímil al público. Como si el dinero no se desprendiera
de la misma fuente: Toda la sociedad. Resulta sencillo entender cómo se
desarrolla el tema dentro de los medios. Una decisión política puntual de un
gobierno nunca es considerada como una estrategia en sintonía con su ideología
o debido a una situación coyuntural determinada; sin embargo una decisión
estratégica privada siempre es observada como una negociación que responde a
sus intereses y al libre albedrío que el mercado propone más allá que dentro de
esa estrategia se pueda ocultar algún perjuicio en contra de la sociedad. Los
treinta años en los cuales estuvo monopolizado el insumo papel para diarios es
un ejemplo sobre lo dicho. Hasta hace quince minutos nadie se mostraba
escandalizado por tan irregular situación. Eran privados, hacían su negocio,
viva la cara de ellos. ¡ Lo bien que la hacen!... La culpa no la tiene el
chancho sino quién le da de comer. ¿Cuántas veces hemos escuchado estas
simplificaciones? Pues lamento informar que no estamos entre chanchos y en
ocasiones uno también es responsable cuando elige a sus patrocinantes, a sus
favorecedores o a sus filántropos, y más cuando nos referimos a cuestiones en
donde la necesidad extrema no interviene.
Desde los
medios dominantes se pontifica que el privado tiene vía libre para obtener la
máxima rentabilidad posible, nunca se habla de la renta necesaria. ¿Dónde
colocamos la ética entonces? ¿Esta supuesta conducta aceptada, está bien, es
correcta, es justa? Por lo menos considero que el dilema merece una buena
discusión.
En lo personal
poco me importa que tipos como Bonelli, Morales Solá o Alberto Fernández hayan
recibido honorarios por parte de Repsol para representar sus intereses. Hace
rato que hasta sus más asiduos televidentes o radioescuchas los saben
operadores, cosa que no les molesta en lo más mínimo ya que comulgan con sus
visiones. Para éste público Bonelli no es corrupto mientras que Barone sí, muy
a pesar de que ambos militan a favor de intereses concretos y reciben salario
por expresarse. La cuestión siempre pasará por la vereda por la cual se transita
y qué intereses se defienden, el resto es puro humo.
Creo que la
mayoría de los comunicadores están convencidos de lo que piensan, dicen y
representan; algunos como opositores, otro como oficialistas, y otros, los
menos quizás, son los que deambulan dentro de una nube de incómoda y forzada
neutralidad, en consecuencia me parece más edificante debatir sobre ideas,
posturas y relatos que sobre sus ingresos. No dudo que su encono contra el
Gobierno movilizaría a Bonelli a operar a favor de Repsol más allá de recibir
contraprestación; del mismo modo ocurre con Barone, en este caso a la inversa,
lo hace movilizado por su adhesión y amor al proyecto. Se me ocurre que ni uno
ni otro necesita de ingresos extras para cumplir con su misión.
Pensar que
todos los actores son mercenarios resulta reduccionista. Esto equivaldría a
determinar que si los antagonistas premiasen a Bonelli y a Barone con el doble
de lo que cobran en la actualidad por sus servicios los tendrían entre sus
filas. No me parece que esa conclusión sea correcta. Además existe una realidad
tangible: Si usted es Repsol o el Gobierno y determina como estrategia
mediatizar sus intereses y propuestas ¿a quién contrataría para tales fines?.
No hay mucho más para decir: A alguien que comulgue con sus ideas y que a la
vez sea propietario de una buena posición dentro de los medios.
El problema de
Bonelli no es lo que cobra o cobró, el problema de Bonelli es lo que argumenta
de modo que nosotros, los que defendemos el proyecto, deberíamos concentrarnos
para salirle al cruce fundamentando como corresponde. No debe hacerlo Cristina.
En lo personal considero que la primer mandataria cometió ayer un error (no
menor) estratégico que movió automáticamente el eje de la discusión. Esa
información debió haberse manejado desde otro plano y no desde la esfera
presidencial; por ejemplo operando del mismo modo que el grupo lo hizo con
respecto a VHM. Ergo utilizando las misma armas, de modo reciban algo de su
propia medicina. La contundencia de la información y la documentación hubiera
sido decisiva para destronar al insecto tal cual sucedió con aquella
información exhibida por Tiempo Argentino sobre la relación directa de Alberto
Fernández justamente con la misma empresa petrolera.
Hoy se habla
de un ataque al periodismo y no de un llamado de atención o crítica con
respecto al comportamiento de un individuo. Nuestra Presidenta no podía ignorar
que tal fenómeno se daría de inmediato ante lo expresado, de modo que sus
notables anuncios han sufrido una nueva malversación debido a nuestra propia y
lógica indignación. Es probable que Cristina internamente se encuentre hastiada
de tales operaciones y existan reacciones que no puede evitar, pero a poco de
andar sabrá que darle entidad a la carroña es elevarlos a un plano impensado
hasta por ellos mismos. Bonelli debe estar viviendo su momento de gloria,
coyuntura soñada; la victimización al alcance de la mano. Cristina ha logrado
darle entidad al mamador oficial de Anoop Singh, al recepcionista del FMI, al
cajero de Melconian, Broda y la mesa de enlace. ¿Vale la pena darle a una
bacteria estatura de león?
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