Esa cosa llamada Cultura III
“En la actualidad cualquier
estúpido con recursos económicos escribe un libro y eso de ninguna manera lo
convierte en escritor”; esta sentencia cuyo autor prefiero mantener en
reserva presenta a mi entender flancos que es necesario desglosar. Tras el
carácter taxativo de la afirmación se esconde un sofisma sencillo de refutar
con el siguiente razonamiento: “En la actualidad cualquier entusiasta de
las letras o escritor profesional, bueno o malo, estúpido o no, con suficientes
recursos, está en condiciones de publicar un libro”. Estimo que
la estupidez, la literatura, y la posibilidad de publicar no son términos
equivalentes ni guardan relación entre sí y más teniendo en cuenta que los
hermosos textos del gran escritor estadounidense Lovercraft vieron la luz
recién pasada una década de su muerte por lo cual no queda mucho para agregar
sobre de qué se trata ser un escritor.
Como dijo Stevenson “El
encanto es una de las cualidades esenciales que debe tener el escritor,
sin el encanto, lo demás es inútil”. Borges sostenía “Cuando
yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Parto de un
concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy
descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas,
no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son
así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas”.
Algunos lectores, amigos y
familiares cuestionaron mi decisión de no participar con algunos de mis textos
en la Feria del Libro que se realizará próximamente en el distrito. A lo que
simplemente respondí utilizando la aseveración del mismo Stevenson: Al
adolecer de encanto no me considero escritor más allá que algunos de mis textos
hayan tenido buena estrella y reconocimiento en varios centros literarios
nacionales. De modo que por fuera de la profesionalidad que la tarea
requiere, ésta exige de cualidades que no siempre están ligadas con las ansias
y deseos de expresarse mediante la palabra escrita.
Asumiendo que por fuera del
sano significado comercial y publicitario (difusión) que todo evento de este
estilo ostenta nunca me entusiasmó dicho formato. El escritor y el lector
tienen una libre, íntima y privada relación a través del texto, vínculo sólo
posible de ser captado mediante el proceso de formación literaria que tiene un
comienzo y coincide con el conocimiento de las primeras letras, en consecuencia
toda intermediación posterior resulta obsoleta, reservándome el derecho de
considerarla ciertamente imaginativa. Si el objetivo es apuntar a fomentar la
lectura, las ferias no constituyen la mejor de las formas debido a que “viola”
esa privacidad solamente valorada y sostenida por los infiernos de ambos
protagonistas en el marco de una intimidad excluyente y sanamente
discriminatoria. El lector elige, al igual que es elegido por el texto
que escoge. El escritor nunca está al margen de la cuestión, sabe
perfectamente a quiénes trata de apuntar con su encanto.
En contraposición las
Bibliotecas constituyen una suerte de exposición natural, permanente e intima.
Entre sus pasillos vamos a encontrar todas las preguntas, aún las que hemos
omitido; y todas respuestas, aún aquellas que no deseábamos hallar. Recorrer
visualmente los lomos de los textos clasificados ordenadamente en los estantes
es una sensación incomparable; separar y discriminar es responder a una
invitación que nos hace el autor; la lectura de las solapas resulta
comprometerse con la propia curiosidad, abrir el libro elegido y leer sus primeros
párrafos es ingresar por los sinuosos distritos de la seducción; al igual que
en el amor: el arte y la belleza están presentes. ¿Vemos eso en las Ferias? No
me parece.
Al igual que escribir no es
ser escritor, leer no significa ser lector. El lector es la esencia del
escritor en sus dos facetas: No se puede ser escritor sin ser lector, y no se
puede considerar lector al sujeto que leyendo no relaciona ni intenta incluirse
por igual dentro del espíritu de la historia (infiernos del escritor) y la
jerarquía del lenguaje. Sucede lo mismo con la música y con el cine. Ni nos
convertimos en melómanos por escuchar melodías, ni nos podemos considerar
cinéfilos por el simple hecho de ver películas. Interviene aquí un elemento que
marca la diferencia: La complejidad. Nuestro propio placer por la
complejidad exigirá que vayamos en búsqueda del encanto, y como consecuencia,
tendremos la capacidad para determinar si ese texto al que arribamos está
escrito por un escritor o por un simple entusiasta de las letras. Discernir con
placer dentro del ámbito de la complejidad es tarea del verdadero lector.
No estoy en contra de las
ferias del libro, espero que los organizadores no mal interpreten, simplemente
las entiendo como un espacio mayormente promocional que literario, observando
que la esencia y la excelencia de los textos no constituyen el fin en si propio
del evento sino solamente difundirlos sin la inexcusable elaboración y
discriminación que la excelencia requiere.
En alguna ocasión un amigo,
también entusiasta de las letras, criticaba la apertura libre y discrecional
que hacía de mis títulos en sitios públicos de la red, insistiendo que debía
poner más atención sobre cuestiones de reserva y cosas por el estilo. Según su
razonamiento estoy mal exponiendo mis cuentos, poesías y novelas para que sean
utilizadas, usurpadas y si se quiere malversadas por propios y extraños (se ve
que el hombre me aprecia demasiado). Sin duda que vale la pena el reto del que
buenamente era víctima, pero a mi entender, en la actualidad, como en ningún
otro momento de nuestra contemporaneidad, se hace necesario reforzar los
conceptos de libertad y de igualdad mediante la acción concreta. Es probable
que mi estupidez quede de manifiesto inmediatamente luego de efectuada la
lectura, por lo menos nadie podrá acusarme de distraer dineros de terceros en
textos que resultan más interesante de encontrar casualmente que, en el peor de
los casos, tener que pagar para acceder a ellos.
Este formato me ha permitido
observar el disímil interés que cada uno de ellos despierta y a la vez su
relación directa en el marco de mis preferencias como autor. Por ejemplo
Domingo 7, una historia de amor entre dos hombres maduros, urbanos, muy bien
posicionados socialmente, ha presentado una cantidad de lecturas realmente
sugestivas para un texto que nunca me terminó de convencer desde lo literario.
Algo similar ocurrió con Relatos de una Profesora de Matemáticas, Breve Reinado
y Colonia Esperanza. En contraposición Réquiem del Poeta, Traficante, Una Razón
y el extenso poema gauchesco Las Cuitas del Faca Godoy han tenido escasos
curiosos que abreven de sus canteras, entendiendo que estos presentan mayor
valor literario que los anteriormente mencionados. De todas formas mal haría en
seguir las preferencias de mis lectores para hacer frente a la tarea creativa.
En alguna oportunidad el Negro Fontanarrosa afirmó que para la visión del común
un libro de cuentos era como un LP: un par de buenos temas y el resto es
relleno, sin detenerse a observar que el escritor, en toda su obra, se esfuerza
por exponer compromiso estético y ético
de modo indisoluble.
Sabemos que en asuntos
literarios la difusión per-se no siempre aporta. Podemos encontrar
equivalencias con la información: “Un exceso de información termina
desinformando producto que dentro de ese marasmo, lo importante, lo relevante,
queda relegado a espacios marginales” afirmaba Ignacio Ramonet. La cantidad por
sobre la calidad de lo que se publica es el dilema a cuestionar y en
consecuencia a analizar.
La Feria del Libro anual que
se realiza en Buenos Aires presenta claroscuros interesantes de profundizar:
Disertantes de notoria talla literaria adquieren la misma entidad que mediocres
contadores de sospechas y supuestos por obra y gracia editorial. De ese modo
Aira, Le Clèzio, Lissing, Gelman cuentan con el mismo espacio de difusión y
promoción que Majul, Walger, o Russo. Temo que desde lo eminentemente literario
hay algo que supera mi capacidad de comprensión.
Los personalismos y las simpatías o antipatías políticas siempre existentes en este tipo de eventos hacen
posible que dentro del marco del olvido conveniente se instalen las peores
injusticias. Ojalá no sea el caso. Espero que Versos Aparecidos de Carlos Aiub
tenga su merecido espacio, al igual que el varias veces reconocido a nivel
nacional Ensayo sobre la Amnesia de Patricio Pretti. En ambos casos la
complejidad y el encanto literario se encuentran entrelazados dentro de una
historia que no podemos darnos el lujo de soslayar; por lo bello y por lo
trágico deben tener designado un lugar de excepción en el ámbito de la literatura
dorreguense.
Para concluir me atrevo a afirmar que una feria del libro es a la cultura lo que el tren sanitario a la salud. Ambos son simples y efectistas símbolos; sin políticas detrás, dichos símbolos sólo quedarán coloreados en sepia, al igual que las magras evocaciones fotográficas, dignas revisiones de los domingos por la tarde.
Insospechada actitud funámbula encuentro en el prurito de las cosas en su lugar.Prurito de ubicación con angustia al pecado como si fueras vos tu propio lector,prejuicio cultural como si el conjunto de costumbres(la cultura)estuviera estandarizado por alguna norma IRAM.
ResponderEliminarNosotros los lectores no somos ratones de bibliotecas,interactuamos con el resto del mundo inclusive boludeando en alguna feria siempre con una bala en la recámara dispuestos a llevarnos una buena pieza porque la curiosidad está latente.
Es un lugar mas,quizás no el mas honroso,pero mutilás la posibilidad si no estás de encontrar tu mejor lector.
¿Porqué tapar la sinergia con solipsismo?
Un Abrazo
Si vos lo decís, será... yo pensé que había puesto otra cosa. Veamos
ResponderEliminarLo que trato de hacer es desmitificar la importancia de la ferias como objeto cultural en si mismo. Esto es, desde el Estado prefiero políticas culturales en lugar espasmos voluntaristas.
Fijate que en el artículo no estoy criticando a quién va ni a quién se presenta.
Justamente apunto mis cuestionamientos a la intencionalidad abarcativa que pretenden ostentar las ferias como correlato cultural de máxima.
Más de una vez habrás oído que la Feria del Autor al Lector de Buenos Aires es el evento cultural más importante del año. (Claro, esto lo afirma la Cámara del Libro). ¿Y el escritor?
No existe tal prurito, pero me sigo resistiendo al sentido común imperante. He ido a decenas de ferias, y siempre las tomé como vos decís " con la bala en la recámara" nunca les otorgué mayor entidad cultural.
Pasear por las librerías de la Avenida Corrientes o de Recoleta no deja ser ser una suerte de feria. Ahora bien, nadie va a poder afirmar que eso constituye una política cultural.
un saludo
PD: Para ir a una Biblioteca no se necesita ser ratón, con ser lector alcanza y allí también se interactúa. Tal vez ahí chocamos con otro dilema. Y te debo reconocer que existen algunas que son un verdadero embole, producto de un modelo caduco y demasiado distante.
Te lo digo como ex presidente de una. Con imaginación y atrevimiento, corriendo ciertos límites, se logran procesos impensados.
Y que si alguien te lee a través del manoseo mercantilista y las ansias figurativas de los mediocres?
ResponderEliminarÉtica?
Esos pelotudos/as seguirán existiendo como tales,con o sin tu presencia,y sin embargo lo anecdótico del contacto se consume en el tiempo del olvido a partir del lector que a través de ese puente arranca el hilo de tu peremne pulsión de presentar un ojo al universo,porque en definitiva el que escribe por mas vueltas que le demos lo hace para ser leído.
Muy cierto Moscón, muy cierto
ResponderEliminarAunque te agrego algo. El escritor escribe para ser leído y también para robarle unos segundos a su propia finitud, aún sabiendo que dicha cuestión resulta poco menos que ilusoria.
Hay un excelente párrafo en el Libro Negro de Papini que habla de estas cosas. El tipo, en este caso Paúl Vàlery está en un bar de Paris cuestionándose estos dilemas con un amigo; hasta que por fin decide dejarlos de lado (a los dilemas y al amigo) para sentarse en una mesa lindera en donde había de una mujer desconocida con la cual intercambió miradas y sonrisas. La literatura también es una buena excusa. Macedonio decía que los médicos abusan de la curación espontánea tanto como los escritores de un frase casual.
un abrazo
Y eso que todavía no dije nada sobre la literatura del verano. ¿Para cuándo la Feria del Libro del verano?
ResponderEliminarFeria del libro de verano,jaja.
ResponderEliminarSoy un lector que apunta mas o menos al medio,es decir,tomo un libro y lo abro en cualquier página y leo un par de carillas seguidas o salteadas,si me gustó busco la información en las tapas o el prólogo y si no la tienen me lo llevo igual.Pagado ,prestado o robado,se igual.
Por lo poco que te he leído encontré un escritor exquisito,a veces un cachito barroco pero hasta esto último condimenta la expresión textual con mas volumen,como un plato rico,si hay mas,mejor.
Así que haciendo un paralelo espero encontrar algo tuyo en la próxima soleada y tórrida Feria.
Porque Macedonio(gran jodón)también decía que los gauchos son inventos de los estancieros para que se diviertan los caballos(?)
Un Relinch-..digo,Un Abrazo.
Veo que somos del mismo palo. El dedo es que determina en donde empieza el libro y el tedio a donde termina. De todas formas si es robado, no lo devuelvo. Resulta algo así como la autocrítica. Lo mejor es no hacerla en voz alta, digo para no avivar giles. Un abrazo y gracias. Me gustó lo de barroco...
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