El Conocimiento de la Ignorancia
de Kart
Popper
Me
doy cuenta, una vez más, de lo poco que sé, y ello me hace recordar la vieja
historia que Sócrates contó por primera vez en su juicio. Uno de sus jóvenes
amigos, un miembro del pueblo de nombre Querefon, había preguntado al dios
Apolo en Delfos si existía alguien más sabio que Sócrates, y Apolo le había
contestado que Sócrates era el más sabio de todos. Sócrates halló esta
respuesta inesperada y misteriosa. Pero, después de varios experimentos y
conversaciones con todo tipo de personas, creyó haber descubierto aquello que
el dios había querido decir; por contraste de todos lo demás, él, Sócrates, se
había dado cuenta de lo lejos que estaba de ser sabio, de que no sabía nada.
Pero lo que el dios nos había querido decir a todos nosotros era que la
sabiduría consistía en el conocimiento de nuestras limitaciones y, lo más
importante de todo, en el conocimiento de nuestra propia ignorancia. Creo que
Sócrates nos enseñó algo que es tan importante hoy en día como lo fue hace
2.400 años. Y creo que los intelectuales, incluso científicos, políticos y,
especialmente aquellos que trabajan en los medios de comunicación, tienen hoy
la imperiosa necesidad de aprender esta vieja lección que Sócrates trató en
vano de enseñarnos.
¿Pero,
es eso cierto? ¿No sabemos hoy, acaso, muchísimo más de lo que sabía Sócrates
en su época? Sócrates tenía razón, debe admitirse, al ser consciente de su
ignorancia: en efecto, él era ignorante sobre todo si lo comparamos con lo que
sabemos hoy en día. Efectivamente, el reconocer su ignorancia fue un gesto de
gran sabiduría por su parte. Pero hoy se dice que nuestros investigadores y
científicos contemporáneos no son simples buscadores, sino también
descubridores. Porque saben mucho: tanto que el gran volumen de nuestro
conocimiento científico se ha convertido en un grave problema; los nuevos
descubrimientos se publican a tal velocidad que es imposible que nadie pueda
estar al día. ¿Podría ser que incluso ahora debamos seguir construyendo nuestra
filosofía del conocimiento sobre la tesis de Sócrates de nuestra falta de
conocimiento?
La
objeción es correcta, pero únicamente después de haberla modificado
radicalmente mediante cuatro comentarios muy importantes: Primero, la idea de
que la ciencia sabe mucho es correcta, pero la palabra conocimiento se usa
aquí, al parecer inconscientemente en un sentido que es completamente distinto
del significado que se le da a la palabra conocimiento cuando se usa, con
énfasis, en el lenguaje diario. Sin embargo, el conocimiento científico
simplemente no es un conocimiento cierto. Está siempre abierto a revisión.
Consiste en conjeturas comprobables -el mejor de los casos-, conjeturas que han
sido objeto de las más duras pruebas, conjeturas inciertas.
Es
conocimiento hipotético, conocimiento conjetural. Este es mi primer comentario,
y por sí mismo es una amplia defensa de la aplicación a la ciencia moderna de
las ideas de Sócrates: el científico debe tener en cuenta, como Sócrates, que
él o ella no sabe, simplemente supone. Mi segundo comentario sobre la
observación de que nosotros sabemos tanto hoy en día es éste: con casi cada
nuevo logro científico, con cada solución hipotética de un problema científico,
el número de problemas no resueltos aumenta; y asimismo aumenta el grado de su
dificultad; de hecho, ambos aumentan a una velocidad superior a la que lo hacen
las soluciones! Y sería correcto decir que mientras nuestra ignorancia, nuestra
creciente ignorancia es infinita. Mi tercer comentario es éste: cuando decimos
que hoy sabemos más que lo que sabía Sócrates en su época, que nuestro
conocimiento conjetural es mayor, esto es probablemente incorrecto en tanto que
nosotros interpretamos el saber en un sentido subjetivo. Probablemente,
ninguno de nosotros sabe más, en cuanto a almacenar mayor información en
nuestra memoria; más bien, somos conscientes de que hoy en día se sabe
muchísimo más y acerca de muchísimas más cosas diferentes que en los tiempos de
Sócrates.
Tenemos
aquí una cuarta razón para decir que Sócrates estaba en lo cierto, incluso hoy.
Porque este anticuado conocimiento personal consiste en teorías que se han
demostrado son falsas. Por ello, tenemos cuatro razones que nos demuestran que
incluso hoy, la idea de Sócrates "Sólo sé que no sé nada", es una
idea de palpitante actualidad, pienso que aún más que en tiempos de Sócrates. Y
tenemos razones, en defensa de la tolerancia, para deducir de la idea de
Sócrates aquellas consecuencias éticas que fueron deducidas, en sus tiempos,
por el propio Sócrates, por Erasmo, por Montaigne, Voltaire, Kant y Lessing. Y
debemos incluso deducir algunas otras consecuencias. Los principios que son el
fundamento de cada diálogo racional, es decir, cada discusión encaminada a la
búsqueda de la verdad son, de hecho, principios éticos. Me gustaría
expresar tres de esos principios éticos.
(a)
El principio de la falibilidad: Quizá yo esté equivocado y quizá usted tenga
razón, pero desde luego, ambos podemos estar equivocados.
(b)
El principio del diálogo racional: Queremos de modo crítico -pero por supuesto,
sin ningún tipo de crítica personal- poner a prueba nuestras razones a favor y
en contra de nuestras variadas (criticables) teorías. Esta postura crítica pone
a prueba nuestras razones a favor y en contra de nuestras variadas
(criticables) teorías. Esta actitud crítica a la que estamos obligados a asumir
es parte de nuestra responsabilidad intelectual.
(c)
El principio de acercamiento a la verdad con la ayuda del debate. Podemos casi
siempre acercarnos a la verdad, con la ayuda de tales discusiones
críticas impersonales (y objetivas), y de este modo podemos casi siempre
mejorar nuestro entendimiento; incluso en aquellos casos en los que no llegamos
a un acuerdo.
Es
extraordinario que esos tres principios sean epistemológicos y, al mismo tiempo
sean también principios éticos. Porque implican, entre otras cosas, tolerancia:
si yo puedo aprender de usted, y si yo quiero aprender en el interés por la búsqueda
de la verdad, no sólo debo tolerarle como persona, sino que debo
reconocerle potencialmente como a un igual. El principio ético que nos guíe
deberá ser nuestro compromiso con la búsqueda de la verdad y la noción de una
vía para llegar a la verdad y un acercamiento a ella. Sobre todo, deberíamos
entender que nunca podremos estar seguros de haber llegado a la verdad; que
tenemos que seguir haciendo críticas, autocríticas, de lo que creemos haber
encontrado y, por consiguiente tenemos que seguir poniéndolo a prueba con
espíritu crítico; que tenemos que esforzarnos mucho en la crítica y que nunca
deberíamos llegar a ser complacientes y dogmáticos. Y también debemos vigilar
constantemente nuestra integridad intelectual, que junto con el conocimiento de
nuestra falibilidad nos llevará a una actitud de autocrítica y de tolerancia. Por
otra parte, también es de gran importancia darnos cuenta que siempre podemos
aprender cosas nuevas, incluso en el campo de la ética. Me gustaría demostrar
lo anterior por vía de un examen de la ética de los profesionales, la ética de
los intelectuales, la ética de los científicos, médicos, abogados, ingenieros,
arquitectos, directores, y, muy importante, de los periodistas y de la gente
influyente del mundo de la televisión; también de los funcionarios, y sobre
todo, de los políticos. Me gustaría proponerles algunos principios de una nueva
ética profesional, principios que están estrechamente relacionados con las
ideas éticas de tolerancia y de honestidad intelectual. Con este fin voy a
describir primero la antigua ética profesional y, quizá, caricaturizarla un
poco, para luego compararla y contrastarla con la nueva ética profesional que
deseo proponer aquí.
Hay
que reconocer que la antigua ética profesional se basó, como también se basa la
nueva, en los conceptos de verdad, de racionalidad y de responsabilidad
intelectual. Con la diferencia de que la antigua ética se basó en el concepto
de conocimiento personal y en la idea de que es posible llegar al conocimiento
cierto, o al menos acercarse lo más posible. Por esta razón, el concepto
de autoridad personal desempeñó un papel importante en la antigua ética
profesional. En contraste, la nueva ética se basa en el concepto de
conocimiento objetivo, y de conocimiento incierto. Esto exige un cambio radical
en nuestra manera de pensar. Lo que tiene que cambiar es el papel desempeñado
por los conceptos de verdad, racionalidad, honestidad intelectual y
responsabilidad intelectual.
Mi
sugerencia es que la nueva ética profesional que propongo aquí se base en los
doce principios siguientes, con los cuales termino mi discurso:
(a)
Nuestro conocimiento objetivo conjetural continúa superando con diferencia lo
que el individuo puede abarcar. Por consiguiente: no hay
autoridades. Esta importante conclusión también se puede aplicar a materias
especializadas y a campos específicos de investigación.
(b)
Es imposible evitar todos los errores, e incluso todos aquellos que, en sí
mismos, son evitables. Todos los científicos cometen equivocaciones continuamente.
Hay que revisar la antigua idea de que se pueden evitar los errores y que, por
tanto, existe la obligación de evitarlos: la idea en sí encierra un error.
(c)
Por supuesto, sigue siendo nuestro deber hacer todo lo posible para evitar
errores. Pero precisamente para evitarlos debemos ser conscientes, sobre todo,
de la dificultad que esto encierra y del hecho de que nadie logra evitarlos.
(d)
Los errores pueden estar ocultos al conocimiento de todos incluso en nuestras
teorías mejor comprobadas; así, la tarea específica del científico es buscar
tales errores. Descubrir que una teoría bien contrastada, o que una técnica
usual práctica son erróneas, podría ser un descubrimiento de máxima
importancia.
(e)
Por lo tanto, tenemos que cambiar nuestra actitud hacia nuestros errores. Es
aquí donde hay que empezar nuestra reforma práctica de la ética. Porque la
actitud de la antigua ética profesional nos obliga a tapar nuestros errores, a
mantenerlos secretos y a olvidarnos de ellos tan pronto como sea posible.
(f)
El nuevo principio básico es que para evitar equivocarnos, debemos
aprender de nuestros propios errores. Intentar ocultar la existencia de errores
es el pecado más grande que existe.
(g)
Tenemos que estar continuamente al acecho para detectar errores, especialmente
los propios, con la esperanza de ser los primeros en hacerlo. Una vez
detectados, debemos estar seguros de recordarlos, examinarlos desde todos los
puntos de vista para descubrir por qué se cometió el error.
(h)
Es parte de nuestra tarea el tener y ejercer una actitud autocrítica, franca y
honesta hacia nosotros mismos.
(i)
Puesto que debemos aprender de nuestros errores, asimismo debemos aprender a
aceptarlos incluso con gratitud, cuando nos los señalan los demás. Y cuando
llamamos la atención a otros sobre sus errores deberíamos siempre tener en
cuenta que los científicos más grandes los han cometido.
(j)
Tenemos que tener claro en nuestra propia mente que necesitamos a los demás
para descubrir y corregir nuestros errores (de la misma manera en que los demás
nos necesitan a nosotros) y, sobre todo, necesitamos a gente que se haya
educado con diferentes ideas en un mundo cultural distinto. Así se logra
tolerancia.
(k)
Debemos aprender que la autocrítica es la mejor crítica, pero que la crítica de
los demás es una necesidad. Tiene casi la misma importancia que la autocrítica.
(l)
La crítica racional y no personal (u objetiva) debería ser siempre específica:
hay que alegar razones específicas cuando una afirmación específica, o una
hipótesis específica, o un argumento específico nos parece falso o no válido.
Hay que guiarse por la idea de acercamiento a la verdad objetiva. En este
sentido, la crítica tiene que ser impersonal, pero debería ser a la vez
benévola.
Conferencia
con motivo del otorgamiento del doctor "Honoris causa" de la
Universidad Complutense de Madrid - España.
N de la R: Buen provecho Marcelo... Una buena panzada de conocimiento nunca viene mal...
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