La sospecha como teoría política
Se ha instalado de modo rotundo a la “sospecha”
como tesis y argumento sobre cuestiones políticas coyunturales. Cada
editorialista, cada analista de los medios, en particular los dominantes,
suelen bifurcar sus exposiciones en función de colocar sobre la mesa de debate
subjetividades turbias que tienden mucho más a deseos particulares que a
dilemas tangibles. Algo dijimos al respecto cuando desarrollamos la idea del
imaginario. Dos elementos subyacen en la cuestión y que le dan sustento a dicho
formato:
En primer lugar el desprecio sistemático (desde lo
conceptual) que se tiene por el error y en segunda instancia la enorme falacia
que encierra considerar que toda política que está en contra de nuestros
intereses posee signos de corrupción. Desde luego que ambos elementos no están
incluidos dentro de los textos, a cara lavada, de modo explícito, pero a poco
de recorrer sus líneas vamos observando la atmósfera sabuesa e inquisidora a la
que intentan someternos.
En el primero de los casos notamos que el error no
forma parte del necesario correlato que toda gestión administrativa encierra
tal cual lo exhibe cualquier actitud humana que en la vida corriente es dable
de observar. El error es visto con sospechosa intención y no como una posible
instancia frente a una decisión entre tantas de las que se toman dentro de un
menú determinado. Error y fracaso no son sinónimos, aunque se los suele
presentar como tales a propósito de aquella intencionalidad mencionada. Cuando
se debatió y se aprobó la Ley de Medios Audiovisuales muchos nos permitimos
sostener que el proyecto era un intento muy alentador para democratizar la
palabra pero que al mismo tiempo era un camino a perfeccionar y que dentro de
ese camino nos íbamos a encontrar con la necesidad de efectuar correcciones en
la misma medida que nuevos dilemas vieran la luz. Resulta de perogrullo aclarar
que todas las ciencias avanzan de ese modo, y si lo hace la ciencia, cuántas
razones existen para inquietarnos ante un eventual correctivo a sobrellevar.
Recientemente se ha mostrado como fracaso político y no como error posible y
hasta comprensible la ausencia de oferentes para las 220 señales televisivas.
Cuestión que es necesario revisar y que tiene que ver con las posibilidades de
inversión tecnológica y la socialización de los recursos para que dichos
objetivos se puedan concretar. Es probable que los pliegos tuvieran un excesivo
valor, será menester repensar la verdadera inquietud de la instituciones y
municipios en pos de poseer medios alternativos y demás incisos cuya
complejidad nadie puede soslayar. El dilema se presentó como fracaso debido a
que el error humaniza y a ninguno de estos analistas les interesa humanizar a
la política. La falibilidad nunca es rentable, aceptar que la perfección es una
entelequia resulta poco menos que descabellado para aquellos que prefieren
recorrer los caminos de la sospecha. Un error admite comprensión, encierra la
inclusión de la buena fe como estructura intelectual, presume y propone
entendimiento, cuestiones humanistas que ninguno de los editorialistas de los
oligopolios están dispuesto a admitir en función de su propia capacidad de
suspicacia. Disociar la posibilidad del error en el marco de las decisiones
políticas tiene la cruel intención (notorio acto de mala fe) de instalar que la
perfección es posible, disyuntiva más cercana al Hades que a la historia de la
humanidad.
El segundo tópico a observar es la recurrente
simplificación intelectual que tiende a teñir cualquier medida política no
acorde con el ideario del editorialista como un evento que encierra incisos de
corrupción. Aquí la sospecha, la conjetura, se presenta como argumento y no
como lo que realmente es: Una estructura crítica de carácter destructiva
moldeada a las sombras de intereses puntuales contrapuestos al camino tomado
por el Ejecutivo. Recordar los comentarios y análisis previos con relación a la
estatización de los fondos de pensión, a la asignación universal por hijo, a la
modificación de la carta orgánica del BCRA, a la nacionalización del 51% de
YPF, entre decenas de medidas son ejemplificadoras y a la vez se nos presentan
como cuestiones que permiten ahorrar letras y renglones que provoquen lecturas
redundantes.
De modo que la sospecha como teoría, como estructura
intelectual crítica, está instalada a partir de la persistencia en la
conceptualización de que la política nada tiene de humano y en consecuencia el
error no está incluido ni como riesgo ni como posible eventualidad natural.
Esta suerte de presión conceptual se pretende volcar sin aduanas sobre las
espaldas de los lectores, oyentes y televidentes, que instalados delante los
medios no tienen más opciones que aceptar por repetición esas nefastas reglas
de juego. No existe acto político que sea motivado por la buena fe impone el
discurso dominante, de modo que “el son todos chorros” es vomitado casi
instintivamente sin tolerar siquiera algún tipo de argumento explicativo que
detalle puntuales cuestiones a atender.
En lo personal puedo no coincidir con las políticas
desarrolladas por el Radicalismo gobernante de Coronel Dorrego, de hecho me
sostengo como opositor al proyecto dentro del marco ideológico y sobre
cuestiones específicas de gestión, pero jamás se me ocurriría instalar sucesos
en los que no estoy de acuerdo bajo el formato de sospecha. Desde este espacio
los errores fueron vistos como tales, remarcándose con sumo entusiasmo las
correcciones políticas efectuadas. Justamente la responsabilidad política nada
tiene que ver con la responsabilidad penal, y esto, aunque parezca mentira, es
necesario subrayarlo. La responsabilidad política es una avenida de doble vía
en donde mandatarios y mandantes comprenden que el error y el acierto
constituyen las caras de una misma moneda, dilemas que se dirimen democráticamente
en cada acto electoral. Ser temerosos del error paraliza automáticamente al
campo de las decisiones, y por ende a la política, debido a que cualquier
equivocación es sopesada instintivamente bajo prismas demoníacos.
Hace algunos años Silvio Rodríguez insistía en la
idea que se le permitiese al pueblo cubano equivocarse por si mismo, este
concepto lo atesoraba a propósito del bloqueo estadounidense. A modo de ruego
pintaba un presente en donde el error propio era el único modo posible para
corregir las erratas de su sistema político. Pues de eso se trata la cuestión.
No perdamos la posibilidad de ser libres de decidir y menos bajo el influjo de
la sospecha. Los que intentan imponer este modelo son aquellos que desean
paralizarnos instalando la idea de una sociedad en donde el móvil inquisidor
sea conducido discrecionalmente por los cancerberos del poder real.
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