29 de Junio de 1935 nace FORJA
De FORJA al Peronismo
Ante
el fracaso de las acciones armadas se torna necesario regresar a la política
legal. Pero... ¿cuál era la táctica más adecuada a seguir? Muchos se
preguntaban si había que constituirse como un grupo interno organizado dentro
de las filas del viejo partido, o si, en cambio, había llegado al hora de
fundar una nueva fuerza política en la Argentina.
Scalabrini Ortíz Homero Manzi Arturo Jaurteche
Sonaba en los oídos
aún el eco de las palabras de Hipólito Yrigoyen: «Radicales, hay que empezar de
nuevo». Malograda la herramienta electoral que hacía 20 años venía utilizado
como canal de expresión el pueblo argentino, parecía eminente la necesidad de crear
algo nuevo. Pero el poder de la política territorial y la necesidad de
sostenerse como organización y de llegar eficientemente a las masas populares
traccionaban a estos díscolos a la interna del aparato partidario: la
posibilidad de ganar una circunscripción donde hacer base era real. Así nace, a
mediados de 1935, la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina
(FORJA, según sus iniciales). El nombre lo sugiere el mismo Jauretche, a partir
de una frase que alguna vez dijo el viejo caudillo: «todo taller de forja se
parece a un mundo que se derrumba». El grupo realiza la tarea histórica de
sistematizar las realizaciones y los principios del nacionalismo popular en la
Argentina. Pese a que la presidencia la detenta Luis Dellepiane, las que descuellan
son las figuras de Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz. FORJA es el
ideario-puente de una generación que opera como polea transmisora de ideas
entre los dos movimientos populares contemporáneos, el radicalismo y el
peronismo. Formaron parte de esta organización Luis Dellepiane, Arturo
Jauretche, Homero Manzi, Gabriel del Mazo, Darío Alessandro, Raúl Scalabrini
Ortiz y Jorge del Río, entre otros. Todos, menos Scalabrini, miembros de la
disidencia popular del radicalismo. Los hombres de FORJA se volcaron a la tarea
de estudiar, explicar y denunciar los lazos de dependencia concreta de nuestro
país al capitalismo mundial. Así nacen los grandes trabajos de Raúl Scalabrini
Ortiz: «Política Británica en le Río de la Plata» y la «Historia de los
ferrocarriles argentinos», donde probó que los ferrocarriles en nuestro país se
instalaron con capitales argentinos que representaban trabajo argentino y que
se sostuvieron y desarrollaron con más trabajo argentino, siendo el capital
inglés innecesariamente beneficiado por el Estado nacional a través de la
llamada «Ley Mitre», que colocó todo el sistema férreo nacional en sus manos.
De este modo, Scalabrini no sólo demolía la imagen de Inglaterra como «nación
amiga», sino que además destruía el mito antinacional (ya vigente en esa época)
de que los argentinos no somos emprendedores y que nos capitalizamos gracias al
aporte extranjero, porque si no, si hubiera dependido exclusivamente de
nosotros, no nos hubiéramos desarrollado nunca. Para la década del ’30 la
dependencia de la Argentina respecto de Inglaterra era un dato de política
internacional que manejaba cualquier persona bien informada en cualquier lugar
del mundo y, sin embargo, no era un dato que formara parte del debate ni de las
preocupaciones de la «clase política» de nuestro país. Ni los socialistas y
comunistas que formaban la izquierda, ni los conservadores y «nacionalistas» de
la derecha estaban preocupados por esto (y mucho menos los liberales del
«centro», que se ocupaban de la administración de la colonia). Esta
preocupación por desentramar los lazos de la dependencia económica de nuestro
país era una novedad absoluta para una organización política en aquél medio
histórico, y a esta novedad le correspondió un nuevo lenguaje. Los hombres de
FORJA incorporaron entonces al vocabulario político algunas palabras que pocos
años después serían de uso habitual. A este respecto, en una carta escrita a la
Academia Porteña del Lunfardo con fecha 29 de abril de 1965, en respuesta a una
consulta que le hicieran, Jauretche dice que: «El uso de la expresión
‘oligarca’ – ya empleada en el poema ‘El Paso de los Libres’ – en su acepción
hoy popular, así como las expresiones ‘vendepatria’ y ‘cipayo’, las popularicé
desde el periódico ‘Señales’ y en otros de vida efímera en los años posteriores
a la revolución de 1930". El modo de difusión de las ideas forjistas era
el «boca en boca» y se centraba en una práctica diaria de conferencias
callejeras. El público que asistía a ellas fue creciendo paulatinamente hasta
que, alrededor del año 40, se llegaron a juntar varios cientos, y hasta hubo
mítines que pudieron haber superado los mil concurrentes. Para la difusión,
rara vez se contaba con afiches o volantes; la gente se enteraba de estas
conferencias a partir del pregón que hacían desde la mañana un par de jóvenes
militantes en la esquina donde se iba a realizar la conferencia por la tarde.
La gran prensa nacional no le dio a este hecho inédito la más mínima
importancia. Funcionaba a la perfección la «conspiración del silencio» a la que
hace referencia René Orsi, en su obra Jauretche y Scalabrini Ortiz : «Una tarde
dialogando con Scalabrini en un café de la capital le hice un comentario sobre
esa cortina infranqueable a propósito de un acto que se llevaría a cabo en el
transcurso de esa semana, y ante mi sorpresa, Raúl escribió en un papel común
una esquela dirigida a Eduardo Mallea, director a la sazón del suplemento
literario del diario ‘La Nación’ diciéndole: ‘Querido Eduardo, te ruego
atiendas al Prologo portador de la presente, señor René Orsi, y le seas útil en
la medida de tus posibilidades. Raúl’. Con esta nota me presenté ante (...)
Mallea, quien al leerla, me dijo: ‘¿Qué es de la vida de Raúl? ¡Qué lástima!
Las letras argentinas han perdido un gran valor’. Frente a esa extraña
expresión de recuerdo al amigo común, avancé algo más en la conversación
preguntándole por mi parte desde cuando se conocían con Scalabrini,
respondiéndome que ambos habían entrado a ese diario contemporáneamente, y que
al igual que él, que ya era nada menos que encargado del por entonces prestigioso
Suplemento dominical, Raúl también había tenido la posibilidad de una brillante
carrera en la hoja de los Mitre , malograda, según agregó, por su militancia
política e ideológica a partir de 1930; (...). Finalizando el diálogo, Mallea
llamó a otra persona de la redacción y le hizo conocer el motivo de mi
presencia allí, y, unos días después apareció en ‘La Nación’ un aviso de la
conferencia, breve, reducido, en página par y casi al fondo; pero salió. Debe
haber sido una de las 100 escasas informaciones que tuvo FORJA a lo largo de
diez años de brega incesante». FORJA no llegó a ser nunca una fuerza
electoral importante. A pesar de esto sus ideas fueron invadiendo el modo de
pensar y de hablar de mucha gente, y esa unificación del lenguaje fue
creando una mancomunidad de ideas. Según el mismo Jauretche, «la labor cumplida
por FORJA fue, precisamente incorporar a los hábitos del pensamiento argentino
la capacidad de ver el mundo desde nosotros, por nosotros y para nosotros. Esto
requería sacar todas las cosas del plano estratosférico en que se desenvolvían
y poner en primer término nuestro interés nacional y popular».
FORJA había
desplegado una tarea docente, y en 1941, en un acto celebrando el 6º aniversario
de la fundación de la organización, Jauretche les dice a sus compañeros estas
palabras que resultarían proféticas:
«Día por día hemos
visto crecer el público alrededor de nuestras tribunas callejeras; sin prensa,
porque nos está cerrada la información que no se le niega ni al más
insignificante comité de barrio; sin radiotelefonía porque a ningún precio se
nos ha permitido el acceso a ella. El idioma que hablamos, que era sólo el de
una pequeña minoría y hasta parecía exótico, hoy es el lenguaje del hombre de
la calle. Puedo decirles en este aniversario, que estamos celebrando el triunfo
de nuestras ideas. Pero estamos constatando, al mismo tiempo, nuestro fracaso
como fuerza política: no hemos llegado a lo social: la gente nos comprende y
nos apoya, pero no nos sigue. Hemos sembrado para quienes sepan inspirar la fe
y la confianza que nosotros no logramos. No importa, con tal que la labor se
cumpla.
Además
de las tribunas callejeras, esta organización produjo un profuso material
impreso que circulaba con gran aceptación en ámbitos universitarios, en algunos
sindicatos y entre los oficiales nacionalistas (no fascistas) del ejército.
Entre estos cuadros a los que les llegaban los materiales forjistas había un
coronel, muy respetado por sus pares e incluso por sus superiores, que estaba
convencido de que el Ejército podía ser el instrumento de la liberación económica
y social del país. Se trataba de un hombre que estaba a la búsqueda de un
lenguaje nuevo que le permitiera ponerle nombre a las cosas de una nueva era.
Entre las páginas de los Cuadernos de FORJA encontrará la confirmación de lo
que venía intuyendo sobre la situación nacional, y encontrará, sobre todo, el
idioma para expresarlo. Obviamente, tal coronel es Juan Domingo Perón. Al
producirse la asonada del 4 de junio de 1943, que derroca al régimen
fraudulento, Perón, que es quizás el máximo inspirador del movimiento
triunfante, es además, el oficial que mejor expresa las ideas nacionalistas y
de desarrollo estratégico que pululan entre las filas del Ejército. Proclama la
necesidad de que las Fuerzas Armadas dejen de ser el garante de un régimen
corrupto y vendepatria y a esto le agrega un condimento que no todos los
hombres de armas podían tragar: para Perón, la recuperación de la Argentina,
además de económica tenía que ser social, y para ello debían ser rescatados y
cumplidos todos los derechos de los trabajadores, a los que el Estado tenía que
privilegiar frente a los ricos y poderosos dueños del capital y los medios de
producción. Para alcanzar sus objetivos, Perón debía convertirse, si no en un
«político» tradicional, sí al menos en una persona que se pudiera manejar en
cualquier espacio de poder. Y lo hizo de un modo superlativo. La vida
cuartelera está protegida de ciertos vaivenes de la sociedad civil y es común
que los militares se mareen en los pasillos de los ministerios, donde está el
reino de las aves negras, administradores profesionales, doctores y caballeros
que conocen todos los vericuetos de la ley tan bien como los escondrijos de los
edificios públicos. Perón necesita aprender y, entre otros, comienza a
entrevistarse todos los días con Arturo Jauretche en sus oficinas del
Ministerio de Guerra. Durante casi todo el año ‘44 Jauretche tuvo pase de
«audiencia permanente» en el Ministerio de Guerra con el coronel Perón.
Conversaban de los diferentes temas de la dependencia semicolonial argentina y
sobre el mapa político del país (al cual Jauretche conocía en detalle). Luego,
hablando con sus amigos, Jauretche les decía: «Perón me ‘rasca’, me hurga»,
expresando así la avidez con que el futuro jefe del segundo movimiento
histórico de la Argentina se interesaba por todo aquello que creía que
Jauretche le podía aportar. Es interesante ver lo que dice, en un reportaje de
1971, Arturo Jauretche sobre la formación del pensamiento político de Juan
Perón:
«Es
muy posible que Perón, en algún momento de su formación haya simpatizado, no
creo que con el nazismo, pero sí con alguna forma del fascismo italiano. Él
había vivido en Italia mucho tiempo, pero cuando Perón tomó contacto con las
masas argentinas, con la política argentina, se percató
en seguida de las particularidades del fenómeno político social argentino y
adaptó su pensamiento a esa realidad nueva, que se iba creando y que él, en
cierta medida, iba creando, pero la creaba porque se puso en esa realidad y
caminó para ese lado. Perón aprendió y aprendía con velocidad porque era muy
inteligente. Por ejemplo, sobre la vieja política argentina creo haberle sido
muy útil para informarle, pero le aseguro que pronto sabía más que yo. Y tenía
ciertas aptitudes revolucionarias que los hombres ya formados no tenemos, una
capacidad para no sorprenderse de nada, para aceptar hechos nuevos y para
adaptarse a la realidad.»
Con
la llegada del peronismo al poder nace una nueva realidad política en la
Argentina. Realidad que no era rozada ni de cerca por la «cultura» ideológica
heredada del liberalismo conservador de los años de la colonia próspera. El
país era definitivamente «moderno», no porque se organizara su Estado según el
canon de «los modernos estados-nación», sino porque se organizaba su pueblo.
Les cupo a los intelectuales vinculados al peronismo dotar de un pensamiento
propio a esa nueva realidad. Era todo un desafío y la posición
inclaudicablemente popular a la que adhería Jauretche le permitió esquivar lo
que él mismo dijera sobre la relación entre los revolucionarios y las
revoluciones: «Creo que se atribuye a Mirabeau una frase que ha hecho carrera:
‘La revolución es como Saturno, que se devora a sus hijos’. La frase es bella
pero inexacta: la revolución devora a sus padres, los precursores. Los precursores
de toda revolución, pese a sus divergencias con el sistema que combaten, son
hijos de su época y, como tales, no pueden desafiliarse totalmente de ella;
acatan sus escalas de valores, su estilo, su estética. Ocurre que cuando el
hecho revolucionario se produce, a la par de los frutos esperados aparecen
otros menores y sorprendentes. (...) La revolución, así sea pacífica, no es
como la inauguración de una casa nueva bien pintada y con jardín al frente. Por
el contrario, está terminado el comedor y falta el cuarto de baño, la mezcla
anda derramada por el suelo y se choca en todas partes con baldes y escaleras;
es el momento en que el viejo revolucionario empieza a preguntarse si no era
mejor la casa vieja que con todos sus defectos respondía a los hábitos adquiridos.
(...) Su actitud de ese momento es la prueba de fuego; ella nos dice si el
luchador estaba en lo profundo de los acontecimientos que reclamaba o sólo en
lo superficial...»
Fuente: wwwperonismomilitante.com.ar –
Prólogo por Mariano Cabral – Arturo Jauretche
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