PADRE CARLOS MUGICA
asesinado por la triple A el 11 de mayo de 1974
MEDITACIÓN EN LA VILLA
SEÑOR, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos
que parecen tener ocho años tengan trece. SEÑOR,
perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro; yo me puedo ir,
ellos no. SEÑOR, perdóname por haber
aprendido a soportar el olor de las aguas servidas, de las que me puedo ir y
ellos no. SEÑOR, perdóname por
encender la luz y olvidándome de que ellos no pueden hacerlo. SEÑOR, yo puedo hacer huelga de hambre
y ellos no: porque nadie hace huelga con su hambre. SEÑOR, perdóname por decirles "no solo de pan vive el
hombre" y no luchar con todo para que rescaten su pan. SEÑOR, quiero quererlos por ellos y no
por mi. Ayúdame. SEÑOR, sueño con
morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos. SEÑOR, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame.
El mártir que vive en el alma del pueblo
por Horacio Ríos
El padre Carlos Mugica fue un paradigma de su tiempo, a la
vez que una contradicción en sí mismo. Hijo de una familia de clase alta,
ofrendó su vida por los más humildes, incluso conociendo de antemano que ésa
era una posibilidad demasiado cercana. Para servirles, renunció a una
prometedora carrera en el seno de la iglesia, que podría haberlo llevado a las
más altas jerarquías, ya que era un hombre de brillante inteligencia. Pero eso
no era todo: era un cura peronista que trabajaba en el Barrio Comunicaciones,
hoy Villa 31. Vivió sin miedo y sin pedir nada para sí mismo. Lo asesinó un
matón a sueldo, en el que algunos creyeron reconocer al comisario de la Policía
Federal Rodolfo Almirón. Después de 38 años, para desmentir a sus asesinos,
Mugica sigue siendo recordado como lo que fue: un cura como los que definía otro
mártir de aquellos tiempos, el "Chacho" Angelelli: "con
una oreja en el Evangelio y la otra en el pueblo".
El que luego sería el padre Carlos Mugica nació en Buenos
Aires el 7 de octubre de 1930, en el seno de una familia de clase alta. Su
padre, Adolfo Mugica, fue diputado conservador entre 1938 y 1942 y
posteriormente, en 1961, ministro de Relaciones Exteriores, durante la
presidencia de Arturo Frondizi. Por otra parte su madre, Carmen Echagüe,
pertenecía a una familia de ricos estancieros bonaerenses. En 1949 comenzó la
carrera de derecho – de la que cursó sólo dos años - en la Universidad de
Buenos Aires. En 1950 viajó con varios sacerdotes y con su amigo Alejandro
Mayol a Europa, donde comenzó a madurar su vocación sacerdotal. En marzo de
1952, a los 21 años ingresó al seminario para iniciar su carrera sacerdotal. Finalmente
se ordenó como sacerdote en 1959, pocos años después de haber participado
–según sus propias palabras- "del júbilo orgiástico de la oligarquía por
la caída de Perón". Pero Mugica también sabía reconocer sus
contradicciones. Relataba que en una ocasión, caminando por un pasillo oscuro
de un conventillo, vio una leyenda escrita en la pared que lo conmovió
profundamente:"Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los cuervos".
Los cuervos eran los curas. Quizás en ese momento supo que si permanecía en el
lugar de siempre, seguiría estando en la vereda de enfrente de "la gente
humilde". Después de ordenarse, sirvió en la diócesis de Reconquista y
luego colaboró con el cardenal primado de Argentina, Antonio Caggiano, en lo
que parecía ser el comienzo de una prometedora carrera eclesiástica. Pero ya en
sus primeros destinos como sacerdote tuvo problemas. El propio Mugica recordaba
uno de sus primeros tropezones con humor: "Creo que la misión del sacerdote es
evangelizar a los pobres... e interpelar a los ricos. Y bueno, llega un momento
en que los ricos no quieren que se les predique más, como sucedió en el Socorro
cuando me echaron las señoras gordas que le fueron a decir al párroco que yo
hacía política en la misa". Años después, en 1966, se encontró en
una misión en Santa Fe, con los que serían luego los fundadores de la
organización Montoneros: Carlos Ramus, Fernando Abal Medina y Mario Firmenich,
a los que ya conocía de cuando estaba destinado en la pastoral para los jóvenes
en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Esta relación los influenció a todos
ellos y les sirvió para tomar por el hasta entonces impensado camino de la
lucha y del compromiso con los sectores más humildes de la sociedad. Su
encendida y pública defensa del peronismo, como asimismo la frecuencia con que
en sus discursos citaba al Che Guevara, a Mao y a Camilo Torres y otros, le
trajeron al padre Carlos abiertos, y cada vez más frecuentes, choques con el
arzobispo Juan Carlos Aramburu.
En los tiempos en los que nacía la dictadura militar que
encabezó el malhadado general Juan Carlos Onganía, durante la cual se
agudizarían hasta límites intolerables las contradicciones entre el Ejército y
el pueblo argentino; entre los intereses de la Patria y los del imperio; entre
una Iglesia cómplice de la dictadura y los sacerdotes que, sin grandilocuencia
pero con firmeza, buscaban, como Camilo Torres, el camino de la liberación,
encontró Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe – tal su nombre completo de
"niño bien - su destino. El
año 1968 fue decisivo en la vida del padre Mugica. Viajó a Francia para
estudiar Epistemología y Comunicación Social; profundizó su amistad con el
padre Rolando Concatti – uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes
para el Tercer Mundo- y viajó a Madrid, donde conoció al General Juan Domingo
Perón. Estando en París se enteró de la fundación del Movimiento de Sacerdotes
para el Tercer Mundo. Inmediatamente, con la presteza de los que saben que han
encontrado su destino, adhirió a él. También comenzó a colaborar con el Equipo
Intervillas que creó en ese año decisivo el padre Jorge Goñi. Al volver de la
capital francesa se encontró con que el padre Julio Triviño – un cura situado
ideológicamente en sus antípodas - lo había reemplazado como capellán de las
monjas del Colegio Malinkrodt. Claro que el cambio que habían decidido las
monjas no era inocente ni casual. Triviño, un conspicuo representante de la
línea conservadora de la iglesia argentina era también, para que no estuviera
ausente la coherencia, capellán castrense. El destino comenzaba a alcanzar a
Mugica. Los padres asuncionistas, que estaban a cargo de la parroquia de San
Martín de Tours –otra de las iglesias en las que se refugiaban los ideólogos de
todas las dictaduras pasadas y futuras-, habían decidido abrir una capilla en
la villa de Retiro y le ofrecieron al joven sacerdote que se hiciera cargo de
ese trabajo, que aceptó alborozadamente. Lejos estaba Mugica de aquel joven
sacerdote de buena cuna que hollaba los pasillos de la Curia, y que daba los
primeros pasos de una brillante carrera eclesiástica. De habérselo propuesto,
posiblemente hoy existiría en la nómina de la iglesia algún obispo o cardenal llamado
Carlos Mugica, que entregaría su anillo a los fieles para ser besado y que
luego pontificarían contra el peronismo. En el Barrio Comunicaciones levantó la
parroquia Cristo Obrero, en la que ejerció su compromiso hasta el día de su
asesinato. Al mismo tiempo, colaboraba con su gran amigo, el padre Jorge
Vernazza, como vicario de la parroquia San Francisco Solano. También por esos
tiempos su poderosa intelectualidad se convirtió en faro desde la cátedra de
Teología en la Universidad de El Salvador y desde las que dictaba en las
facultades de Ciencias Económicas, de Derecho y de Ciencias Políticas. El
compromiso con los pobres que asumió el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo, entretanto, chocaba de frente con la prohibición estricta de manifestarse
políticamente, decidida por el arzobispo coadjutor de Buenos Aires, Juan Carlos
Aramburu, decidido más que nunca a mantener a la iglesia alineada con el poder.
Por supuesto que Aramburu jamás se opuso a las efusiones ideológicas de los
curas que tomaban el té en las mansiones de San Isidro o de Barrio Norte,
incluido él mismo. Desde su retiro, el antiguo prelado amigo del poder ve pasar
sus días en una opulenta mansión de la calle La Pampa, cercana a las de sus
amigos de la Avenida Melián, ostentadores de una riqueza que habita muy lejos
de la gente que fue el motivo de los desvelos del padre Mugica. Pero aquellos
años exigían definiciones. La violencia que ejercía la dictadura se tornaba más
indecente a medida que su poder era cuestionado con más decisión por las
organizaciones populares, que tampoco desistían de utilizar la violencia
revolucionaria. Uno de los amigos más cercanos de Mugica, el padre Alberto
Carbone, fue encarcelado tras la muerte del ex dictador Pedro Eugenio Aramburu
a manos de la organización peronista Montoneros. La apasionada defensa de su
amigo, su antigua cercanía con los fundadores de la mítica organización
guerrillera y su actitud frente a la violencia popular que, al negarse a
condenarla, la dictadura consideró "poco clara", provocaron también
su encarcelamiento. Los periódicos
"La Razón" y "La Nueva Provincia" cuestionaron con dureza a
Mugica por su "justificación de la violencia que se ha desatado en el
país". Claro, que para esos personeros de oscuros intereses no habían existido
ni la Semana Trágica, ni los bombardeos de Plaza de Mayo, ni la furiosa
represión del Plan Conintes, ni nada. La violencia la habían desatado – en su
particular concepción - los peronistas, que hasta ese tiempo sólo habían
sufrido represión, humillación y muerte. Las homilías del padre Mugica y de
todos los sacerdotes del MSTM eran grabadas por los servicios, colocándolos
casi en una situación de blancos móviles. Aramburu – el arzobispo - le propuso
varias veces a Mugica que abandonara el sacerdocio. Mugica rechazó el
ofrecimiento, aunque esta situación lo angustiaba fuertemente. "Espero,
en Dios, no verme forzado jamás a abandonar el sacerdocio, aunque deba resistir
infinitas presiones", definió alguna vez, con la claridad de
siempre. Tras la asunción de gobierno popular, el 25 de mayo de 1973, Mugica
aceptó un cargo – no rentado - de asesor del Ministerio de Bienestar Social,
aunque luego se desvinculó de él por sus discrepancias con el ministro José
López Rega, que luego tendría el dudoso honor de ser el fundador de la no menos
dudosamente célebre "Triple A". La explicación de Mugica fue
sabiamente sencilla: "no había comunicación entre el ministerio y los
villeros". De todos modos, comenzaron a tomar cuerpo otras preocupaciones
para el sacerdote: una noche, ante algunos colaboradores del Barrio
Comunicaciones, manifestó que "López Rega me va a matar". Pero por
esos días le había dicho a un periodista que "no tengo miedo de morir. De
lo único que tengo miedo es de que el arzobispo me eche de la Iglesia". En
1974 apareció el disco "Misa para el Tercer Mundo", en el que el
Grupo Vocal Argentino cantaba –sobre textos escritos por el propio Mugica–
ritmos argentinos, africanos y asiáticos. Como premio, tiempo después, un
hombre poco afecto al arte y a la generosidad, el ministro del interior de
Isabel Perón Alfredo Rocamora, mandó destruir miles de ejemplares de esa obra. Las
amenazas de muerte se multiplicaban sobre la humanidad de Mugica. La revista
seudoperonista, "El Caudillo", se preguntaba – con una sorna no
exenta de estupidez – si "está al servicio de los pobres o tiene a los
pobres a su servicio", a la vez que lo acusaba – con la misma supina
estupidez – de "bolche". El
11 de mayo de 1974, el padre Carlos Mugica cumplió con algunas de sus rutinas
habituales. A las ocho y cuarto de la noche, después de celebrar misa en la
iglesia de San Francisco Solano – situada en la calle Zelada 4771, en el barrio
de Villa Luro –, se disponía a subir a su humilde Renault 4-L, cuando un triste
personaje – en el que algunos testigos creyeron reconocer al comisario Rodolfo
Eduardo Almirón, el jefe de la "Triple A" lopezreguista – bajó de un
auto y le pegó cinco tiros en el abdomen y en el pulmón. El tiro de gracia se
lo dio en la espalda. Una manera infame de acabar con la vida de un hombre
digno, que siempre respetó antes que nada su mandato interior, ese que nacía de
su pueblo y que se prolongaba luego en su propia voz. El sacerdote fue
enterrado posteriormente en el cementerio de Recoleta, hasta que en 1999, en un
acto de justicia, sus restos fueron trasladados a la Parroquia Cristo Obrero,
en el Barrio Comunicaciones, donde amó y fue amado sin condiciones, que hoy – tiempos
crueles - es conocido como la Villa 31.
Desde entonces, Mugica, para contradecir a sus asesinos, habita en un
territorio del que jamás será desalojado: el corazón de su pueblo. Un lugar que
comparte con muy pocos, entre los que pueden contarse sus amados Juan Domingo
Perón, la abanderada de los humildes, Evita y el también mártir obispo de La
Rioja, monseñor Enrique Angelelli.
Fuentes:
Diario de Cartas – Padre Mugica
(1999) Mariotto/Gordillo – Textos de la Teología de la Liberación de Boff /
Sobrino / Frei Betto / Camilo Torres / CELAM – Programa Radial La Voz de las
Madres AM 530 – Agrupación Los Invisibles de la Villa 31 – www.elortiba.org -
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