EL OFICIO DE VIVIR I (Fragmentos) - Autor Cesare Pavese


1935

28 de octubre

La poesía comienza cuando un necio dice del mar: "Parece aceite". No se trata, en absoluto, de una más exacta descripción de la bonanza, sino del placer de haber descubierto la semejanza, del cosquilleo de una misteriosa relación, de la necesidad de gritar a los cuatro vientos que se ha notado. Pero resulta igualmente necio detenerse aquí. Iniciada así la poesía, es preciso acabarla y componer un rico relato de relaciones que equivalga hábilmente a un juicio de valor. Esta sería la poesía típica, la idea. Pero normalmente las obras están hechas de sentimiento -la exacta descripción de la bonanza- que a ratos espumea en descubrimientos de relaciones. Puede ocurrir que la poesía típica sea irreal y al igual que vivimos también de microbios lo que se ha hecho hasta ahora conste de meros trozos miméticos (sentimiento), de pensamientos (lógica) y de relaciones a la buena de Dios (poesía). Una combinación más absoluta quizá sería irrespirable y necia.

1 de noviembre

Es interesante la idea de que el sentimiento en arte sea el puro trozo mimético, la exacta descripción de la bonanza. Esto es, una descripción hecha con términos propios, sin descubrimientos de relaciones imaginativas y sin intrusiones lógicas. Pero, si es concebible una descripción que no cuente imágenes (que quizá la misma naturaleza del lenguaje niega), ¿puede existir una descripción al margen del pensamiento lógico? ¿No es ya expresión de juicio observar que el árbol es verde? O, si parece ridículo encontrar un pensamiento en semejante trivialidad, ¿dónde acaba la trivialidad y comienza el verdadero juicio lógico? Remito a mejor filósofo el segundo párrafo. Sin embargo, me parece exacto que el sentimiento consiste en describir con propiedad. Utilizar las emociones para descubrir en ellas relaciones es, en efecto, elaborar ya racionalmente estas experiencias. ¿Y cómo es que la naturaleza del lenguaje niega la posibilidad de usar imágenes? El que verde se derive de “vis”, y aluda a la fuerza de la vegetación, es una relación hermosa e indiscutible; pero también es indiscutible la sencillez actual de esta palabra y su remitirse de inmediato a una idea única. El que arribar significase antaño abordar, y al principio fuera hacer una imagen náutica decir que el invierno arribaba, no priva de absoluta objetividad a la misma observación hecha líneas antes. Mi paréntesis era, pues, estúpido. Y no le demos más vueltas.

10 de noviembre

¿Por qué pido siempre a mis poesías un contenido exhaustivo, moral, juzgador? ¿Yo, a quien no le convence que el hombre juzgue al hombre? Mi pretensión no es sino un vulgar deseo de echar mi cuarto a espadas. Lo cual dista mucho de la administración de la justicia. ¿Hago yo justicia en mi vida? ¿Me importa algo la justicia en las humanas cosas? y entonces, ¿por qué la pretendo pronunciada en las poéticas? Si hay algún símbolo en mis poesías, es el símbolo del que ha escapado de casa y regresa con alegría al pueblecito, tras haberlas pasado de todos los colores y siempre pintorescas, con poquísimas ganas de trabajar, disfrutando mucho con cosas sencillísimas, siempre generoso y bonachón y franco en sus juicios, incapaz de sufrir a fondo, contento de seguir a la naturaleza y gozar a una mujer, pero también contento de sentirse solo y sin compromisos, dispuesto a recomenzar cada mañana: los Mares del Sur en suma.

7 de diciembre

Ha de profundizarse la afirmación de que el secreto de mucho gran arte estriba en los impedimentos que, en forma de reglas, impone el gusto contemporáneo. Las reglas del arte, proponiendo un ideal definido que hay que alcanzar, dan al artista una meta que impide el laboreo en el vacío del ingenio. Pero es preciso agregar que jamás el valor de las obras está para nosotros en las reglas observadas, sino -en vista de la heterogeneidad de los fines- en estructuras crecidas, bajo la mano del artista durante su búsqueda de lo que la regla -el gusto- exige. El ingenio recalentado por un juego racional, como es el intento de alcanzar ciertos resultados tenidos por valiosos, supera el abstracto valor de convención de esos "gustos" y crea arrebatadamente nuevas arquitecturas. Sin saberlo; y esto es lógico, si se piensa que el secreto de una estructura artística se le escapa a su creador hasta que, esclareciéndosela, él mismo le quite interés. Así resuelvo la necesidad de "inteligencia" en arte: existe aplicación consciente de ésta, pero sólo a aquellas metas contemporáneas que, válidas para el artista y para su tiempo, se funden después en la erupción de poesía nacida del recalentamiento del ingenio. El artista trabaja con su cerebro para llegar a metas que perderán valor ante la posteridad; pero, al obrar así, su "cerebro" crea precríticamente nuevas realidades intelectuales: Ejemplo: la manía de la noción o expresión imaginativa, ingeniosa o aguda, entre los isabelinos y el resultado shakesperiano de la imagen-relato. La afición al ejemplo concreto del mundo científico clásico y la resultante visión cósmica de Lucrecio.

15 de diciembre

En cuanto a mí, la composición de una poesía se produce de un modo que -de no mostrármelo la experiencia- jamás hubiera creído. Moviéndome en torno a una informe situación sugerente, gimoteo para mí mismo una idea, encarnada en un ritmo abierto, siempre el mismo. Las diversas palabras y los diversos nexos colorean la nueva concentración musical, identificándola y lo más importante está hecho. Sólo queda entonces volver sobre esos dos, tres, cuatro versos, casi siempre ya en estos estadios definitivos e iniciales, y atormentarlos, interrogarlos, adaptar sus variados desarrollos, hasta que doy con el justo. La poesía ha de extraerse toda del núcleo que he dicho y cada verso que se añade lo determina cada vez mejor y excluye un número cada vez mayor de errores fantásticos. Hasta que las posibilidades intrínsecas del punto de partida están todas identificadas y desarrolladas en la medida de mis fuerzas; poco a poco se han ido formando bajo la pluma nuevos núcleos rítmicos, identificables en las diversas "imágenes" singulares del relato; y llego, desganadamente porque el interés se está ya acabando, al último verso conclusivo, casi siempre amplio y reposado y ligado con el comienzo y recapitulación alusiva de los diversos núcleos. ¿Será esto la cristalización de Stendhal? Tengo ante mí un conjunto rítmico -lleno de colores, de pasajes, de impulsos y de distensiones- donde los distintos momentos de descubrimiento, de avance -los núcleos, en suma- se intercambian, se iluminan, perennemente activados por la sangre rítmica que corre por doquier. Me encojo de hombros de pensar en otra cosa, pero sonrío estimulado por el secreto.


1936


10 de abril

Cuando un hombre está en mi situación sólo le queda hacer examen de conciencia. No tengo motivos para rechazar mi idea fija de que cuanto le ocurre a un hombre está condicionado por todo su pasado; en suma, es merecido. Evidentemente, buenas las he hecho para encontrarme en este punto.
Ante todo, ligereza moral. ¿Me he planteado nunca en serio el problema de lo que debo hacer en conciencia? He seguido siempre impulsos sentimentales, hedonistas. No caben dudas sobre esto. Hasta mi misoginia (1930-1934) era un principio superfluo: no quería incordios y me complacía esa pose. Luego se ha visto hasta qué punto esa pose era invertebrada y también en la cuestión del trabajo, ¿he sido alguna vez más que un hedonista? Me complacía en el trabajo febril dar saltos, bajo la inspiración de la ambición, pero tenía miedo, miedo de ligarme. Nunca he trabajado de veras y en realidad no sé ningún oficio, y se ve con claridad también otra lacra. Jamás he sido un simple inconsciente, que goza con sus satisfacciones y se le da un ardite de lo demás. Soy demasiado cobarde para eso. Me he acunado siempre con la ilusión de sentir la vida moral, pasando instantes deliciosos -es la palabra exacta- al plantearme casos de conciencia, sin la decisión de resolverlos en la acción. Y eso si no quiero desenterrar la complacencia que antaño experimentaba en el envilecimiento moral con finalidad estética, esperándome de eso una carrera de genio. Y esa época no la he superado aún. A las pruebas. Ahora que he alcanzado la plena abyección moral, ¿en qué pienso? Pienso en lo hermoso qué sería si esa abyección fuese también material, si tuviera por ejemplo los zapatos rotos. Sólo así se explica mi actual vida de suicida. Y sé que estoy condenado para siempre a pensar en el suicidio ante cualquier molestia o dolor. Esto es lo que me aterra: mi principio es el suicidio, nunca consumado, que no consumaré nunca, pero que acaricia mi sensibilidad. Lo terrible es que todo cuanto me resta ahora no basta para enderezarme, porque en idéntica situación -aparte las traiciones- me encontré en el pasado y tampoco entonces encontré ninguna salvación moral. Ni siquiera me endureceré esta vez, está
claro. Y sin embargo -puede que la infatuación me engañe, pero no lo creo-, había encontrado el camino de salvación. Y con toda la debilidad que en mí había, esa persona sabía sujetarme a una disciplina, a un sacrificio, con el simple don de sí misma. Y no creo que eso fuese una bobada, porque el don de ella me elevaba a la intuición de nuevos deberes, les daba cuerpo ante mí. Porque abandonado a mí mismo, ya he hecho la experiencia, estoy seguro de no tener éxito. Hecho una carne y un destino con ella, habría triunfado, estoy igualmente seguro. A causa también de mi propia cobardía: habría sido un imperativo a mi lado. Y en cambio, ¡qué ha hecho! Quizá ella no sepa, o si no sabe no le importa. Y es justo porque ella es ella y tiene su pasado que le traza su futuro. Pero ha hecho esto. Yo he tenido una aventura, durante la cual se me ha juzgado y se me ha declarado indigno de continuar. Ante este golpe de gracia no es ya absolutamente nada el lamento del amante, que sin embargo es tan atroz, o el derrumbe de la posición, que también es grave.
Se confunde, el sentido de este golpe de gracia con el martillazo que en 1934 había cesado de golpearme: ¡fuera la estética, fuera las poses, fuera el genio, fuera todas las mentiras!, ¿he hecho algo en la vida que no sea el gilipollas?
Gilipollas en el sentido más trivial e irremediable de hombre que no sabe vivir, que no ha crecido moralmente, que es vano, que se sostiene con el puntal del suicidio, pero no lo comete.

24 de abril

Es preciso haber sentido la manía de la autodestrucción. No hablo del suicidio: gente como nosotros, enamorada de la vida, de lo imprevisto, del placer de "contarla", sólo puede llegar al suicidio por imprudencia. Y además, el suicidio aparece ya como uno de esos heroísmos míticos, de esas fabulosas afirmaciones de una dignidad del hombre ante el destino, que interesan estatuariamente, pero que nos dejan abandonados a nosotros mismos.
El autodestructor es un tipo más desesperado y utilitario al tiempo. El autodestructor se esfuerza por descubrir en su interior cualquier lacra, cualquier cobardía, y por favorecer estas disposiciones a la anulación, buscándolas, embriagándose con ellas, disfrutándolas. El autodestructor está en definitiva más seguro de sí que cualquier vencedor del pasado, sabe que el hilo del apego al mañana, a lo posible, al prodigioso futuro, es un cable más fuerte -tratándose del último empujón- que no sé cuál fe o integridad. El autodestructor es sobre todo un comediante y un dueño de sí. No desperdicia ninguna oportunidad de sentirse y de probarse. Es un optimista. Lo espera todo de la vida, y se va afinando para producir bajo las manos del caso futuro los sonidos más agudos o significativos. El autodestructor no puede soportar la soledad. Pero vive en un continuo peligro: que lo sorprenda una manía de construcción, de ordenación, un imperativo moral. Entonces sufre sin remisión, y podría incluso matarse. Es preciso observar bien esto: en nuestros tiempos el suicidio es un modo de desaparecer, se comete tímidamente, silenciosamente, chatamente. No es ya un hacer, es un padecer. ¿Quién sabe si volverá aún al mundo el suicidio optimista? Expresar en forma de arte, con finalidad catártica, una tragedia interior, sólo puede hacerlo el artista que a través de la tragedia vivida estaba ya tendiendo sutilmente sus hilos constructivos, desarrollaba una incubación creadora, en suma. No existe la tempestad sufrida locamente y después liberación a través de la obra, so pena de suicidio. Tan cierto es esto que los artistas que se han matado de veras por sus trágicos casos, suelen ser ligeros cantores, aficionados a sensaciones, que nada insinuaron jamás en sus cancioneros del profundo cáncer que los roía. De lo cual se aprende que el único modo de huir del abismo es mirarlo y medirlo y sondearlo y bajar a él. Es de una desolación tonificante -como una mañana invernal- el padecer una injusticia. Eso hace retoñar, según nuestros más celosos deseos, la fascinación de la vida; devuelve el sentido de nuestro valor frente a las cosas; adula. Mientras que sufrir por puro azar, por una desgracia, es envilecedor. Lo he probado, y quisiera que la injusticia que la ingratitud hubieran sido mayores. Esto llama vivir y, a los veintiocho años, no ser precoces. Para la humildad. Es tan raro, sin embargo, sufrir una hermosa y total injusticia. Son tan tortuosos nuestros actos. En general, siempre encontramos que un poco de culpa la tenemos también nosotros, y adiós mañana invernal.

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