Un Poco de Historia





A poco de un nuevo 17 de Octubre me parece oportuno destacar su real significado político en cuanto a lo que originó como cabeza de playa de un proyecto popular ciertamente revolucionario.


Del libro "La Fuerza es el Derecho de las Bestias", 
JUAN PERÓN, Ediciones Cicerón, Montevideo, 1958

El presente es testimonio histórico del Gral. Juan D. Perón escrito en el año 1957 durante su exilio, donde consta cómo su primer Gobierno se fue organizando para recuperar los ferrocarriles como patrimonio argentino

                   "...El Consejo Nacional de Post-guerra preparó las bases mediante un estudio completo de la economía argentina en los aspectos del consumo, la producción, la industria y el comercio.
                   Mediante encuestas y estudios estadísticos establecimos la situación, la apreciamos y tomamos las resoluciones más adecuadas, esperando el momento oportuno para actuar. Ya antes de nuestro ascenso al poder comenzamos a reformar, con el apoyo del gobierno de facto, lo indispensable para ganar tiempo. La primera reforma fue la financiera, mediante la nacionalización del sistema bancario, convirtiendo al Banco Central de la República en un banco de bancos, mediante la nacionalización de los depósitos y a los demás bancos en agencias del mismo. Esto permitió por primera vez en nuestro país un control financiero por el Estado, pues hasta entonces ese era resorte de los bancos extranjeros de plaza. Este fue el primer paso de la reforma económica que emprendimos: hacer argentino el dinero del país.
                Simultáneamente con esto comenzamos a estudiar la realización de la primera etapa de la independencia económica: la recuperación de la deuda y los servicios públicos. La situación en este aspecto presentaba un difícil problema pues las sumas que se necesitaban para ello eran sumamente cuantiosas. Nuestra deuda externa ascendía en diversas obligaciones a más de seis mil millones de pesos, en ese entonces algo así como unos dos mil millones de dólares, por la cual pagábamos ochocientos millones de pesos anuales en amortizaciones e intereses (250 millones de dólares). Esto era nuestro primer objetivo.
                 La nacionalización de los servicios públicos, en poder de consorcios extranjeros, era el segundo objetivo de la recuperación. Se trataba de los ferrocarriles, transportes de la ciudad de Buenos Aires, el gas, los teléfonos, seguros y reaseguros, electricidad, comercialización y acopio de las cosechas, creación de una flota mercante y aérea, etc., etc. Las relaciones del gobierno con los consorcios explotadores de estos servicios eran cordiales. No era que nosotros por chauvinismo quisiéramos nacionalizar y menos aún despojando a nadie. El caso era que, de mantener este estado de cosas, estaríamos sometidos a una descapitalización progresiva. Queríamos pagarles por sus instalaciones un precio justo y tomarlas a nuestro cargo para su funcionamiento como un servicio estatal.
                   En las siguientes cifras, se observará objetivamente las remesas financieras anuales que ocasionaban estos servicios explotados por compañías extranjeras: la deuda pública 800 millones, los ferrocarriles 150 millones, la Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires 120 millones, el servicio de gas 110 millones, los teléfonos 120 millones, seguros 150 millones, reaseguros 50 millones, electricidad 150 millones, comercialización de la cosecha 1.000 millones, transportes marítimos 500 millones de fletes en divisas, etc. Sólo en estos rubros las remesas financieras anuales visibles pasaban de los tres mil millones de pesos (1.000 millones de dólares entonces). Si se considera la necesidad de otras remesas financieras de diversas empresas establecidas en el país y las remesas visibles, siempre numerosas por la especulación, podíamos calcular aproximadamente una descapitalización anual por envíos y evasiones que pasaba de los seis mil millones de pesos anuales. Si consideramos que el monto de nuestra producción anual no pasaba de los diez mil millones de pesos, se tendrá la verdadera sensación de para quién trabajaban los argentinos. Se me dirá que los capitales extranjeros con su radicación en el país aportaban un alto coeficiente de capitalización compensatorio del proceso inverso por remesas financieras. Desgraciadamente no era así. Un ejemplo lo clara todo. Un frigorífico británico se instaló en el país en 1905, trajo como inversión un capital de un millón de libras esterlinas (al cambio de ese entonces 11.250.000 pesos moneda nacional). Cuando hubo instalado su maquinaria y locales pidió al Banco de la Nación Argentina un crédito que fue sucesivamente aumentando hasta la suma de 100 millones de pesos. De manera que, sobre cien millones, el capital extranjero radicado era sólo el 10% y el 90% era argentino.
                   Ahora bien, el primer servicio financiero remesado a Londres, fue de una utilidad del 10% calculado sobre los cien millones de pesos de capital y no sobre los once millones radicados. Vale decir que con su primera remesa financiera repatrió el capital-radicado y durante cincuenta años nos descapitalizó a razón de diez millones por año, en total quinientos millones. Este era el proceso común seguido por casi todas las empresas inversoras y que, explicará de manera simple y objetiva, la razón por la cual era indispensable a la economía argentina realizar cuanto antes la recuperación, para evitar su progresiva descapitalización.
               Indudablemente no era cosa simple realizar la recuperación, sobre todo si, como nosotros lo deseábamos, era menester pagar hasta el último centavo a los inversores, a fin de no perjudicar el prestigio internacional del país. Un cálculo "grosso modo" dará una idea aproximada del esfuerzo de que se trataba. Calculando comprar las empresas de valor histórico, pagando lucro cesante, crear los organismos y servicios nuevos, comprar los barcos y las aeronaves necesarios, etc., debían calcularse como necesarios unos 30.000.000.000 de pesos. Para no sentirme tentado y evitar los consejos fáciles, resolví "quemar las naves" declarando que me cortaría la mano antes de firmar un empréstito, porque, si la finalidad era la independencia económica, no era el caso de salir de las llamas, para caer en las brasas. En esos momentos se sumaba a ese tremendo esfuerzo, la necesidad de renovar la maquinaria industrial y todo el material ferroviario, tranviario y automotor que durante los cinco años de guerra, con el cierre de la exportación, no habían recibido ningún aporte. Se calculaba esto en un monto de 20.000 millones de pesos.
                Estudiamos esto detenidamente y confieso que cuando compilamos las necesidades totales, una suerte de pánico se apoderó de mí, que sentía la terrible responsabilidad de estar al frente del país y la duda de poder superar su difícil encrucijada económica. Con los estudios en mi poder llamé a una reunión privada a los técnicos en economía más calificados en el concepto de algunos asesores económicos. Me perdí diez horas explicándoles mis planes y dándoles todos los datos necesarios para encarar el problema. Se fueron luego a estudiar y tres días después nos reunimos de nuevo para considerar soluciones. Confieso que me quedé defraudado pues, conversaron mucho, no dijeron nada y lo poco que trajeron no lo entendí, porque lo hicieron en una terminología tan rara y tan confusa que dudo que ellos mismos se entendieran. La reunión terminó un poco intempestivamente, pues uno de ellos me dijo: "Señor, usted debe gastar tantos miles de millones que ni tiene. Si no tiene dinero, cómo quiere comprar", a lo que yo respondí: "amiguito, si yo tuviera el dinero no lo habría llamado a usted, habría comprado", y aquí terminó la entrevista.
                Me convencí que no era asunto de técnicos, sino de comerciantes, y llamé a mi gran amigo don Miguel Miranda, el "Zar de las finanzas argentinas", como algunos le llamaron. El había empezado como empleado con noventa pesos de sueldo y en diez años había levantado treinta fábricas. Le conté el incidente con los técnicos y me dijo: "¡General!, ¿usted cree que si fueran capaces de algo estarían ganando un sueldo miserable como asesores?" -Pero Miranda, le dije, vea que hay que comprar mucho y no tenemos dinero! -Esa es la forma de comprar, sin dinero, me dijo. ¡Con plata compran los tontos! -Este es mi hombre, pensé para mí... Miguel Miranda era un verdadero genio. Su intuición, su tremenda capacidad de síntesis y su certera visión comercial, hicieron ganar a la República en un año más que cincuenta años de la acción de todos sus economistas diletantes y generalizadores de métodos y sistemas rutinarios e intrascendentes.
               Fue allí mismo que entregué a Miranda la dirección económica, creando el Consejo Económico Nacional y nombrándolo Presidente. El fue desde entonces el artífice de esa tremenda batalla que se llamó la recuperación nacional  que culminó con la independencia económica argentina. Sería largo detallar la acción desarrollada por este hombre extraordinario que no descansaba ni dormía abstraído por completo en la batalla que estaba librando. Allí aprendí que si bien un conductor puede cubrirse de gloria en una acción de guerra, esta acción anónima es también la verdadera gloria.
              "Todo el mundo conoce la habilidad de los negociadores ingleses, su gran astucia y su terrible pertinacia para persuadir u obligar. Con divisas acumuladas por provisión de cereales, armas, carne, etc. durante la guerra, Miranda comenzó a repatriar la deuda externa. Luego me dijo: -General, vamos a empezar por los ferrocarriles ingleses. Insinuó veladamente por distintos conductos que el gobierno estaba dispuesto a comprar los ferrocarriles. La respuesta no se hizo esperar. Poco tiempo después llegó una comisión del directorio de Londres de los ferrocarriles, dispuesto a ofrecer al Gobierno Argentino la venta de los mismos. Fueron citados al despacho presidencial y allí, en mi presencia, se desarrolló el siguiente diálogo, después de los saludos y conversaciones de estilo:
         -¿Cuánto piden por los ferrocarriles? -les preguntó Miranda. -El valor de libros, o sea unos diez mil millones de pesos -le contestó uno de los ingleses. Miranda se limitó a sonreír, mirando al suelo. Siguió un largo silencio en el que estuve a punto de intervenir, pero me abstuve, porque entendí que era parte de su táctica. Después de un rato el inglés volvió a decir: -¿Y ustedes cuánto ofrecerían? -Apenas mil millones -dijo Miranda-. Todo ese fierro viejo no vale más, agregó. Los ingleses se enojaron y se fueron a Londres. Parecía que las negociaciones habían terminado, pero no fue así.

               Cuando los obreros ferroviarios, que se habían entusiasmado con la perspectiva de nacionalización, se enteraron del fracaso de las negociaciones, iniciaron el "trabajo a reglamento", que culminó en "trabajo a desgano". Frente a la perspectiva de fuertes quebrantos, a los seis meses, retornó la comisión negociadora. Miranda había ganado ya la batalla. Sólo quedaba por ver cómo explotaría el éxito. Yo estaba seguro porque, para eso, él era un verdadero maestro.
                Se iniciaron nuevamente las negociaciones en un juego de regateos por ambas partes para acordar el precio y la forma de pago. Se estaba aún muy distante, a pesar que los ingleses habían rebajado su precio a unos ocho mil millones de pesos, donde se mantenían firmes. El justiprecio establecido por nuestros técnicos después de un laborioso proceso de valuación, establecía un valor aproximado a los seis millones de pesos. Se trataba de 40.000 kilómetros de vía, instalaciones, material rodante y de tracción, además de unas veinticinco mil propiedades de los ferrocarriles que
figuraban como bienes indirectos. Se trataba de bienes inmuebles en Buenos Aires, puertos, numerosas estancias, terrenos y hasta pueblos enteros. Estas empresas por la ley de concesión inicial, recibieron una legua lineal de campo a cada lado de la vía que construyeran. De ahí que sus propiedades sean casi tan valiosas como los ferrocarriles mismos.
                 Mientras se negociaba, los ingleses cometieron un error que les fue funesto. Sostenían imperturbablemente que el precio debía ser de ocho mil millones. Una noche, al representante de los ferrocarriles ingleses en la Argentina, Mister Edy, muy amigo de Miranda, se le ocurrió ofrecerle una comisión para repartir entre Miranda y yo, de trescientos millones de pesos, que se depositarían en Londres en su equivalente de entonces de cien millones de dólares, si la venta se hacía por seis mil millones de pesos. Miranda lo escuchó y al día siguiente, "a diana", estaba en casa y me decía: -Presidente, vamos a comprarlos por mucho menos de seis mil millones. Me contó lo ocurrido la noche anterior y agregó: -si nos ofrecen una comisión para que le paguemos seis mil millones, es porque, sin comisión, podemos sacarlos más baratos".
                   Así como antes había ganado la batalla de la venta en esta ocasión había ya ganado la batalla del precio. Se sucedieron las tratativas para fijar precio, pero los ingleses ya habían perdido la partida. Ellos eran buenos perdedores porque están acostumbrados a vencer. La habilidad de Miguel Miranda hizo prodigios en esta etapa de la negociación hasta llegar a fijar un precio máximo por todos los bienes directos e indirectos de las empresas de 2.029.000.000 de pesos moneda nacional. Esta sola cifra, comparada con los 10.000.000.000 de pesos moneda nacional que era el pedido inicial de los ingleses, habla con indestructible elocuencia de lo que era Miranda como negociador. En esta sola operación hizo este hombre ganar a la República más de cinco mil millones de pesos.
                   Se le pagó, como de costumbre, con ingratitud y maledicencia. Los parásitos, los incapaces y los ignorantes son precisamente los críticos más enconados. Si bien se habían ganado las batallas del precio y de la venta quedaba aún el rabo por desollar: establecer la forma de pago y pagar. No era fácil porque, como antes dije, no teníamos dinero para hacerlo. En cambio lo teníamos a Miguel Miranda que valía más que todo el dinero del mundo. En él estaban puestas todas mis esperanzas. El me había dicho: -No se aflija, Presidente, pagaremos hasta el último centavo, sin un centavo. Efectivamente, así lo hizo. ¿Cómo procedió para lograrlo?
        Comencemos por establecer que un año antes el gobierno de S.M. Británica firmó con el gobierno argentino un tratado por el que se comprometió a mantener la convertibilidad de la libra esterlina que nos permitía el negocio triangular con Estados Unidos. Con habilidad, Miranda agotó los saldos acreedores argentinos en Inglaterra para repatriar la deuda. Al firmar el contrato de compra-venta de los ferrocarriles estableció dos cuestiones fundamentales, en cuanto a la adquisición y la forma de pago.
                  a) Que se compraban en 2.029 millones de pesos los bienes directos e indirectos de las empresas.
                  b) Que la forma de pago sería al contado y en efectivo con disponibilidades de fondos argentinos existentes en Estados Unidos si se mantenía la convertibilidad de la libra que lo hacía posible, si no el pago sería en especies.
                   Fue precisamente mediante estas dos cláusulas que Miranda logró pagar "hasta el último centavo, sin un centavo", como había prometido. En efecto, me fijó un plazo de seis meses para tomar posesión de las empresas, luego de los cuales debía hacerse efectivo el pago. Durante los primeros meses de ese plazo me pasé pensando que si teníamos que pagar al contado nos quedaríamos casi sin fondos en Estados Unidos, en donde había urgentes necesidades de adquisiciones.
                   Miranda me tranquilizó; él no sé donde, tenía la noticia segura que los ingleses, a pesar del tratado, declararían la inconvertibilidad de la libra esterlina. Efectivamente, poco tiempo después lo hicieron y nos salvaron de desprendernos del único saldo acreedor en efectivo que disponíamos. Podíamos, de acuerdo al contrato de compra-venta, pagar en especies. Eso no era ya un problema para nosotros.
               Sin embargo, había que pagar 2.029 millones de pesos que no teníamos. ¿Cómo procedió Miranda? Pagamos con trigo pero, como quiera que fuese, ese trigo había que pagarlo a los agricultores. La elevación de precios en los cereales producidos en 1948 vino a favorecernos. El gobierno, por intermedio del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio), compró el trigo a los chacareros a un precio de 20 pesos el quintal, los que quedaron contentos, pues antes lo vendían a 6 pesos. Luego de un tiempo ese mismo trigo lo vendió a los ingleses, en pago de los ferrocarriles, a razón de sesenta pesos el quintal, ganando en la operación un 66%, con lo que el precio de 2.029 millones de los ferrocarriles quedó reducido a un 33%, es decir, unos 676 millones. Ahora bien, ¿cómo pagó los 676 millones? De manera muy simple: emitió 676 millones de pesos, con lo que pagó a los chacareros. De las veinticinco mil propiedades raíces adquiridas como bienes indirectos, basta vender una parte para obtener casi mil millones de pesos. Con ello se retiraban de circulación los 676 millones y el resto se incorporaba al Estado conjuntamente con los ferrocarriles y pagado hasta el último centavo, y aún ganando dinero, sin un centavo. ¡Cuánto me reí en esos días de los técnicos tan pesimistas como inoperantes e intrascendentes!

                Hoy, el valor de esos ferrocarriles con sus 40.000 kilómetros de vías e instalaciones, se calcula en nuestra moneda actual, a razón de un millón de pesos por kilómetro, todo incluido. El país había incorporado al haber patrimonial del Estado, 40.000 millones de pesos sin un centavo de desembolso. Los imbéciles siguen pensando que nosotros no hemos hecho nada durante el tiempo que ellos pasaron gastando perjudicialmente lo que tanto le cuesta al Pueblo producir y a nosotros cuidar. Por eso ellos se proclamaron libertadores. Soñar no cuesta nada."


Comentarios

  1. Me agrada saber que existe un espacio virtual donde la cultura y el pensamiento están presentes, usted es un gran cuadro intelectual que tenemos los dorreguenses y deberíamos hacer algo para que usted y otros cuadros políticos y/o intelectuales interesantes consolidemos un espacio realmente alternativo en Dorrego.
    Le mando un abrazo grande y siga así.
    Germán Zabala

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  2. German

    No me defino como un intelectual, ni mucho menos. Si como un tipo curioso e inquieto por aprender, tratando de relacionar esos conocimientos entre sí. Le agradezco su bienvenida y espero que cuando atraviese la frontera de Nos Están Disparando.. pase un buen rato.. con todo lo que ello significa

    un abrazo

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