Revista Nos Disparan desde el Campanario Año III Nro. 52 LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA de Salvador Dalí… por Guillermo F. Sala
Fecha: 1931
Técnica: Óleo sobre tela
Dimensiones: 24.1 x 33 cm
Estilo: Surrealismo
Localización: The Museum of Modern
Art, Nueva York (Donación anónima 1934)
Desde su exposición primera
exposición en junio de 1931, esta pintura se ha convertido en una de las
imágenes más reproducidas, e identifica a su autor entre el gran público,
incluso entre aquél que apenas tiene ningún conocimiento previo sobre los
objetivos o la naturaleza del arte contemporáneo.
La teoría de Dalí sobre lo blando y
lo duro encuentra en las estructuras de los relojes su máxima expresión, sobre
todo como manifiesto del tiempo que se come y que come. Alude al aspecto que
obsesiona al hombre del siglo XX: espacio-tiempo.
Después del conocimiento y las
consecuencias de la relatividad, de las teorías de Einstein que perturbaron al
mundo e influyeron en todo, la obsesión por el paso del tiempo y la obsesión
por el espacio fueron los argumentos más utilizados por Dalí en su arte.
El reloj no sirve, no es materia, no
funciona, de manera que aparece la estructura blanda simbolizando la idea
pasional, vivencial y no racional. Es el triunfo de los sueños que no están
controlados por nada, es el canto al triunfo del deseo sobre la realidad.
En definitiva, la capacidad de
Salvador Dalí para mostrar, mediante imágenes inéditas, los mitos eternos del
ser humano. Otros estudiosos insisten en la victoria del deseo sobre la
presencia obsesiva del tiempo.
Salvador Dalí nació en Figueras, una
localidad catalana al norte de Barcelona, en 1904, y pronto demostró tener un
talento inusual por la pintura y el arte. De hecho, la obra que analizamos fue
pintada cuando el artista contaba solo con 27 años de edad. Desde que era bien
joven, Dalí se interesó no solo por el dibujo, sino también por las ciencias,
especialmente la psicología y la física, siendo un gran seguidor de Freud y de
Einstein, una dualidad que reflejaría en sus cuadros, aunque parezca extraño
reconocerlo. El artista se convirtió en uno de los puntales del surrealismo que
recorrió Europa antes de la Segunda Guerra Mundial, un movimiento de vanguardia
que buscaba romper con todo ese arte anterior para abrir las posibilidades a
los artistas y llevar esa visión diferente y no academicista mucho más lejos.
Se trata de un óleo sobre lienzo de
apenas 24 x 33 centímetros, pequeño, pero tremendamente detallado, lo que da
una imagen de la precisión de Dalí. Si bien en su alma tiene una visión muy
diferente a la tradicional, su trazo es academicista, preciso, hasta para los
más pequeños detalles, como las hormigas de la parte izquierda del cuadro. La
ambientación onírica se consigue con la combinación de sombras y colores vivos,
además de por las propias figuras que aparecen en el dibujo. De hecho, se ha
discutido mucho sobre qué tipo de animal, real o fantástico, puede ser la
criatura tendida en la arena con uno de esos relojes que se derriten. Muchos afirman
que no es una criatura, sino el perfil de un rostro.
El cuadro es puro simbolismo, pero
igualmente supone también una imagen muy potente de por sí, por esa belleza del
propio paisaje marítimo, en contraste con las figuras de los relojes que se
derriten sobre las superficies. Todos marcan la misma hora, aproximadamente las
seis, y se asume que está atardeciendo, por el color propio que tiene el
cuadro, El propio Dalí afirmaba que su misión era hacer cuadros que fueran como
fotografías de sueños. Y desde luego, con este trabajo lo consiguió, siendo una
de las primeras obras que le dieron a conocer de manera masiva. Cuando Gala
regresó del cine, la obra ya estaba terminada, se la mostró y ésta exclamó
“nadie podrá olvidar esta imagen después de verla”.
Dalí se basó en el queso camembert
para darle esa sensación de ternura, y logró adaptar estos relojes a las
diversas plataformas del cuadro de una manera magistral, dando igual si estaban
sobre una criatura o sobre la rama de un árbol, suspendida y colgando.
Su obsesión por la memoria y por las imágenes y recuerdos, mezclados muchas veces con lo onírico más que con lo real, también aparecen como tema en este cuadro, que ya daba pie a muchas de sus obsesiones más primarias, más especiales, las mismas que luego fue desarrollando con el paso del tiempo en otros cuadros.
El óleo se encuentra en el MoMA desde
1934, cuando llegó por primera vez allí.
Se dice que pintó este cuadro después
de comer queso camembert.
Cuenta el propio pintor en “La vida secreta de Salvador Dalí“que una noche, tras cenar queso de Camembert, se puso a meditar sobre los "problemas filosóficos" de la materias dura y blanda. Este pensamiento le llevó hasta un cuadro inacabado de un paisaje de Portlligat, pueblo cercano a la residencia del pintor, presidido por un olivo seco, rocas y un atardecer melancólico.
Entonces surgió la inspiración: añadió
los relojes blandos, que se deshacen quizás cansados de marcar la misma hora, y
surgió “La persistencia de la memoria”, icono del surrealismo y obra capital
del pintor catalán.
*Guillermo F. Sala. Arquitecto
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