Revista Nro. 10… Una vez que la estupidez afirma sus cimientos, el establishment no necesita repartir más sobres, por Gustavo Marcelo Sala
Ernest
Renan (1) afirmó que la única cosa que nos da la sensación de infinito es la
estupidez humana. No presenta límites ni se confiesa previamente, solo aparece
y ejecuta, por lo tanto su peligrosidad es exponencial, debido a esto, la única
solución es combatirla. Para colmo insiste, se lamentaba, Albert Camus (2).
Si
la estupidez fuera una enfermedad hasta se podría detectar y acaso curar, pero
tristemente no es así. Mauricio Ferraris (3) escribió que “los locos son pocos
y en general reconocibles, en cambio los tontos son muchos y están bien mimetizados
y dispersos”, la estupidez asume variopintos atuendos y sus portadores no
suelen usar dichos atavíos de manera invariada. Rafael Nuñez Florencio (4) le
da una vuelta de rosca al dilema y le imputa a la estupidez, debido a su notoria
capacidad de resistencia y su facilidad para reproducirse, un rol equivalente
al de los virus o, mejor dicho, a las enfermedades víricas. Vaya paradoja del
presente. Incluso afirma que existen tres virus nocivos en la contemporaneidad:
1) Los que nos enferman, 2) los que atacan a nuestros ordenadores y 3) la
estupidez. Haciendo la aclaración que este último es el más eficaz en cuanto a
su índice de estrago, ya que para los otros habría herramientas más o menos
escrutadas para su combate, pero que en el caso de la estupidez no existe tal esperanza
porque adolece de criterios y códigos, por lo tanto es más peligrosa que la
maldad.
Hoy
observamos absortos como la estupidez está pautada, publicitada, subvencionada,
tiene albaceas, le sobran defensores, y en muchas sociedades de distintas partes
del mundo ha arribado al poder para quedarse, incluso ha creado sentido y
arraigo cultural.
Nunca
como en la contemporaneidad el hombre vulgar ha tenido mayores mecenas,
sentenció Alejandro Dolina (5), se rechaza la heroicidad debido a que no
reparte bienes materiales. La llaneza,
la primicia y la ordinariez tasan mucho más que valores clásicos, hoy
prácticamente rancios, como lo son el fervor y la pasión por la cultura académica,
el estoicismo, el discernimiento o el análisis. En la postmodernidad no hay
ideas sino astucias, será entonces la de más hábil trayecto la que
triunfe como paradigma más allá de que sea un auténtico dislate, cuestión que
no durará mucho hasta que arribe una más imprudente y codiciosa a ocupar su
efímero lugar. La irreflexión, la negligencia
y oscurantismo son asignaturas propias de la imbecilidad, y es así por lo
baratas, por lo económicas a la hora de ser maduradas, mientras que el pensamiento
crítico y la sensatez son bastante más difíciles de conseguir debido a que son
más costosas, incluyen un mayor valor agregado que en nada se relaciona con el
metálico. Debido a esto la estupidez se retroalimenta geométricamente debido a
la existencia de estímulos básicos los cuales le dan entidad de esencia
y fundación a ese nuevo hombre postmoderno, el ser egocéntrico que vino a crear
lo que por falta de lecturas no se dio cuenta que ya había sido creado. El
hombre infantil y su infantilización social, el jamás egresado, la globalización
de la conducta vacía. Nuestra sociedad dorreguense es el claro ejemplo del
caso. Se niega a salir de su estado secundario: tira tizas, se ratea, fuma en
el baño, le cambia al preceptor fasos por faltas, se tira flatos mañaneros y
culpa al compañero de banco, y siempre se aprovecha del más débil, pero en este
caso en su estricto significado. Al fin y al cabo el programa del sistema solo intenta
formar a un consumidor que no discuta lo que consume, no desea una persona
crítica, va en contra de su renta. Miguel de Unamuno (6) decía, no hay tonto
bueno, sin embargo podemos afirmar que son dos categorías distintas e
incomparables, pero llamadas a copular según Ricardo Moreno Castillo (7) debió
a que existe un tonto militante: “El mal siempre es estúpido, y la estupidez
siempre es malvada”… No hay nada peor que un estúpido hastiado, puede resultar
muy dinámica su reacción, lo vimos en las recientes marchas contra la
cuarentena, incluso en algunas acciones de nuestro anterior mandatario. En
estos tiempos es mucho más natural y placentero ser imbécil que no serlo, acaso
por eso los nomencladores estatales están plenos de recomendaciones que a
simple vista resultan obvias, desde un límite de velocidad rutero hasta una
advertencia para evitar incendios. Allí hay dos clases de estúpidos: a) El
estúpido que tiene que leer para no hacerlo, y b) el que lo hace luego de
leerlo, lo peor es que existe franca competencia entre ellos. Entre el año 2011
y el año 2017 fallecieron en España 260 personas en la búsqueda de una selfie ideal,
original, impactante. Carlos Prallong
(8) habla de la tiranía de los imbéciles
so pretexto de la libertad, las consignas de la marcha anticuarentena le dan la
razón a su tesis.
Referencias
Ernest Renan (1) … cita
Albert Camus (2) … cita
Mauricio Ferraris (3) … Libro: La
imbecilidad es cosa seria
Rafael Nuñez Florencio (4)… Ensayo: La
estupidez contagiosa
Alejandro Dolina (5)… cita
Miguel de Unamuno (6)… cita
Ricardo Moreno Castillo (7) … Ensayo: Breve
tratado sobre la estupidez humana
Carlos Prallong (8) … Libro: La tiranía de
los imbéciles
*Gustavo
Marcelo Sala - Editor
"El hombre infantil y su infantilización social, el jamás egresado, la globalización de la conducta vacía. Nuestra sociedad dorreguense es el claro ejemplo del caso. Se niega a salir de su estado secundario: tira tizas, se ratea, fuma en el baño, le cambia al preceptor fasos por faltas, se tira flatos mañaneros y culpa al compañero de banco, y siempre se aprovecha del más débil, pero en este caso en su estricto significado..." Simplemente genial. Saludos amigo
ResponderEliminarBRILLANTE!!!
ResponderEliminarEs cierto, lo de los tres tipos de virus, días atras vino un pelotudo y me dijo como si no dijara nada. "Viste la Campora ya esta armada, le dieron armas".
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