“Echemos a Macri con todos los que sean necesarios, pero construyamos el proyecto de revolución nacional” por Guillermo Caviasca


Foto: Mesa de acción política del Partido Justicialista


Breve introducción del editor del Blog:

“El mismo dilema de hace 20 años: En 1999 muchos compañeros del campo nacional y popular abrazaron a la Alianza con el fin de borrar al Menemismo. El boceto tuvo éxito y el árbol fue talado, pero quedaron la raíz y el bosque: El modelo neoliberal, lo peor del menemismo, siguió vigente y recargado…”


La Resistencia y el Proyecto nacional – Por Guillermo M. Caviasca, Dr. en historia UBA/UNLP – Barricada TV – para La Tecl@ Eñe

Fuente:

Sobre Frente Nacional y Frente Opositor

Guillermo Caviasca sostiene en esta nota que lo que existe como Frente Opositor es una “resistencia” que no se propone un programa acabado que no sea resistir, ni se propone “tomar el poder”, sino frenar el avance enemigo. Y afirma que hay que construir un proyecto de “revolución nacional” que permita hacer de todos los argentinos productores y receptores de la riqueza nacional.


Frente nacional y frente opositor

La llegada al gobierno de la alianza Cambiemos era posible y previsible, pero igualmente sorprendió. Aunque suene contradictorio. Su programa político para los militantes no podía ser desconocido más allá de las declaraciones de campaña pública, muy pobre y orientada a los instintos y cuestiones más egoístas.
Su programa tiene dos caras. Una hacia el pasado y otra hacia el futuro. Hacia el pasado: es volver a antes del peronismo (por lo menos), desarmar las instituciones estatales y sociales heredadas de esa década. Las que Gramsci llamaba “estado”, con minúscula, en sentido amplio que hacen a la reproducción de una forma de sociedad. O sea desarmar los restos del modelo de sustitución de importaciones, los restos del regulacionismo laboral que fija fronteras a la relación capital trabajo, debilitar a las organizaciones sociales que son parte activa de ese sistema regulatorio y una cultura que lo hace sólido. Y otra hacia el futuro: transformar a Argentina en un espacio de negocios e institucionalizar una sociedad segmentada, acorde a la nueva fase del capitalismo.
Por lo tanto es lógico que hoy estemos pensando en la unidad más amplia para deshacernos de “esto”. Construir una unidad con sapos que de otra forma parecerían intragables (y cada uno tiene sus sapos particulares, aunque haya algunos evidentes, como hay límites a los sapos posibles de tragar y a su protagonismo). Con esta introducción queremos decir que lo que se está articulando hoy en el campo popular, reformista, nacionalista, de izquierda o revolucionario, es un frente opositor cuyos integrantes no enarbolan un “proyecto nacional”, aunque si lo pueden hacer algunas de sus partes sustánciales. Por eso lo llamamos “frente opositor”.
En el terreno social, la “sorpresa” se manifiesta en un grado de resistencia muy masivo pero desarticulado y sin expresiones que permitan unificar. La esperada CGT opositora (o el movimiento obrero en general), como herramienta articuladora no apareció, salvo contradictorios fogonazos (que demostraron potencialidad, pero ahí quedaron hasta hoy), teñidos de disputas internas entre opositores e integracionistas. O sea lo que existe es una “resistencia”, que como bien expresó Rodolfo Walsh, no se propone un programa acabado que no sea resistir, ni se propone “tomar el poder” sino frenar el avance enemigo. Y en ese registro quedan las jornadas de lucha de diciembre contra la Reforma previsional y la pelea callejera contra la aprobación del presupuesto. Que, no hay que olvidar, lograron éxitos parciales al permitir la paralización de la sesión parlamentaria.
La característica de un Frente nacional estaría definida por dos aspectos, uno social y otro político. El social hace a una situación en que la resistencia popular se transmute en ofensiva, con victorias claves, Como sucedió el 17 de octubre o el periodo posterior al Cordobazo. Mientras que lo político, que se relaciona indisolublemente con lo anterior, es el “proyecto nacional” con reformas de fondo, aplicables en un avance popular organizado con respaldo activo de la clase trabajadora y otros sectores y clases interesados en la independencia, la industrialización y la justicia social (que es la base de un  programa nacional). Eso, en nuestro caso actual, parece quedar para después de deshacernos de “esto” que gobierna.
Entonces todo queda para su resolución sujeto a la articulación del frente opositor electoral. No estamos construyendo un “frente nacional”, sino un “frente opositor” y eso se va a notar en el tipo de gobierno que surgirá de las elecciones. Según parece.
Sin embargo es de destacar que no debería quedar olvidada para las organizaciones populares la cuestión del programa nacional, por las cuestiones que hacen a la resistencia, ya que en esto ira la orientación de la próxima etapa pos 2019.

Programas de la resistencia y proyecto nacional

La resistencia tiene sus propios “programas” ideas y métodos. En muchos casos sectoriales, o de subsistencia del sector. Es lógico. Es consecuencia de la desestructuración del capitalismo de sustitución de importaciones, con su modelo de estado, formas de articular las relaciones capital trabajo y de Argentina con el mundo (lo que algunos teóricos denominan modo de acumulación y modo de regulación). Y del desarrollo de una nueva clase dominante que no adscribe a la ideología oligárquica nacional (una metrópoli y un estado dependiente bien definido con instituciones e ideología nacional fuertes). Sino a una oligárquica global, basada en la transnacionalización de las principales empresas y en la dependencia del capital financiero y la deuda externa como herramienta de dominación directa. Más la desnacionalización y división de las masas: que dejen ser de “pueblo” y pasen a ser “actores diversos”.
Esto es consecuencia, como vemos, de su raíz financiera; frente de la agropecuaria del periodo formativo de nuestro estado y a la industrial de raíz local del periodo peronista. La actual clase dominante y su forma socioeconómica tienden a segmentar la sociedad, diferenciar, excluir, etc.
Cada fracción va elaborando de hecho un programa que puede ser bueno o malo, pero no es un programa nacional, ni revolucionario (un programa revolucionario es el de una clase para toda la nación no para su fracción). Creemos que el principal problema que afrontamos desde el campo popular, nacional y revolucionario hacia el futuro es la segmentación de proyectos. Porque esa situación se expresa en la aceptación condicionada del modelos de capitalismo impuestos poco a poco desde la dictadura. O sea es la antítesis de un “proyecto nacional”.
Aunque sea necesario o natural que cada sector tenga sus propias ideas, una articulación de ideas parciales no hace un proyecto integral de país. Por lo tanto el proyecto integral de país, sus palancas claves, sus núcleos decisivos, quedan fuera de nuestro alcance y en manos de otros. Con esto queremos decir que existen programas que son de resistencia que surgen al calor de  las nuevas condiciones del capital para negociarlas lo mejor posible y resistir sus peores consecuencias. Pero no son programas de transformación. O lo son sólo parcialmente. También queremos aclarar que cuando hablamos de “proyecto nacional” lo hacemos en el sentido que (para poner un ejemplo) lo tuvo el peronismo en 1945 (como fecha simbólica). Nada que pueda ser acusado de “imposible” o “utópico”: control de las palancas clave de la economía, nacionalización de los grandes grupos económicos, integración industrial, ascenso político y social de la clase trabajadora, integración de todos los oprimidos en ese ascenso, integración y defensa territorial económica y social.
Creemos que los dos problemas núcleos que se definen en la actualidad son: las nuevas formas de estructuración de la dependencia (institucional, económico, cultural, diplomática, militar, etc.) y la expulsión estructural de una parte de la población de las relaciones de producción que hacen a la generación de riqueza. O sea la creación de una enorme masa de población excedente. La respuesta que demos a estas dos cosas hace a que el proyecto vaya en contra de las imposiciones del capital global o se adapte a estas. Vamos a un ejemplo. Indudablemente para cualquier persona que se afirma en la idea de terminar con la opresión y la pobreza la existencia de organizaciones que representan a los oprimidos de más “abajo”, a los llamados excluidos del trabajo formal, es muy bueno. Pueden entrar dentro de lo que el peronismo llamaba “organizaciones libres del pueblo”.
En este caso de las organizaciones de “excluidos” son las que representan a los que hacen trabajos de subsistencia, que no importan para la estructura económica, producen “excedentes sociales” (mejorar la vida de personas que si no se enfermarían y morirían, o caerían en redes o economías de degeneración). No producen obviamente excedentes económicos, ni están dentro del sistema en general, por lo tanto no tienen ni vacaciones, ni obra social, ni un salario fijo y asegurado, ni condiciones laborales dadas por los convenios colectivos, etc. 

El surgimiento de organizaciones que representen esos sectores, los organicen y los pongan en la vida pública, gremial y política es muy saludable.
Los largos años de carencia de representatividad de los más pobres, desocupados estructurales, y de construcción en condiciones difíciles de sus organizaciones, es consecuencia de la incapacidad de los sindicatos de resistir, primero y de hacerse cargo después, del cambio del modo de acumulación del capitalismo. Quizás inevitable cambio, pero en cierto grado obtusa actitud sindical. Ya que existe un tipo de sindicalismo para cada etapa del capitalismo y la forma en que este capitalismo organiza el trabajo. Y siendo así los trabajadores deberían estructurar sus organizaciones económicas acorde a la representación, unidad y defensa de los proletarios en general y no sólo de la fracción mejor posicionada. Ya que eso los debilita.
Y a su vez la resistencia de los trabajadores, cuanto más organizada y eficiente, crea una correlación de fuerzas que altera el resultado final del sistema. No es “el mercado” (o sea sólo la burguesía) la que organiza la sociedad y el estado; sino que los trabajadores intervienen como sujeto, aunque sea gremial, y alteran ese resultado.

En algunos casos la unidad gremial de las fracciones de proletarios pareciera estar más o menos intentando lograrse. Se ve con el hecho de que en las organizaciones gremiales tradicionales se aceptan a los movimientos sociales como parte de la clase trabajadora organizada y se buscan formas de representación y programas del conjunto.


Resistencia y transformación de un capitalismo dependiente y saqueador


Partimos de la premisa que la nueva estructura del capitalismo mundial debe ser confrontada y, para empezar, nacionalmente transformada. Que aceptadas la globalización y la segmentación social no encontraremos soluciones a las carencias sociales que afectan a nuestro pueblo. En esto discursivamente hay consensos, aunque en la práctica del “frente opositor” (cuya tarea es “solo” desplazar a Macri) queda diluido. Sin embargo en lo estratégico de poner en pie el “proyecto nacional” debe ser clave, si no, no hay futuro superador sino un ciclo.

Pero hay una cuestión alarmante. Ya dijimos que una fracción de la clase trabajadora está constituida por una enorme masa de población “excluida” del trabajo formal. Esta masa no desapareció con el kirchnerismo. Aunque mejoró su situación y se creó mucho empleo, es un hecho que un porcentaje muy alto quedo en las villas y vinculada a diferentes formas de asistencia o trabajos más precarios (no es nuestra intención discutir cuanto se alteraron los guarismos de la pobreza estructural, ni como valoramos que es la pobreza). Una masa que al estar excluida del trabajo formal estructurado y seguro va transformándose en una capa con una forma de vida distinta al resto y “objetivamente” peor. 


Con barrios propios, menos cómodos y con menos infraestructura, mas hacinados, una cultura propia de menor riqueza, un manejo del lenguaje más acotado; con una idea de inseguridad y de peligrosidad, tanto al interior como al exterior de los barrios pobres, sujetos prioritarios de vigilancia y por lo tanto de represión etc. etc.. 
Eso sólo es consecuencia de esa exclusión. Del tipo de lugar (o no lugar) que se reserva para un porcentaje elevado de gente en la nueva etapa del capitalismo.
El problema es que esa fracción de los trabajadores, los excluidos, los que ahora suelen llamarse “trabajadores de la economía popular”, o sea que hacen trabajos surgidos como resistencia, poco generadores de riqueza, trabajos para subsistir, etc. y sus organizaciones deberían tener como horizonte, como éxito, “extinguirse”, extinguirse como capa, como barrio.
Si EXTINGUIRSE.

Más suave e intelectual. Superarse dialécticamente.

Como decía Eva Perón, la “ayuda social” (que ella diferenciaba de la asistencia o la caridad), era TEMPORARIA hasta que las consecuencias de la “revolución justicialista” transformaran a todos en trabajadores dignos e integrados a la sociedad industrial peronista y a los sindicatos.
O sea, pasar a ser generadores de riqueza en un sistema transformado, emancipado de las cadenas de saqueo y dependencia que nos forman y hacen que veamos cosas inevitables y eternas. Un sistema organizado de otra forma, que de trabajo seguro a todos y los haga sujetos de una vida mejor.
Muchos dicen que eso es imposible porque el sistema ya no puede dar trabajo a todos y la economía de subsistencia, el rebusque organizado, la asistencia del estado, el “salario social”, es la mejor y más justa salida. Ya que así generar una economía paralela popular que de alguna perspectiva es lo lógico y justo.
Sin embargo eso es la aceptación de que el sistema así como está sólo puede hacerse un poco más justo y no cambiarse. Pero a su vez es el testimonio de que el sistema funciona sin una parte de la población ¿Qué clase de sistema es ese? Eso también lo acepta, trabaja para regularlo y hacerlo viable el FMI con sus nuevas líneas de crédito e indicaciones para las Cartas de Intención ¡Ojo!
No debemos confundir poder popular, ni doble poder, ni nuevas instituciones, ni nueva economía popular, con organización autoreproductiva de los excluidos. Ni a las organizaciones de los excluidos de resistencia o supervivencia, con las “organizaciones libres del pueblo” peronistas, que (al menos en teoría) eran sujetos de funcionamiento de la vida social libre y plena en los territorios: bibliotecas, centros deportivos de barrio, cetros culturales, organizaciones que hacen a los intereses diversos, sindicales, empresariales, o políticos, pero no solo reivindicativas, sino que son la vida social de la nación, etc., etc.  Estas organizaciones constituían en la ideología peronista, antiindividualista pero tampoco totalitaria, una de las patas de la sociedad, junto al Estado y el gobierno. Los movimientos de los excluidos pueden destruirse dialécticamente y pasar a ser Organizaciones libres del pueblo, pero sólo como herramientas que colaboren con su extinción como organización de los excluidos y de sus formas económicas de subsistencia.
La clase obrera, o más bien los partidos socialistas revolucionarios del pasado luchaban por la abolición del capitalismo, de tal forma que todos tuvieran un trabajo más o menos equivalente en remuneración, o “de acuerdo a sus capacidades y necesidades”. Los partidos más “realistas”, y en muchos casos concretos los mismos revolucionarios, cuando llegaron al poder se preocuparon en realizar las modificaciones y las luchas que fueran necesarias para que todo el mundo tuviera trabajo y fuera un trabajo bien remunerado, en una sociedad donde se desarrollara la riqueza nacional, se repartiera “de forma justa” y hubiera beneficios sociales para todos. Se cuestionaba desde la izquierda a esos partidos por aceptar la subsistencia de la burguesía o sea, por “pactar” con ella.
Ahora parece que se estima imposibles esos proyectos, y se da como inevitable una evolución del sistema donde los “excluidos” se transformen en “clase”. Creemos que es necesario no aceptar eso. Ni más ni menos. La lucha de las organizaciones de los excluidos debe ser por su extinción. No por su estatalización, ni por su estabilización como vehículos de presión para “conseguir cosas”. Y esta extinción se dará con la ruptura de la dependencia, la organización de la riqueza nacional para el desarrollo y beneficio de los argentinos. La experiencia parece indicar que una amplia cantidad de pobres (quizás no todos ya que hay generaciones que no tienen idea del trabajo formal) quieren ser trabajadores con todos los beneficios del caso.
Peleemos por lo que vale, y no hagamos de la necesidad virtud.
Echemos a Macri con todos los que sean necesarios, pero construyamos el proyecto de “revolución nacional” que permita hacer de todos los argentinos productores y receptores de la riqueza nacional.


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