Al borde del abismo
por Por
Claudio Katz para La Haine - Redacción La Tinta
La impotencia del gobierno frente a la corrida cambiaria acelera un
dramático desenlace de la crisis. Macri intentó contener la desvalorización del
peso anunciando un inexistente auxilio adicional del FMI y terminó empujando la
cotización del dólar por encima de los 40 pesos. Luego, se recluyó en un
frenético fin de semana para renovar su gabinete y fracasó en implementar los
cambios en danza. Finalmente, apareció en la pantalla con la novedad de un
ajuste sobre el ajuste. Con la drástica meta del “déficit fiscal cero”, mendigó
un respiro a los acreedores.
Fuente:
El bienio de fantasías solventado en un alocado
endeudamiento ha quedado definitivamente sepultado. La abrupta extinción del
acuerdo concertado hace sólo 90 días con el FMI ilustra la gravedad de la
coyuntura. El socorro del Fondo no logró detener el naufragio.
Ese hundimiento obedece al temor a un default de la
deuda. La eventual cesación de pagos es internacionalmente advertida por los
principales diarios financieros. Genera una interminable sucesión de jornadas
negras de devaluación del peso. Mientras se desploma la cotización de los bonos
argentinos, la tasa del riesgo-país prende alarmas en todos los mercados.
El pánico a un quebranto de las finanzas públicas
se asienta en el incumplimiento de las metas pactadas con el FMI. Los peores
escenarios de inflación, devaluación y recesión previstos en ese convenio han
quedado desbordados. Por eso,
Macri juega su última carta con la prometida reducción del desequilibrio fiscal
a cero en el 2019.
Pero esa
decisión potencia el desmoronamiento de una economía agobiada por la
sub-ejecución del presupuesto. La paralización de obras públicas, el recorte de
las asignaciones familiares, la suspensión de vacunas y la carencia de
medicación oncológica son las últimas postales del desbarranque. Ya se sabe que
la eliminación de ministerios amputará las últimas partidas significativas de
salud y educación.
El objetivo primordial del ajuste es la
licuación del salario. El gobierno reconoce un piso de inflación del 42% con
sueldos que subirán entre 18% y 25%. Redujo el status del Ministerio de Trabajo
para bloquear cualquier obstrucción a esa demolición del ingreso popular.
La poda de
las jubilaciones es otra prioridad del oficialismo. Con la reubicación del
ANSES en la órbita de Desarrollo Social, se recortan las coberturas del sector
pasivo. Esa reorganización afianzará, además, el descarado uso de los fondos de
la seguridad social para financiar la fuga de divisas.
El próximo
padecimiento ya está a la vista en el traslado de la última devaluación a los
precios. Las remarcaciones son
terribles en los medicamentos y los alimentos. Macri anunció que
atenuará esa escalada con el restablecimiento de los “Precios Cuidados”. Pero
su gabinete de CEOs enterró ese sistema y no piensa reponerlo. También prometió
incrementos en la asignación universal, cuando en los hechos sólo efectiviza
irrelevantes aumentos ya acordados. Con un hipócrita rostro de sufrimiento,
reconoció que esas migajas no impedirán la extensión de la pobreza.
La última bala
El
termómetro de la crisis no se localiza sólo en la cotización del dólar. La
magnitud de la recesión es igualmente ilustrativa del descalabro. El nivel de
actividad está por debajo del 2015 y el descenso al compás de la
mega-devaluación. La única función de este desmadre es asegurar el pago de la
deuda. Pero la recesión genera un círculo vicioso de ampliación de la hipoteca
y mayor incumplimiento potencial de los desembolsos pactados.
Los ahorros
impuestos en el gasto primario se despilfarran en el pago de intereses. Esas
erogaciones absorben montos superiores a todos los salarios de la
administración pública y superan en dos veces y medio lo invertido en
infraestructura. Como la recesión afecta la recaudación y achica los ingresos
requeridos para cumplir con los acreedores, los sacrificios serán inútiles.
Sólo derivarán en nuevos ajustes igualmente inservibles.
La introducción de las retenciones constituye
la única novedad de esta sangría. El oficialismo las presenta como un impuesto
equitativo que extenderá los sacrificios a los ganadores de la devaluación.
Pero, con un dólar a 40 pesos, los exportadores igualmente aumentan sus
ganancias. Las primeras estimaciones para el caso de la soja indican
incrementos del 90% de esa rentabilidad. El beneficio será superior para
avispados que anticiparon la declaración de ventas al exterior.
Como el
nuevo impuesto establece un monto fijo en pesos, su magnitud perderá
gravitación con las próximas devaluaciones. Los propios exportadores controlan la liquidación de divisas y pueden
inducir el tipo de cambio, para reducir al mínimo su pago de las retenciones.
Macri
desechó la fijación de ese gravamen en un porcentaje significativo del total
exportado. Para colmo, lo reintrodujo pidiendo perdón y reiterando su
inconveniencia. Con esa actitud, reduce la efectividad de la recaudación y
torna más dudosa la meta del déficit cero. La flaqueza de los ingresos fiscales persistirá, además, por haber
descartado un tributo a los tenedores directos de dólares. El
gobierno ni siquiera contempló elevar la tasa de bienes personales o introducir
un gravamen a los ahorros superiores a cinco millones de dólares.
Los dueños
de la economía cotidianamente se preguntan si funcionará un plan tan
improvisado. La restauración de la famosa “confianza” está exclusivamente
centrada en develar si permitirá asegurar el pago de la deuda.
Esos
interrogantes tensionan al directorio del FMI. Macri espera de sus mandantes
adelantos de dinero y autorizaciones para utilizar más reservas frente a la
disparada del dólar. Pero ya no presenta como un hecho consumado lo que se
negocia en Washington.
El FMI
afronta serios problemas internos para seguir rifando dólares en el agujero
argentino. Las divisas que ha otorgado fueron inmediatamente adquiridas y
fugadas por los tenedores de bonos y los capitalistas locales. Por eso, hay
cortocircuitos entre el doblemente renunciado Dujovne y su jefa Lagarde.
Conviene recordar que, en el pasado, el Fondo cortó la financiación cuando el
riesgo país tocó el techo de 1000 puntos.
Macri
imagina una acción salvadora del gobierno estadounidense a través de un auxilio
especial del Tesoro. Pero es más fácil conversar telefónicamente con Trump que
lograr ese socorro. El imperio sólo abre excepcionalmente esa canilla para
apuntalar a sus vecinos o aliados militares.
La viabilidad del nuevo plan también depende
de la reacción de las clases dominantes. El fervor inicial con el gobierno de
los CEOs declina en forma acelerada. Los poderosos coinciden en descargar el
ajuste sobre los trabajadores, pero temen el efecto de la topadora sobre sus
propios negocios.
Los bancos y
los distintos lobbies del agro, la energía y la minería exigen un mega-ajuste
sin retenciones. Pero ese rumbo no sólo conduce a la total liquidación de “Club
de la Obra Pública”. También afecta la supervivencia de otras porciones
significativas de los grupos empresarios.
Los sectores
que vislumbran esos peligros promueven retenciones más elevadas, límites a la
bicicleta financiera y puentes con el Partido Justicialista, para que acompañe
la cirugía del aparato productivo. Massa ha presentado un programa muy valorado
por los popes del establishment. Las propuestas de Melconían sintonizan con ese
curso, pero su implementación quedó obstruida por los fondos de inversión que
manejan el Banco Central.
El mayor
problema actual radica en el descontrol de la crisis. Todas las caracterizaciones que atribuyen la
convulsión a las tormentas externas (Turquía, aumento de las tasas de interés,
guerra comercial entre China y Estados Unidos) han perdido auditorio. Es
evidente que esas adversidades afectan a un amplio espectro de “economías
emergentes”, sin generar catástrofes equivalentes a las padecidas por
Argentina.
Ciertamente,
Turquía duplicó sus pasivos externos, pero a lo largo de una década y para
apuntalar fracasados programas de ampliación del consumo, reducción de las
tasas de interés e incrementos de la inversión. Por eso, su endeudamiento
golpea mayormente al sector privado. En cambio, Macri, simplemente, asumió una
hipoteca sin precedentes en tiempo récord, para financiar la fuga de capitales.
Los voceros
del gobierno encubren ese
desfalco, atribuyendo todos los males de la economía a una irresponsabilidad
fiscal histórica de los argentinos. Con esa disolución de culpas,
ocultan que el gobierno transformó el viejo desbalance de las cuentas públicas
en un monumental desequilibrio. El desplome actual no deriva de indisciplinas
de los últimos 70 años. Es un resultado
directo de un modelo neoliberal que exportó ahorro e importó deuda.
Macri repite
las tonterías de siempre. Con la retórica de la sinceridad (“decimos la
verdad”, “no escondemos nada”), disfraza las mentiras que propagó en los
últimos dos años. Utiliza la impostura de la valentía (“no recurrimos a los
atajos”) para proteger a los poderosos y empobrecer a las mayorías.
Con su habitual cinismo, se distancia de la
política (“no especulamos con la próxima elección”) para negociar con el “PJ
racional”, atacando al resto de la oposición. Con esa estrategia, espera
preservar su gobierno.
Pero lo más
ridículo de su último discurso fue la presentación de la crisis actual como un
sacrifico pasajero que enaltecerá al país. Ni siquiera sus propios fieles
comparten ese disparate. Todos saben que se aproxima un desplome económico
mayúsculo de impredecibles consecuencias.
Comparaciones con el 2001
Las
analogías con lo ocurrido hace 17 años están a la orden del día y se han
convertido en una referencia obligada de todos los análisis. El propio gobierno
induce a esa revisión al resucitar el intento del “déficit cero”, que Cavallo
ensayó antes de abandonar la escena. Dujovne y Caputo retoman esa destructiva
obra de su maestro.
En el
2001-02, la devaluación promedió el 300%, los precios subieron 40% y el PBI se
desplomó un 11%. Con el dólar a 40 pesos, el tipo de cambio ya alcanzó un nivel
semejante a esa época. El consiguiente aliento de la exportación, conduce a los
varios funcionarios a imaginar que una gran cosecha -complementada con la
reversión del déficit turístico- reproducirá la reactivación iniciada en el
2003.
Pero la
repetición de ese sendero supondría mantener la brecha entre el tipo de cambio
y los precios internos, y esa distancia tiende a diluirse. A diferencia de lo ocurrido a principios del
nuevo siglo, un número mayor de precios está indexado. Además, la resistencia
social es mayor y la tasa de desempleo no alcanzó los terribles porcentuales
del período precedente. Si se mantiene el piso actual del 3% de
inflación mensual, las ganancias de los exportadores quedarán licuadas en poco
tiempo.
Tampoco la
recesión -que morigera el ascenso de los precios- se ubica en el piso depresivo
de la etapa anterior. Promediaría la mitad de ese antecedente, si el PBI cae 2%
este año y 5% en el 2019. Ese desplome fue 4,4% en el 2001 y 10,9% en el 2002 .
El escenario de catástrofe total puede igualmente reaparecer, si Dujovne-Caputo
continúan succionando pesos del mercado, mediante gigantescos recortes
monetarios y tasas de interés del 60%.
Se afirma correctamente que, a diferencia del
2001, los bancos no tienen enlazados sus depósitos en dólares con créditos en
pesos. Esas colocaciones están concentradas en préstamos en divisas a los
exportadores. Pero este dato no elimina la potencial extensión de la corrida
cambiaria a su equivalente bancario. Todas las entidades tienen fuertes
tenencias de bonos públicos desvalorizados. Además, ya se perciben problemas de
cobrabilidad por la ruptura de la cadena de pagos.
También las
comparaciones con el escenario político del 2001 se han generalizado ante la
abrupta devaluación de la figura presidencial. Las últimas apariciones televisivas de Macri recuerdan la total
desconexión con la realidad que caracterizaba a De la Rúa. El líder
de Cambiemos exhibe la misma incapacidad para cambiar la dirección un Titanic
que se aproxima al iceberg.
A pesar de
esas semejanzas, muchos piensan que Macri logrará evitar el helicóptero. No
recibió todavía la paliza electoral de su precursor y mantiene una estrategia
política activa. Trabaja en sintonía con el poder judicial y los medios para
achacar todo los males del país a la corrupción del kirchnerismo. Esas
incursiones son un arma de doble filo, puesto que potencian el desplome de la
economía. La detención de empresarios y la depreciación de las firmas
involucradas en el escándalo de los Cuadernos añadieron nafta al fuego.
Hasta ahora,
Macri sorteó el desbande de la coalición oficialista. No sufrió la disgregación de la Alianza que
precipitó la partida del Chacho Álvarez. Pero algunos síntomas de fractura se
observaron en los últimos días. En lugar de los grandes cambios
insinuados, el desconcertado mandatario concretó un irrelevante truque de
figuritas. Tampoco logró suturar la feroz interna que genera el protagonismo de
su hombre de confianza (Peña). Las nuevas caras que se anunciaban para remozar
el elenco ministerial (Melconían, Prat Gay, Lousteau, Sáenz), evitaron el
compromiso con un barco que zozobra.
A diferencia
del 2001, predomina una gran cautela en el Justicialismo. Nadie quiere repetir
el triste papel de Rodríguez Saa en el default o Duhalde durante el fin de la
convertibilidad. Por eso, apuestan a que Macri realice el trabajo sucio y
transfiera un gobierno con el ajuste ya concluido. A la espera de esa
auto-extinción de Cambiemos, el PJ negocia el presupuesto y rehuye cualquier
posibilidad de adelantamiento de las elecciones.
Pero el principal contrapunto con el período
que antecedió al 2001 se verifica en la lucha popular. Las grandes
movilizaciones continúan en un clima de creciente descontento y gran
protagonismo de los trabajadores sindicalizados. Sólo la parálisis de la
burocracia sindical impide convertir esa resistencia en una acción contundente
y unificada. La masiva marcha universitaria añadió a esa caldera la estratégica
participación de los jóvenes, que ya ocuparon las calles durante la batalla por
el aborto.
En el 2001,
no existía la malla de contención que aportan los planes sociales percibidos
por millones de personas. Esa conquista es actualmente sostenida por
movimientos organizados que reúnen multitudes en sus convocatorias. Como los poderosos preservan una gran memoria
de los piqueteros, no se atreven a cortar los auxilios sociales. Pero ese temor
los induce a reforzar el ajuste sobre otros sectores, multiplicando
los frentes de conflicto.
La clase
media vacila. Está golpeada por los tarifazos, pero teme los efectos de una
crisis devastadora. En los intersticios de esos titubeos, emergen algunos
cacerolazos e insultos públicos a los emblemáticos exponentes del ajuste.
Como el
nivel de militancia y conciencia popular es muy superior al 2001, son mayores
las posibilidades de forjar una salida popular desde abajo. Esa alternativa se
construye en la lucha, la coordinación y la resistencia, para impedir que los
efectos de la crisis recaigan sobre los trabajadores.
El principal
sendero para lograr ese objetivo es el rechazo al acuerdo con FMI. El Fondo no
ha cambiado y cualquier negociación con sus representantes conduce a la
desmovilización, la frustración popular y la continuidad del ajuste.
La única
forma de evitar los despidos masivos, la pulverización del salario y la
contracción del nivel de actividad es la suspensión del pago de la deuda. Esa
decisión permitiría cortar la especulación con los títulos públicos y
facilitaría la reducción de las tasas de interés que sofocan la producción. Con
la misma urgencia, hay que revisar el estado real del endeudamiento mediante
una detallada auditoría.
Macri
dispara sus últimos cartuchos mientras la economía se desliza hacia el abismo.
Los movimientos populares que ganan la calle tienen la palabra. Más que nunca,
son ellos o nosotros.
Por Claudio
Katz para La Haine
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