Pétain, Pétain que grande sos, mi general cuánto valés. Los peronistas de Pétain y el “collaborationniste”...
La
sonrisa de Pétain (Los colaboracionistas como dialoguistas) – Por Julián Axat
para La Tecl@ Eñe
Julián
Axat, poeta y abogado, reflexiona en este artículo sobre las formas del
dialoguismo colaboracionista con anuencia civil y política en el escenario
argentino actual. El límite siempre cercano dentro de la oposición misma es la
delgada línea entre aquellos que ceden y los que resisten la imposición de un
sistema contrario a los intereses populares.
Fuente:
https://lateclaenerevista.com/2018/07/04/la-sonrisa-de-petain-los-colaboracionistas-como-dialoguistas-por-julian-axat/
“Céline es un excelente
escritor,
pero un perfecto cabrón”
Bertrand Delanoë
En estos últimos días, en los que el FMI viene
exigiendo un pacto con la oposición, vengo pensando en el didactismo. Estar en
un lado y no en el otro como elección moral, y no en la zona política de los
matices y la complejidad del decir. La política es un gris, pero cuando el
modelo económico y social imperante exige llevar a última instancia sus
designios a costa del sufrimiento de los débiles, los matices ya no interesan.
Nace este didactismo conceptual. Los que estando del otro lado de ese modelo,
dialogan y ceden, colaboran con los que imponen recetas de sufrimiento, jugando
a suceder, pero también asumiendo el riesgo de hundimiento político. En
adelante, pido disculpas por este deliberado didactismo, asumo que reduciré
cierta complejidad en función de las coyunturas por venir. Tampoco me referiré
a un partido político o persona en particular, hablaré de modos o estructuras
de hacer y moralidades de asumir.
La palabra colaboracionismo deriva del francés collaborationniste,
término atribuido a todo aquello que tiende a auxiliar o cooperar con el
enemigo. Entendida como forma de traición, se refiere a la cooperación del
gobierno y de los ciudadanos de un país con las fuerzas de ocupación. La
actitud opuesta al colaboracionismo es representada históricamente por los
movimientos de resistencia, de lucha popular contra el opresor.
El término fue introducido durante la
República de Vichy (1940-1944) en la Francia ocupada, por el propio Mariscal
Pétain que, en un discurso radiofónico pronunciado el 30 de octubre de 1940,
exhortó a los franceses a colaborar con el invasor nazi. Posteriormente la
palabra pasó a designar la actitud de gobiernos de países europeos que apoyaron
la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Los “colaboracionistas” suelen serlo por
diferentes motivos: por afinidad ideológica, por simpatía, o por coincidencia
en los objetivos, aunque también pueden serlo por especulación en tanto sacar
ventaja de los tiempos para, luego, traicionar al propio adversario a quien se
le rindió pleitesía. Por último pueden ser colaboracionistas por coacción o
incluso por miedo ante una amenaza específica. Por lo general, los
colaboracionistas esperan obtener ganancias, enriquecimiento o favores de su
oponente.
Pensando en la actualidad, no se trata de
banalizar o extrapolar a la política un concepto directamente relacionado, como
dijimos, con la complicidad del régimen nazi en momentos de ocupación; sino en
todo caso, reflexionar sobre formas de anuencia civil y política emparentados a
aquel concepto, en función de una banalidad de menos maldad, aunque no por ello
menos cruel.
La complicidad civil al régimen del terror
también es pariente del colaboracionismo, y eso lo sabemos de las dictaduras
que vivimos apoyadas por gran parte de la sociedad civil; esa forma de
complicidad es también la indolencia cívica, el silencio intelectual, la
perdida de solidaridad por el otro, pero como dice Norbert Bilbeny, también del
idiotismo moral que padecen –por adormecimiento- nuestras sociedades
contemporáneas frente al neoliberalismo, plagadas de indiferencia –la
indiferencia es también una herramienta de poder- por el padecimiento ajeno y
la situación de condena al que son arrojados los más vulnerables.
El colaboracionismo en las democracias
latinoamericanas actuales no es solo idiotismo moral de muchos ciudadanos
indiferentes del dolor de los demás que votan a gobiernos de derecha, también
debe buscarse en su pariente de responsabilidad institucional y representativa.
Es decir, ya no la ciudadanía, sino aquellos que accediendo a un cargo político
institucional utilizan o ceden sus posiciones obtenidas en función de un
mandato popular y, en el curso del mismo, lo traicionan o renuncian a él,
realizando actos contrarios y hasta expresamente antipopulares. En este caso me
referiré a los que no están en el gobierno, sino aquellos que son oposición.
Hoy se viene denominando como “racional”,
“dialoguista”, “sensato” o “responsable” a aquellos opositores que ceden y
acuerdan posiciones con el gobierno de turno, en función de políticas que más
tarde tienen consecuencias negativas sobre los sectores vulnerables;
especialmente aquellas que implican recortes del gasto social. El dialoguismo
colaboracionista aparece como una garantía de gobierno, no entorpece al
gobernante, y por lo tanto es una herramienta política funcional a las
políticas neoliberales, blindadas por esos medios y corporaciones.
Cuando el gobierno no logra los acuerdos
parlamentarios necesarios o no alcanza con sus propias filas, la prensa
hegemónica exige una pátina de sensatez colaboradora a los opositores desde el
supuesto juego de realismo político. Quienes colaboran con la gobernabilidad y
otorgan status quo, realizarían actos de responsabilidad y
generosidad política que trascienden las miserias partidistas, y –en ese sano
juego de la arena que sería la democracia madura- se tratan de meros
adversarios circunstanciales, más no de enemigos. En todo caso, el
enemigo de ese esquema pasa a ser el que se queda afuera del pacto connivente,
el que elige la resistencia y con su rechazo, marca las consecuencias de esa
política sobre los sectores vulnerables.
Hay un dialoguismo colaboracionista de
aquellos que deben sostener posiciones de gobierno y gestión, y no les queda
margen de resistencia sin poner en juego su gobernabilidad en términos de
recepción de partidas de dinero. Estos serían, por pacto fiscal, los
dialoguistas por coacción que ceden en función de su gobernabilidad y no por
generosidad. Claro que no dejan de ser oportunistas en su terruño, su futuro
está marcado por la tensión de ceder y negociar, pero también por colaborar
para subsistir y –la esperanza- de renacer.
Siempre hay indicios que se dejan entrever,
podemos pensar que hay opositores que son colaboracionistas dialoguistas porque
cierran acuerdos entre bambalinas y –en ese toma y daca- consiguen a la postre,
beneficios puntuales; están los que reciben carpetazos escondidos que dejan las
fuerzas oscuras de los servicios secretos y por no quedar embarrados en su
carrera política ante el escrache mediático, juegan con poco margen, parecen
más oficialistas que opositores. El límite es delgado y el juego político del
colaboracionismo ficcionado de dialoguismo, aun mas acotado.
Pues cuando vemos el destino de aquellos
oponentes que asumen la resistencia y son perseguidos por el llamado lawfare (el uso bélico actual del sistema
judicial y mediático para encerrar a sus oponentes no dialoguistas-colaboracionistas)
es demasiado evidente que si algunos no son tocados, y no caen en el
colaboracionismo, es porque existe algo escabroso de ser negociado y no
rechazado. Los que se salen del pacto dialoguista ante la presión oficial,
claro que asumen riesgos y costos, pero quedan ya de lado de la línea que los
medios hegemónicos definen como de una radicalidad o retorno al pasado.
Los dialoguistas racionales colaboracionistas
por afinidad ideológica también son posibles, pues entre oficialismo y la
oposición siempre hay un punto gris en el que los imaginarios y compromisos
económicos, sociales y hasta culturales conviven como simple banalidad del mal.
Si aun dentro del llamado populismo actual está la derecha y la izquierda, en
el mismo sentido, la colaboración y el dialogo puede tener a sus adeptos
intermedios de dos sistemas políticos distintos. En definitiva, aun en esa zona
gris de lo ideológico, son siempre los más vulnerables los condenados de la
tierra que pagan las consecuencias.
Ya lo dijimos al comienzo, no se trata de ser
esquemáticos, sino didactistas; esta clasificación deja a la vista que el
límite siempre cercano dentro de la oposición misma (pongamos por caso el
partido, los sindicatos, sectores de la pequeña y mediana empresa, etc.) es la delgada
línea entre aquellos que ceden y los que resisten la imposición de un sistema
contrario a los intereses populares. Esa delgada línea también conlleva al
problema de la “traición”, y el mito del traidor y del héroe, diría Jorge Luis
Borges, de la que el peronismo no es ajeno, ni tampoco el radicalismo, ni la
izquierda.
El partido de gobierno tantea entre dialogar
hacia dentro y hacia afuera, primero finge hacerlo, recalcula y lo hace,
pone-saca y pone a los que construyen puentes. La crisis y el tiempo –el
desgaste de su capital político- le van mostrando que necesita un pacto de “la
Moncloa”, no solo para asegurar su impunidad, sino para dar aval y
confianza a las condicionalidades externas. Es la aparente renuncia sectorial
en la puja, pero cuya realidad es en el fondo un ajuste crudo sobre los que
menos tienen y el aseguramiento de la ganancia de los más concentrados.
En los momentos más complejos, cuando se exige
salvar el modelo y permitir la continuidad política del gobernante, hay
sectores de los sectores de la oposición que son interpelados como garantes de
fin del ciclo político constitucional. ¿Cuál es el límite de esa garantía? ¿Se
levanta la mano en favor de cerrar un ciclo político por generosidad, cediendo
a las convicciones y encima sobre el bienestar de las mayorías?
En esta suerte de pacto fáustico, los
colaboracionistas dialoguistas pueden aparecer como los garantes de la
transformación exigida, y si no tratan de poner palos en la rueda, puede ser
también porque algunos apuestan -tarde o temprano- a ser recambio que exija el
establishment. ¿Pero luego, el pueblo les cree?
En razón de este didactismo conceptual del que
venimos abusando, no nos queda por pensar que el riesgo de colaborar demasiado
es, parecerse demasiado, y que el fondo de una crisis de gobierno -con la
pérdida de legitimidad e imagen- es devoradora de una oposición que lo ha
cedido casi todo hasta llegar a un pacto de la Moncloa sobre los designios de
un pueblo empobrecido.
Entonces, si ya sabemos cuál fue el destino de
Pétain y los suyos, en términos de collaborationniste y resistencia, ya sabemos la lección
de la historia.
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