Los gestores solapados son los que abundan hoy en la política argentina, ellos no se indignan, no, sólo mienten y sonríen. (María Julia Bertomeu)



Mi pintura es para herir, para arañar 
Y golpear en el corazón de la gente. 
Para mostrar lo que el Hombre 
hace en contra del Hombre

Oswaldo Guayasamín
Pintor ecuatoriano



N de la R: Texto ideal y muy preciso para aquellos que en el Pago Chico suelen juzgar, muchas veces sin haberlo leído en profundidad, a Nos Disparan desde del Campanario como un medio de opinión de dialéctica violenta.

Sobre iras, ascos y náuseas


María Julia Bertomeu, Periodista es miembro del comité de redacción de Sin Permiso, par Revista Sin Permiso


Fuente: 




“El asco y la náusea. Reflexiones”, es el título de un documento dado a conocer el martes 10 de abril de 2018 por el Grupo de Políticas del Estado en Ciencia y Tecnología de la Argentina

Y si bien los argentinos nos hemos acostumbrado a la mentira permanente por parte de quienes nos gobiernan, algunas de ellas nos producen “asco” y también “ira”, esos sentimientos o pasiones controvertidos para la psicología moral de todos los tiempos, al menos desde que algunos filósofos estoicos, como Séneca, refutaron a Aristóteles, el gran conocedor de la psicología moral de la antigüedad.
La ira y el mal genio, nos dejó dicho Aristóteles, son impulsos o pasiones naturales que parcialmente “oyen a la razón”, aunque muchas veces se precipiten y se lancen a la venganza; y agregó brillantemente –como al pasar– que “los solapados son más injustos”, y que ni la ira ni la cólera son solapadas porque obran abiertamente. Solapados son los que abundan hoy en la política argentina, ellos no se indignan, no, sólo mienten y sonríen.
Los miembros del Grupo de Políticas de Estado sienten asco y náuseas, asco y náuseas porque el Estado –aparentemente ineficiente– cedió gratuitamente el desarrollo tecnológico realizado exitosamente por los trabajadores de la AFIP (Administración Federal de Ingresos Públicos) a consultoras privadas –supuestamente más eficientes–, que no invirtieron ni un peso en el desarrollo del software. Por supuesto, el gobierno ni siquiera hizo la parodia de venderles el desarrollo a un precio vil, como sí se hizo en la década de los 90 con la “venta” de las empresas públicas. Los firmantes concluyen que este robo “legal” les produjo asco y una severa sensación de náusea.
Muchos argentinos también sentimos náuseas ante los pasmosos espectáculos públicos que nos ofrecen nuestros mandatarios, que incumplen con el mandato fiduciario encomendado por las urnas, que es propio de los mandatarios republicanos,  y que dista mucho de la patraña fiduciaria invocada por el Ministro de Finanzas argentino para ocultar la titularidad, incompatible con la función pública, de sus cuentas offshore. Mienten, niegan los hechos y las estadísticas, y terminan convirtiendo a la discusión política en un espantoso teatro del absurdo. Repiten, como si fuera una pesadilla, las mismas tácticas discursivas elaboradas por los peritos en legitimación, entre ellos Durán Barba, para lograr que sea imposible la comunicación con quienes los interpelan. Insisten, por ejemplo, en que las cuentas offshore son equivalentes a una caja de seguridad de un banco, dicen que tener una cuenta offshore siendo funcionario es legal y normal según la legislación argentina. También corean que la pobreza y la inflación están bajando, contradiciendo socarronamente todas las estadísticas, incluso aquellas en las que siempre dijeron confiar. Hacen gala de una impúdica incongruencia entre lo que han prometido en campaña y los hechos; por ejemplo, ante la promesa frustrada de “pobreza cero”, el presidente Macri declaró, impasible, que “cuando hablamos de pobreza cero, no hablamos de hacerlo de un día para otro”, y que “no importa que no sea presente, importan los esfuerzos que se hacen para que haya menos pobres”. Lo hizo luego de que se demostrara que el impacto de sus políticas económicas sumaron, en el primer tramo de gestión, un millón y medio de nuevos pobres y 600 mil nuevos indigentes. Pero lo peor ya pasó, repiten año tras año, a pesar de los resultados francamente adversos. ¿Puede haber algo peor que el aumento de la pobreza y la indigencia? El absurdo en su máxima expresión.
Es cierto que el uso del asco moral en la vida pública ha recibido algunas críticas interesantes. Hace unos años publicamos en SP una entrevista a Martha Nussbaum, a propósito de la publicación de un libro sobre el tema:
La tesis de Nussbaum era que incluso el “asco moralizado” –usado en la vida pública– es problemático, porque puede encubrir un asco más primitivo, por ejemplo hacia homosexuales y drogadictos; y porque se trata de una actitud social improductiva y antisocial. Nussbaum reconoce que se trata de una reacción visceral e irracional, que no provee razones que puedan ser usadas como argumentos. Sin embargo, es evidente que los “asqueados” miembros del Grupo de Gestión  de Políticas de Estado en Ciencia y Tecnología tienen muy buenas razones, y las usan como argumentos.
La ira es constructiva, nos dice Nussbaum, porque pone en evidencia la existencia de un daño que debería ser corregido. El asco, en cambio, expresa el deseo de separarse, de alejarse de la fuente de polución o putrefacción. En su momento, Nussbaum confesó que ante el asco que sentía por algunos de los políticos norteamericanos, fantaseaba con mudarse a Finlandia, aun reconociendo que no era una conducta constructiva frente a los problemas de los EEUU. Los miembros del Grupo de Gestión de Políticas de Estado de Ciencia y Tecnología están asqueados pero no fantasean con Finlandia –al menos públicamente– y siguen trabajando para mostrar los daños que producen las políticas públicas del gobierno. Lejos de desear alejarse, evadirse, bregan desde hace años por ser atendidos.
Ahora bien, argumentar sobre la conveniencia o inconveniencia de la ira y el asco en el discurso público, sin prestar atención a los hechos, estadísticas y políticas concretas es, como lo son muchas de las discusiones de filosofía política, bastante frustrante. Lo cierto es que la manera de lidiar con ese tipo de pasiones irracionales no debería limitarse a un análisis de la psicología moral individual. Se requiere pensar en diseños institucionales republicanos que impidan estas escenas lamentables en la política pública: la ira y el asco de muchos, la soberbia y la mentira de otros. Para ello es urgente conocer la verdad sobre la estructura social de nuestra república, sus grados de desigualdad, pobreza y exclusión, pero también los niveles de concentración de la riqueza y de los medios de producción por parte de una minoría, que ahora nos gobierna.
No sería innecesario recordar a quienes practican el arte de gobernar en base a mentiras algunos consejos extraídos del texto El arte de la mentira política(falsamente atribuido a Jonathan Swift). Por ejemplo, y pensando en los gobernantes que anuncian promesas de un futuro radiante –como pobreza cero–, “que no es prudente fijar las predicciones para el corto plazo, porque se corre el riesgo de quedar expuesto a la vergüenza y la turbación de verse pronto desmentido y acusado de falso”. Eso, por supuesto, sería un consejo útil si nuestros gobernantes realmente experimentaran vergüenza y no fueran “desvergonzados”, incapaces de sentir la humillación o incluso el ridículo, cuando públicamente se les prueba y reprocha la mentira.


Aquí un ejemplo de ira. Los protagonistas: Macri, Rajoy por un lado y por el otro los familiares de los muertos y desparecidos por el franquismo



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