La novela “Cárdenas, cosecha noventa”,
fue escrita promediando la primera década del nuevo siglo y publicada en el año
2012. Es una historia negra que narra con detalles escabrosos el único derrame
que el sistema neoliberal le propone a la humanidad: la perversión y un
correlato psicopático a la hora de decidir y actuar en función de satisfacer
los egoísmos individuales que él mismo promueve e incentiva. Aquí
un párrafo, tal vez una editorial, porque no, una crueldad...
Cárdenas se mostró un tanto
desencantado por la falta de valoración ante tan pensado asunto. La crónica
periodística burocratizó el incidente sin la exposición de los rasgos
artísticos que la escena detentaba. No se cotizaron supuestos ni se profundizó
sobre posibles esfuerzos extras que el asesino tuvo que realizar para obtener
éxito en la empresa. Se sintió mancillado, plagiado. Llamativamente no se hacía
mención que para realizar un trabajo con signos misteriosos es necesario poseer
líneas de pensamiento y racionalidad que lindan con lo científico y hasta con
lo artístico. Pensó en Thomas de Quincey y su novela “Del asesinato como una de
las bellas artes”. Cada tempo, cada orlado, cada óvolo grecorromano, detenta un
correlato lógico y deliberado que evita y anula toda acción azarosa o casual.
Por el momento lo atormentaba la idea de no ser reconocido como un ente
intelectual trascendente y si se quiere, de cuidado, temía que sus superiores
no lo consideren a la altura de las circunstancias. Poco le importó haber
degradado hasta los umbrales del exterminio, admitiendo además como ciertas las
máximas que el mismo Luis conservaba cual postulados de vida. Sospechaba que no
había razón para refutarle a su amigo que los noventa estaban bosquejando en la
piel y en el corazón de la sociedad un esquema individualista con muescas
mesiánicas y que nada se podía hacer para cambiarlo, y que para mal mayor tal
cosa costaría mucho tiempo erradicar, incluso a pesar de su seguro fracaso. El
favorecido por el sistema tenía el deber de gozar sus mieles sin pensarse
pecador, así lo instruían los textos de autoayuda, y obligado a sentirse
envidiado si el derredor le censuraba haber tomado algún recodo miserable;
mientras que el desafortunado debía admitir con resignación su falta de astucia
para aprovechar las ventajas que el sistema le proporcionaba. La vida y la
muerte se codeaban, se entregaban como amantes, seduciendo a propios y
extraños. Se puede asesinar y no importa, no interesan las víctimas ni los
victimarios, las causas, los efectos, las consecuencias, daba igual, nadie se
detiene a observar lo que está ocurriendo, el vértigo y el apuro por llegar a
ningún lado forma parte del boceto. Cada uno está muy ocupado en sus
individualidades como para demorarse en la recomposición del tejido social. Y
así va la cosa. Se desteje ominosamente una malla que era imprescindible para
que el infortunado no cayera al hondo de un vacío irreparable, se construyen
más huecos, y hay más caídas y hay mayor cantidad de desdichados. También hay
más testigos que no tienen ganas de declarar y moralistas que bajaron
definitivamente sus brazos porque es necesario conservar. Las autoridades
supieron hacer su tarea de manera eficiente. Plantaron cientos de miles de
absurdas zanahorias en el urbano camino del invencible déspota interno que cada
uno tiene guardado, haciéndole honor al llamamiento que a fines del siglo XIX
hiciera Ibsen: “Las
mayorías nunca tienen razón, no importa donde vayas en este mundo. Los tontos
son abrumadora mayoría”. Era imposible sentir algún tipo de remordimiento dentro de
ese contexto. Y Cárdenas no escapará a la generales de la ley. Había cometido
su primer asesinato. Y la vida seguía como si tal cosa...”
Cárdenas,
Cosecha 90
Finalista Certamen Gregorio Samsa –
Editorial Ápeiron – España – 2016
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