El pequeño burgués la dejó rota y tirada en el piso; me refiero a tan reclamada caña de pescar

Uno de los argumentos más reiterados por la pequeña burguesía, en cuanto al inciso inclusión, es el que, apoyado sobre la falaz dicotomía “ser beneficiario u obtener per-se”, afirma que poner en manos del marginado la caña de pescar y no el pescado conformaría una sociedad más responsable y consciente del esfuerzo dándole al trabajo el supuesto valor que en sí mismo posee, cuestión bastante discutible si el mismo no incluye la dignidad, la honestidad y el respeto que el trabajador merece. Esto sin mencionar que la caña de pescar, para que sea de utilidad, deberá tener lugares disponibles y libres para que sea eficiente en sus cometidos fundacionales y sobre todo el pescador, cuando menos, deberá tener una salud acorde para afrontar la tarea.

Puntualmente el programa Conectar-Igualdad,  - ergo el Estado Nacional, vale decir todos nosotros - , le puso a cada alumno y a sus familias una caña de pescar en sus manos, una herramienta lógica, científica y sensible para capturar conocimiento, ítem indispensable para enfrentar las complejidades de una modernidad cuyo sesgo competitivo con una alta dosis de abolengo solo es posible de menguar a través de la gnosis.

Tristemente, y hablo en general ya que conozco de excepciones, hemos fracasado. Ni los formadores humanos, me refiero a las familias, ni los educadores, hago hincapié en los docentes en todos sus niveles, ni los destinatarios, y aquí aparecen los alumnos, asumimos como colectivo sentipensante la oportunidad que se nos estaba ofreciendo. De inmediato confundimos un derecho novedoso y si se quiere revolucionario con el albedrío de un privilegio adquirido, acaso natural, y hasta nos tomamos la potestad de desechar la herramienta so pretexto de banalidades que harían sonrojar al peor pedante.

Las familias dejaron que sus vástagos analicen el tema en soledad, ni siquiera les enumeraron las instancias socio-económicas y los sacrificios que la sociedad estaba haciendo colectivamente para que esa netbook estuviera entre sus manos y a su disposición, porque tristemente esas familias tampoco valoran ese tipo de ensayos solidarios, creen más en la caridad individual. Resumiendo, el chico llevó la caña de pescar a su casa, y lo primero que escuchó por parte de sus formadores humanos es que no era de fibra de vidrio y que su riel era un Escualo de los más simples. De allí a utilizarla para cualquier cosa sin permitirse seguir el instructivo, cargarla con información pesada y que en nada se relacionaba con el estudio, para luego bloquearla pasaron solo 15 minutos.  A la par, y ante el panorama, la mayoría de los docentes mostraron un lamentable desinterés en la utilización de la herramienta. No consideraron que la caña era un instrumento superador debido a que un buen número de ellos debían ponerse al tanto del nuevo dilema, es decir, muchos sucumbieron ante el posible descubrimiento que podía llegar a presentar la paradoja de estar ante alumnos más duchos que los propios docentes en las artes informáticas.  Es decir, no se quisieron exponer a aprender y aprehender, y menos intentaron exhibirse como guías de un instrumento que debían profundizar. La caña nunca llegó al borde de la laguna, la línea jamás se remojó en el río, de manera tácita y explícita  la pequeña burguesía y su moral progreliberal de discurso bienpensante fracasó. Pero qué va, que los servidores hoy no estén en los establecimientos, que los sistemas ya no funcionen, que las netbook sean obsoletas, y que los pibes de menores recursos hayan vuelto al tiempo de las latitas, el sisal fino, el corcho y el monoanzuelo para pescar bagres en el arroyo Los Gauchos es responsabilidad de la yegua quien además se “robó todo” con eso de la inclusión y la equidad educativa.