El poeta y la cárcel, el artista perseguido, elevado por la mezquindad social





“No debe juzgarse siempre a un hombre por sus actos. Puede cumplir la ley y ser a pesar de eso un criminal; violar las leyes y poseer un carácter noble; ser malo sin cometer jamás una mala acción; puede ser culpable contra la sociedad y no obstante esa culpa puede llevarlo a una perfección verdadera”. Estas palabras admirables del brillante ensayo de Oscar Wilde “El alma del hombre bajo el socialismo”, contiene uno de los pensamientos psicológicos más profundos y al mismo tiempo, inconscientemente un rasgo biográfico del poeta mismo. El también se había hecho “culpable contra la sociedad”, en cuyo seno vivía, y ésta tomó venganza del pecador: lo enterró en vida entre las paredes obscuras de una cárcel e infamó públicamente su nombre, borrándolo de la lista de las personas “puras e inocentes”. Ese mismo hombre que había sido uno de los artistas más geniales y valerosos de su época, un hijo de los dioses, nacido en el templo de la inmortalidad, fue arrojado bruscamente desde su luminoso trono poético al abismo profundo de los perdidos, al mundo tenebroso de los “ex hombres”, donde los últimos rayos del amor y de la esperanza se pierden, temblorosos, en la oscuridad eterna. Entre los muros fríos y grises de una cárcel sangraba el corazón del poeta. Y cada gota de sangre se convertía en un acorde, uniéndose los sonidos en melodías poderosas, en un ritmo sublime de pureza y armonía maravillosas; y el mundo de los expulsados, el mundo de los criminales y ladrones, fue purificado por la sangre del bardo. La prisión obscura se convirtió en un templo y con las lágrimas y los sufrimientos de los infelices, el genio cautivo cantó ese bello poema: “La balada de la cárcel de Reading”, obra maestra de perfección poética. El que haya leído “La balada de la cárcel de Reading”, esa expresión grandiosa de un alma dolorida y desesperada que exige amor y misericordia para los caídos; quien haya sentido el mortífero dolor moral, el terror horrible que se coloca cual mano helada sobre los corazones de los prisioneros para ahogar sus últimas esperanzas, aquél olvidará que el escritor había ocurrido en pecado contra la sociedad y sólo verá el tremendo crimen que ésta ha cometido contra el artista desdichado. Al salir de la cárcel, el poeta abandonó Inglaterra, yéndose a Francia. Allí vivió bajo el nombre de Sebastián Melmoth, retirado y abandonado por todos. Su situación material era también mala y el mismo hombre que llevara antes una vida de lujo pasó sus últimos años en la miseria y en la soledad. En 1900 falleció Wilde. Su amargo destino y los terribles sufrimientos materiales y morales lo quebrantaron por completo. Después de su muerte se publicó su De Profundis, libro de gran fuerza y belleza. Oscar Wilde mismo es una figura dramática en el arte moderno; su sino horrible lo ha convertido en un verdadero mártir. El hombre que ha escrito con la sangre de su corazón aquellas sublimes estrofas en la cárcel, vivirá siempre en nuestros corazones como “el prisionero de Reading” (Rudolf Rocker)




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