Cristina y los pirómanos, ajenos y propios






Allá por octubre del 2015 y faltando poco para dejar su segundo mandato decíamos que Cristina no era solamente una dirigente política, una gestionalista más o menos eficaz. Decíamos que era una “máquina política” que generaba sucesos políticos, disparadores políticos, nuevos pensamientos políticos. Un cuadro que ha renovado las formas y los fondos de la política.

En su lugar cualquier estadista medianamente considerado por la mass media internacional hubiera pasado su último año de gobierno haciendo la plancha o en su defecto administrando sus aciertos y explicando sus errores, acaso pidiendo disculpas. Cristina no. Cristina generó y sigue generando sobre lo generado, nos hace revisar lo revisado, pensar lo pensado, releer lo que escribimos, corregir varias veces lo que hemos corregido. Desafía nuestros prejuicios y juicios políticos, nuestros conceptos y preconceptos políticos.

Por eso es amada con la misma intensidad que es odiada. Cristina es mujer compleja, es mujer sentipensante, es mujer indescifrable, y quizás ese odio descansa en el hecho que su relación con el pueblo no precisa de intermediarios ni de traductores, sabiduría popular si se me permite. Acaso en su descomunal figura de mujer política es en donde está cimentada, cual oxímoron, nuestros más cercanos temores.

Y no hay encuesta que me convenza ni coyuntura que me obligue, sigo pensando lo mismo, no debió haberse presentado para cargo electivo alguno. El problema fue nuestro, fue del movimiento nacional y popular, y de la sociedad en su conjunto, y no lo supimos resolver. A tal punto fracasamos que tuvo que regresar con urgencia, como los bomberos, porque un grupete de psicóticos reciclados de la Alianza con vicios piromaníacos comenzó, hace casi dos años, a incendiarnos el rancho, obra a la cual aún le faltaba bastante para su finalización.

Y tiene que bancarse persecuciones mediáticas, políticas y judiciales, injurias y calumnias, tanto personales como a su familia, y todo porque no nos preocupamos ni nos ocupamos para formarnos y proveernos de arena, extinguidores, mangueras, tanques de agua y demás previsiones. 


Por supuesto que estaré junto a ella, como desde hace 14 años, pero no creo que estos pirómanos dejen la hoguera porque algunos votos le apaguen algunas intenciones. La corporación que forman los vendedores de fósforos y de combustible no va a permitir que eso suceda. Las llamas están quemando lo mejor que teníamos, esa posibilidad incipiente de salida inclusiva, igualitaria y soberana en contra de un eterno retorno inexorable a los infiernos y están dejando como sedimento el mayor beneficio que obtiene el pirómano: un paisaje de cenizas sin historia, en donde no quede testimonio alguno, no solo de aquello bueno que fue quemado, sino de la perversión de quien lo quemó. Última cosa, mientras el fuego calienta  y el olor a carne cocida y piel tostada invade, no estará demás, como sociedad y colectivo político, meditar sobre la cantidad de veces que arrojamos  maderitas al centro de esa fogata.  

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