La grieta no está en la inclusión, la grieta está en la equidad... La equidad tiene enemigos políticos muy poderosos que la inclusión no tiene...
Por el año 2012, y
aún sin permitirnos darnos cuenta de este posible y nefasto presente
afirmábamos que una comunidad solidaria no ve a la caridad como norma, no la
necesita, debido a que la equidad está naturalizada. Una comunidad solidaria
entiende que el aporte colectivo hace al bien común de todos sus habitantes y
trabaja a favor de que nada quede sujeto al azar. Una sociedad solidaria no
pone delante a la propiedad privada como motor de sus desvelos, privilegia a la
propiedad social para que todos sus componentes sin excepción puedan gozar de
una vida digna, plena de derechos y responsable de sus obligaciones. Justamente
y por el contrario lo que hace una sociedad caritativa es dejar de lado por un
rato los principios individualistas ante dilemas límite, colabora buenamente
basándose en un deber social, para luego retomar sus vicios cuando la calma
vuelve. La caridad como acto inclusivo sigue siendo un evento particular
insertado dentro de un contexto eminentemente voluntarista y privado, sigue
constituyendo un resorte individual, caótico.
Por lo cual podemos
inferir y concluir sin ningún tipo de eufemismo que el problema del humanismo
de la civilización moderna no es la inclusión sino la equidad.
Todos estamos más o
menos de acuerdo en función de nuestra formación y convicciones sobre los
derechos inalienables que tiene una persona al nacer, es decir son derechos
inclusivos que están en todas las constituciones, documentos y cartas de
internacionales, tanto continentales como universales. Pero hete aquí que eso
no implica en absoluto que tal concepto incluya la equidad como valor a
sostener, porque este mérito deviene de un orden que es necesario organizar
desde la idea política y su campo de acción, la sociedad.
Y es allí en donde
nos topamos con ese fenómeno tan despiadado que promueve la lucha interna que
estamos viviendo en estos momentos: el egoísmo montado sobre el caballo de la
competitividad que propone el sistema para sobrevivir, inciso en las que
ingresan todas las armas posibles de ser utilizadas por el hombre común. Según afirma
Jean Grave el hombre es egoísta, puesto que sólo obra movido por los
sentimientos del interés individual más puro. Si la sociedad no le deja la
facultad de guardar para sí lo que podría procurarse por medio de su trabajo,
de acumularlo y legarlo a quien mejor le plazca, se rompe el resorte motor de
toda iniciativa, de todo trabajo. El día que los individuos dejen de tener la
posibilidad de atesorar, ya no trabajarán más, ya no habrá más sociedad, más
progreso, nada, en fin. El individuo, por el mero hecho de su existencia, tiene
el derecho de vivir, de desarrollarse y de evolucionar. Los privilegiados
pueden recusarle este derecho, limitárselo, pero cuanto más llega a ser el
individuo consciente de sí mismo, cuanto más sabe usar de su derecho, tanto más
se resiste al freno que se le ha impuesto. El individuo tiene derecho a
satisfacer todas sus necesidades, a la expansión de toda su individualidad,
pero puesto que no está solo en la tierra y que el derecho del recién llegado
es tan imprescriptible como el del que llegó primero, es evidente que sólo
había dos soluciones para que estos derechos diversos se ejercieran: ¡la
guerra, o la asociación!
Un sistema
equitativo, igualitario, quita de plano a la caridad individual de la escena,
en consecuencia muchas instituciones intermedias o religiosas dejarían de
ostentar sentido político para pasar a
tener sentido meramente espiritual dentro de la individualidad del sujeto, vale
decir, se atomizaría su poder.
La equidad tiene
enemigos políticos muy poderosos que la inclusión no tiene por eso no nos puede
llamar la atención que cuando, desde el sistema capitalista, se desarrollan
análisis sobre la temática dichos términos se hayan escindidos y se encuentren
fuera de toda complementariedad. La equidad distribuye los frutos del árbol de
manera que no habrá demanda ociosa ni comercial, en consecuencia la acumulación
no tendría sentido social ni económico. Pero en el presente los frutos de ese
árbol distribuidos caóticamente y por la fuerza son insumos negociables por un
“don” que se reserva para sí arrojarle uno de ellos al pasajero andrajoso,
“Credo” mediante.
Para finalizar
vuelvo a Jean Grave: El hombre es un animal perfectible que tiene defectos,
pero también cualidades; organicen un estado social que le permita el uso de
estas cualidades, moderen sus defectos o hagan que su ejecución acarree su
propio castigo. Procuren sobre todo que este estado social no tolere
instituciones donde estos defectos puedan encontrar armas para oprimir a los
demás, y verán a los hombres cómo sabrán ayudarse mutuamente sin fuerza
coercitiva.
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