El dilema del internismo. Democracia de Procedimientos o Democracia del Nostos. Con las Paso o con acuerdo previo, el tema es la figura supernumeraria de Cristina. Por Horacio González para La Tecl@eñe






Fuente:




Las PASO, escribe Horacio González, son un perímetro innegable de una democracia de procedimientos, que no debe ser abandonada pero tampoco expuesta a la circunstancia específica de los llamados carpetazos vehiculizados por ejércitos comunicacionales en operaciones.
El carácter mismo de las Paso encierra dos opciones, reflexiona González: Unas Paso procedimientales, dónde el procedimiento está saturado de irregularidades de base; o unas Paso “necesarias pero imposibles” dónde lo que se dirime es el carácter de las mismas Paso. A esto se refiere la expresión “Nostos”, el peregrinaje vivo de la política que deberá contener una explicación sobre la historia inmediata, las fisuras impropias producidas y los nuevos caminos practicables.

I

El tema, o si se quiere, el problema de las Paso, nos relaciona con un asunto esencial de la democracia. Concepto cuya existencia permanente se debe a su infinita capacidad de coleccionar adjetivaciones, suplementos y significaciones contrapuestas. La democracia es un estado de interpretación incesante; y ese ejercicio interpretativo –más que en el plano de la justicia- es la democracia. En estas condiciones, un concepto se hace perdurable. De una perdurabilidad que no está enraizada en su inmovilismo, desde Pericles a Lefort, de Tocqueville a Laclau, sino precisamente en su porosidad. Lo poroso no tiene un adentro explícito cuando se halla afuera, ni tiene un afuera explícito cuando se halla adentro. Es decir, la democracia es sustancial y escurridiza al mismo tiempo, y el que quiera conocerla efectivamente, nunca sabe si la aprehende en su carácter inmanente, con sujeto propio y procedimiento verificado, o en su momento trascendente, que se despega de su acto inicial admitiendo disgregaciones de todo tipo. Solo excluiría las dictaduras pero no las monarquías subsistentes. Su único motivo pasa a ser la retención de alguna significación remanente que finalmente la justifique. Como ser: los actos electorales, la equidad, la inclusión social, la conectividad, todos conceptos importantes pero creados por gabinetes gubernamentales o agencias sociales nacionales o internacionales.

Esa justificación, en suma, es esencial para su permanencia en el tiempo; garantizada por su disponibilidad permanente. Su permanencia es su cambio incesante, su pérdida permanente de sujetos e incluso de significados, para adquirir otros nuevos. De una “democracia procedimental”, como se supo decir, puede pasar en una vuelta giroscópica, a la “democracia normativa”. En ese sentido hay épocas en que es puro procedimiento, y otras en que es puro vitalismo y formas de  vida. Esto es, va de una técnica a una ética, de un método a una épica. Como mero procedimiento puede lanzarse en brazos de dictaduras que regulan la acción humana con impulsos pre democráticos pero sosteniendo el pellejo de sus formalidades. O buscar el difícil camino, de ida y vuelta, de adjuntarse con el socialismo.
               
Durante el gobierno de Raúl Alfonsín se dijo que comenzaba el tiempo de un tipo especial de democracia. Entonces, la palabra se tornó un suplemento sustantivo en sí mismo. La democracia no  era necesario calificarla con otras notas plurales, pues su oponente eran la dictadura, los años de terror que se dejaban atrás, los oscuros años de plomo. (En las tesis de Léon Rozitchner, sin embargo, el nombre de democracia era imperfecto pues en sus entrelíneas era erosionada silenciosamente por los ecos del terror).

Todos aceptábamos ese gran avance en la lengua común hablada por los núcleos políticos, sin dejar de percibirse en todo momento que el modo asertivo en que se usaba (instituciones más formas de vida) era sometido continuamente a proyectos de restitución al ejercicio del conflicto. Entonces no podía haber una  democracia exterior al conflicto sino que ella misma era un resultado de la escisión permanente entre sus propias formas de buscar diversos significados. Así, se hubo de discutir largamente sobre democracia formal, democracia sustantiva, participativa, movilizadora, democracia avanzada y luego democracia profundizada o profundización de la democracia. Antes, democracia social, social democracia, democracia parlamentaria, socialista, o el pluralismo en las tesis de Laclau-Mouffe, término por el cual debían entenderse una democracia no esencialista en lo filosófico, con un poder retórico por el cual se estructurarían las relaciones sociales y la deconstrucción de la categoría de sujeto para pensar más radicalmente la constitución de las identidades colectivas. Era la radicalización de la democracia, también llamada “populismo” por sus formas lógicas de producir un llamado a las demandas equivalentes asociadas y nombradas por sí mismas.
               
¿En qué lugar de  esta vasta problemática se halla incluida la cuestión de las Paso? Es evidente que todos los partidos políticos de Occidente entraron en una etapa de declinación y desagregación que afecta tanto a los “comités centrales” con un líder, como al conocido esquema líder masas y a tradiciones partidarias de todo tipo. Por ejemplo la socialista – de Jean Jaurés a Mitterrand en Francia; o de Bebel a Brandt y Lafontaine en Alemania-, que era portadora de un legado, tanto de doctrina como de luchas, que se confunde con una parte de la historia de Alemania o Francia contemporánea. No hay un partido donde no haya crecido a la manera de un concepto grávido de significaciones, la expresión “internas”, a la que ya ni es preciso pronunciar en su forma enteriza como “elecciones internas”. Se supone de toda unidad partidaria, y de cualquier orden que sea, que hay internas, y naturalmente se pregunta por las internas tanto para conocerlas como para afirmar un fastidio que se sufre en cualquier lugar, “no quiero meterme en esta interna”, etc. Así, se presupone la existencia de identidades agónicas que pactan su frágil unidad mientras crecen las fugas de sentido por razones cariocinéticas cuyos simbolismos se forjan en el silencio de las almas crispadas.

¿Por qué entonces conocer las “internas” de ámbitos que no nos interesan y que damos por descontadas como el último ritual que mantiene a una asociación que se expresa, con un último soplo agónico, en tanto institución. Tales internas son la última forma, abismal, de su reproducción instrumental. La aparición de locuciones políticas fuertemente influenciadas por lo que muchos autores llamaron “la era de la  imagen”, intervienen activamente en la configuración de lo que puede revelarse o considerarse como política y sujeto político: expresiones como visibilidad o conocimiento, gestualidad, imagen positiva o negativa y –proveniente de la “redes”-, la viralización, todas ellas postulan ya un sujeto pre-político. Biología mítica contaminante. Y qué decir de categorías como “presentable” o “impresentable” para dictaminar sobre tal o cual persona, subiéndolo y bajándolo de tablas de posiciones legendarias, vetando, para construir entes que se “miden” o sobre los que se “opera”.  

En cambio, los partidos y formaciones que podríamos denominar de una primera modernidad, provienen de escritos y martirologios, de cartas póstumas o de manifiestos. Desde el manifiesto comunista, donde se esboza lo que hoy llamaríamos una “interna” –el comunismo como un sector interno, el más decidido, de los partidos obreros y de los demócratas burgueses revolucionarios- hasta la carta del suicidio de Além. Desde laOjeada Retrospectiva de Echeverría hasta Cooke con su fracaso en el ARP –acción revolucionaria peronista. Casos de democracia y socialismo, cruce trascendente para la meditación, el estudio y la investigación histórica. Hace muchos años Rancière ilustró situaciones como éstas por la vía de la “racionalidad del desacuerdo”. No hay acuerdo porque no existe ninguna autoridad que contenga en sí misma –glosamos nosotros-, la potestad de ordenar todo un conjunto de disyunciones con una orden administrativa o policial. Precisamente, es la situación del macrismo la que ha abandonado toda institucionalidad, reduciendo al mismo la diferencia entre policía y vida social, entre protocolo y acción colectiva. La ley es mera catalogación de formas planas del existir, el control de la felicidad, la regulación de la vida administrando mecánicamente la circulación de cuerpos.


II


¿Frente a esto, cómo invocar a la democracia? La democracia es insinuante hasta un grado de intensidad, que deslumbra, ofusca, pero se muestra irónicamente irrealizable en su forma absoluta, como todo gran concepto. Ha creado su propio impedimento. Y la tradición republicana que se le adjunta opera como una manera representativa que adosa a la democracia algo que necesita pero de lo que recela: la forma divisiva del poder, el constitucionalismo, la ciudadanía canónica, las policías autocontenidas por reglamentos de derechos ciudadanos, no impulsada por protocolos para reprimir según graduaciones de peligrosidad. Muchas veces, sin embargo, y debido a las adherencias históricas que todo concepto porta en su uso múltiple, el concepto de republicanismo marchó junto al de jacobinismo. Por otro lado, las democracias sociales, derivan de lo político hacia lo social con la convicción de que la democracia es utópica y su misión es “curar, educar, alimentar”. Esta es una de las frases esenciales de la historia nacional. Junto a ella, hay que ofrecer a la memoria la visión de la  democracia que mixtura movilización social compleja e instituciones representativas, propias de la tradición del peronismo, en sus diferentes y contrapuestas versiones. En los dos casos, la fuga de lo político hacia lo social, no sólo desequilibra lo político, sino que le da vida. Y esa vida trae una ilusión siempre quebrada de inmutabilidad y previsión. Interfiere algo: interfiere la propia interferencia, que está en la esencia desequilibradora de los hechos.
               
De este modo hay un tipo de democracia cuando la voluntad de confrontar lógicas diferentes de la sensibilidad política, ha amenguado. El orden se mostraría apático y cada parte acomodada en su casillero. De algún modo la ley se presenta como literal, sin fisuras ni interpretaciones, sino como el lado contrapuesto e inmediato de una orden fija, un reglamento de productividad o la forma disciplinaria del acomodamiento de las cosas en su desigualdad natural. La ley es la ley natural, el único movimiento es el mérito, la presentabilidad, el conocimiento raso de un “individuo” una vez extirpada la parte del Mal o del Desaliño Bárbaro, por el policiamiento adecuado.
               
En algún momento, esta situación de palidez obligada por reglas y normas diversas, fue festejada como el necesario “aburrimiento” que generaría la indeclinable decoloración de las pasiones democráticas. Pero hay otro tipo de democracia cuando las voluntades, en su juego permanente, se sitúan en lucha –a la clásica manera de Clausewitz-, por lo que la energía volitiva tiene a hacer instrumental un ámbito  democrático que se presenta frágil, nada más que como manera de resguardar de conflictos disociativos que lo trascienden. Las metáforas de guerra suelen cundir en este momento. Y algunos, por la simple acción de vaciar el ámbito donde se mueve una persona política, o simplemente ignorarlo, se dice desde “se le soltó la mano”, e incluso se escucha “lo matamos”. El conjuro de estos recursos de lenguaje, cuando eventualmente se retrajeron para  luego dar paso a un estallido del constitucionalismo liberal-social, trae siempre el ejemplo propicio de la famosa República de Weimar, en la Alemania pre-nazi.

Ninguno de los considerados hasta aquí es ahora el caso de las elecciones internas llamadas Paso. A las que no hay que ignorar en el cuadro de este tema, porque en un sentido general son un acta importante de los folios de la difícil democracia argentina. Desde luego, posee dilemas intrínsecos. Se presta a diversas maniobras cuando otros nucleamientos tienen listas únicas, más la actividad facciosa de los medios de comunicación actuando con su formidable poderío implícito en una “interna” como si fuera un plebiscito crucial. Lo es, por eso lo catastrofizan, fingiendo que lo tratan como un avatar más de las rutinas democráticas.

Las Paso son un ámbito de la democracia inter e intrapartidaria insertas en horizontes más amplios de intercambios políticos, donde reina una fuerte sustitución de lo político basado en argumentaciones clásicas, por operaciones que fusionan justicia, poderes mediáticos y una capacidad de ordenar comportamientos colectivos, homologados a las coacciones de la circulación financiera. Es decir, es el gobierno de la creación de conductas masivas a través de encuadramientos enunciativos secretos, que surgen de oficinas de disciplinamiento poblacional, de medidas biopolíticas de largo alcance (las neurociencias con vistas a la educación y al comportamiento electoral) y de inversiones semántico-financieras para construir candidatos con tecnologías de fabricación serial de apócrifas épicas políticas.

En un orden competitivo de esta índole, sin reglas y con la fusión en la Operación de todos los conductos vitales de una sociedad (economía, decisiones colectivas e individuales, gustos, consumos, perfiles educacionales, mensajes  y contramensajes), indudablemente hay una democracia que se fragiliza por distintos tipos de actuaciones en su débil interior y su creciente hueco exterior. ¿Estamos hablando de una dictadura? Por cierto, no.

Las Paso están englobadas entonces en el mismo terreno de operaciones antidemocráticas, pero siendo ellas en sí mismo democráticas. No pocas veces, un elemento beneficioso del flujo democrático, se convierte en un teatro de operaciones que fragiliza y hasta vulnera la misma cuestión democrática que se desea atender. De modo que esa democracia, presentada como santoral intransferible del buen ciudadano, no deja de ser un pequeño azulejo simpático flotando oscuramente en la mezcladora que tritura vidas, situaciones y proyectos en la búsqueda de un poder total. 
¿Cómo definiríamos al gobierno actual? 
Ha surgido de elecciones, tal como ellas se realizan en los sistemas conocidos del capitalismo informático y mediático, donde sus protagonistas nunca desdeñables son las agencias de fabricación de “perfiles políticos”, de creencias monolíticas sobre el bien y el mal, de acciones demiúrgicas para generar trazos de singularidad artificiales con las que a cualquier político profesional o a cualquier outsider embaucador lo recubren de túnicas hagiográficas y apologéticas. El origen de esta situación es de una democracia electoral, pero sus procedimientos están lejos de ser democráticos, ambigüedad que recorre todo este período.

El panegírico de la robotización de Durán Barba no puede tomarse en broma. Aunque sea un fabulador miserable, una pobre baratija de ciencia ficción, no puede ignorarse como metáfora de un sistema de gobierno. ¿Qué nombre le pondríamos? Un cómputo de singulares mecanizados, conciencias robóticas, gestos diseñados por inteligencias artificiales que se harán cargo finalmente de toda acción inteligente, fusionando máquina y conciencia. El macrismo cree en estas cosas extraídas de las peores alegorías “futuristas” del medioevo, el apocalipsis no como mito cultural sugestivo, sino como escuetos relatos para bobos, por la vía de los asteroides que chocan, los cometas de fuego que esterilizarán a los minotauros, los lanzacohetes contra los comunistas de Saturno o el viaje a la luna en dos horas, menos de lo que hoy nos insumen los ómnibus a Rosario. Incluso estos milenarismos tienen el nombre de una vieja superchería orwelliana: la singularity, el momento en que la inteligencia artificial reinará en el mundo.

III

Schiller escribió que a la amante del Dogo solo el puñal del Dogo puede matar. Shakespeare dejó páginas inmortales sobre lo paradójico de una continuidad. La viuda del Rey muerto se casó al día siguiente, de modo que en el casamiento se comieron las viandas aun tibias que el día anterior se sirvieron en el entierro. Las Paso son inevitables, porque a pesar del tosco relato post humano que hoy piensa manipularlas, y a pesar de ser un ámbito paradojal, donde la democratización partidaria sería apneas una excusa para que los operadores –los que manejan el puñal del Dogo, el comestible de la muerte y la felicidad al mismo tiempo-, a pesar de todo, digo, no pueden discutirse como un signo democratizador –se ve, aquí, que el uso verbal nos deja ante una democracia escurridiza y no sustantiva-, que sí como está, repleta de triquiñuelas, no puede ignorarse. Salvo que haya un acuerdo para eso, acuerdo que introduciría una nueva situación. Porque con las Paso – si Cristina se presenta - o con acuerdo previo– lo que las pacificaría -, el tema es la figura supernumeraria de Cristina. Decimos “supernumeraria”, con esta expresión administrativa, lo que es en verdad un excedente irreductible.

Personalmente no veo que Cristina pueda omitirse de una participación activa. Incluso usaré una expresión que registra el modo complejo en que se presenta su figura. Está situada entre el doble carácter de un “primus inter pares”, en lo que cuenta para la acción política conveniente, y una autoconsideración de su distancia fáctica con el resto de los políticos profesionales que perceptiblemente debe cuidar. Mejor dicho, debe cuidar lo mismo que debe poner en riesgo. Ese es su sino. Es poseedora de una memoria que está siendo atacada por varias escuadrillas simultáneas, de spikas, gloster meteors, mustangs, spitfire, messersmiths y demás aves poderosas que lanzan fuegos coléricos que emanan del gobierno mediático-judicial y de todas las coaliciones políticas que incluyen muchos sectores del peronismo, aunque estos últimos, por cierto, lo hacen con sigilo. Y los promotores de la interna, que a un tiempo son detentores inequívocos de un reclamo democrático, también dejan tras sí el perfume en estado de ligero vaho, de un cristinismo del final. 

La mantención de la distancia política irreductible entre ella y los profesionales de la política, puede originar algunos malentendidos. Para Rancière, los malentendidos son una ontología de lo político que origina un ser siempre incompleto, imposible de concebir en su totalidad, que vuelve hacia sí mismo para preguntarse infinitamente, sin paz ni resolución alguna, la razón por la cual se habla de política. Siempre habrá un plano necesario de comprensión mutua, aunque se escapa apenas es formulado. Por eso, la unidad antes o después de las Paso es un concepto preciso que no obstante llega a un punto de irresolución, para los cuales los partidarios de una u otra opción, deben reconocer que se situaron allí porque en algo quebraron la generalidad de las palabras que usan, y en algo deben recobrar una ilusión de acuerdo para lo cual el conflicto se sitúa en el corazón mismo de la política: una unidad que genera constantemente su exterior y que si avanza un casillero –tanto como si lo retrocede- habrá una nueva instancia de conflicto. Fábulas antiguas, como la del lecho de Procusto, explican esta situación para la que el político tiene que estar preparado.

En su fondo último, es un conflicto entre una política que posee una densidad cargada de obligaciones, responsabilidades y deberes que provienen de una etapa candente y vertiginosa. No se recogieron allí honores. Sino tajantes incumbencias futuras. Y un político más joven que participó muchos años como ministro en el gobierno de la política antes mencionada. No cabe duda de que está dispuesto a largar el lastre de todas aquellas explicaciones adeudadas, que forman parte de una identidad dramática. En suma, Cristina es quién porta un gran drama y un signo de historicidad; su oponente en cambio piensa en otros tratos con la espesura histórica; a ésta la trata con desapego inexorable. En su caso, para ir aliviando cargas, se presenta como un hombre que sabe deshacerse de un pasado que ofrece dificultades ante la eventualidad de ponerlo en juego en un debate. Lo cierto es que si se dieran las Paso tendríamos de un lado un horizonte político que sólo se compone de gestión y no de dramaturgias apretujadas y espesas. De otro lado, un eslabón profundo de la vida nacional irresuelto, al que hay que volver en un acto de reflexión en la tensión pasado-presente. O bien se acepta la participación incondicionada de Cristina o bien  se la tolera restringidamente con la metáfora brusca de la “lapicera”: despojada de ese instrumento heráldico que escribiría arbitrariedades sobre una aterrorizada página en blanco.  A Cristina, el gobierno la quiere condenada por una justicia especial – el Fuero Correccional e Inquisitorial en lo Cristinil y en lo Kirchneral -, que trama inagotables conjuros contra ella, que como es sabido, sale de noche a asesinar miembros de la justicia y arroja dinero tinto en sangre por encima de los muros de las abadías. Pero también tratándola como polo antagónico, a ser descalabrado por las unánimes campañas diseñadas para un trauma difamatorio final, que la desintegre. ¿Cómo la quiere el peronismo de gestión?

Gestión es inevitable palabra, adecuado y correcto concepto. Supone la agenda, el acto administrativo, la catalogación de situaciones, la suposición de que hay que ensamblar consensuadamente las diversas partes de un conjunto –como ladrillar un patio y que no sobre ninguna pieza-, mientras que la política se parecería en verdad a la piezas que siempre sobran, a el elemento inubicable y exógeno, que debiendo pertenecer está afuera, y que en su afuera, pertenece. Esa parte sin parte, el peronismo de gestión no la comprende. No lo criticaremos por esto, pues lo que llamamos macrismo es mucho peor; es apenas el cómputo robotizado de hombres, la inteligencia artificial, la única que puede sobrevivir al margen de su estadio crítico. La crítica no es un artificio del desubicado, sino la única condición para situarse en el mundo. No obstante, el peronismo de gestión (no es que no haya alguna vez que gestionar, sino que la gestión no reemplaza la contingencia humana; no se contrapone a la ideología sino a la política entendida como el signo de la igualdad en el océano de la desigualdad), es un peronismo cerrado sobre una voluntaria clausura de su propia historia. (Señal elocuente: el macrista Venegas posee el rótulo “62 Organizaciones”.)

Es decir: el cierre obtura todo lo que lo hace llegar hasta el presente y se abre sólo para asegurar sus ritos consumidos. ¿Qué tiene que ver todo esto con la Paso? Que son un perímetro innegable de una democracia de procedimientos, que no debe ser abandonada ni puesta bajo una única circunstancia específica, cuales son las que atravesamos, los campos minados por explosivos de papelería, llamados carpetazos. Solo que hay que saber que si se hace, aunque es mejor que un acuerdo democráticamente superior las aplaza para momentos donde bajen su nivel las mareas del ejército comunicacional en operaciones, necesariamente habrían dos opciones. Pero referidas al carácter mismo de las Paso. Unas Paso procedimientales. Dónde el procedimiento está saturado de irregularidades de base, de las que él mismo como campo de acciones electorales no es culpable. O unas Paso “necesarias pero imposibles” (lo cual no quiere decir que no deban hacerse), dónde lo que se dirime es el carácter de las mismas Paso. Un pensamiento que la haga parte de la “gestión en tanto política” o un pensamiento que las haga “la historia en tanto política”. A esto último nos referimos con la expresión “Nostos”, el peregrinaje, el regreso en tanto nostalgia viva, la figura política configurada por su responsabilidad en torno a su venir renovado, contingencia que deberá contener una explicación sobre la historia inmediata, las fisuras impropias producidas y los nuevos caminos practicables. Finalmente, lo no amoldable según cada circunstancia, sino lo que excede, lo que incluso puede “medirse en intención de votos”, pero que no es solo eso, sino una promesa de democracia en términos de una nueva ofrendada. Esto puede estar en las Paso, como muchos dicen que les gustaría estar, pero ese estado de ofrecimiento tiene un tono de historicidad que no lo contiene las Paso, sino que éstas son contenidas por aquel.    


Comentarios