La Colina Cubana y el Monte Sacro (lugar histórico durante la república romana en donde los plebeyos resistieron hasta ganar el Tribunado de la Plebe).
...el 15 de agosto de 1805, en
compañía de Simón Rodríguez y Fernando Toro, Simón Bolívar asciende a la
histórica colina romana del Monte Sacro (Italia) y allí, el futuro Libertador,
de apenas 22 años de edad, jura dedicar su vida por la libertad de Venezuela.
Por Julio Antonio
Fernández Estrada, Doctor en Ciencias Jurídicas, ha sido profesor titular del Centro de Estudios de Administración Pública de
la Universidad de La Habana, Cuba, para Revista Sin Permiso
La historia de la
República romana comenzó con una huelga política –tal vez la primera en el
mundo Mediterráneo– conocida como la secesión de los plebeyos al Monte Sacro.
La plebe romana tenía sus propios comicios por tribus y había ganado espacios
cívicos desde fines de la Monarquía etrusca, pero esta retirada al Monte Sacro
era un movimiento radical.
La petición del
plebeyado fue tener una especie de magistrado propio, electo por él en concilio
y que respondiera de forma directa a sus mandantes. El resultado de esta
resistencia plebeya fue el Tribunado de la Plebe, al que siglos después Juan
Jacobo Rousseau definía como la magistratura que no podía hacer nada pero lo
podía impedir todo.
El Monte Sacro es
el símbolo romano del momento revolucionario por excelencia de la República: la
creación del Tribunado, la magistratura sin facultades pero con derecho de
veto, de auxilio a indefensos, de convocatoria popular, la magistratura abierta
al pueblo e inviolable.
Los tribunos fueron
tan importantes- recuérdese a Terentilio Arsa, los hermanos Graco o los
Príncipes que quisieron ostentar también el título- que muchos altos patricios
se convirtieron solemnemente en plebeyos para poder aspirar al Tribunado.
Mucho tiempo
después, en la juventud de Simón Bolívar, el ideario republicano era más puro
que en la actualidad. Para un hombre como Simón Rodríguez, la enseñanza
patriótica al discípulo aventajado e intranquilo, no solo pasaba por asistir a
la coronación como Emperador de Napoleón Bonaparte sino que incluía también el
viaje y reconocimiento de las ruinas romanas.
Es común visitar el
Coliseo, el Foro, el Panteón, las Termas de Caracalla, la Vía Apia, pero menos
corriente es ascender al Monte Sacro. Allí fue Bolívar a jurar la independencia
de América. No lo hizo donde levantó un báculo un Papa, ni donde se puso una
corona un rey. Lo hizo donde los plebeyos resistieron hasta ganar el Tribunado
de la Plebe, institución desaparecida de forma sospechosa de la ingeniería
republicana, casi desde que la República se disolvió lentamente de emperador en
emperador.
La Habana también
tiene un Monte Sacro. Es célebre, mítico, legendario, histórico, por él
revuelan los ángeles martirizados de la FEU y el Directorio. A él se asciende
desde las cenizas de Mella, se llega a la urna de Poey, a la de Félix Varela.
Una virgen cuida a
nuestro Monte, llamado La Colina por cariño estudiantil. Con los brazos
abiertos espera el Alma Máter. Ella no quiere cobardes e hipócritas debajo de
sus faldas porque ha tenido que ver morir a muchos de sus hijos. Los
estudiantes, hombres y mujeres que suben La Colina, el Monte Sacro de San
Lázaro y L, no pueden olvidar lo que juraron durante décadas los alumnos
anteriores: ser dignos, cultos, no olvidarse del pueblo que mantiene sus
estudios y luchar contra la mediocridad y la injusticia donde quiera que esté.
La Universidad de
Mella es sagrada. La Colina de Fidel y la de José Antonio es sagrada. Cuando
miro la calle Ronda desde el fondo del edificio de la Facultad de Derecho,
todavía veo el cuerpo sin vida del mártir de la FEU, armado de granadas y de
amor por Cuba.
La Colina es el
Monte Sacro de la juventud de ahora. Bolívar revolotea a cada rato entre sus
muros, Martí se asoma, Agramonte vigila desde su Plaza. En las madrugadas las
alas del Búho de Minerva baten para despertar las almas adormecidas de los
jóvenes sin honra, los que no se juegan nada, los que van a la Colina solo a
encontrarse con Facebook.
Hay que amar en la
Colina, abrazar sus muros, sus rincones, leer poemas en el escondite de los
ilustres Cabezones, competir y gritar en el Estadio, subir la Escalinata al
amanecer, hablar con el Alma Máter de todos nuestros pecados.
Todo es honorable
en La Colina, el Monte Sacro de nosotros, los cubanos que creemos en la
República, la Democracia y el Socialismo, que es lo mismo que decir, en la
libertad, los derechos humanos y la dignidad humana.
La Colina es del
pueblo, fue almena preciosa de los estudiantes que se jugaban la vida en los 50
y desde antes. Es el santuario de la cultura revolucionaria en Cuba. Debe ser
tratada con respeto por maestros y alumnos. Los que prefieren el fraude y la
vagancia, los que no quieren leer ni aprender, los que no quieren respirar aire
denso de decencia, no vayan al Monte Sacro de las ceibas y los laureles.
La Colina no debe
discriminar colores de piel, orientaciones sexuales, opiniones políticas, sino
alentar discusión, debates, ciencia, investigación, respeto a la opinión ajena
y a los que trabajan con sus manos.
Los profesores que
han pasado su vida entregados al aula, al pizarrón, a la tiza y al jolgorio de
los estudiantes, que han preferido enseñar y aprender de los nuevos rostros e
inteligencias, que no han dejado de dar una clase y sin dinero se han sentido
felices, son sagrados por eso y deben ser acunados por el Alma Máter.
En los jardines,
leyendo en alta voz en los parques y portales, en clases al aire libre, en
marchas, desfiles, recogidas de papas, donaciones de sangre, en madrugadas de
guardia, yo juré muchas veces por los héroes que trajeron la Tanqueta, por el
puñado de cenizas de mi padre, por la libertad de Cuba, que en mi Colina no
sería indigno y que para mí ella siempre iba a ser el Monte Sacro.
En ese lugar
sagrado enamoré a Ingrid tapizando las paredes de pasquines anónimos, allí me
casé con ella en el Salón de los Mártires, allí despedí a mi papá, ayudado por
miles de almas buenas, allí conocí la miseria humana y los amigos más sinceros,
allí adoré a mis profesores de Derecho, supe a quién me quería parecer y a
quién no y los respeté a todos como se respeta a la tierra.
No importa dónde
estemos. Los que hemos trabajado en ese lugar sagrado, los que hemos respirado
la belleza de sus aulas antiguas, nunca nos iremos del todo. Cuando no nos vean
pregunten al Búho vigilante del Rectorado si no se siente un latido en la noche
que jura respeto y amor por la Colina de la Universidad de La Habana.
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