Apocalipsis... ¿Se viene el estallido global? Cuando tiembla el centro del mundo Por José Natanson para Le Monde diplomatique Cono Sur
La historia está
cargada de acontecimientos inesperados, y aunque en las miradas retrospectivas
es fácil identificar los procesos que les dieron forma, porque los quiebres
históricos siempre son resultado de un desarrollo previo y porque todos somos
más inteligentes con el diario del lunes, lo cierto es que a menudo se
desploman sobre nosotros con la fuerza repentina de una tormenta tropical. De
la Revolución Rusa al 17 de octubre, de Pearl Harbor al Cordobazo, el siglo XX
es generoso en este tipo de sucesos imprevistos. La novedad es que ya no se
originan en una explosión social o una invasión extranjera sino bajo las
instituciones de la democracia electoral: el Brexit, la candidatura de Donald
Trump y el ascenso de la ultraderecha europea son expresiones de esta
tendencia.
La explicación general quizás pueda
rastrearse a la impotencia social que produce el impacto convergente de tres
fuerzas poderosísimas. La primera, a su vez condición de las otras dos, es la
globalización financiera, con todos sus efectos en términos de contracción
industrial, consolidación de núcleos de desempleo estructural e incremento de
la desigualdad. Los datos son impresionantes: las 28 instituciones financieras
de importancia sistémica manejan unos 50 billones de dólares, contra un PBI
mundial de unos 75 billones. Cada una de ellas dispone en promedio de 1,8
billones de dólares, contra por ejemplo un PBI de Brasil de 1,5 billones. Bajo
las nuevas condiciones del capitalismo global, la forma principal de
apropiación de riqueza ya no reside en la producción o el comercio de ciertos
bienes o servicios sino en la especulación con finanzas, que, como sostiene
Joseph Stiglitz, sirven menos para inyectar dinero en las empresas que para
extraerlo de ellas. En palabras del sociólogo brasilero Ladislau Dowbor, es la
cola la que mueve al perro.
La segunda fuerza incontrolable son las
migraciones. Alrededor del 3,1% de la población mundial, unos 230 millones de
personas, viven hoy en países diferentes al de su origen. Tan antiguas como la
humanidad, las migraciones aumentan pero no registran una explosión
desproporcionada como la ocurrida por ejemplo luego de la Segunda Guerra
Mundial. Más cuali que cuantitativa, la novedad parece radicar en el hecho de
que las nuevas tecnologías les permiten a los migrantes conservar los lazos con
su patria: lejos del italiano que se despedía para siempre del pueblito que lo
vio nacer, cruzaba el Atlántico y se argentinizaba, los migrantes preservan hoy
–vía Skype, vuelos baratos y noticias al instante– al menos parte de su cultura
y su modo de vida, lo que los dota de una “visibilidad étnica” que pone en
jaque el viejo ideal asimilacionista.
El tercer factor es el terrorismo. Tampoco
es nuevo, por supuesto. Pero su fase actual está determinada por la
imposibilidad de una solución negociada, que en el pasado era difícil pero no
imposible con organizaciones como, digamos, el ETA, el IRA o las FARC, y que
hoy resulta sencillamente inimaginable con grupos como Al Qaeda o el Estado
Islámico, cuyo objetivo es imponer el califato mundial. Contra ellos, sostiene
el historiador Patrick Boucheron, la única alternativa es la guerra de
exterminio. Pero además, a la luz de los últimos casos registrados en Francia y
Estados Unidos, el terrorismo es cada vez más local y cada vez menos importado,
sus causas anidan más en las sociedades nacionales que en los invasores venidos
de afuera, lo que fortalece la sensación de amenaza permanente, la
aterrorizante percepción de convivir con el peligro que tan rápidamente está
corroyendo a las buenas conciencias occidentales.
Obviamente
interrelacionadas, la globalización financiera, las migraciones y el terrorismo
se presentan ante los ciudadanos, sobre todo del primer mundo, como fuerzas
poderosas imposibles de enfrentar, como tendencias incontestables situadas
fuera de su control. No es difícil imaginar la mezcla de frustración y bronca
que esto genera en personas que desde hace medio siglo se han acostumbrado a
vivir en condiciones de relativo bienestar y a salvo de cualquier catástrofe.
Algo muy importante está ocurriendo en el centro del
mundo, algo que resulta difícil de capturar analíticamente pero que se hace cada
vez más evidente. Quizás el mejor paralelismo, con las distancias oceánicas del
caso, sea la República de Weimar, que también se agitaba por la impotencia
social ante fenómenos percibidos como ajenos, la angustia ante el avance de la
crisis económica y una creciente pérdida de confianza en las instituciones
políticas. La transformación social acelerada caracteriza ambos períodos: si en
los años 30 los cambios eran consecuencia de la Primera Guerra Mundial, que
propició, entre otras cosas, la incorporación de la mujer al mercado laboral,
hoy la mutación es resultado del impacto económico de la globalización: el
empleo industrial en Estados Unidos, por ejemplo, cayó 30% en los últimos
quince años, afectado por la incorporación tecnológica y la deslocalización.
Como no tiene mucho sentido enojarse con las computadoras, resulta hasta
comprensible que los trabajadores desplazados se enfurezcan con los mexicanos.
O que mueran. Una impactante investigación
de los economistas Angus Deaton y Anne Case revela que los hombres blancos
adultos con bajo nivel de escolaridad (conocidos como white trash) conforman el
único grupo social estadounidense cuya tasa de mortalidad, en lugar de
descender como sucede con los latinos, los negros y los universitarios,
aumenta, hasta casi duplicar al promedio.
Las causas principales son, en orden de
importancia, el suicidio, el alcoholismo y el abuso de analgésicos.
Paradojas de la historia, se trata de la
generación del baby-boom,
concebida en el clima de optimismo posterior a la Segunda Guerra, que hoy
protagoniza un vuelco demográfico en sentido negativo pero igual de
espectacular: si su tasa de mortalidad hubiera seguido al promedio, hoy habría
500.000 white trash más en Estados Unidos. La cifra
equivale a los muertos por SIDA.
Retomando el hilo del argumento, parece
natural que en este clima de no-futuro las sociedades oscilen entre la apatía
nihilista, el furor militante (vivimos tiempos de Bernie Sanders, Jeremy
Corbin, Podemos) y el apoyo desesperado a la extrema derecha. Si lo mejor que
tiene para ofrecer el Partido Demócrata es una ex secretaria de Estado
millonaria financiada por Wall Street, si cada vez resulta más difícil
distinguir al socialismo francés de la derecha, si, como sostiene Slavoj Žižek,
la salida ante la crisis europea se limita a elegir entre el modelo anglosajón
(adaptarse sin más al capitalismo global) o el modelo franco-germano (salvar lo
que sea posible del Estado de Bienestar), ¿por qué no optar por algo distinto,
pero total, completa, absolutamente distinto? ¿Por qué no votar No cuando todos
recomiendan votar Sí, apoyar el Sí cuando el consenso apunta al No? Como en
Weimar, cada día se amplía un poco más la distancia entre un pueblo que sufre y
no termina de entender lo que ocurre –ni por qué ocurre– y una elite
cosmopolita y ultravanguardista que parece vivir en otro planeta.
Sin
embargo, el panorama no es el mismo en todos lados. América Latina atravesó
problemas parecidos hace una década pero logró, con todos sus enormes déficits,
dejarlos atrás. Los datos del Latinobarómetro, que viene midiendo de manera
sistemática la confianza de los latinoamericanos en las instituciones
políticas, revelan que entre 2002 y 2003 se registraron niveles mínimos de
apoyo (13% de confianza en los partidos políticos, 21% en el Congreso y 28 en
el Gobierno) y que a partir de allí comenzaron a recuperarse, alcanzaron su
pico en 2008 y luego descendieron levemente (hoy la confianza es del 20% en los
partidos, 37 en el Congreso y 34 en el Gobierno).
Habrá entonces que
reconocerles a los gobiernos del giro a la izquierda que no sólo lograron
mejorar la distribución del ingreso sino también inyectarle vitalidad a un
conjunto de democracias que al final del largo ciclo neoliberal se arrastraban
exhaustas al borde del knock out. En otras palabras, que
nuestros criticados populismos pueden haber contribuido a tensionar las
instituciones y en algunos casos amenazar la estabilidad económica, pero que
también ayudaron a relegitimar la democracia, en un reencuentro entre sociedad
y política que resultó más notable en los países que experimentaron un giro más
radical de orientación político-económica, como Argentina o Ecuador, o incluso
un recambio de elites, como Bolivia y Venezuela, que en aquellos con gobiernos
más serenos. Por si hacía falta, la experiencia latinoamericana reciente
confirma que la clásica distinción entre democracias jóvenes y maduras carece
de sentido.
Concluyamos
señalando que las respuestas a las fuerzas de la globalización apenas se están
esbozando. De hecho, los esfuerzos para encarar los desafíos globales mediante
iniciativas coordinadas resultan ineficaces y tardíos, como demuestra la
decisión de Estados Unidos y Suiza de no suscribir el mecanismo de intercambio
automático de información financiera del G-20, el desesperante empantanamiento
del conflicto sirio y la desresponsabilización europea ante la ola de
refugiados. Frente a esta parálisis aparecen pocas alternativas, entre las que
se destaca el camino siempre original de los países nórdicos que, sin embargo,
son más una excepción que una regla: cada vez más los ciudadanos se inclinan
por una agenda de soluciones nacionales, desde la xenofobia de Viktor Orban y
Marie Le Pen (“Francia para los franceses”) al giro proteccionista de la
campaña electoral estadounidense, de la demagogia de Boris Johnson a la
improbable propuesta de la izquierda española de renegociar los tratados
europeos.
En este contexto,
el gran desafío consiste en alejar las interpretaciones filo-fascistas y
transformar en una perspectiva progresista el reclamo de recuperar al
Estado-nación como herramienta efectiva de intervención pública, repatriar el
poder político, reestatizar la democracia.
Caramba, qué mal que está todo, se viene la escomúnica y el fin mundial del mundo, y aca somos tan tarados que nos preocupamos por boludeces, como por ejemplo de que macri te hace cagar de hambre. O que endeuda hasta nuestros bisnietos. Seguí escribiendo, jeño de la pluma. Andaaaaaaaaaaaaaaá...
ResponderEliminarMuy buen artículo. Se agradece su difusión. Que denota la urgencia por mayor creatividad en el mundo. Y solo las ideas frescas pueden traerla. Hasta que no se emprenda la tarea de ajustar las ideas a valores de solidaridad e igualdad, hasta que los partidos de izquierda y centro-izquierda no comprendan que les cabe la responsabilidad de traer nuevos instrumentos acordes con las expectativas populares latentes, la situación solo empeorará.
ResponderEliminarPor aquí pasa lo mismo. En el caso del Peronismo, hay liderazgos. Y jóvenes corporaciones sindicales que tributan a otras fuerzas, también los revelan dentro de sí. Pero son los partidos de origen de esas corrientes, los que se resisten a reorganizar sus axiomas dotándolos de menor ambigüedad y mayor compromiso con la praxis. Ya no es época de "tiempistas" (un lujo de aquellos pasados indefinidos). Aún en rebeldía y a disgusto, para el caso de algunos, habrán de encaminarse definiciones distintas de lo conocido. Es curso inexorable. Porque el sistema económico-financiero no tiene longevidad asegurada.Y le corresponde otra estructura de pensamiento en reemplazo.
Sudamérica supo ser muy saludable en esto de alumbrar novedades. Aunque siempre les precedió una catástrofe política como condición de nacimiento. Quién sabe, quizás por estos meridianos surja algo interesante. Saludos.
Coincido contigo Claudia. Más allá del enojo comprensible de Alejandro debido a que acaso nuestros dilemas domésticos sean gravísimos, no deja de ser interesante tener una visión global para entender un poco más lo que nos sucede y lo errores cometidos en el pasado reciente. Saludos y Gracias
Eliminar"las 28 instituciones financieras de importancia sistémica manejan unos 50 billones de dólares, contra un PBI mundial de unos 75 billones. Cada una de ellas dispone en promedio de 1,8 billones de dólares, contra por ejemplo un PBI de Brasil de 1,5 billones" Que datazo ese tan claro...
ResponderEliminar"revelan que entre 2002 y 2003 se registraron niveles mínimos de apoyo (13% de confianza en los partidos políticos, 21% en el Congreso y 28 en el Gobierno) y que a partir de allí comenzaron a recuperarse, alcanzaron su pico en 2008 y luego descendieron levemente (hoy la confianza es del 20% en los partidos, 37 en el Congreso y 34 en el Gobierno)." y este tambien...
buen post