por Emir Sader para Diario
Público de España
A lo largo de la década de 1990
la izquierda ha resistido como pudo a los avances del neoliberalismo. Parecía
que estábamos frente a una ola incontenible, hasta que algunos gobiernos
latinoamericanos han reaccionado y empezado a construir alternativas a ese
modelo.
Dos
corrientes convivían en la resistencia al neoliberalismo: una, que planteaba la
autonomía de lo social, el rechazo a la política, a los partidos y al Estado,
centrando todo en movimientos sociales. Otra que proponía la necesidad de
rescate de la política, de los partidos y del Estado, para conquistar hegemonía
y construir alternativas al neoliberalismo.
Ha triunfado esta segunda
corriente, dado que la superación del neoliberalismo requiere la construcción
de un bloque de fuerzas hegemónico y la puesta en práctica de nuevas políticas
de carácter público, que requieren redireccionar al Estado, superando la
centralidad del mercado, promovida por el neoliberalismo.
El rescate del rol activo del
Estado, tanto como inductor del crecimiento económico, como en su calidad de
garante de los derechos sociales, ha sido decisivo en la capacidad de gobiernos
para avanzar en la superación del neoliberalismo.
Los que planteaban la autonomía
de los movimientos sociales no fueron capaces de pasar de la fuerza acumulada
en el plano social en la resistencia al neoliberalismo, a la construcción de
alternativas a ese modelo. Se han quedado en la fase de la resistencia. Algunos
han desaparecido prácticamente, como es el caso de los piqueteros en Argentina;
otros han quedado reducidos a la intrascendencia, como es el caso de los
zapatistas en México.
Ha sido decisivo el rol del
Estado en los avances de superación del neoliberalismo, tanto en lo económico
como en lo social. Pero la desmoralización de la política y el debilitamiento
de los partidos no se han detenido, ni siquiera en los países que han rescatado
la importancia del Estado.
Se replantea con fuerza la
cuestión del rol de los partidos de izquierda en los procesos de construcción
de alternativas superadoras del neoliberalismo. Como se trata de gobiernos de
alianzas amplias, de centroizquierda, esos partidos deben representar, desde
luego, la alternativa de la izquierda, que antes de todo está por la superación
radical del neoliberalismo. Y, más allá de esa lucha, apunta hacia alternativas
anticapitalistas.
Por otra parte, el rol de un
partido de izquierda es el formular estrategias para llegar a los objetivos del
programa del partido. Mientras los gobiernos se mueven en las coyunturas, es
necesario apuntar hacia esos objetivos, para que no se pierdan en los enfrentamientos
inmediatos.
Asimismo, los partidos deben
discutir permanentemente con los movimientos populares las plataformas de
lucha, las formas de organización de las distintas capas de la población, las
relaciones con los gobiernos. Porque son esos movimientos —sindicatos,
movimientos sociales, culturales, etc.— los encargados de organizar los más
amplios sectores de masas.
Además, los partidos deben
volcarse sobre las constantes evaluaciones de las correlaciones de fuerza, de
los aliados, de los enemigos.
En síntesis, el rol de los
partidos es el de elaborar y construir la hegemonía de los programas
estratégicos de la izquierda y de las formas de su realización.
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