La política del “trending topic”...Ya no hay un sistema contra otro sistema, sino varios modos de vida dentro de un mismo sistema
por Jorge
Moruno, Sociólogo
Fuente: Diario Público de España
Comentaba
un autor cuyo nombre ahora no recuerdo, que uno de los rasgos propios de la
postmodernidad, era la posibilidad de que alguien a miles de kilómetros de
distancia se informase antes que los propios habitantes locales, de por
ejemplo, un incendio. Una vuelta de tuerca a esta lógica la encontramos,
cuando te enteras de que estás infectada por el virus del ébola a través de los
medios de comunicación. La fotografía de lo que pasa en este país da para un
buen capítulo de Black Mirror. Vivimos en los tiempos de la política que se
mueve al ritmo frenético del trending topic: un tema toma mucha relevancia por
un periodo muy corto de tiempo concentrando la atención, para luego, perderla
por completo. La importancia transitoria no se corresponde con el posterior
seguimiento que luego tiene. Hoy es ébola, mañana las tarjetas de Bankia, como
antes fue la guerra en Siria o Lampedusa. ¿Alguien se acuerda del avión atacado
y fulminado mientras cruzaba Ucrania?
La
ideología, es esa percepción del mundo que abarca todo el campo de lo vivido,
tal y como nos recuerda Althusser. En Matrix, al personaje que
traiciona a Neo, le gustaría desconocer que ese filete que se está comiendo no
existe realmente. Pero la ideología es todavía más fuerte, cuando sabes que esa
hamburguesa es de rata y aún así, te la comes con gusto. O al revés, presentar la rata como si fuera comida orgánica y la propia ideología que asocia
un tipo de comportamiento y reacción ante la comida orgánica, nos convence
plenamente de que realmente lo es, porque socialmente lo asociamos con ella: la
percepción crea realidad. La ideología se presenta “escondiéndose” a carne
viva, ahí radica su obscenidad: la empresa-mundo no se impone desde un emisor
de ideología que nos habla desde el exterior, forma directamente parte de
nuestra relación espontánea y cotidiana con el entorno social. Debes ser un
fanático del positivismo y hacer lo posible por gozar y nunca sufrir tu
existencia mundana. Al no existir un límite que delimite la ideología de
la empresa-mundo con otra distinta, desaparecen las comparaciones posibles y el
conflicto tal y como se entendía antes. Ya no hay un sistema contra otro
sistema, sino varios modos de vida dentro de un mismo sistema cooptados para el
beneficio, haciendo pasar a todas las formas de vida por el tamiz de la
relación que establece la propiedad privada.
En la
política a ritmo del trending topic, cualquier cosa que salta, cualquier
titular que aparece (las noticias no se suelen leer en la era digital),
automáticamente provoca un aluvión de reproches, reacciones depresivas o de
fuertes alegrías, tan aparentemente intensas como efímeras. Toda ilusión parece
que se va por el desagüe, o al contrario, crees que has conquistado tus más
ansiados deseos en lo que dura un click . La aceleración, es una patología
psicosocial postmoderna funcional al síndrome narcisista del teclado; hacemos
de César y rápidamente justificamos el linchamiento o la idolatría. Como la
multitud de los Simpsons, se pasa rápidamente de incendiar con antorchas una
casa a reconstruirla. En la era de la aceleración perpetua, sufrimos aquella
limitación propia de poderoso que describe Carl Schmitt, para extraer
unas pocas gotas de este mar infinito y fluctuante de verdad y mentira,
realidades y posibilidades.
La
saturación de la información puede conseguir ocultar más cosas que la
censura, pues todo está al alcance, pero todo destaca menos comparado con lo
que se quiere censurar. Al igual que en aquel capítulo de los Simpsons, donde el señor Burns no se enferma debido a la saturación de enfermedades que alberga, la información nos inmuniza
de una percepción y digestión sosegada de la información. Las noticias quedan
almacenadas en el infinito almacén de la nube digital; aparecen con la misma
fuerza con la que luego desaparecen del mapa. Las hemerotecas recogen todo y
solo nos queda la sensación difusa y confusa, de un poso no articulado de malestar
general latente que alberga en su seno, un sentimiento onírico que puede
conducir hacia dos vertientes antagónicas: el despliegue de la potencia
democrática de un pueblo libre, o la materia prima de la reacción totalitaria.
La
política se ha convertido finalmente en una mercancía, ha tomado la forma y el
formato de todo producto dentro de la economía dominada por la necesidad de
captar la atención. Por una parte, tendemos a interesarnos más por todo, por
otra, cada vez las cosas importan menos, tienen menos recorrido y da más igual
lo que ocurre hoy: hay infinidad de noticias a la espera de ser vendidas y
consumidas mañana. La política y el debate económico, han tomado una especial
relevancia con el estallido de la crisis. Desde la perspectiva de las productoras
se han convertido en un yacimiento de consumo al que ofrecer un producto. La
política, de esta forma, es importante en tanto y cuanto se consuma, y no al
revés, lo que se consume no tiene porqué ser siempre importante. La política
mercantilizada en tiempos de crisis —la crisis es su nicho de mercado—, juega
en una coyuntura ambivalente: su propia necesidad de aumentar audiencia permite
la incorporación de nuevos actores y demandas en ese dispositivo central de la
socialización, que son los medios de comunicación. En esa tesitura, la política
de la mercancía necesita arriesgarse a ponerse un cepo sobre sí misma
dando cobertura a lo que la pone en duda. Existe una tensión constante entre la
politización y activación ciudadana sobre la cosa pública y el consumo del
producto llamado política. En ese equilibrio, se disputa la hegemonía, esto es,
una disputa mantenida por definir los contornos y los rasgos de un amplio marco
de relaciones sociales, así como los marcos de la discusión política. La
ideología es una condición estructural que ordena el mundo de la vida, porque
no hay sujetos que se escondan tras un velo ideológico a la espera de ser
descubiertos, hay ideología que construye sujetos velados.
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