El Gato Ciego II
(Relato)







Para aquellos que recuerden la historia de mi gato ciego, relato publicado en febrero pasado, les tengo muy buenas noticias. Y me atrevo a exponerlas debido al respeto que tengo por la preocupación ajena. En muchas ocasiones cuando nos enteramos vía medios de comunicación sobre solicitudes a favor de un enfermo nunca nos cuentan el devenir de la historia, de ese modo la ignorancia hace su trabajo, nos invade el desinterés y el olvido, sensación ambigua que siniestramente nos coloca en una situación de llamativa responsabilidad. No deseo imitar dicho comportamiento. Todos aquellos que por entonces mostraron interés y preocupación por el Negro merecen ser informados sobre su presente más allá que dicha aclaración no mueva el amperímetro de sus vidas. Uno asume el asunto a modo de compromiso, y lo hace por respeto hacia todo aquel que sintió nuestro dolor como propio.



En El Jorobadito, Roberto Arlt, dramatiza sobre el siniestro abuso que hace el protagonista so pretexto de su minusválida condición. La situación se encarniza llegando a niveles de tensión y espanto que transforman a la novela en una de las mejores expresiones de cinismo y humor negro que tiene nuestra literatura. Algo de esto sucede con nuestro tullido amiguito. Un auténtico déspota, un rey sin corona, un dictador sin uniforme, un egoísta de la más baja estofa. Sumamente cruel con sus compañeros de cuarto, esos mismos que colaboraron con la recuperación, maximiza sus requerimientos alimenticios de acuerdo a un paladar que se ha tornado azul y delicado, estirpe adquirida por obra y gracia del atún, el picadillo, el paté, el pollo, el hígado desmenuzado y la carne picada.

No comparte sus manjares y la violencia al boleo forma parte de su conducta. A pesar de llevarse todo por delante, ya que no distingue una garrafa de una puerta, ha sumado un sentido adicional que lo coloca en situación de beligerancia apenas percibe que sus platillos y pertenencias – a su criterio todo lo que existe en este mundo - se encuentran en peligro de violación. No acepta caricias de ninguna clase, no juega y menos aún comparte sus cobijas.



Cuando circulamos por sus linderos recibimos manotazos en donde sus garras exhiben colosal efectividad. En más de una ocasión tuvimos que recurrir al agua oxigenada para sanar nuestras heridas. De queja permanente, simula seductores ronroneos, resultando ellos una celosa trampa para todo aquel que inocentemente se le acerca con ternura. Gracias a los cuidados intensivos la recuperación física ha sido total: Peso normal, poderosas quijadas, músculos marcados lo han transformado en un sujeto peligroso para sus pares. De vez en cuando y si el día lo permite le dejamos la puerta trasera abierta para que salga a disfrutar del césped. Cual anacoreta deambula por los fondos tratando de amigarse con aquellos rincones de su vieja existencia, sin embargo sus paseos no es extienden demasiado. Sospecho que el egoísmo y el celo por sus bienes lo hacen regresar mucho antes de lo previsto.



Todo lo detallado se duplica cuando sus instintos sexuales se disparan, por lo que debemos extremar nuestros talentos para evitar todo posible evento de sangre. Se ve que el Negro no distingue entre machos y hembras de modo que toda la manada, sin distinción de ninguna clase, se halla en peligro de sometimiento cuando los deseos carnales lo gobiernan.



No lo podemos dar en adopción, sería un despropósito para el supuesto beneficiado; no intenta irse ni deseamos que se vaya, de modo que echarlo no figura como hipótesis, sería como condenarlo a morir, razón por la cual sencillo resulta comprender que nunca se nos pasaría por la cabeza “ponerlo a dormir”.



Acaso, visto como viejo malo, continuaremos tolerando la condena que devienen de sus antojos y afrentas. No creo que el Negro sea muy distinto a las personas. Acaso por eso aceptamos buenamente sus maldades. De ladino que es nos causa gracia, es como esos ancianos que los años le han soldado sus heridas minimizando de ese modo todo dolor ajeno.

 – Mejor no te quejés. Si te hubiera pasado lo que a mí, te quiero ver, serías insoportable... – (Sospecho que no le falta razón)



Saliendo un poco del asunto el Negro está fenómeno, lo percibo perversamente feliz, un toro de lidia con formato de gato, un excéntrico semental, de hecho mientras duró la narración de la historia el tipo no ha dejado en ningún momento de plantearme con energía y tenacidad sus demandas existenciales...






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